Las tecnologías que permiten producir el “supertrigo” chileno

Trigo gluten
La Guerra en Ucrania ha desestabilizado la comercialización de trigo a nivel mundial, aunque en Chile son otras las amenazas más inminentes. Foto: Gaelle Marcel.

Aunque el uso de esta semilla tiene miles de años de historia, hoy en día sus cultivos usan desde machine learning hasta drones para lograr cosechas más sustentables, saludables y resistentes a las distintas enfermedades.


Rusia, Ucrania y China son los tres productores de trigo más grandes del mundo, por lo que el conflicto bélico entre los dos primeros países desestabilizó la distribución del cereal a nivel planetario. En todo ese contexto, Chile no se ha visto mayormente afectado, ya que la producción local sirve para abastecer cerca del 50% del trigo común, con el que se hace pan, y casi el 100% del trigo candeal, que es el que se usa para las pastas.

Sin embargo, hoy por hoy hay otras amenazas que preocupan a la producción de trigo local, lo que ha inspirado distintos esfuerzos desde el ámbito académico, científico y estatal para poder evitar que esos riesgos se conviertan en una realidad.

Un ejemplo de estas iniciativas es la que se pudo apreciar en la reciente Expo Chile Agrícola, donde Nicolás Cobo, académico de la Universidad de la Frontera, dio una charla enfocada en cómo hacer una producción de trigo más sustentable. La base de su trabajo ha sido el mejoramiento genético de las variedades de trigo que se cultivan.

“Lo primero que hay que aclarar es que estos no son transgénicos. La producción de variedades de trigo en Chile tiene cero transgenia. No son organismos genéticamente modificados”, dice Cobo. El académico explica que el Instituto de Investigaciones Agropecuaria (INIA) lleva casi 60 años trabajando en mejoramientos genéticos tradicionales.

Nicolás Cobo
El mejoramiento genético del trigo es algo que se ha trabajado en Chile desde hace casi seis décadas.

“Estos consisten en que tú tomas una planta buena que, por ejemplo, tiene buen rendimiento y calidad, pero tiene una susceptibilidad a una enfermedad, y la cruzas con otra planta que es resistente. Después tienes que seleccionar, a partir de los hijos de esas plantas, cuáles son las que tienen todos los atributos buenos de una combinados con los atributos buenos de la otra. Y por eso en el mejoramiento genético se usan poblaciones muy grandes. Se tienen que analizar muchas cruzas”, explica Cobo.

Esa forma de hacer mejoramiento genético ha ido cambiando con la irrupción de nuevas tecnologías que han permitido agilizar el proceso, gracias a la posibilidad de introducir marcadores moleculares en el genoma de la semilla para poder caracterizar cuál es la copia de cada gen que tiene.

“Hoy día hay herramientas que estamos usando con las que puedes caracterizar entre 25.000 y 90.000 marcadores por cada línea de trigo por cada variedad”, dice Cobo y agrega: “Además de analizar cómo se comportan en el campo, puedo ver las plantas que son resistentes a una enfermedad, que tienen todo ahí en común a nivel del genoma, que es distinto de aquellas que se enferman. Ahí puedes identificar cuáles son las regiones del genoma que están relacionadas con la enfermedad”.

El trigo del futuro

Uno de los usos que se le está dando a esta tecnología es para buscar maneras de que la producción de trigo sea más sustentable y se adapte mejor a las nuevas condiciones que está imponiendo el cambio climático.

En ese contexto, desde el año pasado, Cobo se sumó como asociado a un proyecto de la Universidad de Talca que lidera Alejandro Pozo, donde están trabajando en identificar los genes o las regiones del genoma del trigo que están detrás del control de la tolerancia a la sequía.

“Queremos ayudar a saber cómo podemos enfrentar lo que viene para adelante. Este proyecto es en trigo harinero, en trigo candeal y en quínoa. Desde ahí salió el tema de la sustentabilidad a partir de poder generar nuevas variedades de trigo, que es algo que ya se viene haciendo en el INIA desde hace mucho tiempo, pero además metiéndoles todas estas nuevas tecnologías de mejoramiento, genética y genómica”, explica Cobo.

Nicolás Cobo
Nicolás Cobo, académico de la Universidad de la Frontera, se ha especializado en el mejoramiento genético del trigo.

El trabajo de Cobo en el laboratorio se combina con toda una labor que busca analizar la interacción de la genética con el ambiente.

Ahí se focaliza buena parte del trabajo de la Universidad de Talca, que está usando diversas herramientas para poder caracterizar a las poblaciones de los cultivos, como drones y cámaras hiper espectrales, que luego procesan la información que recopilan con machine learning.

“Son herramientas que te permiten ver cosas que no podemos ver con el ojo, y después poder hacer correlaciones con eso que sí podemos ver. Por ejemplo, las plantas que a lo mejor retienen un poco más de humedad o que están haciendo mejor fotosíntesis bajo condiciones de estrés. Permite identificar qué tienen esas plantas a nivel del genoma que no tienen las otras”, señala Cobo.

Tal como la tecnología usada en el mejoramiento genético, las herramientas usadas en terreno también ayudan a agilizar y perfeccionar procesos.

“Estas nuevas técnicas de fenotipado pueden detectar variaciones diarias a niveles que nosotros no podemos ver. Por ejemplo, la fotosíntesis o la cantidad de clorofila que tiene la hoja. La clorofila es un pigmento, por lo tanto tú puedes usar una longitud de onda para poder ver ese pigmento. Nuestros ojos ven un rango de longitud de onda y por eso podemos ver colores, pero si tienes una cámara que tiene un espectro súper preciso, puedes cuantificar cuánta clorofila tiene una planta respecto a la otra”, valora.

Prevención de enfermedades

El mejoramiento genético también puede tener otros usos; por ejemplo, ayudando a identificar nuevas fuentes de resistencia a la roya amarilla, una enfermedad que afecta a las plantaciones de trigo. Si bien antes era más común en zonas frías, desde hace unas décadas se ha expandido a sectores más templados de forma más virulenta.

“Muchos trigos que eran resistentes a esta enfermedad y, por lo tanto, no necesitaban de fungicida, empezaron a perder la resistencia genética y ahora dependen 100% de la aplicación de químicos, lo que al final es un costo extra para los productores, pero además tiene todo el tema del medio ambiente y de la sustentabilidad”, explica Cobo.

El académico explica que en Chile, hace unos años, el 90% del trigo candeal que se sembraba venía de tres variedades del INIA, pero en la actualidad dos de ellas perdieron resistencia a la roya amarilla, lo que representa un riesgo para la seguridad alimentaria del país.

En 2021, Cobo ganó un proyecto Fondecyt para poder ocupar mejoramiento genético en la identificación de nueva fuentes de resistencia a la roya amarilla. Aunque han habido buenos resultados, asegura que es un trabajo que no puede frenarse nunca.

“Por la genética, por la reproducción del hongo y su biología, en el fondo mutan muy rápido, entonces una pelea sin fin. Siempre hay que estar tratando de buscar nuevas fuentes de resistencia para poder ir haciéndole la pelea a este hongo”, apunta.

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