El chileno que tiene chips bajo su piel para guardar información

Patricio Briones - Bio Upgrade
Con la jeringuilla de la foto, Patricio Briones ya ha insertado cinco chips en personas en los últimos meses. Fotos: Pablo Sanhueza G.

Patricio Briones (28) lleva dos implantes subcutáneos en sus brazos: uno donde almacena datos sensibles -por ejemplo, distintas claves- y otro para realizar pagos en máquinas con sistema NFC o sin contacto. Acá explica las razones para "hackear" su cuerpo, cómo funcionan los dispositivos y por qué busca comercializar el servicio a través de su empresa Bio Upgrade, como ya se hace en Europa y Asia.


Hace ya dos años, Patricio Briones (28) trabajaba en Isla de Pascua como buzo, pero el interés por la tecnología y otras temáticas lo habían seguido desde siempre. Especialmente el concepto de “biohacking”, un término que nace entre la fusión de lo biológico y su ‘hackeo’ a través de distintos implementos; en particular, la opción de que una persona se inserte un chip en el cuerpo para poder realizar distintas acciones: desde abrir una puerta que requiere un código de seguridad hasta pagar la cuenta del supermercado.

La implantación de chips subcutáneos —que se realiza mediante una pequeña incisión en la mano o el brazo, de forma muy similar a como se instalan los chips en las mascotas— vive hoy un punto álgido en Europa y en algunos países de Asia, pero en la región está recién viéndose. En paralelo, las tecnologías de pago sin contacto se están masificando en el mundo y el NFC —siglas del inglés que significan “comunicación por campo cercano”— ya permite, a través de distintos dispositivos, realizar acciones con solo acercar un chip a un receptor. En el caso de los chips, las primeras instalaciones se hicieron en 1998 y, desde entonces, la tecnología solo ha evolucionado.

“Hay algunos lugares del mundo en donde ya se están utilizando chips para abrir puertas, acceder a computadores o arrancar vehículos. Con toda mi atención en eso, intenté contactarme con las empresas que la llevan a nivel global y logré un acuerdo con una de ellas”, recuerda Patricio Briones, quien ya registró el servicio bajo el nombre de Bio Upgrade.

Esta tecnología, plantea, es muy intuitiva y no tiene mayores complicaciones. “Es ‘friendly’ con los usuarios, fácil de configurar y no requiere conocimiento técnico para sus aplicaciones”, explica Briones, que vive en Punta Arenas pero visita con frecuencia Santiago.

Implantes subcutáneos
Un chip de prueba, saliendo de la jeringa de instalación y posando sobre la mano de Patricio Briones.

Actualmente, el chip no está siendo comercializado en Chile, porque aún le restan algunas conversaciones con las autoridades del sector. Desde hace algunos meses sostienen reuniones con el Ministerio de Salud y están avanzando en ello. “Pueden existir casos en los que los usuarios asuman el riesgo de instalarse un microchip, pero por ahora no tenemos una venta abierta por eso mismo: después de una reunión que tuvimos, surgieron ciertos problemas con la ética científica y de salud”, especifica Briones.

“Si me pongo algo, no hay problema, y lo mismo con quienes quieran instalarse un implante de este tipo, el conflicto comienza cuando se quiere comercializar”, explica. Por lo pronto, él y su equipo están recopilando las evidencias de que el implante no sería dañino para la salud humana. “Están probados bajo presión con prensas hidráulicas y prolongados períodos de pruebas con nitrógeno, entre otros procedimientos”. El material usado es un bioglass muy resistente y similar al que se utiliza en las piezas dentales, y también cercano al de los chips que se les implantan a las mascotas para su registro.

De aquí a un año más, esperan que alguna universidad quiera trabajar con su empresa para realizar las pruebas y comprobaciones de resistencia pertinentes. “Lo que falta es poner a prueba todo eso para entregar los papeles al ministerio y que se pueda normalizar”, asegura Briones. Eso sí, comenta, entre risas, hay algo que sí es seguro: sus dispositivos no tienen la posibilidad de ser rastreados, ya que ninguno de ellos tiene litio ni baterías en su interior.

“¿Tienes un chip en el brazo?”

Hasta ahora, cuenta Patricio Briones, tiene tres chips con potencial comercializable. El primero se puede configurar a la medida de su portador y tiene una aplicación que puede ser descargada desde la App Store. Con ella, ejemplifica, podría programarse que, cuando se acerque la mano a una cerradura inteligente, esta se abra sin necesidad de llave física alguna. Lo mismo en el caso de un automóvil que cuente con sistema NFC. El dispositivo finalmente lo que hace es dar una autorización para que se ejecute algún procedimiento.

Otra versión de los aparatos que tiene en su catálogo ofrece tecnología de encriptación. A través de la aplicación VivoKey, Briones comenta que puede subir a la plataforma distintos documentos. Por ejemplo, él tiene todo el repositorio de contraseñas de sus diversas cuentas. “Como son passwords aleatorios, son números grandes y que, en caso de no tenerlos ahí, sería imposible recordarlos”, asegura. También guarda ahí su billetera de bitcoins y puede bloquear y desbloquear su teléfono con el chip.

En caso de perderse el teléfono o que se lo roben, la información puede ser recuperada. “En cuanto quiera acceder a esa libreta de contraseñas, se debe ingresar la clave de la aplicación desde mi teléfono y escanear mi chip, y eso no puede hacerlo otra persona si no tiene mi mano”, plantea. ¿La ventaja? Como toda la data queda almacenada en una app y el registro es único, pueden así recuperarse las credenciales.

Otra alternativa, pero que descarta aplicarla en el corto plazo porque conlleva otros problemas, es un chip de pago comercial. De hecho, es por el que más lo contactan y por el cual ha llamado la atención de canales de TV. Eso sí, masificar una solución de este tipo implica sostener conversaciones con las instituciones bancarias, porque significaría llevar toda la información de los usuarios a un chip. Eso es ilegal. Lo que hizo él, de hecho, fue reducir una de sus credenciales al menor tamaño, recubrirla por un “bioglass” y solicitó a un cirujano que se la instalara en el antebrazo. “La idea es que esto avance y que, en un futuro, sea un chip pequeño”, propone.

Implantes Subcutáneos
Otra alternativa, pero que descarta en el corto plazo, es un chip de pago comercial. Es por el que más lo contactan y por el cual ha llamado la atención de canales de TV.

Cuando entra y paga a un café, la gente lo mira con ciertas dudas. “¿Tienes un chip en el brazo?”, le preguntan con curiosidad. Él solo asiente y, en caso de insistir con preguntas, les explica. Durante la entrevista para este artículo, al menos tres cajeras se mostraron curiosas. Una preguntó si comercialmente ya existía el servicio. “Lo que nos queda es continuar y esperar que alguna entidad quiera trabajar con nosotros, sea un banco o una tarjeta digital, y que quiera ‘tokenizar’ la información para pasarla a uno de estos implantes”, dice.

Ser los primeros

La curiosidad viene con el boca a boca. Después de estar en Isla de Pascua, Patricio Briones volvió al continente y se puso a trabajar en un restaurante. Ahí conoció a Daniel Rojas (25), actual dueño de una pizzería, y le comentó su proyecto. Rojas no tuvo dudas y, en unos pocos minutos, su compañero de cocina, con una jeringa especial, le instaló un chip en su mano derecha. “Quería ser de los primeros en Chile con este tipo de tecnología”, acota él, mientras juega con su mano e indica el lugar en el que está el implante.

En su negocio, Rojas escanea su brazo para descargar el menú en los teléfonos móviles de sus comensales. “La reacción es de rareza al principio”, presume. Además, si sufre algún tipo de emergencia, basta que quien sepa que tiene el chip ponga a un móvil en contacto con su brazo para que se hagan las llamadas pertinentes.

Implantes subcutáneos
De derecha a izquierda, Patricio Briones, Daniel Rojas y Thomas Aranda.

Su idea, en algún momento, es poder realizar pagos sin contacto y sin tarjeta de por medio, solo a través de su mano. “Al principio toda mi familia quedó horrorizada, como si hubiese vendido mi alma al diablo, pero es solo tecnología”, dice él, que trabaja en cocina y con “fuegos calientes”. “No se siente”, añade sobre el implante.

Con Thomas Aranda (27) ocurrió algo similar. Patricio Briones y él estudiaron juntos en un liceo de la zona sur y, en estos años, han mantenido el contacto. Briones le comentó sobre su iniciativa y a Aranda le interesó. Para la fecha de este artículo tenía las intenciones de instalarse el dispositivo. El argumento es similar. “Ser uno de los primeros”, asegura. Mientras habla, le realiza preguntas cruzadas a Daniel Rojas, que está sentado frente a él. “¿Y los primeros días el chip te queda ‘bailando’ debajo de la piel?”, cuestiona. El dueño de la pizzería niega con la cabeza. Transcurrido el tiempo, los implantes se recubren naturalmente y quedan “firmes” a la mano. Pasan casi desapercibidos.

Rojas recuerda que, tiempo después de haberse realizado el implante, intentaron chequear su seguridad hackeando el dispositivo. “El chip está encriptado, y en el momento en que lo intentamos clonar, casi quemamos el aparato: ya se intentó muchas veces con el mío y la vez que más cerca estuvimos, apareció un código ilegítimo”, recuerda el cocinero.

“Sé que aún no tiene mucha utilidad, pero a pesar de eso me interesa”, aclara Aranda, que es transportista. Dice que le atrae la idea de poder utilizarlo en un automóvil y realizar la partida a través de un sistema NFC. Ambos, Aranda y Rojas, concuerdan en una cosa: aunque aún no está regulado en Chile, este es un primer paso. “No tendría problemas con tener una pierna biónica o un brazo”, bromea Aranda, que agrega rápidamente: “Y eso que mi celular ni siquiera tiene lector NFC”.

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