Sobreviví al SIBO para contarlo

Sobreviví al SIBO para contarlo
Sobreviví al SIBO para contarlo

Hinchazón, mucho dolor abdominal y fatiga son algunos de los síntomas de esta enfermedad intestinal, que suele ser muy difícil de diagnosticar. Y aunque el tratamiento suele ser desgastante emocional y económicamente, quienes lo sobrellevaron dicen que vale la pena.




Vivir hinchada y con dolor abdominal todos los días es la realidad de muchas personas, especialmente de mujeres que sufren viendo y sintiendo cómo sus abdómenes se tensan después de comer poco o incluso, tomar agua. Aunque no es fácil obtener un diagnóstico certero, muchas han tenido la suerte de descubrir que la razón detrás de esta molestia es el sobrecrecimiento bacteriano intestinal o más conocido, por sus siglas en inglés, como SIBO: Small Intestine Bacterial Overgrowth.

Ad portas de su último semestre en la Universidad y en medio del estrés de tener que rendir bien, Claudia Leiva (24) supo que la insoportable hinchazón que la hacía ver como embarazada no era una simple gastritis, como le había diagnosticado un doctor unos meses atrás. Y TikTok le dio la razón. “Estaba completamente inflamada. Mis pechugas estaban más grandes de lo que eran normalmente, sentía la cara inflamada, era muy extraño. Por coincidencia me empezaron a aparecer videos de una médica funcional en TikTok que explicaba los síntomas del SIBO. Era obvio que yo tenía algo así”.

Los principales síntomas de este trastorno, explica Valeria Riquelme (@ nutri_valeriquelme), nutricionista integrativa y funcional y especialista en salud intestinal, son hinchazón, gases, dolor abdominal, diarrea o estreñimiento, malestar gástrico y otros trastornos secundarios como fatiga, cansancio e incluso depresión. “El SIBO puede llevar a una serie de síntomas digestivos y problemas de mal absorción de nutrientes ya que este exceso de bacterias está interfiriendo con los procesos digestivos habituales y contribuye a desordenes profundos en la salud de las personas”, explica.

Cuestiones como dormir todas las noches mal, despertar cansada, que se le cayera el pelo, que sus uñas fueran frágiles y que no pudiera concentrarse bien, eran parte de la vida de Claudia y así ella lo asumía. No sabía que tenían que ver con el grave déficit de nutrientes que le produjo el SIBO. “Por la hinchazón me sentía muy incómoda físicamente y al estar con la guata como de embarazada, también me bajoneaba porque no me gustaba verme así. Dejé de arreglarme y empecé a usar ropa suelta para que no se me marcara la guata”, cuenta.

La disciplina del tratamiento

Para diagnosticar este sobre crecimiento de bacterias intestinal, explica la Dra. Carolina Pavez, gastroenteróloga especialista en enfermedades inflamatorias intestinales de la Red de Salud UC Christus, se hace un test de aire espirado con lactulosa, que mide, a través de muestras respiratorias, los niveles de hidrógeno y metano en el aire exhalado; los cuales, en condiciones normales, solo deberían encontrarse en cantidades mínimas. Cuando hay SIBO, esos gases se disparan paulatinamente.

“El tratamiento del SIBO implica que los pacientes deben recibir antibióticos por 14 días. No siempre se acompañan de suplementos, pero sí se le sugiere al paciente un consumo de una dieta baja en azúcar y lactosa para evitar la distensión abdominal. Es bien frecuente que como efecto asociado en algunos pacientes produzca diarrea durante los primeros días”, explica la gastroenteróloga.

Desde su visión funcional e integrativo, la nutricionista Valeria Riquelme recalca la importancia de encontrar la raíz del desajuste para que los pacientes no vuelvan a tener SIBO. “El tratamiento no consiste solo en tomar antibióticos o seguir una dieta baja en FODMAPS (un grupo de carbohidratos de cadena corta que se encuentran en ciertos alimentos y que pueden ser difíciles de digerir y fermentar en el intestino); se trata de un cambio de ambiente a nivel digestivo para remover los focos de inflamación y comenzar a equilibrar la salud intestinal, emocional, metabólica y hormonal. Esto abarca también el estilo de vida. Y es que el gluten, la caseína de los lácteos de vaca, la soya, los alimentos ultra procesados, el estrés, el mal dormir, las alteraciones del nervio vago o ritmo circadiano pueden repercutir en nuestra salud digestiva”, explica.

No es normal hincharse tanto por tomar un vaso de agua o sentir intensos dolores abdominales que no paran y Darling Guerra (18) lo sabía. Además de sentirse mal, se sentía “fea y gorda”, así que decidió hacer un tratamiento con antibióticos por dos semanas, que era la opción “rápida” para acabar con su malestar.

“Estaba con un sobre crecimiento bacteriano impresionante. Empecé con los antibióticos y decidí no acompañarlo con la dieta libre en FODMAPS porque era muy lento y en realidad, yo quería hacerlo lo más rápido posible por la molestia que generaba en mi autoestima el hecho de estar inflamada todos los días. Yo creo que eso fue lo más difícil de todo el proceso: el aceptar mi cuerpo muchos meses muy inflamado y no sentirme cómoda con nada de lo que me ponía. En el fondo, me sentía físicamente mal, y al mismo tiempo, fea y gorda”, asegura Darling.

El costo, económico y emocional, del tratamiento

La dieta libre de FODMAPS, que es muy beneficiosa para la inflamación abdominal, es baja en carbohidratos fermentables, por lo que genera menos distensión, pero implica seguir una pauta bastante restrictiva que, muchas veces, significa un obstáculo tanto económico como emocional para quienes quieren encontrar la cura de esta enfermedad.

Una de las principales preocupaciones que reportan quienes tienen esta enfermedad, es el costo del tratamiento. Y es que además de tomar antibióticos y seguir la dieta baja carbohidratos fermentables, generalmente tienen que consumir también una serie de vitaminas y probióticos para apoyar la ingesta nutricional. A eso se le suma que seguir un tratamiento enfocado en la salud digestiva puede demorar entre 2 a 6 meses, como mínimo. Es un camino lento pero seguro, porque se preocupa de erradicar el problema desde su causa, explica la especialista en salud intestinal, Valeria Riquelme.

Sobreviví al SIBO para contarlo
Sobreviví al SIBO para contarlo

“Soy de región y estudiaba en Santiago, entonces cualquier gasto extra se sentía grande y no me daba el bolsillo a mí ni a mi familia para financiar todo lo que me recetaron. Además de seguir una dieta libre de FODMAPS, que es muy restrictiva, cara y engorrosa –porque básicamente no puedes comer verduras–, tenía que suplementarme con vitaminas y pagarle consultas a mi nutricionista. La dieta fue horrible y me bajoneaba mucho porque no podía comer ni cocinar lo que yo quería. Comía todos los días lo mismo y me sentía agotada, porque para intentar ahorrar y tener la certeza de que podía comer todos los ingredientes, tenía que cocinarme todo yo al llegar de la Universidad. A veces llegaba tarde y al otro día entraba a las 8 a.m., entonces, aparte de estudiar y hacer trabajos, tenía que dedicarle una hora y media por lo bajo a mi dieta. Necesitaba estar bien equipada porque si no, me moría de hambre”, cuenta Claudia.

La presión económica que significó este nuevo y gran gasto para el presupuesto estudiantil de Claudia, además la hacía sentir presión por sanarse luego. “Un día me dio un bajón porque no había comido nada dulce en todo el día. Me comí unas gomitas y me sentí pésimo, y además muy culpable por haber fallado en este tratamiento tan caro, sólo por un antojo. Es tremendo porque pienso que es un contexto que puede empujar al desarrollo de una relación inestable con la comida o a un Trastorno de Conducta Alimenticia”, asegura.

Pero al final Claudia lo logró. Sortear los obstáculos para llevar a cabo esta dura dieta tuvieron recompensa y hoy se siente mucho mejor. “Se me hizo largo, pero de a poco con el tratamiento me fui sintiendo mejor. Ahora descanso y me concentro más, ando con más energía y rindo más en la Universidad. Fue muy liberador terminar con la dieta porque era muy demandante y limitante”.

Hoy, que Claudia sabe lo que significa sentirse bien, dice que, para sobrellevar este tratamiento, se necesita disciplina, pero también la ilusión de lo bien que te vas a sentir después. “El proceso puede ser muy engorroso y desgastante emocional y económicamente, pero vale mucho la pena porque tu concentración, tu nivel de energía y tu motivación mejoran. Al tener mejor concentración tienes más claridad para ver las cosas e incluso aparece un sentimiento de calma. Si uno es rigurosa y logra terminar el tratamiento es impresionante el cambio; te sientes mejor en todos los sentidos posibles, incluso en aquellos de los que ni siquiera sospechabas”, concluye.

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