Trastorno por déficit de naturaleza: La importancia de espacios verdes en el desarrollo de las niñas y niños

Verde niños Paula



El año pasado, cuando la psicóloga Pía Soto (44) y su familia buscaron una casa o departamento en donde vivir, la condición número uno que se pusieron fue que estuviera cerca del colegio de sus hijos. Se vinieron a Santiago por trabajo y por tanto para ellos el haber quedado en un colegio de las características que querían fue una oportunidad que no querían soltar por ningún motivo. El problema fue que en ese sector, las casas –a lo que ellos estaban acostumbrados, porque hasta el año pasado vivían en una en La Serena– son demasiado caras, por lo que sus posibilidades se redujeron a un departamento.

Se cambiaron en enero con el objetivo de partir el año escolar acá y, como todos, alcanzaron a ir un par de semanas al colegio antes de que llegara la pandemia del coronavirus. Desde entonces pasan sus días encerrados en ese octavo piso, esperando que todo esto pase. “El cambio fue brusco para toda la familia. Para mi marido, porque comenzó un trabajo nuevo y le tocó hacer todo a distancia; para mí, porque me vine a una ciudad que no conozco y que sigo sin conocer por el hecho de llevar casi todo el tiempo encerrada; y para mis hijos, en quienes más he notado los efectos de todo esto”, cuenta. Dice que andan malhumorados, que pelean mucho y que por eso ella ha intentado ayudarlos con ejercicios para que logren demostrar y sacar sus emociones, ya que sabe que en el caso de los niños es más difícil.

Aunque ella no puede hacer una terapia para sus propios hijos, por su profesión entiende que algunos comportamientos están evidenciando lo estresados que están. “Lo había asociado principalmente al cambio de ciudad y a que no han podido ver a otras niñas y niños, pero hace unos días estuve conversando con una amiga y colega a quien le mandé algunos de los dibujos que mis hijos han hecho estas semanas y ella me habló de un concepto que nunca antes había escuchado: El trastorno por déficit de la naturaleza”, cuenta. “No sé si me dijo ese nombre exacto, pero me habló de algo que se estudia hace un tiempo, especialmente en ciudades muy pobladas en las que los espacios verdes son cada vez menos, y que la pandemia puso en evidencia. Y es que a las personas efectivamente nos afecta no tener contacto con lo verde”, agrega.

Numerosos estudios han demostrado los beneficios mentales y físicos de pasar tiempo en la naturaleza, pero para algunas personas se requirió una pandemia y órdenes de quedarse en casa para que ese deseo de pasar más tiempo al aire libre se sintiese como una necesidad. “Irónicamente esta pandemia tan trágica ha aumentado dramáticamente la conciencia pública de la profunda necesidad humana de conexión con la naturaleza y está agregando un mayor sentido de urgencia al movimiento que busca conectar a los niños, las familias y las comunidades con la naturaleza”, ha dicho Richard Louv, autor del libro Last Child in the Woods: Saving Our Children from Nature-Déficit Disorder (Último niño en el bosque: salvemos a nuestros hijos del trastorno por déficit de la naturaleza). En él explica que a medida que las niñas, niños y jóvenes pasan menos tiempo de sus vidas en un entorno natural, sus sentidos se estrechan, tanto fisiológica como psicológicamente.

Es lo que les está ocurriendo a los hijos de Pía. “Después de la conversación con mi amiga me di cuenta de que, entre todos los cambios de rutina que han tenido, lo que más extrañan es la libertad de jugar al aire libre. Y eso les está provocando tal nivel de estrés, que terminan descargándolo entre ellos mismos”, cuenta. Por eso decidió que aunque fuese al menos una hora al día, los va a bajar al jardín del edificio para que jueguen y corran un rato. “Llevamos un par de semanas haciéndolo y he notado el cambio, así que propuse en el chat de edificio que hagamos un calendario para turnar esos espacios y así mantenemos el distanciamiento social”.

En un artículo de psicología ambiental publicado en el sitio de ciencia e investigación frontiersin.org se muestra bastante evidencia sobre la relación entre el espacio verde y el comportamiento prosocial de niñas, niños y adolescentes. Dice, por ejemplo, que las áreas verdes –ya sea las naturales como los bosques, o creados de manera artificial como los jardines y parques– sirve como un espacio adicional para que las niñas y niños desarrollen y practiquen actos prosociales, es decir, son espacios que promueven interacciones sociales positivas que facilitan el desarrollo de sus habilidades sociales. Pero no solo eso, “la exposición frecuente al espacio verde puede ser necesaria para permitir interacciones sociales repetidas y aumentadas, así como para construir una emocionalidad positiva, que a su vez facilita el desarrollo del comportamiento prosocial. La acumulación temprana y más prolongada de exposición al espacio verde puede generar mayores niveles de beneficios para el comportamiento prosocial, particularmente en la infancia como períodos críticos y en la infancia tardía como el período sensible”, dice el artículo.

Y es tan importante, natural y necesaria esta exposición, que incluso otro estudio publicado en la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos, demostró que solo el hecho de ver escenas de la naturaleza, puede afectar positivamente la recuperación de la función autónoma después de un episodio de estrés mental agudo. La psicóloga Alejandra González concuerda con que el contacto con la naturaleza influye fuertemente en aprendizajes básicos de las niñas y niños, y explica que el acceso al espacio verde no solo disminuye los niveles de ansiedad y de agresión en las niñas y niños, sino que también otros síndromes como el déficit atencional e hiperactividad, y también estimula el sistema inmunológico. “Explorar debajo de un macetero un grupo de chanchitos de tierra, la sensación de oler el pasto, de ensuciarse y descubrir es algo que no se puede reemplazar fácilmente y que es primordial para el desarrollo de la autonomía y de la creatividad”, dice. “Y luego está todo lo que tiene que ver con el contacto con otros, que en espacios verdes se da con mayor frecuencia por un tema natural: en el verano, por ejemplo, buscamos esos espacios para refugiamos del sol”.

Por eso –complementa– es importante que esta pandemia nos sirva para que una vez que se nos abrieron los ojos respecto de la importancia del contacto con otros y con la naturaleza una vez que pase, no se nos vuelvan a cerrar. “Es justo mencionar que la organización de nuestra sociedad, ya sea en tiempos de trabajo de los padres como en cantidad de espacios verdes de encuentro disponibles, no facilita mucho el contacto de las niñas y niños con la naturaleza, pero en la medida de lo posible, deberíamos priorizarlo. Increíble si tenemos la posibilidad de ir a un bosque o un gran parque, pero si no, una caminata por el barrio donde vean algunos árboles o incluso crear rincones verdes en balcones donde las niñas y niños puedan jugar un rato con tierra, sirve. Finalmente se trata de permitirles el contacto con algo natural y que no todo sea cemento, plástico y pantallas”, concluye González.

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