Desde el inicio de la pandemia en Chile, a mediados de marzo, el país cierra más temprano. El estado de excepción constitucional de catástrofe y el toque de queda no sólo ha obligado a los chilenos a encerrarse por las noches; además ha perjudicado gravemente a un sector importante de la economía. Por supuesto, ha sido un costo de la larga lucha por controlar a un virus que ha demostrado gran poder de propagación en los circuitos de la vida social nocturna. El eterno toque de queda y sus costos instalan la pregunta, no exenta de desconfianza política, sobre la pertinencia de mantener la medida en las zonas donde las cifras de contagio han bajado y el resto de las actividades comienzan a reanudarse.