Silvia Salazar, cuidadora: “Cuando estás en un trabajo como éste, las cosas no las haces solo por plata. Yo las hago por cariño”
“Este es mi segundo cáncer. La diferencia han sido los distintos cariños, pero el ‘amor al arte’ es el mismo. Primero cuidé a mi marido, que tuvo un cáncer de linfoma de Hodgkin –un tipo de cáncer que se forma en el sistema linfático– mientras yo trabajaba haciendo curaciones en un hogar de ancianos. Luego él se mejoró y yo empecé a cuidar a un matrimonio con dos hijitos chicos, me retiré, quedé cesante y justo mi marido, que le hacía el jardín a la señora Angélica, me contó que necesitaban a una persona para las labores domésticas y de cuidado. Me había dicho que estaba recién operada, pero nunca me imaginé en el estado en que estaba.
Hace 8 años, cuando llegué a esta casa, la señora Angélica estaba recién operada de una mastectomía, le habían sacado el cáncer de mama, pero su recuperación recién empezaba. Sus hijos tenían 7 y 9 años y su marido viajaba mucho por trabajo. Recuerdo que todos los días cuando llegaba a trabajar, lo primero que hacía era preguntarle cómo había amanecido. La respuesta solía ser: “mal”. Como yo ya tenía experiencia con pacientes con cáncer, me preguntaba con miedo qué le podía pasar si hacía tal cosa. Y ahí me tocaba motivarla. Yo le decía: ‘ya, vamos, busquémosle el lado bueno, tengamos fe en Dios’, y me gustaba porque nunca la vi echarse para abajo, al contrario, siempre tiró para arriba, luchando, que es lo que más admiro de ella.
Han pasado los años y puedo decir que no es muy difícil encariñarse con ellos como familia. La señora Angélica nunca me ha tratado como si yo solo trabajara aquí, hay un cariño que siento tanto de ella con su marido hacia mí, como hacia mis hijos. Nosotras no tenemos una relación de trabajo, yo no lo veo así ni ellos no me miran así. Para mí son como familia y el cáncer de ella, quizás tuvo que ver en esto.
Hoy veo que nos complementamos. Yo soy su mano derecha dentro de lo que es la ocupación de la casa, estoy pendiente de ella, de sus hijos, de todo y hace poco, –que le hicieron la tercera reconstrucción y le sacaron un músculo de la espalda– verla así, con los drenajes, recién operada fue difícil. Esta vez, yo la vi más complicadita y para mí fue más heavy verle su operación y hacerle las curaciones. Había días en los que ella se levantaba con ganas, pero en el transcurso del día decaía, y el hecho de dejarla en la tarde para mí era complicado, porque yo sabía que ella se tenía que hacer sus cosas, se tenía que atender sola. Don Daniel –el marido de Angélica– es el que me reemplaza en la tarde y hace todo, los niños han cooperado también, pero aún así es difícil.
Hace un tiempo, su mejor amiga falleció de cáncer de mama, y ahí la vi mal y asustada. Me tocaba decirle ‘no piense eso, usted piense que son distintos cánceres y que ella no tuvo la suerte que a lo mejor tuvo usted’, con la convicción de que va a estar bien. Yo creo mucho en Dios, he rezado mucho por ellos y no me gustaría que este cáncer se la llevara como a su amiga, los niños todavía están chicos y por mucho que tengan a su papá, la mamá siempre es indispensable.
Pesa mucho ser el mayor apoyo emocional de alguien. Es estar aquí, compartir con ella, verla todo el día, escuchar, porque creo que eso es lo primordial. En todos estos años no me había sentido afectada al llegar a mi casa, pero últimamente he notado más el cansancio emocional. Para evitarlo, intento pensar que mi casa es mi casa, y que mi trabajo es mi trabajo, pero en la realidad no es así, porque esto no es solo un trabajo. Cuando hice el curso de primeros auxilios, lo primero que nos dijeron fue: ‘tienen que ver al paciente como si esto estuviera pasándole a ustedes’, pero a pesar de tener esa empatía, pienso que a mí no me gustaría pasar por lo que le ha pasado a la señora Angélica, tampoco pasar por ningún tipo de cáncer.
Igual después de todo este tiempo juntas he aprendido que hay enfermedades que a lo mejor tienes que enfrentarlas con otro tipo de actitud, con una parada positiva y en los procesos que ha vivido ella, como el tener que aprender a vivir con un cuerpo distinto, lo hemos enfrentado así. Obviamente hay distintos momentos, últimamente ha sido más difícil para las dos, pero yo veo que ella tiene esa positividad de levantarse todos los días, de hacer su vida, trabajar y recuperarse. Si ella no es de las personas que se queda en la cama, a las 5.45 está metida en la cocina moviéndose.
A pesar de que ha sido complicado, cuando estás en un trabajo como éste, con lo que a nosotras nos tocó, las cosas uno no las hace solo por plata; yo las hago por cariño, por amor a lo que hago y a esta familia. Hay un lazo emocional, y ahora a mí me ha tocado estar aquí con ella, pero sé que ella también está y estará para mí, siempre”.
Silvia Salazar, tiene 53 años y es asesora del hogar.
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