Un amor interracial
"Querámoslo o no, las personas somos seres influenciados por nuestras raíces y el entorno. Todo lo que escuchamos, vemos y experimentamos provoca un efecto en lo que seremos en el futuro. Y el amor, obviamente, no es la excepción. Desde chica me armé un modelo de pareja ideal. Tenía que ser una persona similar a mí, a mis costumbres, a mi cultura. Pero a veces aparece alguien que hace que todas esas convicciones desaparezcan, alguien con el que se tiene tanta conexión, que no queda nada más que recibirlo con los brazos abiertos. Esa persona es mi actual marido, el afroamericano que me cautivó el corazón.
Lo conocí el año 2015 durante unas vacaciones en Estados Unidos. Y lo que parecía ser una aventura de verano, terminó por convertirse en amor. Durante tres años mantuvimos una relación a larga distancia. Él venía de visita o yo iba a verlo a su ciudad, Washington DC. El compromiso mutuo, una conexión emocional profunda y FaceTime fueron nuestros grandes aliados. Tampoco puedo decir que todo fue fácil. Al principio los temores, prejuicios e inseguridades se apoderaron de mí. Tenía miedo. Miedo de que él se sintiera incómodo en mi país, que fuese minoría y que mi círculo lo mirara con otros ojos. Y todos esos pensamientos negativos, desafortunadamente, se hicieron realidad.
En un comienzo me costó mucho decírselo al resto. Mi madre me apoyó apenas se enteró, pero mis amigos y compañeros de trabajo no podían evitar bromear al respecto. No creo que haya sido con la intención de hacer daño, sin embargo, siempre había algún comentario implícito o fuera de lugar. El racismo estuvo presente en menor grado y aunque fuese en cosas tan básicas como molestar con lo sexual, u otros comentarios más simpáticos, hubo un momento en el que también me sentí un poco pasada a llevar. De todas formas, siempre lo entendí. Lo desconocido suele generar inquietud entre las personas y en Chile, aunque ha habido un gran incremento de inmigrantes en el último tiempo, no es algo habitual. Pese al apoyo de mi mamá, en el resto de mi familia también sentí una vibra extraña. Algunos no decían nada, pero creo que a veces eso puede doler más. Jamás sentí el entusiasmo que hubiesen tenido si fuese otro hombre el que llevara a sus casas. Eso me hizo sentir culpa, como si estuviese haciendo algo mal.
Siempre me dio mucha tristeza que mi pareja haya tenido que soportar este tipo de prejuicios. Recuerdo que las primeras veces que vino a visitarme, la gente lo miraba de manera extraña. Y él también se daba cuenta. Estaba tan acostumbrado a ser uno más en su país, que le llamaba mucho la atención la reacción que tenían algunas personas frente a él. No lo entendía. En la calle, por ejemplo, le pedían tocar su pelo porque tiene un afro. Él se lo tomaba con humor, pero para mí era un poco incómodo. Creo que la peor experiencia que tuvimos fue en una fiesta. Estábamos haciendo la fila con mis amigas y a todas nos dejaron entrar sin ningún problema, en cambio a él, le hicieron más difícil el pase. Miraron con detalle su cédula de identidad, lo revisaron y trataron con desprecio. Fue bastante humillante para él, y eso a mí me partió el alma.
En un momento sentí que la situación ya no daba para más. ¿Qué opciones tenía? ¿Perder a la persona que amaba por mis miedos? ¿Por sentir que no encajaba en mi mundo? ¿Por ser de culturas totalmente distintas? No, no iba a permitir que eso pasara. Decidí cambiar el switch y no dejarme influenciar por las opiniones del resto. Dejar de excusarme, de sentir vergüenza o incomodidad. Y desde que adopté esa nueva actitud, me sentí mucho más libre. Aprendí a frenar a los demás con sus comentarios y también a tomarme algunos con humor.
Al final, me di cuenta que todas mis inseguridades eran por prejuicios que yo misma sentía y que me daba miedo derribar. Prejuicios que venían desde lo desconocido, desde haber pasado gran parte de mi vida protegida en mi círculo y no haber visto más allá. Hoy, puedo decir que estoy casada con el hombre que amo. Que no era lo que esperaba, pero que es aún mejor de lo que siempre planeé y que si el día de mañana llegamos a tener hijos, van a crecer en una familia interracial que hará lo posible por aportar su granito en esta sociedad. Mientras eso no pasa, seguiremos disfrutando de la mano, caminando bajo los Cherry Blossom que tanto abundan en Washington DC".
Daniela Ayala tiene 34 y es profesora de educación básica.
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