Paula 1195. Sábado 12 de marzo de 2016.

En el corazón del multicultural Barrio Patronato, Rodrigo Vergara (41) está terminando de construir una "escultura-plaza". El artista transformó una inhóspita esquina del sector en una réplica gigante de un tablero de Tauli (Backgammon), juego tradicional de Medio Oriente, donde los asientos imitan fichas y las mesas simulan dados. La obra sintetiza la presencia de distintas comunidades árabes en las calles del sector y se propone como espacio alternativo de encuentro.

Cuando recién egresaban de Arte en la Finis Terrae, a finales de los 90, los artistas Rodrigo Vergara y José Pablo Díaz transformaron una mediagua en galería, la montaron sobre ruedas y con ella circularon durante años por el centro y los márgenes de Santiago. La escasez de recursos económicos y la falta de espacios donde pudieran expresarse con libertad los llevó a desarrollar este formato, precursor de muchos colectivos actuales que han diseñado sus propios modos de producir y exhibir arte. Ante la rigidez y el carácter estático de los espacios institucionales, ellos oponen el poder de la independencia y movilidad, al tiempo que desarrollan obras estrechamente conectadas con los temas y dinámicas sociales que se expresan en la calle y en los medios de comunicación.

En su trabajo personal, Rodrigo Vergara ha ido elaborando con creciente claridad obras que cuestionan e intervienen la circulación en el espacio público, imaginando y construyendo estructuras que proponen nuevos recorridos, situaciones y formas de relación. Las piezas que diseña o monta, utilizando madera y cemento, están más cerca de la ficción que de la función. Ajenas al concepto utilitario (propio de la arquitectura), sus obras se plantean como estructuras utópicas que se infiltran en la cotidianidad social, ofreciendo la posibilidad de liberar a los cuerpos de las rutas y movimientos reglamentados. Esta ficción liberadora está siempre relacionada con un relato que la dispara: así, sus obras surgen de frases de libros, testimonios, películas, letras de canciones u otros tipos de relatos que invitan al desacato y al juego. Elocuente es su obra El comienzo es un relato, montada en 2015 en la Plaza Victoria, de Valparaíso. Allí construyó una rampa que atravesaba un gomero de grandes dimensiones, ofreciendo a los peatones la posibilidad de acceder hacia una terraza que instaló en lo alto del árbol, donde, además, puso un asiento al que amarró una copia del libro de Ítalo Calvino, El barón rampante, que invitaba a quien llegara a ese rincón a detenerse y a leer. El libro operaba como relato paralelo del gesto artístico, reforzando el sentido de la obra, al contar la historia de un niño que decide desafiar los condicionamientos culturales y se lanza a vivir arriba de los árboles, donde se integra a una república independiente junto a otros habitantes de las verdes alturas.

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Proyección de la Plaza Siria, cuya inauguración será el 17 de abril.

Ahora, Rodrigo Vergara continúa con sus estructuras utópicas de convivencia, construyendo una obra pública que sintetiza la integración de las distintas comunidades árabes del barrio Patronato. Pero esta obra interviene de un modo mucho más radical, pues no es efímera, sino permanente y, más allá de cualquier ficción, es una respuesta concreta a una necesidad de la comunidad. "En Patronato convergen muchas etnias y comunidades migrantes distintas (palestinos, sirios, turcos, libaneses, chinos, coreanos, peruanos, bolivianos, ecuatorianos, etc.). Esto se mezcla con sus vecinos, familias que han vivido ahí durante años y que han sabido cohabitar con una intensa y contigua vida comercial, pero, a pesar del movimiento económico, el barrio es pobre en infraestructura pública. La sola razón de que no existiera una plaza o pequeña área verde en cuadras a la redonda me convenció de plantear este proyecto", dice el artista, que con este proyecto realiza su primera marca permanente en la ciudad.

La obra, que será bautizada como Plaza Siria y que fue ejecutada con el arquitecto Osvaldo Sotomayor, se erige como símbolo de la convivencia multicultural. El artista convirtió la abandonada esquina de Eusebio Lillo con Río de Janeiro en una especie de tablero del juego Tauli, tradicional en Medio Oriente. En esta "escultura-plaza-juego" el piso tendrá el diseño geométrico del tablero, los asientos la imagen de las fichas y las mesas imitarán los dados. El proyecto incluye la presencia de tres olivos, que darán sombra a los vecinos que allí se sienten a imaginar el futuro.