Valeria Radrigán y cómo las apps de citas reformularon el coqueteo: “El 29% las usa para entretenerse, mientras que un 15% lo hace para tener sexo”
La doctora en Estética y Filosofía, Valeria Radrigán, recopiló más de 600 testimonios de chilenos y chilenas que usan estas plataformas, pensadas originalmente para concretar citas y encuentro sexuales. Justo cuando pensábamos que estaban perdiendo vigencia llegaron el estallido social y el Covid19, reformulándolas e incluso resinificando sus usos.
Las plataformas para conseguir citas y conocer gente con gustos afines no son nuevas. Con la masificación de internet se popularizaron sitios como OKCupid o incluso otros más específicos según rango etario, intereses e incluso religión. Y siempre les ha ido bien; siempre hay personas dispuestas a participar y a probar suerte, porque ofrecen un mundo de posibilidades, desde armarse un perfil de tal forma y ser los artífices de la primera impresión que damos (desde la foto que elegimos hasta cómo nos describimos), hasta encontrarse con personas que sería imposible conocer en otro contexto. Puede que vivan en otra ciudad, que frecuenten otros lugares, o que simplemente no compartan los mismos círculos de gente.
Teniendo esto en cuenta, no nos debimos haber sorprendido cuando en 2012, época en la que las redes sociales se estaban masificando y un gran porcentaje de la población manejaba cuentas de Facebook y Twitter desde sus propios celulares inteligentes, debutó Tinder. La idea es bastante sencilla; publicas fotos de perfil, escribes algunas de tus características y detallas qué estás buscando. Así, tienes acceso a un catálogo de personas que hicieron el mismo procedimiento que tu, esperando hacer “match” con alguien de su interés. Quizás eres tú.
Tinder no es la única. Happn, Grindr y Bumble también son populares y muchas personas tienen perfiles en cada una de ellas. Y es que la premisa es atractiva; conocer a alguien, saltarse toda la previa y concretar un encuentro de sexo casual, si es lo que se busca. O empezar una conversación con alguien de intereses afines, antes de salir en una cita. Pero en ambos casos se resuelve el dilema ‘¿Dónde voy a conocer a alguien nuevo?’, porque aquí hay donde elegir.
La doctora en Estética y Filosofía Valeria Radrigán estaba recién separada cuando empezó su investigación sobre las apps de citas que culminó en el libro Siento mariposas en el celular, recién lanzado a fines de enero. “Mi motivación surgió cuando aún no era usuaria”, cuenta sobre el por qué de su trabajo. “Mis amigas me mostraban los perfiles que les aparecían y me llamaba mucho la atención que en una app de citas, que supuestamente es para coordinar un encuentro sexual o conseguir pareja, circularan perfiles de personas que no estaban mostrando sus mejores atributos”. Uno de los casos que no ha podido olvidar en todo este tiempo es el de un hombre disfrazado de completo. “Hay perfiles de gente que se ve guapa, pero me llama la atención esa otra forma de representarse para hacerse interesantes en ese mercado”.
Y fue entonces que la autora se empezó a cuestionar si es que las personas realmente estaban usando estas plataformas con fines sexoafectivos o si en realidad buscaban otra cosa. Y grande fue su sorpresa cuando tras revisar 600 entrevistas a hombres y mujeres chilenos, dio con que el 29% las usaba para entretenerse, mientras que un 23% lo hacía para concretar citas y solo el 15% para tener sexo.
“La gente subvierte el sentido original de la aplicación, otorgándole sus propios objetivos. Desde la lógica de la entretención se abre una nueva ventana sobre lo que es el mundo de las citas, porque buscas a alguien, sí, pero para entretenerte”, explica la investigadora.
Una vez más, esto no es tan nuevo, solo mutó y se hizo más compleja la plataforma con la que se hace. En los 90 se podía conseguir algo similar llamando al “disque amigos”, que era un número telefónico que te conectaba con un desconocido con el que podías conversar. O los grupos de chats más populares a finales de la década. Y si nos vamos aún más al pasado, estos encuentros se podían concretar a través de avisos en el diario, con los cuales también se podían concretar amistades por correspondencia.
Un segundo punto que llamó la atención de la doctora Radrigán fue cómo estas apps resignificaron (o no) la forma en las que personas entienden al sexo y al amor. “Les preguntamos si su vida sexual y amorosa había cambiado luego de usar las aplicaciones y decían que sí y que para mejor. Que habían aumentado la creatividad y que tenían más espacios de libertad sexual. Decían que había cambiado lo que piensan del amor, pero cuando bajamos la pregunta y les pedíamos que definieran amor, las formas de verbalizarlo seguían siendo patrones anclados al modelo del amor romántico”, explica Valeria y ejemplifica con algunas respuestas: “Que el amor es sublime, que es mágico, que es algo que se da entre dos personas”.
La persona como bien de consumo
Ejemplos como el señor vestido de completo existen varios, pero lo cierto es que hay poses, atuendos y locaciones que se repiten con más periodicidad entre los perfiles de las apps de citas. Puede que busques entretención, puede que busques sexo casual, pero es probable que hayas caído en alguno de estos estereotipos: hombres con los brazos abiertos en lugares turístico/místicos como Machu Picchu, fotos frente al espejo del baño, en traje de baño, selfies en ángulo descendente.
Porque cuando accedemos a ingresar a este catálogo de personas, consciente o inconscientemente nos convertimos en un producto que otros podrán querer o dejar pasar. “Hay una consciencia de estar exponiéndose, lo que obedece a ingresar en la maquinaria de la industria de la entretención, pero también del consumo”, dice Valeria al respecto.
Pero ojo, que esto no es tan distinto a lo que hacíamos antes o de forma offline, cuando nos vestíamos o maquillábamos de cierta manera para salir a bailar o a una fiesta. “Lo que las tecnologías hacen es amplificar una performatividad de cortejo que ya existía y que sigue existiendo paralelamente”, dice la investigadora. Es importante entender que estos mundos coexisten y que la vida de uno no implica la muerte del otro. Porque aunque vivimos en un mundo pandémico, eventualmente volveremos al bar o a conocer gente en fiestas de amigos en común. Pero las apps de citas no van a morir cuando estemos todos vacunados; van a mutar en algo distinto de acuerdo a las tecnologías. O van a vivir en otros formatos que quizás no estaban pensados para ese fin.
Porque así como hay gente que en Grindr busca marihuana o que se mete a Tinder esperando que alguien la invite a comer, redes como Instagram se están prestando para conocer gente y coordinar citas o encuentros sexuales. Lo que importa, más allá de la plataforma o el fin para el que se creó, es el uso que le demos, que va a ser tan diverso como el número de usuarios.
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