A primera hora de ayer lunes, el Consejo Supremo Electoral de Nicaragua informó los primeros resultados de la elección presidencial celebrada el domingo. Con cerca de la mitad de las mesas escrutadas, el presidente Daniel Ortega y su compañera de fórmula, la vicepresidenta y a la vez Primera Dama Rosario Murillo, obtenían en 74.99% de los votos, encaminándose así hacia una segura reelección.
Por supuesto, el resultado no fue sorpresivo para nadie. El proceso del domingo ha sido calificado casi unánimemente como una farsa perpetrada por el nuevo integrante del elenco de los dictadores latinoamericanos. En los meses que precedieron a los comicios, un total de siete líderes opositores y probables candidatos presidenciales fueron apresados, acusados de traición a la patria, engrosando la lista de cientos de presos políticos. Tres partidos políticos fueron declarados ilegales y cerca de 30 líderes civiles y periodistas fueron también encarcelados. Sin observadores internacionales, Daniel Ortega “compitió” -entre comillas- con un grupo de candidatos inofensivos que no representaban amenaza alguna.
A modo de protesta, distintas organizaciones llamaron a los nicaragüenses a abstenerse y quedarse en sus casas. Según la organización independiente Urnas Abiertas la abstención superó el 80%, aunque en los resultados oficiales figuró una participación de un 65% del padrón.
Desde la violenta represión de las protestas del año 2018, que resultó en más de 300 muertos y 1.600 presos políticos, la comunidad internacional ha emitido advertencias e impuesto sanciones económicas contra el régimen de Daniel Ortega. Sin embargo, el sandinista ha seguido en su camino autoritario.
Tras el domingo, los llamados de la comunidad internacional se intensificaron. Un grupo de expresidentes latinoamericanos, incluido el chileno Ricardo Lagos, propusieron profundizar el aislamiento internacional del régimen. La Unión Europea y Estados Unidos también rechazaron esta “pantomima de elecciones”, como la calificó Joe Biden en un comunicado, y se espera que las sanciones económicas se profundicen.Pero ¿qué dice de la efectividad de la diplomacia internacional y sus herramientas el hecho de que Ortega haya seguido en su ruta autoritaria?