Desde que irrumpió en la escena política británica, Boris Johnson destacó como un político singular: audaz, irreverente, exuberante, desafiante y mordaz. Fueron las armas que le permitieron abrirse camino en su partido. Ahora, sin embargo, ninguno de esos atributos parecen servir para salvarlo de su peor momento como Primer Ministro.

La revelación de que en la residencia de gobierno se celebraron varias fiestas mientras el país vivía en aislamiento durante la peor fase de la pandemia, en 2020, lo tiene contra las cuerdas. Una fiesta en particular ha desatado el mayor escándalo: la celebrada la noche del 20 de mayo, convocada por uno de sus principales colaboradores, con cerca de un centenar de invitados, a quienes se les conminaba a llevar su propio bebestible alcohólico. En esa fecha, el Reino Unido imponía fuertes restricciones a sus ciudadanos: sólo podían salir en casos extraordinarios, sólo podían juntarse con una persona y fuera de casa, y los comercios no esenciales no podían funcionar. Al día siguiente, el mundo entero vio como la Reina Isabel II, obedeciendo esas mismas reglas dictadas por el gobierno de Boris Johnson, se sentaba sola en la ceremonia para despedir a su fallecido esposo, el Príncipe Felipe.

La revelación de que Johnson no sólo permitió, sino que asistió a esa fiesta, parece haber colmado el vaso para el premier. Su defensa, aludiendo a que pensaba que se trataba de una reunión de trabajo, ha sido calificada como un insulto. Sus disculpas a la Reina y al resto del país no han detenido el sangramiento de una herida que parece fatal. Ahora, quienes en el Partido Conservador aspiran a suceder a Johnson comienzan a preparar sus armas.

¿Cuán sentenciado está efectivamente Boris Johnson? ¿Cómo está tratando de salvarse? Conversamos sobre esto con Paulina Astroza, doctora en ciencias políticas y académica de la Universidad de Concepción.