El resultado fue estrecho, pero el desenlace parecía claro desde un comienzo. Aun así, pasaron más de 40 días para que la autoridad electoral peruana declarara a Pedro Castillo como nuevo presidente de la República.
En el intertanto, su contendora, Keiko Fujimori denunció permanentemente, sin evidencias, en que se había cometido un fraude electoral. Su insistencia y lo que pase con sus seguidores introduce un nuevo foco de conflicto en un sistema político que ya lucía fragmentado e inestable.
Pero las principales interrogantes están sobre la persona que el 28 de julio asumirá como mandatario. Pedro Castillo, el profesor rural que hasta hace meses era completamente desconocido para la mayoría del país, concentra hoy las miradas y las preguntas de todo un país.
Castillo comenzará su quinquenio con las dudas dadas por una representación menor al tercio en el congreso y por los recelos provocados por su poca experiencia, sus discursos cambiantes y su relativo silencio en torno a asuntos importantes previos a su instalación. Debe asumir el desafío de construir una coalición que le dé estabilidad y que le permita enfrentar la tarea urgente de la recuperación económica post pandemia. La devaluación de la moneda local y el movimiento de capitales al extranjero sólo hacen las cosas más difíciles.