La denuncia dio paso a la rabia y al hartazgo de un pueblo cuya lista de víctimas tiene una actualización constante. El temor al coronavirus y las indicaciones de distancia social quedaron atrás para miles de manifestantes, primero en Minneapolis, en marchas que derivaron en violencia, en saqueos, en vandalismo y en más marchas, más violencia, más destrucción y más enfrentamientos virulentos en 140 ciudades de todo el país. Frente al panorama, el presidente Donald Trump salió a polemizar con dureza, llamando a los manifestantes “terroristas” y prometiendo sacar a la calle a las fuerzas armadas para re establecer “La ley y el orden”.
El lunes, después de haber sido ridiculizado por haberse refugiado en el búnker de la Casa Blanca mientras las calles centrales de Washington DC ardían, Trump ordenó que la policía dispersara con violencia a una multitud que protestaba frente a la casa de gobierno para caminar a fotografiarse sosteniendo una biblia en una emblemática iglesia cercana. Prominentes líderes religiosos condenaron el gesto. Trump, apuntan los observadores, parece determinado a extremar el conflicto en función de su campaña de reelección y, según sus críticos, de esconder su mal manejo de la crisis del coronavirus.
¿Cómo llegó Estados Unidos a esta apocalíptica tormenta perfecta de coronavirus, violencia racial y destrucción de la conversación política? ¿Qué efectos puede tener todo esto en las elecciones de noviembre?