Síndrome de la hija mayor: una sobrecarga extra a niñas y mujeres de todo el mundo
Natalia (30) es conocida entre sus amigas por ser “bien portada”. Cuando niña, nunca hacía berrinches. De adolescente, supo lidiar de buena manera con la separación de sus padres y buscó proteger siempre a Juliana (hoy de 23), su hermana chica. Hoy, es madre de Lucas, de seis meses, y está agotada.
“Yo quería ser mamá y Luquitas es un regalo para mí. Pero estoy muy sola cuidándolo, mi marido pasa todos los días en el trabajo. He pedido ayuda a mis papás, pero no me han venido a apoyar. Y más encima me están pidiendo que apoye a la Juliana, que están preocupados por ella.”, relata.
A diferencia de su hermana, Juliana es definida por sus cercanos como “un espíritu libre”. Ella misma reconoce que ha sido mimada por ser la más chica de la familia. Hace seis meses, se cambió al sur con su nueva pareja, Antonio (48). Y hace dos, supo que estaba embarazada.
“Estoy tranquila, soy adulta, sé lidiar con mis temas. Pero mis papás me llaman todos los días para saber cómo estoy, han ofrecido venir a verme, sé que están pidiéndole apoyo a la Nati y de verdad no lo veo necesario”, afirma Juliana.
Las hermanas coinciden en que siempre ha sido así: sus papás constantemente han exigido a Natalia cuidar a Juliana. Incluso cuando ha sido -como ahora- la mayor quien les pide apoyo.
El cansancio de Natalia tiene nombre: “síndrome de la hija mayor”. Se trata de la carga emocional que las hermanas mayores tienden -y son incentivadas- a asumir en las familias.
El síndrome
El síndrome se convirtió recientemente en una tendencia en TikTok, con el #EldestDaughterSyndrome. Mujeres jóvenes y adolescentes expresaron que se trata de una injusticia ser responsables, desde tan chicas, de cuidar a sus hermanos menores o a sus papás enfermos. Alegaron que muchas veces también se trata de una carga pesada, pero invisible, de responsabilidades domésticas, y que eso tiene efectos perjudiciales sobre sus vidas, salud y bienestar.
La psicóloga familiar Francisca Lucía Venegas sostiene que muchas veces eso ocurre porque son los hijos -hombres y mujeres- mayores quienes les enseñan a sus padres a ser padres. “Todas las primeras experiencias de maternidad y paternidad van a ser con ese hijo. Todas las preguntas tienden a aparecer con el primer hijo o hija que con los otros, porque ya hay un camino recorrido”, comenta.
Eso es potenciado, sin embargo, por roles de género. Es habitual, dice la experta, que a las niñas se les incentive hacer tareas de cuidado desde chicas, con mensajes como “ahora eres la hermana mayor, tu hermanito(a) siempre va a querer seguir tus pasos, te va a admirar, tienes que cuidarlo(a)”.
Diferentes estudios han mostrado que los niños hacen una contribución considerable en el trabajo doméstico que muchas veces es subestimada. Al igual que la división de género que ocurre con los adultos, niñas de entre 5 y 14 años pasan 40% más de tiempo haciendo trabajos domésticos que los niños, de acuerdo con la Unicef. Y, siguiendo una suerte de jerarquía patriarcal, son las hijas mayores quienes suelen ser responsables de lidiar con tareas de ese tipo.
Algo que se mantiene con el paso del tiempo
Salete (65) es la mayor de cinco hermanos. A diferencia de ellos, fue la única que no tuvo hijos, salió de casa o se casó. Cuando sus padres Sonia (87) y Vicente (89) empezaron a ser dependientes, ella se hizo cargo de las tareas de cuidado.
“Quiero que quede claro algo: para mí, no es un problema cuidar a nuestros papás. Pero sí me incomoda que se piense que porque no tengo familia no tengo vida. He tenido que dejar muchas cosas de lado para cuidarlos y lo estoy haciendo sola”, dice.
Según datos del MICARE, en Chile, existen 4.313 cuidadores informales de personas mayores en el país. De esta cifra, un 66,8% son mujeres de 56 años en promedio, indicando que cada vez se hace más probable que mujeres mayores -somo Salete- terminen cuidando a otras personas mayores.
Sonia sufrió un ACV hace dos años y desde entonces ya no logra movilizarse sola. Vicente, por su parte, fue diagnosticado con Alzheimer hace un año. Desde que ambas cosas ocurrieron, Salete ha estado cuidándolos: “Creo que todos en la familia supusieron que era algo natural que pasara. Yo siempre he cuidado a mis hermanos, entonces, ¿por qué no hacerlo con mis papás? Es extraño, porque por un lado siento que es algo muy natural, pero por otro pienso que se asume que es mi responsabilidad hacerlo, y no tiene por qué ser así”.
Francisca Lucía Venegas dice que, cuando son niños, la hermana mayor habla en un lenguaje similar a la de sus hermanos porque sigue siendo niña, entonces muchas veces logra convencerlos de una manera mucho más genuina que los papás. “Eso no tiene porque ser visto, per se, como algo malo. Pero hay varias mujeres que ya siendo adultas pueden estar un poco agotadas de esta dinámica en la que estuvieron durante mucho tiempo. Eso tiene que ver con que siempre tratan de ayudar a los demás, posponen sus propias necesidades, son muy buenas gestionando la vida de otras personas y estas probablemente recurren a ellas para contención emocional, para algún tipo de asesoría o simplemente para buscar algún tipo de consejo. No es extraño que las hermanas mayores que han tenido este rol de cuidado también en su adultez lo tengan en otras áreas”, sostiene la experta.
La psicóloga menciona que, al igual que lo que ocurre con Salete, es muy común encontrar hermanas mayores que, en algún momento de su vida adulta, digan “estoy cansada de postergarme”; “estoy cansada de que siempre piensen que yo voy a estar ahí”; “me cuesta mucho decir que no, me da culpa decirlo porque siento que es lo que se espera de mí”.
Es posible, sin embargo, cambiar esas dinámicas. Francisca Lucía Venegas recuerda el caso de una paciente de 40 años que, desde hacía mucho tiempo, preparaba el almuerzo a su hermano de 35. “Ella siempre lo hacía y se lo iba a dejar a la casa, no porque él no pudiera hacerlo, sino porque estaba muy acostumbrada y sentía, de cierta manera, que era su manera de demostrarle amor. Su hermano, a su vez, igual quería que ella le hiciera el almuerzo, porque ella cocinaba muy bien, pero él sabía que podía hacerlo si fuera necesario”, recuerda. En un dado momento, la hermana mayor dejó de hacer el almuerzo y listo. “No hubo ningún problema y ahora tienen una relación mucho más sana”, relata.
Tres teorías
En un reciente paper, Yang Hu, académico de Sociología de la Universidad de Lancaster (Reino Unido), desarrolló tres teorías del comportamiento que pueden estar detrás del síndrome de hija mayor. Según plantea, estas suelen ocurrir al mismo tiempo y se refuerzan entre sí.
La primera es la teoría de los roles organizacionales. Esta sugiere que las hijas mayores tienden a seguir a sus madres, porque ven en ellas un modelo de comportamiento de género.
La segunda, es la teoría de tipificación sexual, y propone que los papás, muchas veces, atribuyen tareas distintas a niños y niñas en base al género. Incluso cuando los padres buscan la igualdad de género en el hogar, dice el académico, la tipificación sexual puede ocurrir cuando las hijas mayores -aunque inconscientemente- acompañan a sus madres en actividades consideradas propias de las mujeres, como cocinar, limpiar la casa o hacer compras.
Finalmente, la teoría de la sustitución del trabajo plantea que, cuando los padres y madres trabajan afuera de la casa y tienen poco tiempo disponible para el trabajo doméstico, son las hijas mayores quienes, en su mayoría, actúan como sustitutas.
En parte por eso, han planteado distintos estudios, es importante romper con los roles de género desde la infancia y que los avances adquiridos por las madres en términos de igualdad en el trabajo no vengan a expensas del esfuerzo de hijas mayores.
Mirada interseccional
María (27) es venezolana y la mayor de tres hermanos. Con la crisis en el país, migró a Chile hace siete años y, al igual que gran parte de esa población migrante, tras conseguirse trabajo, pasó a enviar remesas a Venezuela.
“Allá gran parte de las personas o están sin trabajo o ganan una miseria. La inflación está altísima, entonces el dinero simplemente no rinde. Por eso yo siempre me hago cargo”, cuenta.
Hacerse cargo ha significado enviar dinero para que su familia se ponga al día con los papeles y puedan salir del país; juntar dinero para que sus hermanos migren; enviar dinero para que su abuela sea atendida por un médico después que le encontraron un tumor; enviar dinero para cualquier emergencia.
“Sí, reconozco que no ha sido fácil. ¿Pero qué carajos puedo hacer si fui la única que logró salir de allá? Básicamente siempre envío dinero, y vivo con la tarjeta de crédito. No, no me da para ahorrar, pero al menos logro hacer con que todas las personas a las que amo vivan y lo hagan un poco mejor”, relata.
Una investigación de la Organización Internacional del Trabajo arrojó que a pesar de que la experiencia y el resultado de la migración son distintos para hombres y mujeres, al analizar los patrones de envío de remesas se descubrió que las cantidades son muy similares en ambos casos. Sin embargo, el estudio resalta que el envío supone mayores esfuerzos para las mujeres debido a que sus salarios tienden a ser más bajos. A pesar de las diferencias salariales, las mujeres presentan mayor continuidad y frecuencia en el envío. La encuesta no indicó si esto tiene que ver con sus roles de género o no.
Recomendaciones
Francisca Lucía Venegas hace hincapié en que es muy bueno potenciar que una hija sea cuidadosa, empática con los demás y que colabore en el hogar. “Pero lo importante aquí es siempre tratar de entender un poco en qué momento de la vida está mi hija, y asignarles tareas propias de su edad”, comenta.
Asimismo, se hace importante hablar de las cargas extras que pueden estar recibiendo las hijas mayores. Como plantea Yang Hu, “debemos ser más conscientes del síndrome de hija mayor, no solo como una lucha individual, sino como un tema de desigualdad de género”.
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