Resurgir durante la pandemia: el relato de los excluidos

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Kelly Carrillo llegó a Chile en 2019 y hoy trabaja como operaria en Cervecerías Chile. FOTOS: SERGIO LÓPEZ

Kelly Carrillo llegó a Chile desde Venezuela con la esperanza de mejorar su calidad de vida. A través de un proyecto de activación laboral que descubrió a través de Fundación Emplea, logró capacitarse durante el 2020 y consiguió trabajo como operaria en una cervecería. El año pasado Fundación Emplea, perteneciente al Hogar de Cristo, ayudó a que más de mil personas encontraran trabajo. Estas son algunas de las historias.


Kelly Carrillo (35) llegó a Chile en 2019, junto a su hija de un año y su pareja. Vivieron un mes con la familia de su cuñado, pero lograron independizarse y se mudaron a un departamento en Estación Central. “Para ser honesta, nosotros llegamos aquí y no teníamos ni cama. Al menos ahora tenemos muchas cosas que quizás para muchos no es un lujo, pero eran cosas que nosotros no teníamos, y el haberlas obtenido es un logro”, explica. Carrillo nació en Caracas, Venezuela, y es la menor de seis hermanos. Su papá se desempeñaba como electricista y su mamá era dueña de casa. Confiesa que, si bien primero se interesó en la psicología, la carrera era muy cara en su país y decidió estudiar comercio internacional, que le resultaba más rentable. Allá trabajó principalmente en el rubro de la banca y finanzas: pasó por el Banco de Venezuela, Banesco y también fue administradora de un plan de financiamiento en una planta arrocera. En Chile, si bien postuló a trabajos similares en distintas instituciones financieras, no recibió respuesta de ninguna. “Me vine con una visa democrática, que se podía gestionar desde Venezuela, con la esperanza de tener una mejor calidad de vida. Era un proceso muy largo, pero prefería pasar este proceso en Venezuela que tener que hacerlo acá en Chile, con una niña tan pequeña, sin tener acceso a las cosas más básicas, como la salud”, cuenta Carrillo, quien llegó a Chile en medio del estallido social del 18 de octubre de 2019, lo que complicó aún más su llegada. Partió como garzona, le surgió la oportunidad de ser administradora de cobranzas, pero pagaban menos en comparación a su empleo anterior y decidió volver a su puesto de garzona. También postuló en una entidad financiera, donde tuvo mayores expectativas, pues pasó las tres primeras entrevistas. “Al final no quedé. Ahí estaba como súper decepcionada de la vida”, recuerda. En 2019, con el objetivo de capacitarse para futuros trabajos, realizó un curso de atención al cliente en Fundación Emplea, que conoció a través de un grupo de WhatsApp. La Fundación Emplea, perteneciente al Hogar de Cristo, partió en 2011 bajo la necesidad de potenciar la empleabilidad en las intervenciones realizadas por el Hogar de Cristo y conseguir una “inclusión social real”. Actualmente, Emplea se dedica a apoyar a las personas sin trabajo, a través del desarrollo de competencias de formación de un oficio, desarrollo de competencias y búsqueda de trabajo, entre otros. Emplea cuenta con seis tipos de programas que ayudan en la activación laboral de las personas, que abarcan diferentes líneas de acción. A lo largo de 2020, la organización ayudó a que 1.032 personas encontraran trabajo y realizó 128 cursos de capacitación, además de talleres abiertos a la comunidad a través de la app Zoom. Los cursos suelen ser gratuitos, donde solo se necesita tener un dispositivo para conectarse y conexión a internet. Las capacitaciones se realizan a través de una plataforma diseñada por la fundación, junto a profesores externos que llevan años trabajando junto a la organización.

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Kelly Carrillo participó de uno de estos proyectos, que buscaba capacitar a personas sin trabajo, con el objetivo de insertarlos laboralmente en una empresa cervecera. “Fui a la primera entrevista y pensé que quedaría ahí nomás. Después, me llamaron directamente para las entrevistas en la cervecería. Este proceso fue de más de 300 personas. Después eligieron a 35, y de esas 35 finalmente quedamos 25. Fui la primera seleccionada para trabajar como operaria en la cervecería”, explica. Relata que su formación no estuvo exenta de dificultades, tanto internas como externas. Al inicio se le presentó el desafío de la cuarentena, que le impidió asistir a las clases presenciales en Inacap, y tuvo que acostumbrarse a la modalidad online. Además, dice que los contenidos de los estudios también le complicaron y la hicieron dudar de sus capacidades. “Mucha matemáticas y física. Yo soy muy curiosa, entonces eso también me llevó a acrecentar esos dotes que estaban dormidos o pensé que no los tenía”, destaca. Cuenta que su mayor apoyo en este proceso fue su mamá, que la motivó a seguir el curso, y de sus mismos pares en la cervecería, que la acogieron en su llegada y la ayudan a seguir aprendiendo. Y dice que se proyecta a largo plazo en la empresa, donde le gustaría crecer laboralmente. “Me siento bastante satisfecha. A mí siempre me dicen que tengo un reto por ser la única mujer, y eso llena de orgullo también, porque entre tanta gente y personas, haber quedado siempre es gratificante”, apunta. En conjunto a sus actividades de formación laboral, la fundación también realiza proyectos de impacto social y medioambiental. El año pasado, Fundación Emplea junto a Claro Empresas levantaron una iniciativa de capacitación de recicladores de residuos eléctricos y electrónicos, conocidos como “e-waste”. Este proyecto, que contó con el apoyo del Ministerio del Medio Ambiente, permite que los antiguos "cartoneros" formalicen su oficio de reciclaje a través de capacitaciones y una certificación de competencias. A inicios de marzo se graduaron 28 recicladores, que se suman a los 250 que ya habían sido capacitados para la gestión adecuada de los e-waste.

Leonardo Cerda, gerente de Asuntos Corporativos de Claro, cuenta que hoy es clave que todos seamos parte de transformaciones que afectarán al futuro de nuestra economía y protección del entorno. “Buscamos contribuir a la disminución de los residuos que genera la industria tecnológica. Por eso, impulsamos y convocamos instancias de difusión, formación y participación para ayudar a resolver de manera tangible la disposición final de los aparatos de este tipo”, dice el ejecutivo sobre la iniciativa.

Excluidos y empleabilidad

2020 fue un año complejo en términos de empleabilidad. La tasa de desocupación subió al 10,3%, superando en más de tres puntos la cifra del año anterior. Uno de los grupos más golpeados fueron las mujeres, cuya desocupación superó a la de los hombres. Según Tiare Villarroel (34), uno de los grandes motivos de exclusión es la maternidad. Nació en Puente Alto, donde vivió hasta los 19 años junto a sus papás y sus dos hermanas. Su mamá era dueña de casa y su papá junior, repartiendo el diario La Nación y la revista Hoy. Tras salir de 4º medio con un título de servicios en turismo, Villarroel pasó por distintos trabajos, en los que no estuvo más de uno o dos años porque, según explica, le gustaba probar cosas nuevas. Su familia decidió mudarse a Puchuncaví, en la V región, y ella se sumó a ellos cinco años después junto a su marido. “Quería trabajar en turismo, en hoteles, agencias de viaje, aeropuerto. Me tenía fe, pero es súper complicado entrar al rubro”, reconoce. En su búsqueda, dice haber sido excluida por el hecho de ser mamá. En una entrevista que le hicieron para un trabajo en la torre de control del aeropuerto de Santiago, le preguntaron si tenía hijos o planeaba tenerlos. Dice que mintió para obtener el empleo. “‘No’, le dije yo, ‘no se preocupe’. Ya tenía a mi hijo de nueve meses”. A sus 32 años, realizó sus estudios de educación superior en un centro de formación técnica en Puchuncaví, donde obtuvo un título de administración de empresas. Después, consiguió trabajo en una termoeléctrica de la zona, como administrativa de una faena, donde estuvo hasta la pandemia. “Se acabó la faena y todos salimos para la casa. Entonces había que empezar de nuevo. Con el asunto de la pandemia opté quedarme por un rato en la casa, con mis hijos, porque no tenían clases. Hasta que tomé el curso de la Fundación Emplea y me salió este trabajo de cuidado al adulto mayor”, cuenta. Antes de que naciera su hijo menor, dice que cuidó a su abuela materna, que tenía demencia senil, durante cinco años. Vivió con ella, le administró los medicamentos y la bañó, sin tener mayores conocimientos sobre el tema. Esta experiencia la motivaría a futuro a tomar un curso online llamado “Cuidado de personas en dependencia” en la fundación, donde aprendería primeros auxilios y cómo cuidar a los adultos mayores en situación de dependencia. Actualmente, lleva tres meses trabajando en el cuidado de la abuela de un conocido de Puchuncaví, que tiene demencia senil. “Me gustaría seguir en esto, porque uno aprende muchas cosas de los adultos mayores, son personas muy sabias. Muy a futuro no sé. Me gusta probar un montón de cosas, trabajar en muchos rubros. Pero hasta el momento estoy bien aquí y creo que por un largo rato me voy a quedar en este lugar”, explica.

Emprender desde la calle

La historia de Marianne Ocomplay (40) inicia a sus dieciséis años, cuando llega a Iquique sola, con el objetivo de reiniciar su vida. Se instaló en Pozo Almonte, pueblo que, según cuenta, en ese momento no aparecía en el mapa. “De ahí yo cuento mi vida para adelante. Una de repente tiene una parte de su vida que mejor es olvidarla”, explica. Comenzó a atender en un local de comida, y después pasó por una viñera, donde trabajó como ayudante de cocina. Sin embargo, desde ese momento se desempeñó en su mayoría en trabajos de oficina, y no volvió a incursionar en el rubro de la gastronomía hasta el 2009, año en el que abrió su primer local. “Me fue pésimo, porque no supe administrar, la verdad es que no supe hacer nada bien. Se me fue a quiebra ese local. Después, las cosas no nos fueron tan bien y nos vinimos a Santiago”, dice. Ocomplay se mudó a la capital junto a sus dos hijos y su pareja, instalándose en la comuna de Maipú. Cuenta que trató de encontrar trabajo, pero su hija tenía una condición de salud delicada, y varias veces tuvo que ir a buscarla al colegio para trasladarla al hospital. “Económicamente las cosas estaban súper difíciles, mi marido igual no conseguía trabajo, pasaron hartas partes bajas que tuvimos en ese tiempo”, relata. Fue alrededor de 2014 cuando decidió tomar un curso de cocina en Fundación Emplea, con el objetivo de levantar algo propio, que le permitiera trabajar y a la vez cuidar de sus hijos. Dice que el curso duró un año, y la ayudó a conocer mejor sus fortalezas, además de brindarle herramientas prácticas de aplicación en la cocina. Más adelante, tomaría otro curso de panadería y pastelería. [caption id="attachment_1017327" align="alignnone" width="1078"]

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FOTO: GENTILEZA MARIANNE OCOMPLAY.[/caption] Empezó su emprendimiento en la calle. Recorrió con un carrito los locales de Plaza Maipú, vendiendo sándwiches. En las tardes, se instalaba junto a sus hijos afuera de la galería Padre Hurtado, con pisos y mesas armables, donde vendía trozos de torta casera. “A la gente le gustó, me empezaron a pedir las tortas por encargo. Vendía una torta cada tres o cuatro meses. Para aumentar mis ingresos, empezamos también a vender colaciones los días sábado en esa galería”, cuenta. Y dice que su negocio empezó a crecer a través del boca a boca, pues en ese momento no contaba con redes sociales. Sin embargo, llegó otro desafío, que la obligaría replantear su emprendimiento: el estallido social y la pandemia. Junto a su marido, que en ese momento estaba cesante, decidieron obtener los permisos necesarios y abrir un local en el primer piso de su casa. “Se me hizo chico el patio. Mi cocina pasó a ser parte del local y después mi comedor también. Ahora me quedé sin living”, relata con una risa. El emprendimiento recibió el nombre

, en honor a sus hijos que, según cuenta Marianne Ocomplay siempre la apoyaron y la motivaron a seguir, incluso en sus momentos bajos. “Tenía miedo de fracasar. No recibí el apoyo que esperaba de otras personas”, dice. Ahora, su equipo está formado de ella, su esposo -que se encarga de la logística-, su hijo y cuatro personas más, que apoyan en la cocina y en la atención a los clientes. Marianne Ocomplay imagina a largo plazo en su trabajo actual, y tiene aspiraciones de seguir creciendo. “Quiero que la gente conozca mis productos porque no solamente están hechos para vender, sino que están hechos para disfrutar. Los sabores que están acá son caseros, acogedores, cosa que tú te acuerdes de tu abuelita. Un poco a lo dulce que está dentro de nosotros, como la película Ratatouille, cuando el crítico prueba la comida y le llegan todos los recuerdos de la infancia. Me ha pasado mucho acá y yo quiero llegar a más bocas”.

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Este evento, que reunió en el Teatro Municipal de esa ciudad a expositores de distintas soluciones tecnológicas -entre ellos, Kinesix VR, Zeus y Huawei, partners de Claro empresas- fue también el punto de partida para la nueva Corporación de Innovación y Desarrollo Sostenible de la Ciudad Jardín.