Sergio Urzúa: Meritócrata

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Se ha puesto de moda por su mirada en educación y políticas públicas. Economista y hoy profesor en Estados Unidos, estudió en el Instituto Nacional y creció en un entorno que no siempre fue fácil. "Cuando veo a vecinos conocidos parados en las esquinas, sumergidos en la droga o bebiendo alcohol, me da pena y me doy cuenta de lo privilegiado que soy. Pude ser perfectamente uno de ellos".




Paula 1213. Sábado 19 de noviembre de 2016.

Cuando visita a su mamá, que aún vive cerca de ahí, desvía un poco el camino y enfila hacia la Villa 4 Álamos, el barrio donde vivió hasta los 18 años, en el corazón de Maipú. Le gusta que lo acompañen sus tres hijos y su señora, como si no quisiera olvidar sus orígenes modestos, ahora que está encumbrado en la elite académica en Estados Unidos, cargado de reconocimientos y convertido en un ciudadano del mundo. Un día puede amanecer en Beirut y al día siguiente está en Europa participando en foros de primer nivel sobre su especialidad, las políticas públicas sociales.

Sergio Urzúa (39 años), economista de la Universidad de Chile y doctorado en Chicago, es una suerte de "niño símbolo" de la meritocracia. Su familia apostó todas las fichas para que ingresara al Instituto Nacional, donde dice "comenzó realmente mi historia". Una historia que también se trasluce en sus columnas del día domingo en El Mercurio, donde suele hablar de educación, meritocracia y política desde un ángulo a veces contario a lo políticamente correcto. El estilo de Sergio Urzúa es directo, poco dado a los rodeos.

"Escribí hace un tiempo una columna para los chicos que marchan", dice. "Y les decía que este es su momento para estudiar más, para ir contracorriente, porque nunca tendrán más oportunidades de destacar como ahora, mientras el resto está en paro y no estudiando. Fui acusado de individualista y ambicioso. Pero por qué negamos lo que es propio de la naturaleza humana y es fundamental para progresar. Acá le hemos dado una carga negativa. No se puede vivir en torno a la comunidad si no hay personas con ambición que quieran sacar al grupo de la medianía y la mediocridad".

Hoy su vida laboral la comparte entre la cátedra norteamericana y sus compromisos internacionales, con su rol de coordinador de políticas sociales en Clapes, un centro de pensamiento que preside el ex ministro de Piñera, Felipe Larraín, al alero de la UC.

Salvo un breve periodo en que regresó a Chile –después del terremoto de 2010 y hasta mediados de 2011– los últimos 15 años de su vida los ha vivido en Estados Unidos, primero en Evanston y luego en Maryland. Es uno de los pocos chilenos que ha recibido un tenure, reconocimiento académico que le garantiza cátedra de por vida en la prestigiosa facultad de Economía de la Universidad de Maryland. "No me pueden echar, tendría que mandarme una tremenda embarrada y ni aun así", comenta sonriendo.

En su barrio de Maipú, en cambio, el tiempo parece haberse detenido. Cuenta que gran parte de sus vecinos siguen viviendo en los mismos blocks de departamentos, ahora marcados por las fisuras del terremoto en sus fachadas. También se quedaron allí muchos de esos amigos con quienes compartió largos paseos en bicicleta y tardes de pichanga animando a su equipo favorito del barrio.

¿Qué recuerdos tienes de tu infancia, de ese Maipú donde creciste?

Yo nací en 1977 bajo dictadura. A mi papá le fue mal en el 81, tenía una empresa de fierros que quebró, y eso fue muy duro. Después entró a trabajar a AFP Magíster y se dedicó también a la política, pero no le fue muy bien tampoco. Crecimos en Maipú hasta que me fui a Estados Unidos. No era una vida súper acomodada pero tampoco vivimos reales necesidades. No pasábamos hambre pero no teníamos muchos lujos. Vivíamos en un block de departamentos sencillo. Yo recuerdo una niñez bien plena, teníamos una familia muy bien cohesionada. Los mejores recuerdos los tengo con mis amigos, donde yo podía salir libremente a jugar con ellos, andar en bicicleta, jugar a la pelota, en un ambiente muy poco protegido, algo que hoy sería muy difícil de mantener.

¿En qué sentido poco protegido?

En que podías estar todo el día fuera de tu casa, sin que tus papás supieran dónde andabas. Te instalaban el sentido de la responsabilidad a ti, sobre el que manejabas tu libertad y eso mismo te ponía límites que para mí fueron muy formadores. Cuando empecé a crecer me di cuenta de que había a mi alrededor mucha droga, harta delincuencia, en un medio de clase media baja, con el que convivía naturalmente, estableciendo las distancias del caso. Hoy, para mí sería impensado exponer a mi hijo a ese tipo de riesgos, como lo que a mí me tocó vivir. Cuando veo a vecinos conocidos parados en las esquinas, sumergidos en la droga o bebiendo alcohol, me da pena y me doy cuenta de lo privilegiado que soy. Pude ser perfectamente uno de ellos y se lo digo a mis hijos, para que no se olviden de dónde viene su papá y valoren las posibilidades infinitas que ellos tienen hoy.

¿Cómo te reciben cuando te acercas a ellos?

No es tan fluida la conversación, para ser honesto. Uno cree que los lazos de amistad persisten, pero ya no están. La brecha que se produjo es inevitable. Me agobia ver que ahí no hubo movilidad social.

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ALCALDE EN LA DICTADURA

¿Qué hizo la diferencia para que Sergio Urzúa no terminara matando las horas en una esquina? Sus padres no fueron universitarios titulados y quizás por lo mismo, volcaron toda su energía –aun a costa de algunas privaciones– para que estudiaran él y su hermano menor. "Desde muy chicos, tuvimos presente que la educación era el único camino posible a seguir. Mi papá estudió Derecho pero nunca terminó. Eso lo marcó y le pesó mucho, toda su vida. Por eso para él era muy importante y se hacía notar. No nos presionaban por resultados, pero sí nos dieron todas las condiciones para poder estudiar bien".

Como su mamá fue directora en colegios públicos de San Miguel, Cerrillos y Maipú, él iba a esos establecimientos según la trasladaban. Ser hijo de la directora no era tarea sencilla: fue blanco habitual de bullying y protagonista de frecuentes peleas "a combos", que se zanjaban en las oficinas de la directora, con sanciones más severas para él, que despejaran cualquier asomo de favoritismo. En la contraparte, reconoce que fue protegido siempre con los mejores profesores disponibles, pese a la precariedad de la educación pública. Sin ese esfuerzo, reflexiona emocionado, habría sucumbido en la medianía de un colegio del barrio, como muchos de sus amigos.

¿Y cuánto pesó en ti la contención afectiva?

Fundamental. La relación con mi papá fue más bien formal, fue muy claro con las reglas aunque no lo recuerdo compartiendo juegos o en situaciones muy afectivas, a diferencia de mi mamá. Lo que sí, siempre supe que ambos estaban para apoyarme y contenerme, en cualquier circunstancia.

Su papá, un hombre de formación conservadora según dice, fue DC, concejal y alcalde por La Cisterna antes de 1973. "Después fue alcalde durante la dictadura en 1985, lo que trajo conflicto en nuestra relación. Yo le cuestioné esa decisión años después, cuando tomé conciencia estando en el Instituto Nacional. Yo era medio chúcaro, se lo enrostré y le molestó mucho. Pero me explicó que lo hizo porque le pidieron que ayudara en su municipio y él tenía mucho sentido de la responsabilidad. Después fue candidato a diputado de RN por La Cisterna. Gastó los pocos ahorros que tenía en la campaña y perdió. Entonces, decidió abandonar para siempre el mundo de la política.

Años después, Sergio hizo amago de seguir sus pasos, cuando cursaba segundo medio en el Instituto Nacional, recién asomada la democracia. Participó de una elección estudiantil y cuando le contó orgulloso a su papá que su lista había ganado, la respuesta fue lacónica: "No vas a hacer nada de eso, termina de estudiar y después haz lo que quieras". Fin de la discusión.

¿Con qué sector político te identificas?

No tengo identificación política en particular. Me ubico más en el espectro norteamericano, creo en el mercado liberal, en lo valórico. No estaría en los extremos. En elecciones anteriores no había apoyado necesariamente a los candidatos de la derecha. No me siento muy cómodo en ese traje.

Pero trabajaste en el gobierno de Piñera en el Ministerio de Hacienda.

Trabajé porque me llamaron a participar de ese proyecto. Cuando fue el terremoto de 2010 sentí que tenía algo que aportar. Vinimos un año y medio acá, y trabajé en Hacienda. Fue una muy buena experiencia.

¿Y te acomodó ese traje en la arena política?

Lo pasé muy bien, trabajé con un equipo de primer nivel, pero también muchas veces me enfrasqué en discusiones fuertes, porque no estaba de acuerdo en determinadas posiciones; pero al final, solía haber una orden y había que acatar. Eso me costó mucho. No tengo estómago para pelear desde esa trinchera político partidista.

Ahora estás en Clapes, que es un centro de pensamiento que dirige un ex ministro de Piñera.

Sí, pero es más académico mi trabajo, con estudios con conferencias, tipo think tank, al alero de una universidad de prestigio. Cuando me quiten la libertad de opinión y de expresión, me voy de inmediato. Tiendo a dudar de los académicos que militan, porque es muy difícil actuar con total independencia.

"Tengo amigas americanas que vienen a trabajar a Chile y me cuentan que en las reuniones cuando ellas hablan es como si fuera un ruido, no se toma en cuenta su opinión y no las miran a la cara. Eso es así".

CODO A CODO POR UN CUPO

Varios años antes de emigrar a Estados Unidos, tuvo que sortear la valla de ingreso al emblemático Instituto Nacional. "Cuando entras, eres solo un número, solo sales a flote por tus méritos, no valen el pituto ni las influencias". Compitió cuerpo a cuerpo con los mejores para mantener la matrícula, en un establecimiento de 4.500 alumnos donde muy pocos son los elegidos que llegan a cuarto medio. "Entrar al Instituto Nacional era el tema. Yo no tenía más alternativa, y por eso me duele tanto ver lo que pasa hoy. Para mí la alternativa era el liceo A 73 de Maipú. Me parece que hoy se desprecia y se está destruyendo el modelo de la meritocracia que cultivan este tipo de colegios. Yo aprendí el valor de la competencia, en el sentido estricto de esforzarte y trabajar duro por conseguir logros. Los alumnos actuales del Instituto están más preocupados de los derechos que de los deberes. Y las señales que reciben es que se valora la igualdad, como si la selección por mérito fuera un pecado.

¿Te consideras un representante de la meritocracia?

Yo creo profundamente en la meritocracia. Si soy un exponente de ella o no, tendrán que decirlo los demás.

¿Cómo te ayudó esa formación tan competitiva en tu vida profesional?

¡Muchísimo! Siempre he estado rodeado de compañeros de estudio y trabajo que son mejores que yo, y la única forma de estrechar distancia es con trabajo duro. En el doctorado, tuve de profesor a un Premio Nobel de Economía (con el que terminó trabajando como su asistente). Nos dio una tarea en la que trabajé una semana completa, 24 horas. De 100 puntos saqué 2,6. ¡Tremendo golpe al ego! Con el tiempo entiendes que eso está pensado para construir carácter. Te creías el mejor alumno de tu país, esta es la respuesta. A mí me sorprende mucho la intolerancia al fracaso de las nuevas generaciones y la incapacidad de competir.

A partir de tu experiencia con otros modelos exitosos ¿En qué nos aprieta más el zapato como estamos educando en Chile?

¡Uf! Estamos equivocando el enfoque, no estamos preparando a los jóvenes para competir en un mundo que es muy exigente. Aquí seguimos premiando la competencia equivocada: aprovechar las pequeñas ventajas, buscar el camino corto al éxito, validar el pituto y los contactos para imponerse sobre quien tiene los verdaderos méritos. Todavía vale en una entrevista de trabajo preguntar dónde vives, quién es tu papá o dónde estudiaste. En Estados Unidos legalmente me está prohibido hacer esas preguntas.

"Aquí seguimos premiando la competencia equivocada: aprovechar las pequeñas ventajas, buscar el camino corto al éxito, validar el pituto y los contactos para imponerse sobre quien tiene los verdaderos méritos".

PLANCHA Y ASEO EN CASA

Este economista es defensor acérrimo de la igualdad de roles con la mujer, en todos los terrenos. Como la caridad empieza por casa, según él plancha, cocina y hace aseo a la par con su mujer, María Isabel Larenas, con quien lleva 15 años casado. Ella, economista como Sergio, máster en Políticas Públicas, hoy ejerce como consultora del Banco Mundial. "Aunque yo tenga un rol más público que ella, siempre me presento como el marido de Isabel Larenas. Tuve la suerte que quisiera casarse conmigo y de verdad, me saco el sombrero ante ella, porque ha hecho una carrera excepcional, a la par de ser el pilar fundamental de una familia preciosa que hemos formado juntos".

Sus tres hijos –una melliza mujer– se han criado en suelo norteamericano, con el discurso de la igualdad de oportunidades más allá del género y la apertura valórica.

¿Crees que en Chile hay oportunidades para la mujeres que aspiran a acceder a ese mundo globalizado?

La evidencia es contundente en términos de desigualdad de salarios, de participación en puestos directivos, etc. Tengo amigas americanas que vienen a trabajar a Chile y me cuentan que en las reuniones cuando ellas hablan es como si fuera un ruido, no se toma en cuenta su opinión y no las miran a la cara. Eso es así.

Pero también hay otra mirada, que es la automarginación. Crecientemente las mejores alumnas en las universidades en Chile que podrían tener una brillante carrera profesional, optan por formar familia y relegar su desarrollo profesional a un segundo plano. Es válido y no hay un juicio de valor. Pero no las vamos a ver en el mercado profesional y eso es una lástima. La responsabilidad puede ser de la formación que recibieron, donde los moldes de educación son discriminatorios.

¿Aplicas estos nuevos modelos en la educación de tu hija de 9 años?

Nosotros les insistimos mucho en que no hay restricciones de género respecto de lo que quieran hacer en el futuro. Muchas veces peleamos con nuestras familias, que naturalmente siguen con ese modelo machista instalado. Si quieren que ella aprenda a tejer, nosotros les decimos que su hermano mellizo también. O que si juegan una pichanga, la incorporen a ella también. Yo siento que acá existe una diferencia de roles que es bien difícil de justificar en una sociedad que quiere romper el machismo.

¿Podemos esperar que sean ellos, niños como tus hijos, la generación del quiebre y el recambio en este sentido?

Si se quedan en el país, sí. Pero para eso, tenemos que generar condiciones atractivas. Los temas que hoy están encima de la mesa en Chile, como el matrimonio homosexual, el aborto, la realidad transgénero, etc, están resueltos en países desarrollados. Pero lo que es interesante es que no lo imponen por ley, sino que se hace un esfuerzo previo de discutir civilizadamente el tema. Nosotros no tenemos esa costumbre, porque realmente no sabemos discutir.

Cuenta que el colegio público al que van sus hijos en primero básico hay libro que introducen el tema de la homosexualidad en forma indirecta en el sentido que ofrecen un modelo de familia diverso no tradicional. "Lo conversamos con nuestros niños y lo ven de un modo natural. Acá el intento fue muy burdo, con la historia del Pequeño Nicolás. Cuando impones realidades de forma burda, es violento y poco inteligente, porque en lugar de generar debates constructivos, terminas atrincherando posiciones. En eso, arrastramos la mochila del subdesarrollo y es bien pesada".

¿Y qué opinas de los incentivos para la paridad de género en política?

Eso es reconocer que es imposible lograrlo por otras vías. Hay formas más inteligentes de buscar paridad. He tenido la suerte de lidiar con mujeres muy potentes e independientes de juicio. Yo, por ejemplo, no puedo imponer nada en mi casa, mi papá tampoco en su momento. Con mi señora las decisiones se toman entre los dos y debo admitir que en el 90% de los casos estoy equivocado.

¿Eso te ha costado?

Ella dice que soy muy machista, pero no me ha costado tanto. Nosotros discutimos en todo ámbito y eso es bueno que lo vean los niños, y que después de escuchar argumentos no se haga lo que el papá dijo que es bueno. Es una forma de romper modelos machistas que tenemos muy enquistados.

Dentro de seis meses, Sergio Urzúa cruzará el umbral de los 40 años; un asunto que lo tiene algo desvelado, pensando en su futuro familiar y laboral. De momento, está instalado en Chile y con la maleta siempre preparada para viajar por el mundo. Porque asume que el suyo, es un mundo globalizado:

No sé dónde está mi casa. Quizás eso sea realmente la modernidad y el mundo en el que van a crecer nuestros hijos. Queremos que ellos tengan identidad y raíces, pero también nos importa la riqueza de la diversidad. Quizás es tiempo de tomar nuevos riesgos, pero no lo tenemos resuelto aún.

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