¿Y si no quiero o no puedo perdonar?

Perdonar



Desde niños hemos escuchado que el perdón es algo positivo. A muchos se les enseña incluso que perdonar es algo que no solo hacemos como un acto de empatía con quien nos ha herido ya sea física o emocionalmente —porque todos cometemos errores— sino incluso por nosotros mismos. Porque el perdón nos libera, nos redime y nos sana. Para muchos pareciera tener cualidades casi místicas como el poder de liberarnos del daño que nos causaron, sacarnos del dolor y permitirnos seguir adelante. Pero más allá de si esas creencias en torno al perdón tienen o no asidero en lo real, ¿qué pasa si no puedo o simplemente no quiero perdonar?

Así como muchos creen que el perdón es una herramienta poderosa para el bien, culturalmente existen creencias muy arraigadas que asocian el no perdonar con consecuencias tremendamente negativas para quien no entrega su perdón. Quien no perdona se enferma, se estanca en el pasado, se llena de amargura, entre otras condenas auto infligidas. Como si perdonar fuese efectivamente una decisión o algo que se entrega o retiene a voluntad de la persona agredida.

Desde la psicología positiva, expertos como María Teresa Muñoz Sastre, Etienne Mullet o Jacques Lecomte efectivamente han entendido el perdonar como dar algo a alguien o renunciar a algo. Según la Asociación Americana de Psicología, “perdonar implica voluntariamente poner a un lado el resentimiento hacia un individuo que nos ha causado daño o que ha cometido una injusticia en nuestra contra”. Pero perdonar no implica necesariamente una reconciliación o justificar la acción del otro. Tampoco es necesario aceptar lo que ocurrió ni dejar de sentir rabia o enojo, porque el perdón no niega el derecho al resentimiento pero sí implica superarlo. Perdonar involucra una transformación voluntaria de nuestros propios sentimientos, actitudes y comportamientos hacia ese otro que nos ha herido. De forma que ya no seguimos estando dominados por el resentimiento y podemos mostrar compasión y generosidad hacia nuestro agresor. Y en este sentido el perdonar sí es una decisión que podemos tomar.

La terapeuta y máster en psicología integrativa Erika Elsner confirma que “el perdón es un don en dos sentidos: un don de donar y un don como una dadiva, un poder especial que tiene cada uno”. Agrega que, al entender el concepto desde esta perspectiva, el principal beneficio está en que la persona logra retomar, al menos un poco, el control sobre el sufrimiento. “En terapia, más que imponer un concepto se trabaja con la expectativas y la definición propia del paciente y de lo que eso representa para él o ella y su sanación”.

El que no perdona, no cierra la herida

Múltiples investigaciones han demostrado que el perdón está relacionado con efectos positivos en nuestra salud física y mental tales como reducción de la ansiedad, la depresión y la incidencia de algunos de los principales trastornos psiquiátricos. Y si bien existe amplio consenso científico respecto a que perdonar es beneficioso para la salud, los perjuicios de no hacerlo tienen que ver con las emociones negativas que podría generarnos. Y no con el acto de no perdonar en sí mismo.

Un artículo publicado en Psychological Science en 2001 titulado Granting Forgiveness or Harboring Grudges, confirmó que cuando se trata de perdón “aumentar las emociones positivas mientras se reducen las negativas, tales como culpa y rabia, beneficia nuestro sistema cardiovascular y reduce la enfermedad”. Por otra parte, en una entrevista el profesor e investigador de la Universidad de Virginia, Everett Worthington Jr., quien ha dedicado su carrera al estudio de la ciencia del perdón, explicó que es el estrés asociado a la auto condena y el proceso de no perdón lo que finalmente perjudica nuestra salud. “Es el estrés crónico de sentir auto condena o falta de perdón lo que afecta nuestro cuerpo negativamente. Nos pone en riesgo de problemas cardiovasculares, riesgo de mal funcionamiento del sistema inmune y altos niveles de cortisol. Eso resulta en riesgos para la salud”, explica. Y si bien todas estas son posibles consecuencias del no perdonar —o el no perdonarnos— solo nos afectarán cuando retener el perdón efectivamente nos genere una emoción negativa y, por ende, estrés.

Pero muchas veces el perdonar no necesariamente nos redime o libera, sino todo lo contrario. Según explica Erika Elsner, el perdón puede disminuir, retroceder o inavalidar la experiencia cuando es una imposición, más que algo que naturalmente se quiere entregar. “Haciendo un paralelo con el duelo, el resentimiento, la ira después de haber sufrido, las emociones necesitan ser experimentadas, vividas y no enterradas bajo el perdón”, explica. Además, en ocasiones el perdón genera culpabilidad, baja en la autoestima y auto confianza cuando la persona ha sufrido o siente que ha sufrido una violación a sus derechos según comenta la especialista. “Si el perdón es apurado perjudica aún más esos aspectos, el proceso de sanación será limitado o superficial”. El riesgo en estos casos es que, en el futuro, la salud mental se vea aún más afectada pudiendo llegar incluso a un trastorno depresivo o de ansiedad. En su experiencia clínica, Erika ha tratado con pacientes quienes, no preparados aún para perdonar, han terminado con sentimientos de profunda decepción al hacerlo. El paciente “se puede sentir defraudado: ‘pensé que perdonar me traería la paz mental que buscaba y eso no pasó’. Lo escuche muchas veces”.

La psicóloga agrega que “no en todo abuso o agresión es beneficioso el perdón para la sanación del paciente”. Explica que incluso en ocasiones puede hacerle sentir a la víctima como que su sufrimiento es menos importante, menos doloroso y menos válido y que como consecuencia él o ella vale menos. “Esto trae problemas de confianza y autoestima, que son aspectos fundamentales para una salud mental sana y estable”. Por otra parte, la especialista agrega que, no existen aún estudios científicos suficientes que comprueben que el perdón es necesario para todas las personas ni para todo tipo de sufrimiento. Y que lo más recomendable es establecer en terapia, con cada paciente cuáles son sus representaciones y expectativas acerca del perdón —mas allá de las impuestas por la familia, amigos, sociedad, religión, cultura, etc.— para determinar un curso de acción y si es recomendable o no iniciar un proceso de perdón. “El papel del terapeuta no es imponer una estrategia. El perdón puede crecer como necesidad y venir 10 años después y no en el momento de la agresión. En respuesta simples, no es necesario perdonar para sanar”.

Pero incluso más allá de que perdonar a quien nos ha dañado no sea una condición necesaria para sanar una herida emocional, ni de lo positivo que pueda ser para nuestra salud el dar nuestro perdón a otros. Perdonarnos a nosotros mismos también es una variable clave que muchas veces tomamos a la ligera u olvidamos de plano y puede ser el perdón más difícil de todos. El experto de la Universidad de Virginia Everett Worthington Jr. explica que “la auto condena crea emociones negativas y estrés. Genera arrepentimiento, remordimiento, dolor, vergüenza, culpa, tristeza, ansiedad”. Agrega que existen muchas formas de lidiar con ese tipo de sentimientos —así como existen muchas formas de manejar el perdonar a otros— como simplemente dejarlo ir y tapar la emoción negativa. Pero que, al menos cuando se trata de nosotros mismos, la mejor opción es perdonarnos.

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