A finales de abril la periodista y autora de Mamá Desobediente, Esther Vivas, publicó en sus redes sociales una reflexión que tituló ‘El feminismo tiene una deuda con las madres’. En ella precisó que las feministas de la segunda ola (de los años 60 y 70) se opusieron al mandato de la maternidad, exigieron tener acceso a métodos anticonceptivos y, sobre todo, a decidir sobre su cuerpo y sexualidad. Gracias a su lucha, detalló la autora, la gran mayoría de las mujeres puede hoy elegir si ser madre o no. “Sin embargo,” –desarrolló en la publicación– “en ese rebelarse contra el mandato de la maternidad, se cayó en un cierto discurso antimaternal y antireproductivo fruto del secuestro que el patriarcado ha hecho de la experiencia materna, y comprensible en ese contexto. Pero entonces, si el feminismo no acoge a las madres, ¿quién lo va a hacer? ¿Quién defiende sus derechos? De aquí el feminismo tiene una deuda histórica”, postuló.

Las respuestas fueron muchas, y la mayoría parecía girar en torno a un mismo eje: La lucha por los derechos sexuales y reproductivos ciertamente fue fundamental, nadie lo pone en duda, pero en tiempos de capitalismo exacerbado y en los que nuestro valor está dado, lamentablemente, por nuestra capacidad productiva, la maternidad sigue estando totalmente desamparada, invisibilizada y puesta a la deriva. Damos las gracias al feminismo de aquella época por todo lo que se consiguió, pero estamos en otro momento y la maternidad y los cuidados deben ser puestos en el centro”, fue una de las respuestas. “También hay una deuda hacia con las mujeres que desean ser madres y no lo consiguen”, fue otra. Y una tercera decía: “Hace años que el feminismo reivindica las maternidades. Y hay que seguir en ese camino”.

Y es que el diálogo que se abrió producto de esta reflexión parecía recordarnos que en la maternidad –o en la crianza atribuida únicamente a la mujer– está la base de la desigualdad. Es ahí donde se produce un quiebre que afecta directamente el desarrollo profesional y el bienestar integral de la mujer, un quiebre que empieza incluso cuando en la entrevista laboral inicial se le pregunta a la mujer si algún día quiere ser madre. Ahí, más allá de quién se hace cargo, hay una deuda. Y recién cuando empezamos a hablar de la crisis de los cuidados y de la necesidad de reconocer que la crianza es responsabilidad de todos –una tarea social compartida que le corresponde tanto al Estado, como a las instituciones, al sector privado, a las universidades y a las familias completas–, se empezó a saldar. ¿Tiene el feminismo, entonces, una deuda histórica con las madres? ¿Es realmente una deuda atribuible al feminismo? Y finalmente, ¿cómo lo hacemos para que las distintas maternidades sean reconocidas?

La investigadora y activista feminista de la Red de Politólogas, Fernanda Marín, explica que primero y fundamentalmente, el derecho no se termina solo en la posibilidad de gestar o en la elección de hacerlo. Esas posibilidades son fundamentales, pero ¿qué pasa después? ¿Quién se hace cargo de la crianza? ¿Quién vive no solo con la extenuante doble o triple carga sino que también con las presiones, expectativas y estigmas? Por ahora, solo la madre.

“En la segunda ola –la que conocemos, por cierto, es anglosajona y por ende difiere de la realidad latinoamericana– las mujeres querían salir del espacio doméstico y se dio paso a la idea de que todo lo que quedaba relegado a ese espacio era algo que no se deseaba y que no era político. La sexualidad sí lo fue, pero no así la maternidad. Es bajo la consigna de que ‘lo personal es político’ que en Estados Unidos en los años 70 se legisló sobre el aborto, pero en esa discusión no se abordó lo que pasaba con las maternidades”, explica Marín. “Estaba el componente de buscar la libertad sexual y mucho de ello se leyó como que las mujeres madres no eran sujetas de deseo”. En Latinoamérica, en particular, la maternidad adquirió una mística y se la asoció a una figura virginal y protectora, producto de un marianismo heredado.

Y es que los derechos sexuales y reproductivos tienen su origen, como explica la especialista, en el control de la natalidad. “Las feministas que nos dedicamos a eso no solo vemos la maternidad deseada o el derecho a acceder a la anticoncepción de manera segura y con información confiable. Tampoco vemos únicamente el derecho al ejercicio de la sexualidad plena, sino que también vemos la planificación del embarazo y la maternidad segura y libre de violencia. Entonces no sé si es justo decir que el feminismo no se ha hecho cargo”, reflexiona. “Hay temas olvidados y que siguen siendo tabú, como por ejemplo la infertilidad y las pérdidas reproductivas, pero desde que tenemos consciencia de que la maternidad deseada es una responsabilidad también del Estado, sabemos que la maternidad es un asunto político. Así como las gestaciones, los partos, la lactancia y la crianza. Por lo tanto creo que la gran labor pendiente es ver cómo se le da una respuesta compleja y cómo se reconoce a las maternidades que en un contexto capitalista están en crisis”.

Y es que en Chile, si bien en el segundo gobierno de Michelle Bachelet el Ministerio de Desarrollo Social impulsó el programa Chile Cuida, que forma parte del Sistema de Protección Social del Estado y por el cual se busca acompañar y apoyar a las personas en situación de dependencia y sus cuidadoras, no existe una ley que establezca que el cuidado es un derecho que se adquiere desde que nacemos hasta que morimos. Por ende no se ha creado un sistema nacional sólido que establece que la responsabilidad no debiese recaer únicamente en la madre, sino que en la sociedad completa.

Y esto, como explica Marín, tiene que ser atendido. Pero para hacerlo, hay que repensar el modelo económico y social y su relación directa con la gran matriz opresora del patriarcado. “El feminismo es precisamente el lugar donde muchas madres encuentran sus compañeras de lucha, entonces no podemos atribuirle esta deuda. Hay una deuda, es verdad, pero para saldarla hay que repensar la maternidad como un fenómeno complejo que tiene que ver con el sistema de desarrollo que tenemos, y cuya solución requiere de políticas públicas”.

María Ignacia Veas, psicóloga y coordinadora del área psicosocial de Miles, explica que el mayor problema no está en ser madre, sino que en el cómo percibimos los trabajos de de cuidado no remunerados. Mientras haya un olvido o falta de reconocimiento de tal –y mientras no se perciba como una responsabilidad social que no tiene por qué ser privatizada ni feminizada– finalmente lo que se hace es precarizar la maternidad. Y ahí está la deuda.

“Es complejo porque desde que empezamos a cuestionar la figura de la mujer como sujeto único, blanca y heterosexual, entendimos que hay otras formas de vulneración y otras formas de ser mujer. Se abrió el campo para que nos diéramos cuenta que muchas maternidades pueden no padecerse sino que disfrutarse. Entonces en ese sentido no hay una deuda hoy en día”, explica Veas. “Pero por otro lado, si bien hemos conseguido espacios, derechos y reconocimientos para la maternidad y las formas de maternaje, nos quedamos en el acceso. ¿Qué pasa después? Si a las mujeres les falla el anticonceptivo por un error de laboratorio, el Estado no se hace cargo”.

Y a eso, como explica la especialista, se le suma que la norma en torno a lo que es ser mujer sigue estando determinada por la maternidad; es ahí que aparecen las desventajas y la base de la inequidad. Y además de todo el trabajo que implica, están también los estereotipos, las presiones los estigmas, y la culpa, incluso para aquellas que lo han problematizado. “No nos hemos hecho cargo, como sociedad, de los trabajos de cuidado, y eso precariza a la maternidad. Pero no se trata de una falta del feminismo; el feminismo lo vamos haciendo todas cada vez que nos unimos para hacer valer nuestros derechos”.