Ser la persona tóxica en una relación de pareja

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Estar en una relación tóxica o conocer a alguien que haya entrado en estas dinámicas es casi una experiencia universal. Sin embargo, pocos reconocen serlo. Ser tóxico, como diría la escritora Eleanor Morgan en el medio británico The Guardian, implica herir o causar daño a un otro. Así de simple, pero también así de complejo, profundo o devastador. Y, aunque nadie quiere hacerlo de manera deliberada, Morgan manifiesta que todos los seres humanos tenemos la capacidad de provocar dolor mediante nuestros comportamientos, sobre todo en relaciones donde las personas exponen en pleno su vulnerabilidad. Así, la toxicidad -que la escritora define como una especie de ‘envenenamiento’ en las relaciones- aparece intrusa, como una bola de fuego difícil de detener y que genera un círculo vicioso en el que el egoísmo, rencor o abuso toman un protagonismo inusitado. “Pero, ¿qué hace que una persona sea tóxica? ¿Un veneno de carne y huesos?”, se pregunta Morgan.

Según Felipe Matamala, psicoanalista y académico de la Universidad Diego Portales, que una persona comience a manifestar conductas tóxicas depende de una serie de factores. Uno de ellos está relacionado con su historia vital, donde entran en juego las experiencias amorosas previas, el desarrollo infanto-juvenil o incluso las relaciones que se establecieron en la infancia con los padres. “Me puedo dar cuenta de cuán tóxico o avasallador soy con el otro en la medida que reviso mis miedos y mi propia historia. Por ejemplo, muchas veces puedo tratar de controlar a mi pareja para que no se vaya o puedo intentar poner límites, simplemente porque yo no soy capaz de estar solo y convivir con mis dificultades. Y eso puede tener muchas explicaciones, como que en la infancia, mi relación con mis figuras paternas despertó ansiedades. Ahí se genera una sensación de ahogo o angustia por parte del otro que siente, a su vez, que pierde algo de su individualidad”, analiza.

Por lo mismo, Eleanor Morgan va más allá del concepto y explica que detrás de la denominada toxicidad, cada persona puede tener dificultades propias en su salud mental que generen este tipo de comportamientos dolorosos para el otro. Así, señala que no habría que juzgar lo tóxico a priori, sino entender desde dónde viene este patrón de interacciones difíciles. “Tal vez me he dado cuenta que discuto mucho con la gente o que no puedo mantener una relación con mi pareja. Quizás me han dicho que soy tóxico. Sin embargo, no existe un libro de reglas para el comportamiento emocional (...) Nuestra salud mental afecta la forma en que pensamos, percibimos, sentimos o nos relacionamos con los demás, y existen condiciones que pueden tener un impacto significativo en nuestra capacidad para hacerlo. Si mis conexiones humanas son problemáticas, sería un acto tanto de bondad como de altruismo hablar con alguien para tratar de identificar esos patrones”, analiza.

Sin embargo, determinar y modificar ese modelo de funcionamiento psicológico no es fácil. La mayoría de las personas que comienzan con actitudes tóxicas, dicen los expertos, no son capaces de reconocer que están entrando en este tipo de dinámicas. Por eso, en lo público, casi siempre se habla de la toxicidad del otro, porque a las personas -mentalmente- nos cuesta admitir que el daño, quizás, lo estamos provocando nosotros. “No hay mucha consciencia y puede resultar sorprendente que la pareja nos diga que somos tóxicos. Ahí reaccionamos y decimos yo no soy así. No lo reconocemos, especialmente si hay componentes estructurales y estás acostumbrado a actuar de esa manera. En general, nuestro sistema funciona así, tratando de ocultar aquellas cosas que no son razonables o bien valoradas por nuestra mente. Son dispositivos de defensa que se activan para evitar que lleguen a la consciencia ciertas cosas que no toleramos. Por eso, en una infidelidad, por ejemplo, el involucrado es el último en enterarse. No es porque no tenga los elementos, sino porque su sistema mental no puede tolerar esa situación y la bloquea. Lo mismo pasa cuando te dicen que eres tóxico”, afirma Juan Yáñez, psicólogo clínico y académico de la Universidad de Chile.

Así, Yáñez explica que hay que estar atentos a las señales de comunicación que entrega la pareja para autoanalizar si es que se está entrando en un comportamiento tóxico. “Uno se debería dar cuenta por el espejo que significa el otro. Eso supone que hay que poner atención a las quejas de la pareja porque eso entrega algunos elementos de juicio que permiten interrogar y pensar qué pasa conmigo”, analiza. “También hay otros elementos contextuales, como por ejemplo, cómo está el ambiente cuando llego a la casa. Porque si estar juntos resulta complejo, puede haber una insatisfacción, que es una señal principal de conflictividad. Ahí hay que preguntarse: ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Cuál es mi aporte destructivo en la relación? No es fácil detectar personalmente el nivel de toxicidad, pero sí podemos referir al grado de conflictividad”, dice.

Algo similar analiza la psicóloga Silvia Olmedo en el diario El País: “Hay ciertas conductas y señales de las personas que te rodean que pueden hacerte sospechar que puedes ser una persona tóxica para ellos. Señales como que eviten tu compañía o no quieran discutir contigo. Otra señal de sospecha es cuando no te dicen lo que piensan o en todo te dan la razón porque te tienen miedo. Por otra parte, si somos personas inseguras, con una autoestima baja o controladoras, la probabilidad de que creemos relaciones tóxicas es muy alta”.

Sin embargo, los especialistas indican que también hay que entender que no siempre la toxicidad proviene a manos de solo uno de los integrantes de la pareja. De hecho, eso permite entender por qué las personas se vuelven tóxicas con algunos vínculos, mientras que con otros no sucede lo mismo. Así, en muchas ocasiones, puede ocurrir que la relación en sí adopte pactos implícitos pocos sanos. “En general, hay formas de funcionamiento psíquico que la pareja va adoptando. Con eso, llegamos a acuerdos que ni siquiera son hablados por nosotros y que dan cuenta de un mecanismo que, en oportunidades, nos puede llevar a ámbitos desgastantes. Por ejemplo, funcionar entorno a una pelea. Eso puede dar cuenta de otros significados, pero es un pacto que se repite porque es una forma de encontrarnos una y otra vez, a nivel sexual o de afecto, porque durante el día no estamos funcionando”, analiza Matamala.

A eso se suma que, en pareja, no solo tenemos que lidiar con nuestro mundo interno, sino también con el del otro. Y puede pasar que esos dos aparatos psíquicos simplemente no hagan match. “Hay componentes personales que se potencian. A veces dos personas pueden juntarse y hacen chispa: se vuelven más conflictivos, no se complementan y, en esos casos, es difícil resolver esas dificultades. Pero también puede pasar que dos sujetos se ajusten bien, a pesar de tener ciertos componentes más disfuncionales. Y eso es aleatorio porque las parejas son una construcción humana de alto nivel de complejidad y diversidad”, termina Juan Yañez.

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