“Mi marido falleció con 42 años el 22 de octubre de 2020. La causa fue un cáncer, al que dio la pelea durante casi tres años. Era un hombre sumamente buen mozo, deportista, triatleta; un churro, como le decía yo. Falleció nueve días antes de que yo cumpliera 36 años, con una hija de apenas cinco añitos. Creí que el mundo se me venía abajo, literal. Y es que él lo era todo en mi vida, mi centinela que siempre me tuvo como a una reina (antes de morir me dijo que yo siempre lo había tratado como a un rey).
Durante esos tres años que duró la enfermedad, nuestra hija pasó por varias etapas, pero todas las vivió con una fortaleza admirable. Juana nació “chipeada” con entereza y vigor, pues más de la mitad de su vida conoció a un padre enfermo. Pero no conoció un lado malo o negativo, nosotros siempre quisimos ver esto como parte de la vida. Nunca nos reprochamos el por qué. Sabíamos que era algo que le podría pasar a cualquiera y decidimos y nos sentimos afortunados porque, a pesar del diagnóstico, el papá pudo llevar la mayor parte del tiempo, una vida casi normal.
El doctor había dicho que no viviría más de tres meses, pero al final, vivió tres años. La vida nos regaló tres años en los cuales nos estrujamos todos los días, fue un disfrute al máximo. Ahí entendí el completo sentido de la vida; instantes, momentos, hacer de cada uno de ellos, un tiempo que valiera la pena. Esos años fueron una especie de bonus track, nuestro tiempo extra. Por eso unas de las palabras que repito más seguido es que somos afortunados. Lo fuimos y lo seguimos siendo.
Mi vida cambió a un nivel en el que muchas veces no me reconozco. Extraño a la que era antes, pero también sé que todo lo que fui y atravesé, me llevó a convertirme en otra mujer. Mucha gente se fue con la partida de mi marido; incluso familia, personas que creí que iban a sostenerme la mano siempre y no lo hicieron. Eso, diría, es la parte mala de todo esto. Son cachetazos que te va dejando todo este proceso. Y por supuesto que también están los que se quedaron, que nos dieron un amor difícil de describir, aquellos que pasas a adoptar como familia, pues ellos también te adoptan a vos.
El 29 de julio mi marido cumplía años. El 31 de julio de este año conocí a un señor (sigo creyendo que las fechas son señales).
Este hombre revolucionó mis sentimientos y emociones. Me volví a sentir afortunada y agradecida de encontrar un ser tan lindo de alma y de corazón. Reconozco que al principio tuve miedo, mucho miedo de conocer a alguien. Pero me dejé llevar, pues me sentí feliz con él. Así pasamos casi cinco meses, plenos. Hasta que él se enamoró y tuve que enfrentarme a mi misma. ¿Estaba sintiendo lo mismo? ¿Me sentía enamorada? ¿Podría estarlo? La primera respuesta fue no, no estaba enamorada.
Pasaron unos días y hasta busqué en Google la definición de “estar enamorada”. El haber tenido un amor tan fuerte anterior, te hace pensar que es difícil volver a sentir. Uno compara. Y aunque la teoría la tengo clara, sé que el amor se convierte y que hay diferentes amores, quizás en la práctica estoy fallando. Tal vez aún no estoy preparada.
El día que terminé con este hombre, él me miró a la cara y me dijo que quería estar con alguien que se muriera de amor por él. Yo todavía sigo preguntándome si yo no lo estaba. Tal vez sí y arruiné todo, quién sabe. Pero si de algo estoy segura, es que todo lo que tiene que ser, de alguna manera vuelve a uno, y si no, fue un gran aprendizaje. Sin dudas es la historia que marcó mi 2022, pues a pesar del final, con él volví a creer en el amor”.
Lilian es diseñadora, vive en Argentina y tiene 38 años.