Si lo pensamos bien, las manos nos ayudan a sortear la mayoría de nuestras actividades. Las usamos para trabajar, para sentir, para demostrar cariño e incluso, sellar pactos sociales “inquebrantables”. Pero hay una condición llamada hiperhidrosis, que afecta entre el 2 y 3% de la población mediante una sudoración excesiva de las palmas de las manos –también los pies, las axilas y la cara–, que hace que esa sencilla acción sea algo más difícil de hacer.
Jorge Bernstein (23) comenzó a experimentar sus inseguridades más importantes en la adolescencia producto de la sudoración excesiva. “Cuando estaba sentado al lado de alguien que me gustaba, siendo muy joven todavía, no sabía como romper el hielo para tomarle o no la mano, porque sentía que era vergonzoso iniciar una relación exponiendo una condición así. Ahí empezaban miles de cuestionamientos que se sumaban a la adrenalina del momento, como “¿tendré que esperar a que ella lo haga y que se de cuenta sola de que me sudan las manos?”, o, “¿debería avisarle para estar seguro de que no le de asco?”. En vez de ser una situación romántica, se transformaba en una complicación”, cuenta.
Y es que el hecho de tener hiperhidrosis, “puede llegar a ser tan limitante como no poder darle la mano a alguien que te gusta, no poder agarrar un billete porque este se moja y se rompe, y hasta no poder poner tu huella dactilar en un lector para reconocerte”, explica David Lazo, cirujano torácico y creador de la página hiperhidrosis.cl para combatir la desinformación que ha existido hasta el momento. Es una enfermedad que, según la Revista Chilena de Dermatología en 2018, afecta “significativamente la calidad de vida de las personas”, mientras que un estudio del hospital de la FACH ya había comprobado en 2011 que el 81% de los pacientes sentía la hiperhidrosis como una limitante importante cuando no tenían tratamiento.
Para entender por qué ocurre esta desregulación de las glándulas sudoríparas, el médico de la Universidad de Chile y psiquiatra de la Universidad de Londres, Enrique Jadresic, explica que “el sistema nervioso tiene dos partes: una que se relaciona con los actos voluntarios, como lo puede ser escribir o tomar un vaso de agua, y otra que es independiente de la voluntad. Ese es el “sistema nervioso autónomo”, que incluye los latidos cardiacos, el rubor y el sudor”. Aquí es importante saber que existen dos tipos de hiperhidrosis, porque como explica el especialista, “hay personas cuya sudoración se da de forma espontánea por un factor genético, que es la primaria, y luego, la secundaria tiene que ver con factores externos como las emociones de vergüenza, rabia o ansiedad, y también producto de las enfermedades endocrinas como el hipotiroidismo o la diabetes”.
Si se analiza la mayoría de los casos, según Enrique, “normalmente encontraremos una mezcla de elementos primarios y secundarios, donde hay factores biológicos y emocionales”. Hay que conocer las características de cada paciente para avanzar a una evaluación sobre la hiperhidrosis, pero ojo, también influyen los factores culturales para saber cómo afecta la calidad de vida. David Lazo cuenta que “hay sociedades que consideran el sudor como algo sucio y en nuestro país, el aseo personal es importante para encajar, a diferencia de otros donde no es ningún drama”. Todo se vuelve más complejo todavía si estas circunstancias, se dan en la adolescencia, el periodo más común para el desarrollo de la hiperhidrosis.
Carla Insunza, psiquiatra e integrante de la Unidad de Enlace Infanto-Juvenil del hospital clínico de la Universidad Católica, explica que la dificultad de la sudoración excesiva en esa etapa de la vida es “que la condición queda en evidencia como algo desagradable frente a un grupo de pares, generando un círculo vicioso. Al verse enfrentado a este trauma social, se activa aún más la respuesta física a través de la taquicardia o la sudoración, haciendo que una vez que quede en evidencia, sea difícil salir de ahí”.
Paula Quezada (44) relata que su hija de dieciséis años, Beatriz, se quedó estancada en ese círculo producto de una hiperhidrosis que le dio hace tres años. “Incluso antes de la pandemia, sentía que ella ya se había encuarentenado en su pieza. Al principio, decía que sudaba demasiado y que le daba vergüenza estar con sus amigos. Siempre quería venirse antes del colegio, e incluso, los inspectores le daban permiso porque la veían sufrir. Yo notaba que se secaba su carita con las manos siempre, y me extrañaba que en verano ella prefería andar con polerón aunque hicieran 34 grados de calor”, cuenta.
Enrique Jadresic define que la razón para que a la sudoración la acompañe una vergüenza excesiva, es que “una persona con hiperhidrosis primaria, puede desencadenar secundariamente un trastorno de ansiedad o una fobia social, que se relaciona con exponerse a pasar una vergüenza una experiencia traumática de haberse sentido diferente, o directamente, juzgada. Pero también, puede ser a la inversa, y que por tener complicaciones sociales, se desarrolle esta sudoración excesiva”.
Cómo influyen las expectativas personales y sociales en este tema
“Mi hija ha tenido desde niña problemas de convivencia con las personas y de autoestima”, cuenta Paula Quezada. “Hasta el día de hoy, carga con una depresión severa que ha impedido que yo alguna vez la haya visto realmente feliz. Por eso con su papá pensamos que buscar un tratamiento para la sudoración que probablemente también estaba conectada con todos sus problemas psíquicos, iba a arreglarlo todo. Así, saque mis dos retiros del 10% de la AFP y fuimos en busca de un cirujano para que la operara”.
El doctor David Lazo cuenta que ese procedimiento se llama “cirugía de simpatectomía torácica”, que consiste en una intervención relativamente rápida –45 minutos– donde se corta el nervio del sistema simpático autónomo para evitar que siga llegando el impulso del sudor a un lugar en particular. “Quien deba recibir este tratamiento es alguien cuyo exceso de sudoración le cause un trauma emocional o inhabilitaciones laborales, pero es el último escalafón. La idea es llegar a este punto con un camino ya recorrido, donde antes se hayan tratado de investigar todas las medidas posibles”, dice.
“Cuando salió de pabellón, mi hija tenía todas sus esperanzas en estos resultados, y la semana que vino estuvimos felices como nunca. Pero luego, todo se volvió negro de nuevo. En vez de terminar con la sudoración excesiva definitivamente, la operación trasladó el sudor a otras partes de su cuerpo donde antes no la tenía. La frustración que le provocó ver ahora sus muslos y su espalda mojada, la ensimismó más, al punto que ahora no solo anda con un polerón en verano, sino también con calzas y pantalones. Me siento culpable de no haber averiguado más antes, porque ahora su calidad de vida es peor”, cuenta Paula.
El fenómeno de la “sudoración compensatoria” es la que ha hecho que la operación sea vista como el último recurso que hay que utilizar, porque las probabilidades de que ésta exista “son absolutas, y eso es lo que provoca una pequeña trampa, porque puedes dejar de sudar en un lugar pero comenzar en otro sin un porcentaje de cantidad predecible”, dice David Lazo. Enrique Jadresic agrega que por eso, es fundamental el momento de la evaluación multidisciplinaria del paciente para formarse una idea completa de lo que significa el tratamiento. Para regular las expectativas, hay que revisar el estado emocional, la estructura psíquica y biológica, y también de manera muy importante, la ocupación del paciente”.
Emilia Valenzuela (25) es egresada de derecho, y cuenta que a pesar de que sabe que suda de manera excesiva en las palmas de las manos y las plantas de los pies desde que tiene memoria, el momento más álgido de su condición fue cuando estaba preparando su examen de grado. “Se acercaba el verano y también la fecha del examen que cada vez me ponía más nerviosa. Me di cuenta de que de repente, no podía tomar el lápiz porque se resbalaba, no podía subrayar porque se corría la tinta, ni tomar los papeles porque se mojaban. Ahí fue cuando entré en desesperación hasta el punto de pensar que no iba a lograrlo. Y es que a pesar de que sé que mi condición no puede inhabilitarme para ejercer mi carrera, definitivamente la hace más incómoda, sobre todo porque en Derecho la presentación es muy importante”.
Emilia comenzó a tratarse hace dos meses con terapia botulínica, que consiste en inyectar bótox en los lugares localizados de sudoración, y que según Katherine Barría, dermatóloga estética de la Clínica Alemana, “es un tratamiento que se recomienda mucho, que puede durar entre 6 y 12 meses, y que funciona en el 90% de los casos sin riesgo de sudoración compensatoria”. Pero Emilia relata que a pesar de que pueda encontrar una solución en él, “estuve más o menos 10 años aguantando sin tener un tratamiento, por todos los factores que no garantizaban que la hiperhidrosis mejorara, o que la alta inversión valiera la pena”.
También es un tema el hecho de que los tratamientos sean muy caros, donde cada inyección botulínica puede llegar a costar $400.000 pesos por una duración de 6 meses. Ninguno de ellos tiene cobertura estatal, y es “un trámite engorroso de tratar con las Isapres”, según cuenta Emilia, desde su experiencia. Probablemente, si la condición tuviese más visibilidad, se podría tratar mucho antes, pensando en que según Enrique Jadresic, el tratamiento oportuno “pueden evitar montones de consecuencias psicológicas”. “A la vez, es bueno que se deje de invisibilizar la hiperhidrosis”, agrega, “porque a la gente no le avergüenza tener la presión alta, pero sí sudar, porque no se considera socialmente como un trastorno médico”.