El año 1988 Juan, de 69 años (cambiamos el nombre de todos los entrevistados para resguardar su identidad), se fue a vivir al Norte. Es arquitecto y puso una empresa constructora en Antofagasta. Fueron diez años muy exitosos, estaba en el peak de su carrera, pero lamentablemente la muerte de su madre cambió todo. Vivían juntos y tenían una relación muy cercana. "Era mi yunta, viajábamos y nos acompañábamos todo el tiempo", recuerda. Producto de esto se le desencadenó una fuerte depresión, de la que se aprovechó su contador para estafarlo. De un día para otro se dio cuenta de que estaba quebrado. Se volvió a Santiago y estuvo dos años prácticamente encerrado en un departamento en el centro. "Fue un tiempo difícil. Trataba de salir, pero me costaba mucho, hasta que un día decidí que no podía seguir así porque en cualquier momento terminaría matándome", confiesa. De a poco, a sus 56 años, comenzó a retomar su vida. "Volví a la vida social y eso significó tener algunos encuentros sexuales. No era una persona promiscua, para nada. A lo más una vez al mes estaba con alguien", dice. En un momento bajó cinco kilos muy rápidamente, cuestión que lo alertó y decidió ir al médico. Cuenta que el diagnóstico de VIH positivo fue como un balde de agua fría. "Al principio fue difícil, no lo entendía. ¿Cómo a mi edad?, me pregunté muchas veces", cuenta. Para Juan este era un tema de jóvenes. Jamás pensó que podría contagiarse a su edad.
Esta es una de las principales razones del aumento de casos de VIH en la tercera edad, que para esta enfermedad se considera desde los 50 años. "Lo ven como un tema lejano. Que les ocurre a los cabros jóvenes, más promiscuos. Tienen menos autocuidado en este aspecto. Se cuidan más de otras cosas, pero la sensación de riesgo de enfermedades de transmisión sexual en el adulto mayor es cero", explica Claudia Cortés, vicepresidenta de la Sociedad Chilena de Infectología y parte del grupo médico de la Fundación Arriarán, dedicada a trabajar con pacientes con VIH desde 1991.
Si bien en Chile el porcentaje de contagiados de este grupo etario sigue siendo menor que otros, como los jóvenes (representa un poco más del 10% del total de diagnosticados), sus cifras aumentan rápidamente. En 2010 había 65 casos confirmados de VIH en mayores de 50 años, según el Instituto de Salud Pública. Este número subió a 122 en 2014 y a 597 en 2017. Una tendencia que también ocurre en el resto del mundo. Datos de ONUSIDA muestran que la cantidad de adultos sobre 50 años viviendo con VIH en 2010 era cercana a los 5.000, mientras que en 2016 llegó a los 11.000. Es más, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (Centers for Disease Control and Prevention, CDC), en Estados Unidos en el 2014 aproximadamente el 45% de los pacientes con diagnóstico de infección por el VIH eran mayores de 50 años.
Una de las razones de este aumento tiene que ver con que muchas personas a quienes se les diagnosticó la infección por el VIH cuando eran más jóvenes ahora están envejeciendo. El tratamiento permanente con medicamentos ayuda a esas personas a tener una vida más larga y sana. Así lo confirma la doctora Claudia Cortés. "Hoy se muere menos gente de VIH. La gente en general tiene una expectativa de vida más larga y los contagiados con el virus también. Yo siempre les digo a mis pacientes: 'si eres ordenado, si te tomas los remedios, te vas a morir de otras cosas como un infarto, de cáncer o de viejo, que es como nos morimos todos'", explica.
DESPUÉS DEL VIAGRA
Roberto tiene 56 años. Estuvo casado durante 25 años y el año antepasado se separó. "Fue muy extraña la sensación de volver a estar solo. Al principio me fui para dentro, pero luego pasé por la euforia. Quería salir todos los días, conocer gente, vivir todo lo que estos años, según yo, me había perdido", cuenta. Se hizo un cambio de look y bajó la aplicación de citas Tinder, además de pasar por la farmacia y comprar, por primera vez en su vida, Viagra. "Un amigo que se había separado hace poco me lo recomendó, me dijo que con eso retrocedía 20 años", cuenta riendo. Roberto recuerda el 2017 como un año muy promiscuo. "Probé cosas que nunca antes habría pensado, pero estaba como adolescente, no pensaba mucho. ¿Si me cuidé? La verdad es que tengo que reconocer que no siempre. Admito que fui irresponsable en eso, pero es que estuve durante tantos años con mi exmujer, sin cuidarme con preservativo, que hasta había olvidado lo que era", confidencia. A comienzos del 2018, un día sintió la garganta extraña. Pensó que era una amigdalitis, pero pasaron los días y no pasaba, así que fue al doctor. Le hicieron exámenes que días más tarde arrojaron VIH positivo.
"Me han tocado muchos casos de separados que quieren recuperar el tiempo perdido y que comienzan a experimentar en relaciones esporádicas con hombres y mujeres. Esa es una etapa bien promiscua en general, por lo que se transforman en un grupo de alto riesgo considerando que la mayoría no usa mucho condón. Chile es un país en el que se usa poco preservativo en general, y en este grupo etario es menos común porque a esa edad ya no hay riesgo de embarazo y por ende no lo ven necesario", explica la doctora Cortés. Y agrega: "Si a eso le sumamos que hoy tenemos una vida sexual activa por mucho más tiempo gracias a inventos como el Viagra o los lubricantes, se entiende por qué las cifras han aumentado rápidamente en este segmento". Una cuestión preocupante, dice la doctora, si consideramos que Chile es uno de los países que más rápido envejecen en el mundo: se estima que en 2041, el 21% de los chilenos será adulto mayor.
Después del diagnóstico, Roberto ha seguido teniendo sexo casual. "Ahora obviamente lo hago con condón, pero me llama la atención que soy yo el que se preocupa de eso porque sé que tengo el virus, pero en general nadie nunca me ha pedido un test o me ha exigido que use preservativo", cuenta.
DIAGNÓSTICO TARDÍO
En esta edad es muy común que los primeros síntomas que genera el virus (baja de peso, falta de apetito, ganglios inflamados, dolor en las articulaciones y diarrea, entre otros) se confundan con otras enfermedades. Lo primero que se piensa es que se trata de un cáncer, diabetes, hipertensión u otra enfermedad común de la edad. "Los doctores presuponen '¿cómo le voy a pedir un test a una señora de 70 años?'. Bueno, porque si de repente tiene relaciones sexuales, aunque sea una vez al año, ya hay riesgo", dice Claudia. Y hay que considerar que el adelgazamiento y la sequedad de la vagina por causa de la edad pueden aumentar el riesgo de infección por el VIH en las mujeres mayores.
"En este segmento etario tenemos problemas dramáticos porque no lo sospechamos. Tengo un paciente que tiene 68 años que estuvo un año y medio dando bote con ocho doctores distintos, bajó 50 kilos de peso, hasta que el octavo doctor recién le pidió el test de VIH. Él estaba casado, iba a las consultas con la señora y nunca fue capaz de decir que tenía un factor de riesgo, que había tenido relaciones fuera del matrimonio, entonces los doctores no le pedían esa prueba", agrega la especialista.
Así le ocurrió a Soledad (67 años). Hace quince años comenzó a sentirse mal. Estaba casada, tenía dos hijos y era dueña de casa. De un día para otro empezó a perder peso, tenía poco ánimo y mucho cansancio. Fue donde un gastroenterólogo, amigo de la familia, que le hizo una serie de exámenes, pero nunca el test de VIH. Así pasó mucho tiempo y los síntomas se hicieron cada vez más evidentes. "Como éramos conocidos, el doctor no se atrevió a pedir esa prueba; bueno, y yo tampoco nunca le dije que tenía una posibilidad, porque jamás me lo esperé", cuenta. Lo que el doctor no sabía es que meses atrás Soledad se había encontrado con un amor del pasado. Con su marido las cosas no iban muy bien, él viajaba mucho fuera de Santiago por trabajo y ella sabía que tenía sus cuentos por fuera. "Yo creo que el estar sola fue lo que me hizo caer en esto. Pero fue poco tiempo. Nos reencontramos en octubre y yo decidí dejar de verlo en enero, por mis hijos, me sentía muy culpable". En esos meses tuvieron solo un par de encuentros sexuales y él nunca le dijo que era portador. Tiempo después de recibir el diagnóstico, Soledad quiso contactar a esta persona, pero le dijeron que había muerto. Con su marido nunca más tuvieron sexo, aunque siguieron casados hasta que él falleció, hace un par de años, de un infarto. "Por suerte nunca lo contagié, pero desde que le conté esto nunca más fuimos una pareja. Él tenía temor, así que yo eliminé el sexo de mi vida para siempre", reconoce.
LAS DIFICULTADES DEL TRATAMIENTO
Tratar el VIH en adultos mayores es diferente que en jóvenes. Llegar a un tratamiento adecuado en cada paciente es seguramente lo más complejo en este grupo etario versus otros, ya que existe la inmunosenescencia, que se refiere al deterioro gradual del sistema inmunológico provocado por el avance de la edad natural. "Los remedios no funcionan igual en jóvenes que tienen un sistema metabólico mucho más activo que en un adulto mayor", explica la doctora Cortés. Además, dice, cuando se desarrollan nuevos medicamentos jamás se prueban en mayores porque es un riesgo, se buscan personas sanas. Eso significa que al momento de partir una terapia con un adulto mayor los doctores nunca saben cómo va a funcionar. "A eso hay que sumarle la polifarmacia. Son pacientes que ya toman al menos un par de pastillas porque, o son hipertensos o son diabéticos, o tienen otras cosas, y hay que fijarse en la interacción que pueden tener las nuevas drogas con las que ya están tomando", explica Cortés.
A pesar de esto es seguramente el grupo más 'mateo' en cuanto a la adherencia al tratamiento. Lo más complejo viene cuando se enteran. "Son una generación que vio morir a gente de sida (la etapa más avanzada de la infección producida por este virus), que creció con el temor de tener VIH en una época en que no podía tratarse, por tanto lo primero que creen es que a ellos les va a pasar lo mismo", dice Carmen Gloria Greve, psicóloga del Centro de VIH del Hospital Clínico de la Universidad de Chile. La especialista cuenta que además en el caso de las mujeres es peor. "La mayoría de las veces ellas se contagian a través de sus maridos, quienes han tenido relaciones extramatrimoniales y, por tanto, además del diagnóstico, deben asumir esto otro. Cuando entregamos la información muchas veces se centran en el dolor de la infidelidad más que en la condición de salud".
Tienen también bastante más incorporado el tema del estigma. "Esta es una enfermedad que por mucho tiempo estuvo solo asociada a ciertas poblaciones, homosexuales, comercio sexual, entre otras, y para esta generación eso es un tema. Les es muy difícil aceptar el diagnóstico y más aun comunicárselo al resto de la familia. Muchas veces no lo hacen", dice Carmen Gloria. Esta decisión obviamente afecta su salud mental. "Estar acompañados, que alguien sepa tu condición, la acepte y te apoye es fundamental para seguir el tratamiento e incluso para no caer en una depresión", agrega. Así le pasó a Soledad. "He mantenido a mi familia al margen de esto, sin saber nada y, bueno, es difícil llevarlo sola, pero se puede. A veces necesito apoyo, pero lo encuentro en una fundación. Es como si tuviera una doble vida", concluye.
Cómo avanza la ciencia
El doctor Ricardo Soto Rifo, profesor asociado del Programa de Virología, ICBM, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y director del grupo de trabajo en VIH/SIDA, cuenta que en este momento los esfuerzos están puestos en mejorar las drogas existentes. "Las que hay funcionan bien, pero siempre queda un porcentaje que se denomina 'desarrollo de resistencia'. En Chile se han hecho pocos estudios, y los que hay han demostrado que en promedio hay un 12% de resistencia. Esto quiere decir que de diez personas que van a empezar el tratamiento, a una le va a fallar porque el virus se sobrepone a la droga".
"Lo que investigamos -dice- es cómo el virus aprovecha la maquinaria de la célula para generar nuevos componentes, y queremos intervenir en ese proceso. Si al virus le tomó años de evolución para utilizar los procesos moleculares de la célula para reproducirse, lo que creemos es que no va a poder poner resistencia si interferimos en el proceso biológico", explica. Y agrega: "Hemos desarrollado un proceso de screaming donde probamos, a nivel de laboratorio, drogas que ya están aprobadas por la FDA para tratar otras patologías". De lo que habla el doctor es de un proceso que está bien en boga en la medicina, conocido como 'reposicionamiento de las drogas'. En palabras simples se trata de que si existe una droga, por ejemplo, para la hipertensión, y si ya se sabe que no es tóxica para los humanos, ¿por qué no buscarle otras funciones? "Es un poco como surgió el Viagra. Alguien lo identificó como vasodilatador cardiaco y en algún momento se dio cuenta de que se le podía dar otro uso", explica Ricardo.
El equipo de la Universidad de Chile ya encontró varias drogas que son interesantes; están siendo utilizadas para otras patologías y podrían ser inhibidores del VIH. Hoy están buscando fondos para validarlas con pacientes que estén tomando dichas medicinas y ver si la terapia les ha funcionado mejor.