El martes por la noche, la fiesta que suponía el regreso de la gente a los recitales masivos tras la pandemia se vio empañada por actos vandálicos y una producción desbordada. Hasta entonces, el reencuentro de los grandes públicos con los artistas en estadios había registrado postales memorables con la presentación de Dua Lipa en el Bicentenario de La Florida y particularmente con las cuatro fechas de Coldplay en el Nacional.

El martes, el primero de tres conciertos del reggaetonero Daddy Yankee, también en el Estadio Nacional, dejó postales muy distintas: la de una turba de cerca de 4000 personas que se concertó para atropellar todos los controles de seguridad e irrumpir en la cancha del recinto. Además, se denunciaron asaltos dentro del mismo recital a quienes estaban en el público, y muchas personas que habían comprado sus entradas quedaron sin poder ingresar. La productora del show se defendió argumentando que el problema había sido de la seguridad pública y sus encargados, y desde el gobierno retrucaron que los organizadores del espectáculo privado debían responder.

Más allá de estos incidentes, eventos como los de estas semanas -y lo que se espera que siga en el resto del año- han vuelto a marcar la relevancia del Estadio Nacional como principal escenario para espectáculos masivos del país. Su historia en esta dimensión registra hitos significativos que se remontan más allá del inicio de los llamados “megaeventos”. Al mismo tiempo la dependencia de este recinto de una industria que aspira a crecer deja dudas sobre su propio futuro.

Sobre todo esto conversamos hoy en El Café Diario con el crítico musical Claudio Vergara, editor de Culto de La Tercera.