Fue el jueves de la semana pasada, y la imagen dio la vuelta al mundo. La vicepresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner bajando de su auto, llegando a su casa, rodeada de una multitud que llevaba días manifestándose en la calle, en el barrio de la Recoleta. Una mano, una pistola que se acerca a diez centímetros de su cabeza y un “clic” vacío. Un disparo que no ocurre. Una conmoción de la que ella se entera más tarde, porque en ese momento sigue saludando gente, firmando autógrafos. El hombre fue detenido por la gente. Fernando Sabag Montiel, de 35 años, había disparado una pistola Bersa con la recámara vacía, a pesar de tener balas en el cargador. El dato, como todo lo demás, se prestó para suspicacias.
El fallido atentado contra Cristina, que sólo días antes había sido acusada por el fiscal Diego Luciani de liderar una organización corrupta con el objetivo de desviar dineros públicos, en la llamada causa Vialidad, sirvió para que los peronistas cerraran filas tras la ex presidenta. Desde que Luciani pidió 12 años de cárcel, las masas kirchneristas estaban saliendo a la calle, prometiendo “quilombo”. La noche del atentado, el presidente Alberto Fernández decretó feriado nacional para que al día siguiente la gente se manifestara. Además, apuntó a los medios de comunicación como responsables de instalar un “discurso de odio”. Varios políticos oficialistas se unieron a ese coro, apuntando a periodistas, fiscales y jueces como responsables. El ambiente político se enrareció aún más.
El disparo vacío contra la ex mandataria se instaló así como el hecho político más relevante en Argentina en los últimos meses. Para comentar este caso, hoy en El Café Diario conversamos con Federico Rivas Molina, corresponsal del diario El País en Buenos Aires.