Sixto y Libertad llegaron en 1990 a una playa desértica de la Caleta Chanavayita, a 60 km de Iquique. Había poquísima vegetación, pero mucha arena blanca, mar verdoso y gaviotas, además de algunos pequeños botes pescadores, y un par de lobos marinos que llegaban de vez en cuando. Y también había una casa: a 50 metros de la playa, una construcción de madera pintada de blanco y azul, sin luz ni agua y con techo de pizarreño, que sería el hogar de esta pareja de profesores junto a sus dos hijos, de entonces cuatro y dos años. Pero esa casa también era una escuela, de la cual venían a hacerse cargo, a la que asistían los hijos e hijas de los habitantes de la caleta; todos mariscadores y pescadores. Con el tiempo, la casa-escuela terminaría transformándose también en iglesia, centro comunitario y sede para eventos de la comunidad.

Sixto Pure y Libertad Escobar se habían conocido estudiando pedagogía en la Universidad del Norte de Iquique en 1978, y vivieron sus primeros años de casados en Santiago, donde nacieron sus dos hijos mayores. Libertad no pensaba mudarse de allá –era oriunda de Tiltil y trabajaba en un colegio de monjas con muchas comodidades– pero Sixto, nacido y criado en el norte, ansiaba volver. Por eso, cuando llegó un llamado de la Corporación Municipal de Desarrollo Social de Iquique (CORMUDESI) para que se hicieran cargo de la pequeña escuela de la Caleta Chanavayita que llevaba ya dos años de funcionamiento, la posibilidad fue tomando cada vez más cuerpo hasta que se hizo real.

“Cuando llegué, la verdad pensé que jamás me acostumbraría. Pasar de ser docente de un colegio con muchos recursos a una escuela donde ni siquiera había luz, fue un cambio rotundo. Pero luego, no solo me acostumbré, sino que terminé enamorándome del lugar, de su gente, y de la posibilidad de que la propia playa fuera el patio de mis niños y de mis alumnos, quienes eran hijos e hijas de los pescadores y mariscadores del lugar. Hicimos una linda comunidad. El patio de mis hijos y mis alumnos era la playa misma. Ni siquiera me di cuenta cuando aprendieron a nadar hasta que los vi nadando; vivían muy libres en la playa”, recuerda Libertad, quien llegó con 31 años y hoy, con 63, está muy pronta a jubilarse.

Esa casa-escuela era el único espacio público del poblado. Y gracias a la cercanía de Libertad con la iglesia, el lugar también comenzó a transformarse en un espacio para hacer ceremonias, catequesis o matrimonios. También realizaban eventos bailables con los apoderados, para reunir fondos, aprovechando además los dotes musicales de ambos: ella con la guitarra y él con el charango. La música fue un puntal para educar a niños y armar comunidad con los adultos. “Toda la riqueza que ofrecía el entorno formaba parte de la escuela, y de esos niños y niñas que siendo hijos de hogares sencillos, fueron poco a poco educándose, en forma libre pero sin perderse la formación sistemática”, dice Libertad.

Poco a poco –especialmente gracias a las gestiones de Sixto y el trabajo con la comunidad– consiguieron nuevas dependencias para ampliar la escuela. Así, se mudaron a una edificación que tenía dos salas, una oficina y un comedor: si el establecimiento había comenzado con 14 alumnos, para 1992 ya eran más de 60 niños. “También ayudamos a hacer las gestiones para que llegara el tendido eléctrico al poblado, y el agua por cañería y alcantarillado. Se suponía que veníamos por un tiempo, pero nos terminamos quedando 10 años. Acá nació nuestro tercer hijo; los tres estudiaron en la escuela”, cuenta Sixto.

Después de ese primer periodo a cargo de la escuela, Sixto y Libertad se fueron a vivir a Iquique, pues su hijo mayor comenzaba la enseñanza media, por lo que se instalaron en la capital de la región. “Pero terminamos volviendo de nuevo a la escuela. Fue tanto lo que nos encariñamos con la comunidad, que los mismos apoderados y apoderadas pedían que volviéramos. Entre ires y venires, hoy estamos acá nuevamente, yo ejerzo como director y Libertad como jefa de la Unidad Técnico Pedagógica, pero ambos estamos prontos a jubilarnos”, añade Sixto, quien agrega que la escuela ha tenido muy buenos resultados en la medición Simce.

Con 34 años de existencia, la Escuela Grumete Bolados hoy tiene 170 alumnos, 30 personas en el equipo y funciona de kínder a octavo básico. Desde hace un año, están recibiendo capacitaciones y acompañamiento de la Fundación Educación 2020 en temas de innovación educativa; específicamente, aprendiendo la metodología de aprendizaje basado en proyectos (ABP). “Creemos que la innovación es fundamental. Y de alguna manera creo que intuitivamente siempre fuimos innovadores. Desde enseñar a los niños a sumar y restar con las conchitas que teníamos en la playa, hasta reunir a toda la familia en torno a la escuela. Creo que la innovación tiene que ver con el deseo y el anhelo de llegar más allá, con los recursos que se tienen a la mano, y lograr que el niño y niña sientan fascinación por aprender, que se atrevan a crear. Es emocionante mirar hacia atrás y ver que muchos de los niños que formamos, hoy son profesionales: profesores, ingenieros y músicos. Algunos trabajan hoy en la escuela, y muchos son apoderados de sus niños”, dice Libertad.

Las calles de la Caleta Chanavayita evidentemente ya no son las mismas que cuando este matrimonio de profesores llegó. “Hoy han llegado las mineras, lo que ha traído progreso. Son tiempos muy distintos desde cuando llegamos esa primera vez. Y estar acorde a los tiempos significa ir avanzando. Por eso, nuestro sueño es tener un liceo técnico profesional para que los niños y niñas de la caleta tengan un mejor futuro, puedan salir adelante y ayudar, de alguna forma, a sus familias. Que ya no sea necesario irse a Iquique a estudiar para la educación media, sino que pueda ser acá mismo. Y vemos que este sueño ya se está cumpliendo”, finaliza Sixto.