Una solución hiperrealista después de la mastectomía
“¿Por qué no me donas tu pezón?”, me preguntó a los diez minutos de entrevista la arquitecta y maquilladora profesional Beatriz Palma. Habíamos ido a su estudio, junto a la fotógrafa de Paula, para conocer su nueva marca My Nipp, una innovadora solución para mujeres con mastectomía. Se trata de una prótesis de silicona hiperrealista de pezón para quienes lo han perdido por un cáncer de mama.
Hasta ahí, aún no entendía nada. Solo veía decenas de pezones de formas y colores diversos encima de su mesón de trabajo. “¿Entonces estos están listos? ¿Cómo se usan?”, le pregunté. “Sí, están listos. Son prótesis externas, firmes, livianas y resistentes. Se fijan de forma autónoma al pecho mediante un adhesivo biocompatible de alta estanqueidad”, me explicó. Recién ahí entendí su funcionamiento. Había pensado que la prótesis era de la mama completa, pero no, ella sólo hace un pezón de silicona; los mismos que estaban ahí sobre su mesa. No pude parar de mirarlos y pegarlos en mi brazo. Es que efectivamente son hiperrealistas, sobre todo una vez que se pegan en la piel.
Entre risas nerviosas comenzamos a conversar entre Beatriz, Alejandra (la fotógrafa) y yo, cuál se parecía más al de cada una. Y estábamos en eso, cuando vino la propuesta de donar el mío. Al principio dudé, pero la explicación fue convincente: “para mí lo ideal es tener la mayor variedad posible porque un día puede venir una mujer que tenga tú biotipo, que su pezón sea muy parecido al tuyo, entonces este molde que te tomé a ti le va a servir a ella”, dijo. Se trata entonces de mujeres que ayudan a otras a volver a sentirse cómodas con su cuerpo. Así que accedí.
El asunto es simple: Beatriz pone una especie de pasta verde en la pechuga que deja por unos minutos y luego retira. Después hay que esperar que seque, y listo. Y existen dos modalidades: la primera es una especie de muestrario de pezones, es decir se elige entre los disponibles el más parecido al original (esto tiene un costo de $75.000); la otra opción (que cuesta $285.000) contempla tomar el molde del pezón y areola de la mama que no tuvo mastectomía y a partir de ese, desarrollar una alternativa idéntica en color, anatomía y textura, proceso que se realiza a mano, como si de una obra de arte se tratara.
Beatriz aprendió esta técnica luego de una extensa carrera en el mundo del maquillaje. “Desde niña fue mi pasión y también mi herramienta. Lo ocupé para tapar mis cicatrices de la fisura palatina con la que nací, y luego más grande, cuando me titulé, comencé a ver la opción de dedicarme a eso. Y lo conseguí. Tuve mi estudio, trabajé con maquillaje editorial y también social, novias, etc. Pero me empezó a pasar algo: cuando maquillaba, muchas mujeres se sentían agradecidas porque con el maquillaje había logrado, por ejemplo, definir su boca o sus cejas que no les gustaban, o borrar alguna cicatriz que las acomplejaba”, cuenta. Así derivó hacia la micropigmentación (microblanding) por sus resultados más permanentes, donde trabajó con personas con alopecia, con cicatrices, pacientes oncológicas. “El curso natural me llevó a la micropigmentación paramédica y ahí cambia el paradigma, pues ves la estética como una belleza terapéutica; intentas devolver algo y esa es una gran responsabilidad”, dice.
En esa etapa hacía tatuajes de pezón, pero no se quedó tranquila con eso. El camino de reconstrucción después de una mastectomía es largo. Consiste en poner un expansor, luego un implante y luego esperar que esa piel y esa mama mejoren. Recién ahí se piensa en el pezón, y existe la opción del tatuaje o de la reconstrucción. “Sentía que faltaba una tercera posibilidad, porque muchas mujeres después de haber pasado por todo ese proceso, no quieren tener una nueva intervención, por más inocua que sea. También ocurre algo con el relieve. Con la micropigmentación, aunque sea 3D, si te miras de frente te ves un pezón, pero si te miras de arriba se ve plano y para algunas mujeres esa no es una solución porque les recuerda constantemente que esa pechuga no es la de ellas”, dice.
Así comenzó a mezclar todos sus conocimientos de maquillaje, de efectos especiales, de dibujo y hasta de arquitectura. Tomó algunos cursos de silicona y se inspiró en la anaplastología, una rama de la medicina que trata sobre las prótesis de rehabilitación de algo ausente, desfigurado o mal formado. Y logró esta solución que ella describe como menos invasiva. “Es una opción amable en un proceso que es brutal. Esta prótesis externa no se retira ni siquiera en la noche; es resistente al agua, al roce y a todas las actividades diarias. Solo se despega una vez a la semana con un removedor para limpiar y luego se vuelve a pegar.
En todo este rato mi molde quedó listo. Confieso que fue raro mirarlo. ¿Entrará este gesto en la definición de sororidad? Tal vez sí. O no. Lo importante es que si alguna vez una mujer se va feliz del taller de la Bea gracias a lo que hice, ya habrá valido la pena. Le pedí que me cuente cuando ocurra.
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