Cómo es la cuarentena de quienes viven solos en Santiago
Tres historias, más de tres meses de confinamiento obligado por la pandemia y el singular día a día de quienes compran, hablan y trabajan de manera virtual, solos y sin salir de casa.
Son 930 los kilómetros que separan a Matías Becker (28) de su familia. Él vive en Santiago, en la comuna de Providencia, mientras que sus más cercanos en Osorno, su ciudad natal. Actualmente cursa último año de Ingeniería Comercial. Becker acostumbra a pasar los períodos de vacaciones en el sur y vuelve a la capital cuando las clases comienzan. Así lo hizo este verano, con la diferencia de que las clases presenciales duraron una semana, hasta que quedaron suspendidas de forma indefinida debido a la pandemia.
Ahora está solo. Comenta que nunca se le pasó por la cabeza que la emergencia sanitaria iba a ser tan drástica, por lo que decidió quedarse en Santiago, a la espera de retomar sus clases. Si hubiese tenido mayor certeza en un comienzo, ahora estaría junto a su familia, en el sur. Aunque en alguna ocasión sus familiares le plantearon la idea de que se fuera para allá, la cuarentena lo impidió. Deberá permanecer en Santiago el resto del confinamiento, que el nuevo ministro de Salud ha dicho que durará -al menos- hasta fin de mes. La persona que más le preocupa es su abuelo paterno, de 86 años, quien también vive solo desde que enviudó este año y a quien evitan visitar para no exponerlo a un contagio.
Despertar solo, calcular porciones de comida para uno y no compartir baño es el panorama de quienes, ya sea por opción o no, viven solos. En semanas en que en varias comunas de Chile -y en todo el Gran Santiago- es necesario pedir un permiso hasta para ir a comprar pan, debido a la cuarentena por la emergencia sanitaria, estar aislado de los demás puede poner a prueba las formas en que las personas se las ingenian para mantenerse ocupadas y evitar la sensación de soledad. Un dato: uno de cada seis hogares chilenos está compuesto por una persona, según el Censo de 2017. Son más de un millón de individuos los que son los únicos responsables de la provisión y el mantenimiento de sus hogares. Y la tecnología aparece como una ventana para ver a los demás desde el confinamiento.
Matías Becker, quien ha vivido solo en su departamento de Santiago desde 2017, cuenta que padece de un trastorno obsesivo compulsivo, que le ha generado un par de complicaciones durante la cuarentena, pero que ha logrado sobrellevar. "En un momento estuve bastante... no deprimido, pero como en una especie de piloto automático", recuerda. Ha tenido altos y bajos durante los últimos meses. No obstante, el universitario ha podido continuar su terapia psiquiátrica y psicológica por videollamada. Tanto él como los profesionales que lo atienden saben que lo ideal sería continuar cara a cara, pero flexibilizar la instancia les ha funcionado.
El estudiante, quien dice verse "chascón" producto de la cuarentena, admite que no sabe cocinar muchas cosas, pero se maneja en lo básico, como pastas, arroz y carne. Disfruta especialmente cocinar pastas, pero últimamente el delivery le ha resultado más fácil y ha estado atento a las promociones. Pizzas y hamburguesas son sus pedidos habituales. De esta forma, no tiene la necesidad de salir a comprar con una mascarilla en la cara y alcohol gel en el bolsillo ni dejar aisladas sus zapatillas en la logia. Reconoce que es algo desordenado en cuánto a sus comidas.
A diferencia de su alimentación, en los aspectos académicos Becker es organizado. En una pizarra de corcho bajo dibujos de Digimon y Evangelion, que ha hecho en cuarentena, están pegados con pinchos su horario y otros papeles importantes. En su agenda, Becker marca con destacadores de colores las actividades académicas que tendrá cada día. También en la pared cuelga un collage que hizo con hojas de revistas que acumulaban polvo en una de las madrugadas del confinamiento. Evitaba hacer manuales, debido a que le recordaban su paso por Arquitectura antes de estudiar Comercial, pero disfrutó hacerlo. Estudia en un escritorio que permite ver los atardeceres de Providencia, aunque obstaculizados por un edificio.
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Matías Becker realiza transmisiones en vivo en su cuenta de Instagram, donde lee y comenta libros y películas, viviendo la cuarentena en solitario desde Santiago.[/caption]
Por su personalidad, Matías Becker no tiende a mantener contacto a diario con muchas personas, fuera de los grupos de whatsApp que tiene con sus amigos. La excepción es su familia, con quienes intercambia llamadas telefónicas de forma frecuente. Ocasionalmente, usa Zoom con sus amigos. "No digo que siempre, pero lo ocupamos para carretear, conversar. Más como en la tarde-noche, de repente sale, como una a las mil", cuenta. Últimamente prefiere usar Google Meet. Le acomoda más, porque no tiene el límite de 40 minutos de Zoom. Y es más fácil de usar, en su opinión. Le parece curioso que a través de videollamadas se ha atrevido a hablar con sus amigos de temas más íntimos, que evitaban tocar cuando podían encontrarse. Con su grupo de amigas planea comenzar un podcast, aunque han debido postergarlo por los estudios.
Ver que las personas se atreven a exponerse más en redes sociales durante la cuarentena sirvió como motivación para que hiciera algo que planeaba hace tiempo: transmisiones en vivo en Instagram, donde lee y comenta libros y películas. Además, en una ocasión decidió compartir con sus seguidores parte de su experiencia en terapia en un video que, al igual que los demás, quedó almacenado en IGTV, servicio de Instagram que permite subir material audiovisual de hasta 60 minutos.
Matías Becker cree que hay algo terapéutico en hablar de los problemas propios con otros. Dice que se siente bien cuando las personas le responden sus videos. Le permitió retomar el contacto con quien fue su ayudante en uno de los ramos de la carrera. Compartieron sus experiencias, diagnosticaron que tenían lo mismo y rieron a través del chat de Instagram. "Sería bacán que la gente se atreva un poco más a expresarse en las redes sociales, me encantaría que aparecieran más personas contando sus historias", propone.
Aunque hubo momentos en que sintió que estar solo le pasaba la cuenta, el estudiante cree que es normal. "Hay veces que estás muy bien y otras... no voy a decir que estoy pésimo, pero hay una sensación de estar solo, de estar triste. No es nada anormal. Si una persona se siente sola, es sumamente normal, es parte de", sostiene el veinteañero. Becker cita una entrevista que el cantante Pedro Aznar dio a Culto, en que propone que la cuarentena pude ser vista como una suerte de "retiro espiritual". Becker se lo propuso así y dice que le ha dado frutos. También, se ha propuesto volver a meditar, actividad que considera agradable pero que ha dejado de hacer.
Comenta que ha tenido un reencuentro con la lectura, pues durante la cuarentena se ha propuesto leer más y pasar menos tiempo frente a una pantalla. Sus lecturas van desde Harry Potter hasta textos de filosofía y autoayuda. Asegura que ha logrado confirmar que la imaginación que tenía cuando niño no se ha ido a ninguna parte. "Es como reencontrarse con cosas que quizás dejaste en el tintero y no te diste cuenta. Con estas situaciones producto del encierro vuelvas a emocionarte de que las tengas", dice Matías Becker.
Los tontos se aburren
"Me divorcié porque me aburrí y me vine con mis dos hijas, cuando tenían 13 y 15 años. Después hicieron su vida, se casaron. Ahí me quede sola", cuenta María Eugenia (75), quien vive sola en el mismo departamento en Santiago, en la comuna de Ñuñoa, desde hace 20 años. Ella es publicista egresada de la USACH y al contestar el teléfono, pide amablemente que la entrevista sea fuera del horario de las teleseries que ve.
María Eugenia, quien vive en la zona de Ñuñoa que acumuló siete semanas de cuarentena obligatoria antes del confinamiento de toda la provincia de Santiago, dice que, en general, no ha sido difícil pasar la cuarentena sola. Las primeras semanas las tomó como un descanso, pues salía prácticamente todos los días con sus amigas. Acostumbraba a visitar con frecuencia a sus hermanos, sus dos hijas y sus tres nietos. También tenía reuniones con sus compañeras de liceo y de universidad, además de participar en talleres destinados a adultos mayores impartidos por la Municipalidad de Providencia.
A quien lamenta no haber alcanzado a visitar antes del confinamiento es a su hermano mayor, de 89, quien, debido a la diferencia de edad, fue como su segundo papá. Él vive en Peñalolén con una de sus sobrinas. Solía esperarla con un picoteo y una bebida antes de la hora de almuerzo, pero los tiempos no calzaron. Ahora solo hablan por teléfono mientras esperan poder juntarse nuevamente.
Cuenta entre risas que en un comienzo se sentía "como leprosa", porque su familia evitaba acercarse a ella. El Día de la Madre fue el único -en lo que va de la pandemia- que se reunió con sus hijas y nietos. Para la Pascua de Resurrección, su nieta mayor (19) le llevó un chocolate, pero se lo entregó de lejos. "Por poco no me lo entrega con un palo de escoba", dice. "Nosotras somos cariñosas, somos de abrazo y beso. Con esto no se puede. Eso he extrañado. Cuando vinieron para el Día de la Madre, qué ganas de darles un abrazo", comparte María Eugenia, quien prefiere mantener su apellido en reserva.
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María Eugenia (75), quien vive en la zona de Ñuñoa que acumuló siete semanas de cuarentena obligatoria antes del confinamiento de toda la provincia de Santiago, dice que, en general, no ha sido difícil pasar la cuarentena sola.[/caption]
Mantiene sus rutinas. Incluso se pinta los labios, aunque no verá a nadie. Los lunes le toca cambio de sábanas, aseo profundo. Por eso mismo, cocina algo más rápido, como un arroz primavera, un bistec y ensalada de tomate. Otras veces cocina legumbres. Y hace suficientes para comer por dos o tres días. Si quiere comer tallarines con harta carne y harto queso rallado, se los hace. Si ve una película buena, se prepara un sándwich de bistec con tomate como almuerzo. No le gustan mucho las cosas dulces, pero hasta el día de hoy mantiene un cajón lleno de calugas y galletas. Le gusta que sus nietos sepan que ahí siempre encontrarán algo rico. Es una costumbre que adoptó de su mamá. Los dulces favoritos de ella y de sus nietos son los butter toffees de chocolate, aunque es más por sus nietos. Ella come uno o dos a la semana.
Como saben que es buena para salir, su familia se encarga de reforzarle que se quede en su casa. Sin embargo, durante la cuarentena ha salido en apenas dos oportunidades al supermercado. Abajo de su edificio hay tres locales comerciales. Ahí compra lo que necesita día a día, como frutas, verduras, leche y cosas para el pan, por lo que no necesita ir al supermercado con mayor frecuencia. Cuando sale, se pone los zapatos que deja en la entrada, junto a una botella de amonio cuaternario. Siempre usa el mismo par para salir. Cuando entra, se pone pantuflas. Todo lo que compra lo limpia en el lavaplatos con agua y gotas de cloro. Dice gozar de buena salud, por lo que no ha tenido que ir al doctor en los últimos meses.
Desde antes de la pandemia, María Eugenia sabía comunicarse a través de las videollamadas de whatsApp. Una de sus hijas le enseñó y hoy le permite ver a su familia a través de una pantalla. También hablan por teléfono, prácticamente todos los días. Ella llama día por medio y sus hijas la llaman día por medio. Sobre sus amigas, cuenta que con dos de ellas se puede comunicar por videollamada, pero hay muchas que no saben. Algunas ni siquiera tienen whatsApp, porque no les gusta la tecnología.
Su cercanía con la tecnología comenzó en su juventud, cuando María Eugenia fue operadora IBM, en los tiempos en que las máquinas tales como la tabuladora o la intercaladora difícilmente cabían en una habitación. Desde muy joven ha sentido curiosidad por la tecnología y se atreve a experimentar con ella. Tiene Instagram, aunque no es una usuaria activa. Prefiere Facebook y Pinterest, en que puede ver publicaciones sobre plantas y tejidos. A lo que decidió no sumarse, pero no porque no sepa, es a las transferencias electrónicas. Ella prefería antes ir presencialmente, porque era una excusa para salir y juntarse a almorzar con sus amigas.
Además de pasar las tardes en sus redes sociales, otro pasatiempo que tiene es ver televisión. No acostumbraba a ver matinales, porque aprovechaba las mañanas para salir, vitrinear y visitar a sus amigas. Pero hoy se levanta entre las 7:00 y las 8:00, toma desayuno en cama y varía su pantalla entre los matinales de Chilevisión y Canal 13. Diariamente espera el informe epidemiológico del ministro y lo ve atentamente.
El resto del tiempo le gusta hacer manualidad, como tejidos inspirados en posts de Pinterest. No se ha aburrido. Terminó de tejer un chaleco, el primero de la cuarentena, ordenó su closet y ajustó la ropa que le quedaba ancha o estrecha. Incluso se ha hecho ropa, como poleras, pantalones y pijamas con su máquina de coser. "Me crié pensando que los tontos se aburrían. Eso me decía mi mamá. Siempre me acuerdo de eso. No entiendo a la gente que se aburre", cuenta María Eugenia.
Su departamento es helado, pues tiene piso de cerámica. Se acuesta a las 20:30 para ver las noticias. Luego ve "Bailando por un sueño" o "Pablo Escobar". Aunque le molesta que los programas nocturnos terminen cerca de la 1:00 am, los ve hasta el final. "Vivir sola tiene sus ventajas. Si me quiero quedar hasta la 1:00, las 2:00, las 3:00, me quedo poh, si encuentro una película buena", cuenta.
Home office en Santiago
Apenas una vez ha sido la que Reynaldo Ramis (32), ingeniero civil, ha podido ir presencialmente al trabajo desde que el coronavirus comenzó a diseminarse en Santiago. Se ha quedado en su departamento en Providencia desde mediados de marzo, cuando en Derco, la empresa donde trabaja, enviaron a los empleados a sus casas para prevenir contagios.
Aunque Ramis, quien se desempeña como subgerente de Mejora Continua en Derco, dice no ser deportista, cuenta que acostumbraba a hacer deporte al aire libre, ir al gimnasio, salir a trotar y subir el cerro en bicicleta dos veces a la semana. "Fue duro al principio aprender a cambiar la rutina, he aprendido a divertirme haciendo ejercicio acá en el departamento, después del trabajo, al menos, con pesas y abdominales", admite. Al principio intentó adaptarse, incluso fue al cerro San Cristóbal con mascarilla, hasta que decretaron cuarentena en Providencia y debió encerrarse en el departamento en que vive solo desde diciembre del año pasado.
Hoy, las tardes de ejercicios e idas al cerro son reemplazadas con Netflix, música y lectura. Los fines de semana en vez de ver una película, mira dos y algunos capítulos de series. Antes lo hacía día por medio, después del trabajo. Ahora, prácticamente todas las noches. Los fines de semana pasa toda la tarde frente a la tele.
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Reynaldo Ramis (32), ingeniero civil, se ha quedado en su departamento en Santiago, en la comuna de Providencia, desde mediados de marzo, cuando en Derco, la empresa donde trabaja, enviaron a los empleados a sus casas para prevenir contagios.[/caption]
También, como parte del cambio en su rutina, dedica más tiempo a ordenar y hacer aseo. "Antes nunca hacía aseo, venía una señora. Ahora me toca a mí. Tampoco me aburro mucho, incluso los fines de semana, que a veces es más fome estar acá solo, siempre me invento algo", cuenta el ingeniero. Asegura que se ha adaptado bastante bien. "El hacer aseo no me estresa tampoco, en la semana no mucho en verdad, con suerte hago la cama y barro algunas veces", cuenta.
Sobre el teletrabajo, aunque admite que es más complicado, Ramis no se queja, pues dice que han podido avanzar. Sin embargo, las sillas en su departamento no están hechas para que esté sentado todo el día. Echa de menos la oficina, poder moverse, caminar de un lugar a otro cuando termina una reunión. "Te da más frío en las patas porque no te mueves. Estás todo el rato en una silla, no cambias de aire. En Derco te podías parar, caminabas, te hacías un café, te movías de sala, te movías de sucursal. Aquí no paras, es una reunión tras otra", cuenta.
Reynaldo cocinaba por hobby, pero hoy es una necesidad. A veces se le hace difícil, porque debe hacerlo entre reuniones, a contra reloj, en intervalos de una hora en que también debe comer lo que preparó, porque lo espera una nuevo videoconferencia. "Me ha encantado cocinar, pero ha sido complicado en la semana", admite el treintañero viviendo en Santiago. Lo que necesita para cocinar lo ha pedido por Cornershop.
Ha ido una vez al trabajo, en Quilicura, desde que suspendieron las actividades en marzo. Cumplió el protocolo que se exigía: fue con mascarilla y mantuvo el metro de distancia de los demás. "Al principio fue rico salir de la casa, manejar, ponerme ropa de trabajo, como que valoré esas cosas. Fue rica la mañana, reencontrarse con la gente, pero la tarde ya como que guateamos todos, fuimos siete personas y noté que todos nos queríamos ir para la casa", recuerda Ramis. Dice que era tanto engorroso el mantener la distancia, que llegaba a ser incómodo. Aunque él y sus compañeros estaban en el mismo lugar, las reuniones fueron por videollamada, cada uno en su oficina.
Desde que decretaron cuarentena en Santiago, no ha ido a ver a sus papás, ambos de 65 años. "Iba los fines de semana. Decretaron la cuarentena y jodimos. Ha sido difícil, como que ya te resignas un poco. Esa es la noción que hay, están resignados ellos y estoy resignado yo también. Se acepta que nos vamos a volver a ver si es que nos cuidamos", cuenta. Hablan por teléfono, porque sus papás no manejan bien el computador.
Este evento, que reunió en el Teatro Municipal de esa ciudad a expositores de distintas soluciones tecnológicas -entre ellos, Kinesix VR, Zeus y Huawei, partners de Claro empresas- fue también el punto de partida para la nueva Corporación de Innovación y Desarrollo Sostenible de la Ciudad Jardín.
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