La reinvención del principal productor de mascarillas en Chile
DeysaCare llegó a ser la empresa número uno en la producción de tapabocas en Chile, con hasta 14 millones de unidades en un mes. Como uno de sus elementos diferenciadores fue el uso de nanotecnología, han aprovechado ese conocimiento para instalar un laboratorio que ahora desarrolla novedosos productos de limpieza. Aquí, uno de sus fundadores, Juan Ricardo Olivares, cuenta cómo marcha este cambio de giro una vez que la mascarilla dejó de ser de uso obligatorio.
Cuando llegó la pandemia y los hermanos Marcelo y Juan Ricardo Olivares decidieron vender mascarillas, supieron desde el principio que el negocio se extendería solo por el tiempo en que siguieran las medidas sanitarias más restrictivas.
Aunque no tenían experiencia en el rubro, lograron convertirse en los mayores productores a nivel nacional, en parte gracias al uso de nanotecnología. Y es que el valor agregado de sus mascarillas fue incluir en su capa externa nanopartículas de cobre y plata capaces de inactivar el coronavirus en 15 minutos.
Los buenos resultados, y la noción de que la venta de mascarillas en algún momento bajaría drásticamente, los llevaron al desarrollo de una laboratorio especializado en el uso de nanotecnología para productos de uso diario, que está a punto de lanzar al mercado sus primeras creaciones.
La historia de Deysa comienza por la crisis que significó la pandemia para el trabajo que realizaban antes los hermanos Olivares. Ambos tenían una empresa de marketing que realizaba mayormente campañas en supermercado y tiendas. Como el retail fue una de las primeras industrias en cerrar por la pandemia, se vieron ante la necesidad de reaccionar rápidamente.
Lo primero que se les ocurrió fue instalar en sus oficinas un minimarket de productos de limpieza. A los pocos días se dieron cuenta de que las mascarillas eran lo que más se vendía y decidieron especializarse en eso, comenzando a importar desde China
“Costaba un mundo traerlas, era muy caras y en China había un colapso logístico. Llegaban productos de muy mala calidad, mascarillas pésimas a las que se les cortaban los elásticos, que se notaba que no tenían las tres capas con los filtros, entonces ahí vimos que la oportunidad estaba en producirlas acá”, cuenta Juan Ricardo Olivares, CEO de Deysa Care.
En el pasado habían evaluado otros negocios de producción local, por lo que tenían algo de conocimiento de procesos industriales y de maquinaria, aunque sin experiencia alguna en ejecución. Lo primero que hicieron fue comprar una máquina en China para hacer las mascarillas, aunque las dificultades logísticas propias de esos días hicieron que el dispositivo demorara más de lo previsto en llegar a Chile. Los hermanos Olivares, entonces, tuvieron que invertir lo último que tenían de presupuesto.
“Había que traerlo en un avión especial carguero porque no cabía en cualquier avión. El avión nos empezó a subir las tarifas y no salía nunca, se demoraba. Ahí tomamos una decisión bien loca, que fue contratar un avión propio. Tomamos contacto con una línea aérea afgana que nos pasó un avión charter y ahí metimos la máquina y la materia prima”, cuenta Olivares.
Tecnología como valor agregado
Paralelamente, los Olivares arrendaron un galpón que acondicionaron como fábrica y que con la llegada de la primera máquina echaron a andar poco a poco. Sin embargo, cuando ya entraron al mercado, se dieron cuenta de lo difícil que les sería destacar, debido a la gran cantidad de oferta y variedad que había.
“En Chile entran los mejores productores de cada producto en el mundo. El más barato llega al país y te compite directamente a ti. Tuvimos que empezar a competir con fabricas chinas, que vendían las mascarillas a un precio irrisorio. Ahí fue cuando se nos ocurrió crearles un atributo adicional”, cuenta Olivares.
Investigando, llegaron al mundo de la nanotecnología y específicamente a un equipo de la Universidad de Santiago. Junto a ellos desarrollaron una mascarilla que tenía la capacidad de autodesinfectarse, lo que entregaba una mayor protección en el caso de haber estado expuesto al virus.
“Soy bien transparente en esto. No es que Deysa se puso a trabajar y en seis meses encontró y desarrolló su nanotecnología, eso es imposible. Nosotros agarramos lo que estaba en la academia, que creo que también es una parte de la historia muy linda, porque muchas veces las universidades y los científicos desarrollan cosas increíbles, pero esas cosas quedan ahí. No hay nadie que las agarre y las lleve al mundo real”, dice Juan Ricardo Olivares.
Con ese elemento diferenciador, los hermanos Olivares echaron mano a su ocupación anterior y se esforzaron por trabajar en la construcción de marca y su comunicación. “Lo que creo que logramos hacer bien fue darnos a conocer, posicionarnos”, señala Olivares, quien destaca que en el peak de producción llegaron a fabricar cinco mascarillas por segundo.
Replicando la técnica
Los buenos resultados trajeron dos lecciones para Deysa. La primera es que el trabajo que se hace a nivel académico puede llegar a tener aplicaciones exitosas a nivel comercial. La segunda, es que la nanotecnología puede ayudar a que por un bajo costo ciertos productos adquieran un valor agregado.
Con esto en mente y sabiendo que la era de las mascarillas estaba llegando a su fin, desde el año pasado se pusieron a trabajar en el Nanolab Deysa, un laboratorio en el que actualmente se encuentran desarrollando productos de uso diario con atributos tecnológicos.
Juan Ricardo Olivares señala que espera que en dos o tres meses estén a la venta los primeros productos y adelanta que se enfocarán en cuidado del hogar, donde se incluye aseo y limpieza, y en cuidado personal, que comprende desde higiene hasta belleza.
Además, el CEO señala que el objetivo del laboratorio es crear productos que funcionen mejor y más baratos que los de la competencia, algo que se puede lograr gracias a la eficiencia de la nanotecnología.
También destaca el compromiso con la sustentabilidad y el vuelco que quieren lograr en este ámbito luego de la producción de mascarillas, un producto que se ha advertido puede demorar cerca de 500 años en descomponerse.
“Estábamos en una pandemia, había que salir a salvar vidas e hicimos lo que pudimos, pero ahora que hay más tiempo y que no estamos en una urgencia, sí queremos que la marca se adapte al futuro”, explica Olivares y agrega: “Hay un nivel de contaminación en los productos que se usan en la casa que es tremendo. En Europa ya hay algunas leyes que de aquí a 2030 o 2035 van a regular estas materias y en Chile va a llegar tarde o temprano; en los próximos años vamos a empezar a hablar de esto cada vez más, así que también creo que es importante subirse a esta ola”.
Olivares adelanta que con los primeros productos en el mercado esperan levantar su primera ronda de inversión y que también esperan exportar a otros países una vez que se consoliden.
Este evento, que reunió en el Teatro Municipal de esa ciudad a expositores de distintas soluciones tecnológicas -entre ellos, Kinesix VR, Zeus y Huawei, partners de Claro empresas- fue también el punto de partida para la nueva Corporación de Innovación y Desarrollo Sostenible de la Ciudad Jardín.
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