Ximena Rivas: “Es sano pensar en la muerte todos los días”
Esta no es la primera vez que Rivas se enfrenta al desafío de dar vida a una figura real. Anteriormente, lo hizo con mujeres históricas como Violeta Parra y Gabriela Mistral. Sin embargo, surge la pregunta: ¿cómo se lleva a cabo la investigación y construcción de un personaje que realmente existió?
Hace unos meses el nombre de Amanda Labarca volvió a ser noticia. Algunos cibernautas la postulaban para participar en el concurso ‘Mujeres Valiosas’, donde se elegiría el rostro de una destacada figura histórica chilena para imprimirlo en un billete. Aunque no resultó ganadora ni se encontraba entre las más populares, algunos fragmentos destacados de su carrera circularon en hilos de Twitter: Labarca fue la primera docente del país y la región en conseguir una cátedra universitaria. En la década de 1940 se convirtió en la primera mujer nombrada representante del gobierno ante las Naciones Unidas. Además, su faceta como autora dejó numerosos textos relacionados con la docencia, la educación y el feminismo. Aunque estos no son ampliamente conocidos, se conservan en los estantes de la Universidad de Chile.
“Su currículum es tan extenso que da vértigo”, comenta Ximena Rivas (60), la actriz encargada de dar vida a Amanda Labarca en una obra que lleva su nombre, escrita por la dramaturga Isidora Stevenson y dirigida por Manuela Oyarzún. En este monólogo -el primero en su carrera y con una duración de casi una hora-, Rivas se instala en la noche previa a la firma de la Ley del Sufragio Universal para mujeres en Chile.
Labarca, reconocida por su contribución desde la norma, estaba invitada por el mismísimo Presidente a la ceremonia, a diferencia de la sufragista Elena Caffarena, quien lideró la lucha por la emancipación desde las calles, pero que no recibiría este reconocimiento institucional. Así, la docente ve otra vez cómo, a pesar de los avances, las mujeres enfrentan una y otra vez un sinfín de dificultades para ser validadas.
Esta no es la primera vez que Rivas se enfrenta al desafío de dar vida a una figura real. Anteriormente, lo hizo con mujeres históricas como Violeta Parra y Gabriela Mistral. Sin embargo, surge la pregunta: ¿cómo se lleva a cabo la investigación y construcción de un personaje que realmente existió?
“Lo primero que experimentas es una responsabilidad enorme, ya que el público que ve a ese personaje tiene memoria o una percepción arraigada de su existencia y de la profunda huella que dejó en nuestra sociedad. Sin embargo, es crucial liberarse de esa carga, ya que aferrarse a ella puede ser limitante. No soy Amanda, ni tengo su cuerpo o su voz, por ejemplo; así que comienzo buscando coincidencias entre ella y yo. Antes de la investigación, siempre inicio desde mi propia perspectiva: ¿qué aspectos de esta mujer puedo identificar en mí? ¿En qué punto nos encontramos? Pero siempre sostengo que se trata de una interpretación, y ahí radica la belleza del trabajo actoral: sumergirte y exponerte, porque para transmitir una verdad, debes comprometerte plenamente, sin juzgar. Es gratificante descubrir las motivaciones que impulsan a una persona. Amanda fue una voz destacada en el feminismo que operaba desde las instituciones sociales. Como ella misma decía, ‘¿quién, sino, empujará los cambios desde dentro del poder?’, y efectivamente, desde esa posición lideró la lucha por el voto femenino. Era una mujer táctica, a veces forzada a cerrar la boca para no perder los espacios ya conquistados”.
¿Qué características de Amanda Labarca se necesitan en el debate hoy?
“Ella siempre adoptó una perspectiva institucional de los avances que deseaba ver en la sociedad. En aquella época éramos consideradas unas locas por estudiar, por ejemplo. Y ella constantemente tuvo que luchar y esforzarse por hacerse escuchar: en la Universidad de Chile encontraron más de 300 textos de Amanda Labarca que no estaban registrados. Su altura intelectual es comparable a la de Gabriela Mistral, pero a pesar de ello, no recibió un Premio Nobel.
Tenía una claridad absoluta de que la educación era el único medio para trascender y hacer evolucionar a la sociedad. Labarca habló extensamente sobre cómo el ser humano se transforma a través de la educación. Pero su enfoque provenía del corazón, encontrando nobleza y sensibilidad en un entorno formal que para otros podía ser rígido. Fue una persona excepcionalmente flexible y comprensiva, con una capacidad única para llegar a acuerdos, algo que, lamentablemente, nos falta en la actualidad. Vivimos en un constante conflicto que nos estanca, y su mensaje se vuelve más relevante que nunca. La lucha que enfrentó entre los 20 y los 40 años podría ser la misma hoy en día. Transar para avanzar”.
Si hiciéramos el ejercicio de revivir a Amanda al día de hoy, ¿cómo se sentiría con los avances del feminismo y otros temas?
“Particularmente, ella abordaba extensamente el tema del feminismo en el futuro, con la convicción de que no sería un movimiento único, sino múltiple. Su visión era muy moderna. En la actualidad, observamos no solo la falta de consenso, sino también la participación en dinámicas de descalificación que perpetúan un patrón social roto solo reparable mediante la educación. Ella no sólo se refería simplemente a la educación informativa, sino a algo más sutil: ¿dónde residen nuestras emociones y cómo las gestionamos? A pesar de encontrarse en una estructura machista y rígida, ella mantenía la paciencia necesaria para debatir y enseñar, mostrando una notable capacidad para negociar. Creía fervientemente en la transformación continua y acumulativa. En esa época, fue la izquierda la que se opuso al voto femenino por temor a su conservadurismo, y su respuesta fue: “Bueno, habrá que educar a la mujer”. Labarca no se conformaba con lo inmediato y contingente, sino que apostaba por la transformación a través de la educación”.
En 2018 tú tomaste una bandera de lucha por la brecha salarial al interior de la televisión, ¿cuál es tu reflexión hoy?
“Saber que un coprotagonista ganaba más de diez veces que yo era una herida al alma. Dejando de lado lo político o racional. Eso dolía. Después de que se filtraron los sueldos, mantuve conversaciones directas con la plana ejecutiva porque sentía que era una situación impresentable. Y sí creo que creo que se lograron pequeños avances: se establecieron límites salariales y se redujo ligeramente la brecha.
Los actores de televisión siempre han gozado de privilegios salariales debido a la gran recaudación de estos mercados, pero este problema trascendía el ámbito individual. En Chile, por una cosa cultural, no se habla abiertamente de salarios, desconocemos cuánto gana el compañero al lado, pero es esencial contar con información para situarse. Recibí numerosos mensajes de personas que trabajaban en el ámbito público, bancos o de isapres. Me contactaron porque la conversación también resonaba en sus entornos laborales. Crear conciencia sobre este tema fue otro logro”.
¿Cuál fue el recibimiento que tuvo desde tus compañeras de trabajo esta lucha?
“Fue una experiencia estresante y me sentí bastante sola. Conversé al respecto con el elenco, pero comprendí que cada uno estaba inmerso en un viaje personal, ya sea relacionado con las necesidades económicas o el temor a quedarse sin trabajo. Y era súper entendible también. Yo tenía quince años de experiencia en teatro antes de ingresar a la televisión, donde los acuerdos se forjaban desde los grupos. Sin embargo, la televisión es un mundo diferente; es un mercado en el que todos compiten, ya sea un actor o una producción, cada uno puja por un precio”.
Habiendo sido parte de los años dorados de las teleseries en Chile, ¿cuál es tu perspectiva sobre el cambio en la programación y su impacto social?
“Nada ocurre de forma aislada. En TVN se produjo un desmantelamiento en las áreas creativas y la desaparición del área dramática. Creo que la televisión posee un gran poder; en los años 90 supimos utilizarlo como un elemento educativo, abordando temas como sexualidad, pobreza, género y VIH, entre otros. El equipo de Sabatini entendió lo identificatorio que resultaba en las personas, pero desde ese mismo espacio se debilitó. Esta programación fortalecía el empoderamiento femenino y de muchas comunidades marginadas, por ejemplo, generando pensamiento crítico. Y en algún momento a eso se le tuvo miedo.
No considero que esto haya sido casual, ni tampoco creo que el tipo de televisión que tenemos hoy sea casual. No es una teoría conspirativa ni nada por el estilo, pero lo que se transmite actualmente, tanto en el entretenimiento como en la información, se centra en el miedo y la violencia. No se fomenta la educación ni se brinda espacio para la representación o la metáfora. Existe una idea simplista de que “esto no es lo que la gente quiere ver”, quitándole responsabilidad a los proveedores de contenido. La verdadera pregunta debería ser “¿qué quiero yo que la gente vea? ¿Cómo puedo aportar al bienestar social?”. Nadie asume la responsabilidad de cómo formar a los espectadores y hacerlos más exigentes. La televisión ha dejado de ser un lugar donde las personas puedan encontrarse”.
¿Qué te preocupa del feminismo hoy?
“Sin duda las mujeres hemos enfrentado una historia de marginación y abuso, pero creo que el separatismo no es la respuesta. Necesitamos liberarnos de prejuicios y resentimientos y centrarnos en la creación de comunidades con grandes objetivos de evolución. Es momento de sacrificar las pequeñas diferencias en aras de lo más importante. Debemos aspirar a ser seres humanos con un criterio amplio e integrador”.
Con la muerte, temas como el departamento, la ropa, las cosas, los títulos, se van en un chasquido de dedos, y hay que rendirse a eso. Es sano pensar en la muerte todos los días.
Como mujer con una vida pública, ¿cuáles consideras que son las expectativas que los demás han depositado en ti?
“Sin duda, en nuestra profesión, el aspecto es importante: uno trabaja con su cuerpo, voz y emociones al servicio de un personaje. Pero con el tiempo he aprendido que nada importa en verdad. ¿Qué estás sintiendo mientras lo haces? ¿Logras salir de la violencia y exigencia que te autoimpones por esta idea de lo que la gente espera de ti? Nuestra vida es mucho más pequeña e intrascendente. En la medida en la que te pones en primer lugar, logras salir del paradigma del sacrificio, y cambiarte a un lugar amoroso, se empieza a disfrutar la vida de otro lugar, no te pones grandes metas, sino que se va construyendo en el camino. Somos más que las ideas que tenemos de nosotros mismos. Somos más simples. Hoy disfrutar la vida se transformó en un privilegio y eso debería ser lo primero.
He tenido muchas experiencias cercanas con la muerte, hace pocos años perdí a mi mamá y a mi hermana mayor, entonces te das cuenta de que el cuerpo es una cáscara que se va a desvanecer. Esta idea de ser más pequeñito nos saca de lo rígido, de que tenemos que defender tanto lo que somos, como lo que creemos. Con la muerte, temas como el departamento, la ropa, las cosas, los títulos, se van en un chasquido de dedos, y hay que rendirse a eso. Es sano pensar en la muerte todos los días, porque ahí el ego se esfuma y con él se va la idea de grandiosidad, ¿Qué es lo que importa realmente?”.
¿Cómo ves a las nuevas generaciones? ¿Han adaptado cambios?
“Poseen una conciencia distinta, están inmersos en un viaje reflexivo sobre lo que consideran esencial y lo que no. Comprenden que no son definidos por sus acciones; buscan seguir la guía de sus corazones. Se muestran muy fluidos en su transitoriedad, disfrutando tanto del aprendizaje como de la enseñanza. La flexibilidad era una característica distintiva de Amanda; vivió la rigidez de su pensamiento y tuvo que defenderlo, pero siempre mantuvo una perspectiva integral hacia el ser humano. Ya sea cuando necesitaba destacar una alta intelectualidad o al interactuar con las personas, lo hacía desde el corazón, con gran sencillez. La conclusión que extraigo es que nada tiene tanta relevancia; los grandes errores sociales humanos surgen de la creencia en la importancia personal, la necesidad de vencer al otro, lo cual revela una carencia de amor y un exceso de miedo”.
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