Tamar Aránguiz (30) vivió durante 12 años con su hijo, hasta que en 2018 conoció a su actual pareja y se fueron a vivir todos juntos. “Estábamos todos muy felices y funcionando perfecto, por eso decidimos agrandar la familia”, cuenta. “Cuando quedé embarazada, me sentí más acompañada que nunca, y mi hijo y mi pareja también se veían radiantes y me cuidaban un montón. Era un paraíso para todos. Pero cuando nació mi hija, toda esa atención que estaba recibiendo se fue desplazando hacia ella, haciéndome sentir que cada día que pasaba, me iba quedando un poco más en las sombras”.
Según Tamar, la relación que hasta entonces tenía con su pareja, e incluso con su hijo, se vio mermada por la llegada de esta nueva integrante a la familia. “Su padre la tenía en brazos siempre, y con suerte hablábamos si no se trataba de la niña, dejando nuestra relación de pareja anulada. Con el tiempo, mi hijo también comenzó a copiar estas conductas y a centrarse solo en ella. Los tres jugaban todo el día, y a mí solo me tocaba la parte dura, cuando había que amamantarla, vestirla o cambiarla, al punto que yo sentía que solo ahí se percataban que yo seguía existiendo. De verdad me sentía como un instrumento, una proveedora de leche y nada más. Entendía la emoción por tener a una nueva integrante en la familia, pero era extraño pensar que eso era sinónimo de que yo quedara completamente fuera de la película”.
“A ellos les había llegado un regalo a la vida, y a mí, una responsabilidad”, cuenta Tamar sobre esos primeros meses. “Hasta que un sábado nos levantamos todos juntos, tomamos desayuno y les traté de expresar la pena que sentía por creer que ya no tenía su atención. Al contarlo, me dijeron que era ‘pesada’ y ‘exagerada’”.
Lo que le pasó a Tamar refleja un tema tabú que por el solo hecho de mencionarlo, puede suscitar un juicio. Y es que el “celo” no parece encajar en la descripción de la madre ideal. Pero lo que en realidad podríamos estar revisando al hablar del tema, es lo que Christianne Zulic, psiquiatra infanto-juvenil con Magister en Estudios Avanzados de la Familia y la Pareja de la UAH, describe como un fenómeno “con una multiplicidad de factores que no vemos, porque nuestra cultura a veces es tan estructural y etiqueta tan rígidamente el rol maternal, que las mujeres no tenemos oportunidad de revisar y sanar heridas en nuestros propios vínculos y que pueden estar causando este sentimiento”.
Débora Balbaryski, psicóloga experta en temáticas de género y creadora de la cuenta de Instagram @mama_psi.co.criando, explica que entre los factores que pueden provocar los celos se encuentra “una soledad que pueden sentir las madres después de haber vivido un proceso de alto impacto como es parir, y no tener la atención suficiente que necesitan. La mamá también es prioritaria, y restarles esa importancia, puede desencadenar distintos fenómenos que afectan a la autoestima, porque además hay que vivir con la etiqueta de que si pedimos atención somos exageradas o egoístas”.
Es un sesgo y estereotipo que si es adelantado, significa un daño y no una solución, ya que según Paula Martínez, psicoterapeuta co-fundadora de Casa Natal y comisionada en tratamiento perinatal por el Colegio de Psicólogos de Chile, “la madre que ningunea también se ha enfrentado a un menosprecio doloroso”. Y omitir ese hecho, es ignorar, según Paula, que “la estructura patriarcal competitiva e individualista haga que la madre sea vista casi como un depósito o instrumento proveedor para la hija o el hijo del hombre, una fábrica de leche, un vientre, y no una persona”.
Tamar cuenta que esta sensación se fue amainando con el tiempo. “Empecé a tomar medicamentos para controlar la ansiedad. Eso también me dio espacio para pensar por qué me había sentido tan dejada de lado, y llegué a la conclusión de que yo también estaba totalmente enfocada en la niña, y no tenía tiempo ni para mí ni para nadie. Cuando ella empezó a crecer, volví a tener mis propias actividades, a trabajar, a despejar la idea de que mi vida solo era ser madre y a aprovechar los tiempos con mi pareja y mi hijo. Todo empezó a ordenarse y la experiencia me enseñó que soy yo la que no puedo dejarme de lado”, dice.
Pero la veta más compleja de los celos se vive cuando hay “una historia de traumas en los propios vínculos de apego de la madre que no han sido revisados previamente”, según explica la psiquiatra Christianne Zulic, a lo que Paula Martínez agrega: “En la infancia, cuando esa madre ha sufrido maltrato, descalificación y un ninguneo a su identidad, se puede generar una defensa narcisista, que nace del ego y se queda ahí para protegerlo. Ésta luego se transforma en una ‘extensión narcisista’, donde la mujer ve en la hija un reflejo de sí misma, transformándola en una extensión de su propia identidad al punto de anular la suya. Como si fuese una muñeca”.
La estudiante de psicología Paula Catavino (26), cuenta que desde que tiene uso de razón pudo advertir que su madre se proyectaba de esta forma en ella. “Mi mamá me tuvo a los 24 años, soltera y cuando vivía con sus padres siendo hija única. Como ella era muy joven, mis abuelos quisieron involucrarse en mi crianza y ella dejó de ser el centro de preocupación. Con ella, mis abuelos fueron bastante estrictos y además tuvieron un apego complejo, especialmente desde que supo que había sido adoptada. Así que cuando nací yo, reclamaba porque me daban en el gusto en todo y eran muy permisivos. Era una competencia que gatilló una proyección de ella en mí, en cuanto a las cosas que le hubiese gustado compartir con sus padres”, cuenta.
En un estudio llamado Celos y crianza de los hijos: Predicción de las emociones a partir de la teoría de la identidad, de dos sociólogos de la Universidad de Washington, se explica que ese narcisismo inicia como un mecanismo de defensa, donde “los celos están asociados al mantenimiento de una identidad importante y es más probable que ocurran cuando hay una amenaza percibida para la auto-definición de la mujer. Quienes tienen una identidad y rol prominente de maternidad, en realidad pueden estar respondiendo a los celos a través de estrategias que reafirman su papel de criadoras, manteniendo así lo que son para ellas mismas”.
“Pero yo se que en mi adolescencia, cuando mi madre decía que hiciese cosas para que fuese mejor que ella, o no me dejaba salir a ninguna parte, lo que en realidad hacía era controlar mi camino, que nunca podía superar suyo. Si lo hacía, inmediatamente venía un argumento para hacerme sentir incapaz, y empezaba una especia de ni contigo ni sin ti, donde no me dejó ser como yo quería, no me dejó formar mi carácter sin juzgarme, pero al mismo tiempo, tampoco quería que me fuese de su lado y la dejara sola”, cuenta Paula. “Eso afectó toda mi vida en la seguridad y autoconcepción de mí misma, , y no fue hasta que me fui de la casa –algo a lo que ella se opuso tajantemente porque ‘no iba a llegar a ningún lado sola’–, que empecé a entender que yo si era capaz de tener una vida propia”.
Débora Balbaryski explica que es fundamental reconocer el tremendo impacto que tienen los celos para una niña en desarrollo, que luego se convertirá en una adulta insegura. “Es muy fuerte vivir respondiendo a las expectativas de sus madres que les exigen ser superiores, pero a la vez, no quieren que llamen tanto la atención para que no las eclipsen. Es un círculo donde estás recibiendo denostaciones constantemente de tu principal referente. Eso creará una autoestima débil y una desconfianza permanente hacia estos vínculos”.
Por eso la maternidad nos obliga también a revisarnos, porque hay demasiadas cosas en juego que dependen de cómo vivimos nosotras nuestra propia crianza. Débora cuenta que puede llegar el punto en que “de adultas, nos encontremos repitiendo las mismas frases y patrones que escuchamos cuando chicas de nuestras madres. Por eso es importante hacer el intento de sanar las propias heridas antes de criar. Eso es lo que implica el acto más grande de sororidad”.
El más importante, pero también el más difícil, porque se trata de luchar contra el propio ego. Y para hacerlo, de nada ayuda “el orden patriarcal en el que vivimos, porque éste también pasa por el hecho de que la mujer que cela a la hija no está teniendo un empoderamiento real de sí misma, sino que recurriendo a maniobras dañinas para hacerse valer”, dice Paula Martínez. “Lo bueno, es que estamos en un excelente momento para revisar estos temas, y apoyarnos lejos de los tabúes que no ayudan a que la persona narcisista perciba esto como un problema. Está tan arraigada a su defensa, que probablemente jamás va a consultar por actitudes que siente que están bien. No así, sus hijas, que sí pueden romper con esta herida heredada”.
Lo que hizo Paula Wastavino fue exactamente eso. “Creo que una mamá que cela a su hija no podrá llegar a ser sorora si es que no sana sus heridas. El apego poco sano que tuvimos nosotras, me hace pensar que su narcisismo impide que ella pueda reconocer todo el daño que hizo, y nunca podrá asumir sus errores. Muchas veces nos toca a las hijas hacernos responsables de las heridas de nuestras madres, pero hay que hacerlo, porque cuando no puedes ayudar a una persona que simula una pared de ego, lo único que te queda, es cambiar tú. Por ti y por las que vienen”.