Sentía que había tenido mucha suerte. Que el hecho que su padre hubiera estudiado una carrera en STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) marcó un antes y un después en su vida. Que gracias a que él se había titulado en geología, ella pudo salir de contextos de vulnerabilidad y pobreza en los que vivía en las afueras de La Serena. Que eso le permitió estudiar, aprender más, tener más oportunidades que otras niñas.

“Sentí que tenía la necesidad de devolver la mano, ayudar a otras niñas a que ellas también pudieran salir de la pobreza”, cuenta hoy Katherine Vergara (41), días después de haber recibido el premio For Women in Science 2023, de L’Oreal y UNESCO.

Diseñadora gráfica de la Universidad Santo Tomás, Master Social Science de la University College London, estudiante de doctorado en Ingeniería y Ciencias de la Computación de la Universidad Católica y divulgadora tecnológica en el Instagram @STEMtivista, Katherine ha observado que “cuando una niña sale de un contexto de vulnerabilidad, saca a toda su familia”. Por eso está decidida por completo a la educación. Y si es de la mano de la tecnología, mejor aún.

Lo más lindo de la tecnología es que es amplia. Me da mucha pena cuando las niñas me dicen que la ingeniería es cuadrada o poco creativa. No, podemos crear lo que se nos ocurra.

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Desde chica ha sido fanática de los videojuegos con su hermano. Antes, mucho antes de 2022, cuando se convirtió en la primera chilena en ganar un Abie Award por su trabajo en el mundo de la tecnología, Katherine jugaba. Atari, Space Batlle. Recuerda con especial cariño una navidad en la que les regalaron Duck Hunt, el primer juego en el que no usaba un control remoto, sino una pistola. “Para mí fue increíble ver cómo algo físico, de nuestro mundo real, podía intervenir en lo que pasaba con la tecnología. Me enamoré de las posibilidades. De ahí seguí para siempre siendo muy gamer, jugando harto y aplicando ese conocimiento del videojuego a la educación, porque la gamificación y la entretención son maneras de conectar con los niños y niñas”, comenta.

Katherine se acuerda con exactitud del momento en que se percató de que era posible asociar la educación a todo lo tecnológico: estaba trabajando en Start Up Chile (generación 16) y había desarrollado con su equipo una aplicación a través de la cual un usuario podía escuchar una historia de la ciudad dependiendo de dónde estaba. “Estabas aquí y se te activaba una historia, ibas pasando por la iglesia del centro y te contaba una historia de eso, pero eran historias muy de la mitología y la tradición oral”, detalla.

Mientras trabajaba en ese proyecto, también conoció a una joven de Eslovenia que desarrollaba videojuegos para empresas y se dio cuenta de que era muy factible unir su pasión por Atari, Space Battle, Duck Hunt y tantos otros juegos con la educación. Poco a poco, Katherine empezó a aplicar esa idea a sus clases.

“Es una manera muy linda de acercarse a la programación porque es muy práctico, uno ve inmediatamente lo que está haciendo. Además, me gusta mucho lo tangible, por eso trabajo mucho con robótica y ahí he ido mezclando ambos mundos. Yo diría que eso es lo más lindo de la tecnología: es amplia. Me da mucha pena cuando las niñas me dicen que la ingeniería es cuadrada o poco creativa. ¡No! Es amplia, podemos crear lo que se nos ocurra, podemos combinar videojuegos, programación, robótica, inteligencia artificial. Yo misma lo hago, ocupando distintas herramientas de la tecnología, pero siempre aplicándolas a la educación”, afirma.

De la idea a la práctica

Katherine empezó a mezclar los mundos de verdad cuando entró a trabajar a la fundación de educación STEM “Ingeniosas”, que busca inspirar vocaciones en niñas. Ahí comenzó a hacer combinaciones, de manera tentativa, de metodologías didácticas con herramientas de realidad aumentada.

“Yo estaba trabajando en eso cuando dije: ‘¿sabes qué? Debo parar, debo hacer un doctorado para saber más, para aprender más, para hacer talleres así desde el conocimiento”, recuerda. Lo hizo: en el doctorado, investiga y aprende cómo se combina la tecnología con la educación y, en específico, cómo hacer mejores clases que inspiren a las niñas en contextos de vulnerabilidad. Que no sientan que la tecnología no es para ellas. Que no se fijen en los sesgos o en los estereotipos.

-¿Por qué sentiste que tu trabajo tenía que tener esa perspectiva de género?

-Porque cuando uno ayuda a que una niña tenga un buen trabajo, competitivo, con un buen salario -además que pueda ser hecho de manera remota o flexible y que la va a ayudar a compatibilizarlo con su vida personal- la estás ayudando a que toda su familia salga de ese contexto de vulnerabilidad. Por eso trabajo con ellas. Y si trabajo con niños es para que ellos vean a las niñas como pares intelectuales. Ese también es un trabajo importante, porque sin eso las niñas se empoderan, aprenden y salen a un contexto en que siguen habiendo muchos estereotipos y barreras. Entonces es fundamental hacer un trabajo de género con los niños.

Con ese foco, Katherine hoy desarrolla en el doctorado una metodología que busca incentivar habilidades metacognitivas en las niñas, las llamadas “habilidades poderosas”: la tolerancia a la frustración, la resiliencia, el coraje, el aprender a aprender (que las niñas sepan cómo ellas aprenden, que puedan desarrollar estrategias de aprendizaje adecuados para ellas).

“Esa es una metodología que aplico a cualquier área técnica que llevo a los colegios: robótica, electrónica, programación, circuitos de papel. Lo que sea que yo vaya a hacer técnicamente va acompañado de esta metodología. He visitado muchos lugares en Rancagua, Santa Cruz, Peralillo, entre otros y también lo hago en la Universidad Católica, en pre Ingeniería y en Penta-UC”, comenta.

Ese trabajo con las habilidades poderosas fue el que le rindió a Katherine el premio de L’Oreal. Entre los principales hallazgos que ha encontrado en esa labor, están que cuando solamente se entrega conocimiento técnico a las niñas, como aprender a programar o aprender electrónica, ellas lo pueden hacer porque tienen la misma capacidad que los niños, pero no desarrollan una vocación en tecnología. “Sin las habilidades poderosas no las inspiras a seguir aprendiendo de eso, sino que es algo que se queda contenido en lo entretenido que estuvo el taller. En cambio con esta metodología las niñas quieren seguir aprendiendo, quieren conocer más, quieren hacer un taller y en un momento dicen ‘yo consideraría una carrera en tecnología en el futuro’”, detalla Katherine.

Ese es el principal objetivo de su labor: atacar la brecha de género en el sector STEM, donde actualmente solo 20% de los trabajadores son mujeres. “Tenemos que aumentar esa cifra, pero para eso necesitamos que el interés de las niñas en talleres tecnológicos sea repetitivo y sostenible en el tiempo”.

Corajosas

Entre todas las habilidades poderosas, para Katherine la más importante es el coraje. Lo explica: “las mujeres crecemos en un sistema social institucionalizado -que en la teoría feminista se llama patriarcado- donde te traspasan sesgos, estereotipos, cargas de la familia, un montón de cosas que hacen que las mujeres nos atrevamos menos a hacer cosas para las que no somos buenas. ¿Por qué? Porque tenemos que ser perfectas, porque nos crían para que hagamos todo siempre bien. Todos esos sesgos hacen que no nos atrevamos a hacer cosas que al principio son difíciles”.

Y la tecnología es algo que al principio puede ser desafiante. Entonces que las mujeres desarrollen coraje para lidiar con lo difícil, para arriesgarse, es fundamental. De hecho, un estudio en EE.UU. reveló que solo el 22% de los hombres deja de hacer una tarea cuando es muy difícil frente a un 86% de las mujeres. “Lo cierto es que todas las cosas son difíciles cuando estás empezando, pero si no pasas esa barrera, no llegas a la que ya es un poco más fácil, a la que te empieza a gustar y lo sabes hacer. Si no pasas ese punto, nunca vas a ser buena en eso, nunca vas a tener una carrera en eso. Hay que superar la primera barrera, hay que ser corajosa”, afirma.

–¿Qué historias recuerdas de niñas que aceptaron ese desafío?

-Hay muchas, y son todas muy lindas. Una de ellas es de una niña de un colegio de Santiago. La conocí muy chica, cuando ella tenía doce años. Este año ella entró a ingeniería en software y eso para mí ha sido increíble, porque la vi crecer, la vi interesarse y la vi finalmente ir contra la brecha de género. Otra historia linda es la de una chica que estudiaba enfermería cuando la conocí, pero no le gustaba. Y en un momento, en uno de mis talleres, dijo que se sentía capaz de hacer algo más desafiante y se cambió a telecomunicaciones. Hace poco estuve con ella en un encuentro de titulados del DUOC UC, y ella agradeció mi taller. Cuando uno está haciendo los talleres no se imagina que las cosas que estás diciendo pueden impactar tan profundamente a las personas que las escuchan. Fue demasiado emocionante.

En este año que recién empieza, Katherine quiere ir por más: una vez que termine el doctorado en el primer semestre, quiere encontrar una forma de transferir de la academia a la industria el prototipo metodológico que está realizando. Su idea es que las niñas puedan utilizarlo y mejorar la educación de programación en el país.

Su idea es encontrar a más niñas corajosas. Con superpoderes como ella.