Todo de nuevo
Casa nueva, vida nueva. Willy Semler construye los cimientos de la segunda etapa de su vida. Un poco antes de llegar a los 50 se separó. Pololeó, se casó otra vez y tuvo una hija. Aquí, ladrillo a ladrillo, muestra los tabiques de su corazón y los hilos que lo llevan a un posible final feliz.
Willy Semler, actor de cine y televisión, director de teatro, profesor de la cátedra Dirección de Actores en la Escuela de Teatro de la Universidad Católica, vivió 20 años en una gran casa en Peñalolén, con patio, perro y gato. Allí, su relación con la actriz María Izquierdo se fue a las pailas. Después de 18 años juntos se separaron. Él se deprimió. Su hijo mayor lo odió. Antes de caer en el hoyo más negro pololeó varias veces. Hasta que conoció a Carol Raddatz, vestuarista de la película Chile Puede, protagonizada por Boris Quercia, en la que Semler interpreta al financista del primer viaje de un chileno al espacio.
Tras pololear seis meses, le pidió matrimonio a Carol.
Se casaron en un rito alternativo, él de blanco, ella de celeste. Cuando nació Josefa, la primera hija de Semler, el actor de teleseries sacudió la alfombra de su vida y quiso, de manera radical, empezar todo de nuevo.
Vendió su parcela en Peñalolén y se cambió a una casa provisoria en Ñuñoa, desde donde supervisa la remodelación de su nuevo nido, una casona también ñuñoína que le vendieron unos viejitos españoles. Mientras los obreros botan los muros, Willy les cocina. Les lleva chupe de erizo, pasta, pollo, sandía y café. Les pone la mesa como si la construcción fuera el mejor restorán de la ciudad y sus comensales los más exigentes clientes del barrio. "Gracias, don Willy", le dicen.
"Lo hago porque me sale el comunista que llevo dentro. Y también por interés: quiero que me hagan el nido con amor. Además, me gusta atender", explica. Está en sus genes: esta conversación transcurrió bajo un parrón, con Willy de delantal, sirviendo pasta con albóndigas, salmón ahumado y chutney casero. En la mesa, Carol y Josefa, las dos mujeres que lo empujaron a reconstruirse.
- ¿Te dolió dejar tu casa de Peñalolén?
Me dio mucha pena. Cuando llegaron los camiones de mudanza se puso a llover. Parecía película. Mis hijos venían llegando de un cumpleaños y el menor, Martín, tuvo que irse porque no lo soportó. Le dolió mucho. Había vivido toda su vida ahí. ¡Dieciséis años! Era algo que terminaba, un símbolo… Pero ahora estoy muy entusiasmado, lleno de vida. Paso todo el día con los maestros, que están como locos botando los muros a punta de cincel. "Bonna la pasta, minina, ¿te piace?", le ofrece pasta a Josefa, que aún no cumple un año y no entiende ni jota de italiano. Ella lo mira con cara de que los tallarines están ricos.
- ¿Cómo te ha salido volver a criar?
Papaya. Es muy rico ser papá-abuelo. A los 49 años tienes toda una creación por delante.
- Tendrá su lado malo.
Puras cosas buenas. Uno ya no se asusta. Si la Jose tose, la Jose tiene tos y no cáncer a los bronquios como pensaba antes, con mis primeros hijos. Por ejemplo, si al Julián le salía sangre de narices, yo pensaba que tenía algo intratable y corría a Urgencias a la clínica. Con la Jose no. Es súper sana. (Acto seguido golpea toda la madera que encuentra: la del parrón, la de la mesa, la de la silla). Oye, yo quería mucho tener un hijo.
- ¿Sí?, ¿por qué?
Lo que más me gusta en la vida es ser papá. A Julián (18) y a Martín (16) los amo profundamente y quería volver a sentir ese amor.
- ¿Cuál es la diferencia entre criar a una niña y a un niño?
Con los cabros uno es más bruto, lucha y se revuelca. Con la Jose no. Ella es como una florcita, como un tomate recién cosechado. Yo a ella le doy patos. A los niños nunca les di besos en la boca, besitos sí, pero a ella la lengüeteo, le doy calugazos. ¿A propósito, dónde está?
"Está durmiendo", dice Carol, la mamá.
Willy prosigue, satisfecho, con una copa de vino tinto en la mano: "Me gusta la familia, soy de familia, si no ¿qué sentido tendría todo? Antes de encontrarme con la Carol, andaba súper deprimido. No clínicamente deprimido, pero sí bajoneado. En ese tiempo pensaba que así era la vida. Que así tenía que ser. Que los hijos ya estaban criados, que me iba a morir en Peñalolén, que tendría un par de pololas más, un par de pololas menos, que iba a actuar en otras teleseries, en otras obras de teatro, y que eso era. Ahora olvídate: ¡estoy impaciente por irme a la otra casa! Empezar todo de nuevo es la patá. Independiente de la edad que uno tenga. Si te involucras, si te conectas, todo está por empezar. Todo puede ser ahora. Es muy entretenido decir: "¡Bote ese muro! ¡Aquí haga un hoyo! ¡Acá! ¡Allá!".
Suena como a Dios.
"Es un director", recuerda Carol.
Cuántica y camino rojo
- La última vez que te vi estabas metido en el estudio de la física cuántica. ¿Aún estás en eso?
Sí, pero todavía no entiendo nada. Mientras más estudio, menos sé. Hay un documental, What the bleep do we know? ¿Lo conoces? Yo voy en la tercera parte. Lo he visto como 40 veces y no entiendo nada. ¡Nada!
- ¿Por qué quieres entender?
Porque ahí está la respuesta.
- ¿La respuesta de qué?
De todo. ¿Vivimos en un mundo de cuatro dimensiones, tres espaciales y una temporal? ¡Falso! El tiempo no existe. Es un invento para explicarnos las cosas. La teoría cuántica se refiere al otro universo, al que existe dentro del átomo. El átomo es una cuestión objetiva, real, es el principio de la materia. Si esta mesa es el núcleo de un átomo, el electrón está girando a 30 km de distancia. O sea, la materia no existe. Existe una fluctuación de energías. Como decía el pololo de una amiga, la materia no existe, la materia se manifiesta. Esta casa no existe, se está manifestando. Las cosas son ilusiones.
- ¿No es desesperante pensar que nada existe?
Pero es que de verdad no existe.
- ¿Entonces, te tranquiliza saber eso?
Me intriga. Quiero entender. Tú sientes que haces contacto al tocar algo, pero si realmente hicieras contacto se produciría una reacción atómica, una explosión.
- ¿A ver? (golpeo una madera y Willy se ríe)
Los átomos no se tocan, existe una distancia entre átomos. No se tocan. Es una sensación del hipotálamo. Una sensación cerebral. Lo que más me interesa de la cuántica es que está tremendamente inmersa en nuestra percepción de la realidad. O de lo que nosotros creemos que es la realidad.
- ¿Has aprendido todo eso en cuántos años?
En diez años.
- Parece una obsesión.
No, no, no. Estúdialo. Ve What the bleep do we know? Es muy raro el mundo subatómico.
- ¿De dónde sacaste esa película?
De Camino Rojo.
- ¿Sigues en Camino Rojo, esa comunidad que se reúne en Pirque a hacer ritos con chamanes?
Obvio.
- ¿Qué hacen ahí?
Tomamos medicina con chamanes: ayahuasca, peyote, psilocybe. Te llevo cuando quieras. Es un proceso de enseñanza. Va poca gente, muy seleccionada, porque algunos se confunden y piensan que es carrete. Si los chamanes los cachan en esa onda, los sacan.
- ¿No hay droga?
No, a mí no me gusta la droga ni el carrete drogadicto. La medicina se usa para crecer. Pasas la noche en una ceremonia que empieza a las nueve y sigues hasta al otro día. Y no es rico. Es fuerte.
- Dime una lección que hayas sacado de Camino Rojo.
La primera vez que fui lo hice con Julián, mi hijo mayor, con quien estábamos metidos en una muy mala relación. Yo le dije: "¿Sabes? No puedo perder mi paternidad, estoy sufriendo demasiado". Se lo dije llorando como vieja, como abuela.
- ¿Julián no te pescaba como padre?
No sólo no me pescaba, sino que encontraba que todo lo que yo hacía era como las pelotas. Él decía que yo era un viejo huevas. Yo le pedí que por favor nos hiciéramos una terapia, le dije que no podía vivir sin él. Y me contestó: "Okey, pero antes hagamos medicina". E hicimos medicina.
- ¿Se sanaron?
Espérate. En la ceremonia había como 30 personas alrededor de un fuego. El chamán anunció: "Esta ceremonia tiene por propósito rescatar la memoria de los ancestros. Eso es lo que somos, lo que heredamos de nuestros padres y nuestros abuelos". Para manifestar el propósito me pasaron una pipa con tabaco húmedo. Mientras fumaba tenía que hacer el rezo. La palabra era el rezo.
- Tú no fumas, ¿cómo lo hiciste?
Me aguanté las náuseas. Y dije, frente a todos: "Mi hijo Julián me trajo, porque tenemos una relación medio interrumpida. Yo estoy sufriendo por eso y le propuse ir a una terapia, pero él dijo que viniéramos para acá y acepté". Le pasaron el tabaco a Julián, que dijo: "En realidad, con mi papá teníamos una relación interrumpida, pero cuando aceptó venir, se me solucionó todo". Cuando lo escuché, me quedé calladito, feliz. Más encima, el chamán dijo: "Estoy acostumbrado a que los hijos aprendan de los padres, pero es la primera vez que veo a un padre que aprende de un hijo". Eso me mató.
- ¿Todavía van a Camino Rojo?
Sí, pero él va más. La ultima vez que fui, un chamán que venía de Ecuador me flageló. ¡Me agarró a huascazos! A mí y a cuatro personas más. Yo lo pedí, quería purificarme. Además, me pasaron un caldo de tabaco para limpiarme la nariz.
- Descríbeme tus sensaciones.
Veía en el fuego salamandras y dragones y, alrededor, un templo ruso y un emirato árabe. Los brujos me explicaron después que ésas habían sido mis encarnaciones anteriores.
- ¡Rusia y Turquía! ¿qué haces ahora en Chile?
Ahhh, es que Chile es lo máximo, no me gusta salir. Acá yo confío. Acá soy feliz.
El freak de la familia
- A propósito de felicidad, ¿vas a terapia?
Empecé a los 19 años una terapia vegetativa inspirada en Wilhelm Reich. Voy incluso cuando estoy bien. Fui con Julián guagüita, de puro contento que estaba. Esa vez le dije a mi terapeuta: "Siempre vengo cuando estoy en el bajón y ahora que estoy arriba, vengo igual". Ese día me pidió que nos cambiáramos de puesto: "Yo me voy a sentar en la camilla y tú acá, porque yo estoy bajoneado y tú estás bien", me dijo. Así que yo le hice la terapia. Hace 30 años ya que voy donde él. No siempre, pero voy.
- ¿Por qué empezaste a ir?
Porque estaba pésimo. Me sentía mal, todo me producía ansiedad. Durante los primeros seis meses sentía que no avanzaba y le dije: "¿Sabes?, no voy a volver, porque no se me quita la angustia". Ese día me pidió que me relajara y expandiera todo mi cuerpo físico. Y comenzó a buscar en la nuca hasta que me dijo: "Aquí está". Encontró un poroto, metió el dedo y yo exploté en llanto. Lloré a borbotones durante dos horas. Él, que siguió atendiendo a otros pacientes, volvía a cada rato con toallas calientes. Me decía: "Llora, llora, llora, llora". Lloré y se me quitó la angustia.
- ¿Cómo te iba en el amor cuando eras chico?
Siempre tuve pololas mayores que yo. La primera fue a los 10 años. Tuve hartas, siempre fui súper pololo.
- ¿Eras grupiento?
No, soy tímido. A las mujeres les gustan los tímidos que miden más de un metro ochenta.
- Tú no mides tanto.
Sí, mido un metro ochenta y cinco. A los grandotes y gansos les va bien. Además, a los 20 era flaco, flaco, flaco, la mitad que ahora. Yo no como mucho. De hecho ya se me quitó el apetito.
- ¿Cocinas sólo por el gusto de darle de comer a la gente?
Sí, un cocinero nunca come. Yo cocino y sirvo. No pruebo. Los olores me llenan. Pero me gustan las galletitas de soda con mantequilla. Cuando me da hambre eso como. Picoteo ene. Los olores me llenan.
- ¿No pruebas ni un poquito?
Lo encuentro una asquerosidad. Es una cochinada que el cocinero pruebe.
- ¿Cómo aprendiste a cocinar?
Mi mamá, que me tuvo a los 43 años, me ponía en una sillita a picar cebolla mientras ella cocinaba. Yo era el menor, el concho, ultramimado. Éramos mellizos.
- ¿Y qué le pasó a tu hermano?
Se murió en el parto. Él era el grande y yo el freak.
- Eso, psicoanalíticamente, es traumático.
No me gusta el psicoanálisis. Lo encuentro re pasado de moda. Me gusta la terapia vegetativa.
- ¿Qué dice la terapia vegetativa de la muerte de tu hermano?
Mira los traumas del psicoanálisis de manera positiva. El psicoanálisis es súper pesimista. Te estigmatiza y te habla de lo malo. Te habla del trauma, del daño. La vegetativa te libera. Mi hermano ahora me acompaña, me cuida.
- ¿Sientes su presencia?
Sí, y muy fuerte.
- ¿Cómo explicas eso en hechos?
Hay tantos accidentes que debiera haber tenido y no los tuve por una providencia. No fui yo quien movió el manubrio para hacerle el quite al árbol. Yo me debería haber muerto hace mucho tiempo.
- ¿Te han pasado muchas cosas terribles?
No, pero me he salvado de muchos condoros.
- ¿Tu mamá te hablaba del hijo que no nació?
Poco.
- ¿Te sobreprotegió?
Mucho. Yo era debilucho, un milagro. Soy un milagro. Pesé un kilo y medio. Nací prematuro, porque mi mamá se cayó de la escalera, se le rompió la bolsa y yo estaba aplastado por el otro, que pesaba casi tres kilos. Por esa caída casi no nazco. Pero nací y aquí estoy, naciendo de nuevo. Todo de nuevo.
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