Ser mamá a los 18 años
“Lo primero que sentí al ver las dos rayas en el test de embarazo fue que se me venía el mundo encima. Y aunque en ese momento no le tomé el peso a lo que significaría ser mamá, me daba miedo la reacción de mis papás, lo que me iban a decir, la decepción que sería para ellos. Era chica, tenía apenas 18 y recién había entrado a la universidad. No tenía consciencia de todo lo que vendría.
Me enteré un sábado y a los dos días le conté a mis papás, a diferencia de mucha gente que prefiere aguantarse y guardar el secreto. La ansiedad me ganó completamente. Obviamente ellos no se lo esperaban para nada. Se sintieron tristes, frustrados, decepcionado por todos los planes que tenían para mí y todas las expectativas, pero eso no impidió que desde el día uno me apoyaran al 100%. Me repetían constantemente que amarían a esa guagua igual como si hubiera sido planificada y que me iban a dar todo el apoyo que quisiera, tanto emocional como económico. Querían que yo, dentro de lo posible, siguiera viviendo mi vida como el resto de la gente de mi edad.
Después de dos semanas, luego de hacerme una ecografía y ver que todo estaba bien, le pedí a mis papás que les contaran a mis hermanos y a mis abuelas. Era lo que más me importaba en verdad, sabía que les iba a afectar mucho y, efectivamente, así fue. A pesar de que eran chicos y seguían en el colegio, se lo tomaron bastante bien. Me abrazaron llorando, me dieron todo su apoyo y me dijeron que estaban súper orgullosos de mí. Fue un momento muy emotivo. Lo mismo con mis abuelas que fueron muy cariñosas y me dieron ánimo porque, al final del día, era una guagüita la que iba a nacer, era la Clara.
Los primeros tres meses de embarazo pasaron como si nada. Al principio me incomodaba un poco, pero después empecé a disfrutarlo. Tenía que ir a la universidad con guata y la gente lo notaba, incluso me juzgaban, pero nunca me afectó mucho porque mis amigas me apoyaron siempre. Durante el embarazo todo se dio bien, tuve mucho apoyo tanto de mi familia como de la del papá de la Clara. Pero fui media ingenua y no me caía la teja de lo que significaría ser mamá. Nunca me imaginé lo que sería estar a cargo de una guagua con 18 años mientras la gente de mi edad estaba totalmente en otra.
No tuve mucha preparación ni física ni psicológica durante el embarazo, y quizá hubiera sido bueno tenerla. Cuando nació la Clara, solo tenía lo que me contaba y daba la gente, pero para mí era un mundo nuevo. Lo que vino fue una cachetada de la realidad. Sin embargo, creo que independiente de la edad que uno tenga o de los talleres que hagas y todo lo que te informes, uno nunca se siente preparado. Puedes tener 40 años incluso, pero convertirte en mamá es algo completamente nuevo y aunque te cuenten cómo es, vivirlo es muy distinto.
Como la Clara nació en marzo, tuve que congelar el semestre y eso fue todo un desafío. Estaba cansada todo el tiempo, no quería hacer nada, me encerré mucho, me alejé. Al final estaba en mi casa todo el día, no me juntaba con mis amigas, perdí esa parte de vida social que, ahora mirando hacia atrás, hubiese sido de mucha ayuda.
Lo más difícil fue cuando volví a la universidad. Tenía siempre la complicación de los paseos, fiestas, juntas, o salidas, porque para mí no era llegar e ir. Tenía que preocuparme de esta otra persona que estaba a cargo mío, de que alguien se quedara con ella y si es que no me conseguía, simplemente no podía ir a ese panorama. Pero con el tiempo me acostumbré.
Tuve grandes pilares en el camino que, sin ellos, no podría haber llegado a donde estoy ahora. Mi mamá que renunció a su trabajo cuando la Clara iba a nacer para estar conmigo; mi abuela, que se fue a vivir a mi casa el primer mes para ayudarme; y conocer a una persona que estaba en la misma situación que yo. Nos presentó una amiga en común y creo que a las dos nos sirvió mucho tener a alguien de la misma edad que tuviera una hija de la misma edad también. El apoyarnos mutuamente, recomendarnos cosas, respondernos dudas, o simplemente juntarnos, sirvió mucho para sentirnos acompañadas y entendidas por alguien que pasaba por lo mismo.
Esta experiencia me chocó y me dio un stop en mi vida, afectando mi identidad y mis planes. Yo era muy soñadora, siempre quise irme a estudiar afuera. Viajar o vivir fuera de Santiago era parte de mis planes. El embarazo fue un balde de agua fría y todavía me sigue afectando el pensar en las cosas que quise hacer y no pude. Pero, simplemente, mis prioridades cambiaron.
Me fui dando cuenta de que ser mamá se aprende en el camino, en la práctica, con prueba y error de lo que funciona con tu hijo y cada vez se me hace más natural, más fácil y me cuesta menos. Un consejo que le daría a una niña que está pasando por lo que pasé, es que, si bien va a costar al principio, va a valer 100% la pena. Yo agradezco haber sido mamá joven, porque siento que he disfrutado a mi hija de otra forma. Somos súper cercanas, lo pasamos muy bien juntas y en realidad, aunque pareciera que se viene el mundo encima, hay que tratar de apoyarse en toda la gente que uno tiene alrededor, porque no hay ninguna duda que lo vale todo”.
Camila tiene 29 años y es enfermera.
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