Fomo: los riesgos de no perderse nada

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Especialistas aterrizan los peligros de atender pantallas y apps con demasiada dedicación, la difuminación de los horarios laborales al estar siempre disponibles, y apuntan qué tan útiles son las desintoxicaciones del mundo virtual, en la era de las redes sociales.


No conseguir entradas para el próximo gran concierto. Enterarse por posteos en redes sociales de un carrete o una junta a la cual asistieron amistades y conocidos sin molestarse en avisar. Quedar fuera de los ofertones virtuales. Lanzar mensajes en redes sin provocar reacciones ni respuestas. Sentirse, literalmente, desconectado, ignorado.

El miedo a perderse algo, “Fear Of Missing Out” en inglés, sintetizado en la sigla Fomo, no es precisamente un temor sino más bien un tipo de ansiedad, como tampoco un fenómeno enraizado exclusivamente en la era digital. Antes de internet, no ser invitado a un cumpleaños, una fiesta, o un fin de semana con amigos, provocaba un sentimiento parecido. Quedar excluido es el mínimo común.

Aunque el término está ligado a la era de las redes sociales, su circulación es previa. Se utilizó por primera vez en mayo de 2004, en un artículo en la revista The Harbus de la escuela de negocios Harvard, firmado por Patrick J. McGinnis, un autor dedicado a los capitales de riesgo. McGinnis también creó el concepto “Fear Of a Better Opinion” -miedo a una opción mejor-, sin embargo Fomo prevaleció.

Hacia fines de la década de 2000 Marcelo Santos, doctor y magíster en Ciencias de la Comunicación de la Pontificia Universidad Católica de Chile e investigador Ciclos UDP, realizó un experimento con sus estudiantes. “Un digital detox”, evoca. “Una desintoxicación digital, desconectados por 24 horas. Les pedí después que expresaran sus sentimientos”.

En el relato de los alumnos, en una época anterior a Instagram, WhatsApp y Tik Tok, con Facebook y Twitter en pleno auge, y el correo electrónico como elemento central de comunicación virtual, se repetían emociones negativas como “desesperación” y “aislamiento”.

“Había un miedo muy marcado”, recuerda Santos, “de que un alguien ficticio tuviera algo muy importante que decir”.

En aquel experimento, el doctor Santos acota que la reacción contraria a la desconexión tampoco fue unánime. “Aparecían algunos que decían por ahí ‘fui a jugar fútbol’, ‘conversé más con mi familia’. De cada diez, había un par que había visto el lado bueno”.

En 2015, en un viaje a su natal Brasil, Marcelo Santos fue testigo de una situación que suele causar conmoción masiva: la caída de WhatsApp. “Lo bloquearon por un tema judicial. Fue un jueves a la medianoche y a las 13 horas ya estaba de vuelta. Justo esa medianoche volé hacia allá y no lograba comunicarme con mi hermano, porque no estaba el WhatsApp. Sólo después supe del bloqueo”.

Al día siguiente afloró el investigador en el doctor Santos, preguntando a quien pudiera cuál había sido la reacción a la ausencia de la demandada red social. “Toda la gente, de alguna forma, había bypaseado el bloqueo”, cuenta. “Mi sobrina de 12 años instaló una VPN y logró hacerlo. La secretaria del dentista de mi abuela había instalado Telegram”, dice.

Curatoría de mi vida

La interdependencia y las relaciones sociales son inherentes a la humanidad, solo que la era digital ha permitido una nueva conducta: producimos imagen y texto sobre nosotros mismos con fines promocionales, mientras esperamos rápidas reacciones.

“Prosumidores”, resume Rodrigo Cabrera, psicólogo y doctor en intervención psicosocial de la Universidad de Barcelona y profesor de la Universidad de Valparaíso, en referencia a un término acuñado en Argentina. “Creo que la idea del Fomo responde mucho a ese ida y vuelta”, observa Cabrera, “porque una cosa es que esté atento a las cosas, pero otra es que también estoy produciendo contenido”.

Según el psicólogo, la raíz de esta idea se remonta a fines de los años 70, “cuando se instala un concepto que tiene que ver con la exacerbación de la autenticidad”.

“La identidad también se convierte en un espectáculo”, continúa, “cuando antiguamente no lo era”.

Este ir y venir pendiente de lo que se ve y se emite, junto a esta ansiedad por no quedar fuera suscrita a Fomo, ¿es necesariamente negativa? ¿Experimentamos alguna clase de desequilibrio si al despertar y antes de dormir revisamos redes sociales?

“Los problemas de salud mental tienen que ver con la funcionalidad”, explica Rodigo Cabrera. “Si usted hace o no hace algo y sigue funcionando súper bien en todos sus campos, laboral, amoroso, familiar, amistoso, no tendríamos por qué consignar como un problema”.

Por otro lado, observa el psicólogo, “cualquier actividad que genere un tipo de dependencia y que merme tu funcionalidad, podríamos catalogarla como adicción. Pero va a estar en función de eso, de que efectivamente se dificulte el funcionamiento normal”.

Cristóbal Hernández, psicólogo clínico e investigador en psicopatología y procesos afectivos, también descomprime las implicancias de Fomo en la medida que la necesidad de información social “está ‘cableada’ en nosotros como seres sociales”.

“Somos altamente interdependientes y por eso nos gusta saber qué está pasando con otras personas”, observa, “porque es relevante para nuestra supervivencia y para lo que pasa con nosotros. Y eso sucede desde que vivimos en sociedad. Las personas necesitamos contar con información social y sentirnos parte”.

De todas formas, la era digital implica una notoria diferencia de volumen en información. Lidiamos con una tecnología que emite incesante data y registro de la vida de las personas. “Las redes sociales son una plataforma de información social. No son falsas”, subraya Hernández. “Yo te estoy dando algún tipo de info curada sobre mi vida, y al mismo tiempo de recibir mucha información social, tengo necesidad de pertenecer y ser parte. Es algo inherentemente humano”.

“Los seres humanos, de hecho, nos morimos antes cuando nos sentimos solos”, apunta el psicólogo clínico.

La pandemia, cree, expandió el uso de redes sociales, por lo tanto es probable que la ansiedad por perderse algo sea mayor. “La variable que entra en juego ahí es cuánta exposición tenemos de la vida de los otros, que ahora es mayor que antes”.

Para el psicólogo, el chequeo de RRSS justo antes de dormir y tras despertar no resulta recomendable, porque puede estresar el inicio de la jornada -”te encuentras con cosas que no estás teniendo, cosas que están pasando, personas que piensan distinto de ti, cosas por hacer, etcétera”-, y porque la noche ofrece un momento óptimo para desconectarse.

“Si ese tiempo lo utilizas con redes sociales, te alejas de lo que a ti te pasa por estar pendiente de lo que le sucede a los demás”, detalla. “Las personas tenemos atención limitada. Cuando te presto atención a ti, no estoy reflexionando sobre lo que me pasa a mi”.

¿Desconectados?

Un vivencial del diario El País de España publicado en mayo relata la experiencia de un columnista que desinstaló WhatsApp hace año y medio, con sus pros y contras, quedando la bola más o menos donde mismo, excepto concluir que si algo es muy importante siempre está el teléfono. Las medidas radicales no parecen muy sensatas.

“El contacto mediado por tecnología ya está tan validado, es parte de nuestra sociedad, que salirte de eso tiene un costo altísimo”, responde Cristóbal Hernández.

“¿Cómo manejarlo de otra forma? Ver nuestro tráfico, cuánto tiempo dedicamos a redes sociales”.

La solución, según el psicólogo, es funcionar con ventanas horarias para conectarse o realizar otras actividades. “Hay que compartimentar el tiempo que dedicamos a las redes. Pero requiere disciplina y es difícil. Hay que encontrar un espacio para el cuidado de mi, y el contacto conmigo mismo”.

-WhatsApp ha difuminado los horarios laborales.

“Las personas generamos hábitos y también tenemos reglas de etiqueta aunque sean implícitas”, responde. “No se espera llegar a una reunión con guayabera. En las redes sociales también tenemos códigos. Y dentro de ellos hay cierta expectativa de inmediatez. Quiero que mi mensaje se mande de inmediato si no me estresa. O si no se carga Netflix en 10 segundos me vuelvo mono. O que las personas me respondan de inmediato. Esa difuminación de los límites también tiene que ver con que las personas nos acostumbramos a que las cosas pasen instantáneamente, incluso los asuntos interpersonales”.

“Y eso es peligroso”, prosigue, “porque para corresponder a estas etiquetas, tenemos que estar constantemente atentos”.

Cristóbal Hernández es optimista respecto de cómo va a evolucionar esta esfera. “Tengo la expectativa de que se comprenda que esto no tiene que ser inmediato, y que las personas necesitamos espacios de desconexión”.

“Que tú estés al alcance no significa que estés disponible”, sentencia.

Ningufoneo

“Esa gente que dice ‘yo ya no tengo Instagram’, como si estuvieran en un nivel superior de evolución”, señala descreído el psicólogo Rodrigo Cabrera, sobre la opción de salirse de redes para controlar la ansiedad y recuperar espacios.

“Creo que hay un punto que tiene que ver con lo que te acomoda y lo que no”, continúa. “Si nos desconectamos, nos perdemos un poco”.

Hay conductas que dialogan con el Fomo, cuenta el profesional, en alusión al “phubbing”, que mezcla phone (teléfono) con snubbing (ignorar), el acto de revisar el teléfono en medio de una conversación. En castellano se le conoce como “ningufoneo”.

“Es interesante, porque uno podría decir, aquí hay una colita de disfunción en términos de la relación persona a persona”, reflexiona Cabrera. “Ahí se vuelve un poco incontrolable”, concluye.

Conviene recordar que toda esta revolución tecnológica aún no cumple 30 años de masificación, como la telefonía móvil cargada de aplicaciones suma menos de dos décadas.

“Necesitamos un cambio cultural, porque no sabemos usar estos dispositivos de forma sana para nosotros mismos”, reflexiona Cristóbal Hernández. “Estamos recién aprendiendo a coordinarnos con esto y creo que estamos en la parte del ensayo error. Tenemos que generar hábitos y regulaciones entre nosotros”.

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