Paula 1157. Sábado 27 de septiembre de 2014.
Históricamente ligada a la ciencia y a los museos, hace algunos años la taxidermia comenzó a utilizarse como una potente técnica del arte visual, que necesita del dibujo, de la escultura y del corte y confección. Aquí, tres artistas nacionales que la practican y que están dando que hablar en Chile y en el mundo.
Tania González y sus pájaros
Vegetariana y amante de los animales, la artista egresada de la Universidad de Chile Tania González (29) utiliza la taxidermia como valor agregado en su pintura de bodegón o naturaleza muerta, mezclando jarrones o frutas con animales silvestres. Pero estos últimos, en vez de pintarlos, los incorpora físicamente. Esa idea la comenzó a trabajar hace siete años, cuando contactó a un conocido que tenía un criadero de aves y que le entregó dos faisanes que habían muerto de forma natural, al igual que todos los animales con los que trabaja Tania. Algo logró hacer con ellos, pero se perfeccionó cuando llegó a trabajar en la reconstrucción del Museo de Historia Natural, después del terremoto del 27F, donde conoció a Ricardo Vergara, quien le enseñó esta técnica. Desde ahí ha taxidermizado más de 50 aves, desde pequeñas codornices hasta patos. Las primeras obras que realizó –híbridos entre taxidermia y pintura al óleo– obtuvieron mención honrosa en el concurso Cabeza de Ratón 2010, del Mavi, y luego fueron exhibidas en la exposición colectiva Tierra póstuma, en galería Bech en 2013 y en galería Temporal en 2014. "Solo taxidermizo aves, porque ocupo la taxidermia como una herramienta para darles valor a mis pinturas, y en el género del bodegón solo hay pájaros. Para todos soy la niña de los pájaros. Me han llamado para preguntarme cuánto cobro por taxidermizar una mascota, pero jamás lo haría porque se escapa del verdadero sentido que tiene para mí: eternizarlos y mostrarlos como arte visual. De dignificarlos a través del arte", dice Tania, quien, además, es directora de Chucao, una empresa que presta servicios de taxidermia para proyectos culturales.
La interpretación de Florencia Grisanti
Tanto Florencia Grisanti, como Antonio Becerro y Tania González, fueron instruidos por el mismo taxidermista: Ricardo vergara, jefe del Museo de Historia natural. Para todos –férreos defensores de los animales– este arte es una forma de resignificar su muerte: Becerro, desde la protesta; Grisanti, desde el ritual melancólico, y González, desde la eternización.
"Siempre he coleccionado y recolectado materia orgánica, desde que tengo memoria", dice Florencia Grisanti (31), licenciada en Artes Plásticas de la Universidad Finis Terrae, quien aprendió taxidermia para su proyecto de tesis: un taca-taca que, en lugar de jugadores, tenía pequeños animales. Así llegó al Museo de Historia Natural, donde estudió con Ricardo Vergara por cuatro años para luego exponer su muestra Honesta anatomía en el mismo museo. Para ella, el interés está más en el proceso de creación que en el resultado. "Tienes que habituarte a tocar muchos cuerpos distintos al tuyo, cuerpos que ya no están vivos y que, sin embargo, guardan una cierta actividad. Hay un movimiento que tiene relación con la melancolía. Eso es lo que me fascina de la taxidermia, que es una práctica ritual en la cual el animal es transmisor de un remanente de vida, que tú debes interpretar", dice Florencia, quien ahora trabaja como taxidermista adjunta en el Museo de Historia Natural de París. Fue una de las autoras de La noche, importante exposición de ese museo que en enero de este año mostró los hábitos de cientos de animales cuando se esconde el sol. Además, codirige el colectivo Ritual Inhabitual (www.ritualinhabitual.com) que desarrolla un archivo audiovisual sobre la taxidermia y ha colaborado con proyectos como la restauración de la más antigua colección de colibríes del mundo. Por estos días está en Martinica, Francia, trabajando en la creación del Museo de Historia Natural local.
Antonio Becerro, precursor en Chile
Pionero en cruzar la taxidermia con el arte, Antonio Becerro (50) entró a estudiar con Ricardo Vergara en 1995 guiado por una obsesión: pintar la Venus de Botticcelli, acompañada de dos perros reales. Trató de conseguirlos, pero como nadie los tenía, lo contactó para que él le enseñara a prepararlos. Estudió dos años y, mientras lo hacía, expuso en 1997 Semi doméstico, su primera muestra ciento por ciento taxidérmica: eran 10 perros atropellados y recogidos de la carretera. "En ese tiempo las carreteras eran públicas y estaban llenas de cadáveres que no recogía nadie. Desde niño tuve la imagen recurrente del perro muerto en el camino. Por eso quise mostrar el accidente a través de las heridas, como un método de protesta", dice Becerro. En Óleo sobre perro, que financió con el Fondart que ganó en 2000, mejoró la técnica y escondió las heridas de los perros, les sacó el pelo y dibujó y pintó sobre su piel. "Los animalistas reaccionaron ante un arte que para ellos no era arte porque nunca antes lo habían visto en Chile. Incluso fui encarado por autoridades, fue un escándalo", recuerda. Pero con todo en contra, siguió desarrollando su habilidad: llegó a evolucionar a los perros, a humanizarlos. En una ocasión hizo un tributo a Roberto Parra, a quien conoció poco antes de morir, con un perro parado en dos patas y tocando la guitarra. En enero de este año, Becerro expuso en el Museo Nacional de Bellas Artes la muestra Encontraron cielo, una instalación de 30 esculturas de perros, pero hechos en fibra de vidrio con resina plástica. "Dejé por un rato la taxidermia porque quería experimentar el trabajo en serie. Pero con todo el conocimiento que tengo, logré actitudes de los perros idénticas".