¿Existirá alguna persona en este país —exceptuando la población bebé— que en el último tiempo no haya sentido algún grado de nerviosismo o inseguridad respecto del futuro de la llamada copia feliz del edén? Probablemente no.
Los chilenos, habitantes de un país sísmico, se caracterizan entre otras cosas por su resiliencia ante toda clase de fenómenos propios de la naturaleza. Y luego, o quizá como parte de lo mismo, ante las inclemencias también humanas. Sin embargo, nadie podría discutir que los últimos años han sido bastante “desafiantes”, por decirlo en positivo.
Estallido social y acto seguido pandemia. En el intertanto, la responsabilidad de elegir no solamente a un nuevo Presidente sino también de tener voz y voto en la creación de una nueva Constitución. Considerando lo difícil que es ponerse de acuerdo en establecer normas y principios de convivencia en una pequeña casa, se puede entender lo dificultoso que ha sido este proceso a nivel país.
Hoy es habitual que en noticieros, portales, radios y matinales donde se debate —por llamarlo debatir— el tema del próximo plebiscito de salida, se incluyan las palabras “ambiente tenso”, “incertidumbre” o “ansiedad”, y que luego las y los panelistas se acusen mutuamente de mentir, de esparcir fake news o hacer “campañas del terror”.
La pregunta cae de cajón: ¿cómo afecta un clima político crispado y polarizado, en la antesala de un plebiscito tan relevante, a nuestra salud mental? ¿Qué riesgos tiene la exposición continua y permanente a propaganda y contenidos políticos cada vez más beligerantes?
Temer al futuro
Nuestra estructura neurológica está preparada para enfrentar la incertidumbre: desde siempre hemos convivido, como todos los seres vivos, con la falta de certezas respecto a lo que pasará mañana. ¿Nos comerá un depredador? ¿Conseguiremos alimento? ¿Tendremos agua? Pero distinto es cuando las preguntas no las podemos resolver nosotros mismos sino que dependen de toda la sociedad. Más todavía si las dudas tienen que ver con el destino del país completo, que enfrenta una bifurcación que parece separarse en dos caminos completamente opuestos.
“Cuando este ambiente de incertezas es provocado por el ser humano”, dijo el neuropsiquiatra argentino Fernando Taragano en un programa de TV de ese país, “todo se vuelve intolerable, irritativo, y nos terminamos echando la culpa entre todos”.
Él lo habló en referencia a la permanente crisis inflacionaria y económica de Argentina. “Uno más o menos se acomoda, se sobreadapta, pero eso viene con un daño emocional, psicológico y biológico, porque circunstancias sociales de larga data, amenazantes para nuestra existencia, ya no significan sólo un temor leve e inconsciente al futuro. Es un miedo explícito, casi porno y burdo, a lo que viene”.
Por este lado de la cordillera, Lilian Pérez, especialista en neuropsicología y neurociencias cognitivas de la Universidad de Playa Ancha, describe el ambiente político chileno actual como un “Covid emocional”.
“Tal como el coronavirus instaló algo nuevo que nadie sabía manejar, hoy también tenemos muchas inseguridades y falta de certezas. La ansiedad finalmente es el miedo a lo desconocido”, dice, y como sociedad estamos viviendo una evidente ansiedad colectiva.
Esta densa incertidumbre, explica Pérez, hace percibir el entorno como amenazante y “lleva a que nos posicionemos en una trinchera desde la cual uno se empieza a defender”. Y ahí es donde entra el “contagio”. Por eso, según ella, es que fenómenos como el de las noticias falsas o sensacionalistas, o mensajes violentos e intolerantes, se compartan tanto.
“Cuando recepcionamos un estímulo, como lo es una noticia o una información, respondemos emocionalmente. Atendemos al suceso e inmediatamente la emoción nos dice algo: protégete, arranca, ataca. La reacción natural entonces es vomitar eso, protegerte, proteger a otros, exorcizar ese dolor o ese miedo. Y eso, en esta era digital, significa compartirlo”, dice.
Mirar un tuit, una nota o un reel que te duele, te enoja o asusta es como si te picara un bicho. Frente a ese impacto, lo primero que haces es sacarlo de encima con el dedo, haciendo una patadita con el dedo pulgar y el del medio. Casi lo mismo ocurre con el reenvío de contenidos tóxicos: con un par de movimientos del dedo, te lo sacudiste y lo compartiste con tu círculo.
Sobre el proceso actual, la neuropsicóloga tiene una visión crítica: “Las franjas de ambas campañas políticas apelan a la emocionalidad. Es decir, a que tomes decisiones viscerales, desde la guata. Esto me impacta, porque no se trata de algo ideológico o racional. Es manipulación emocional y una falta de respeto a la decisión consciente”.
Pérez advierte que la constante exposición a esta clase de contenidos genera una “polarización emocional”, que lleva a pensamientos irreflexivos y a una “distorsión cognitiva. Enganchan a la gente desde las emociones más básicas, como el miedo y la rabia”.
Advierte que un sistema nervioso sometido a un estrés permanente puede terminar repercutiendo en cuadros de ansiedad o depresión, o incluso en dolencias físicas como fibromialgias.
Es que si en algo han sido tremendamente efectivas ambas campañas ha sido en pintar un cuadro bien escalofriante respecto al hipotético escenario de un triunfo adversario. Una exposición desmesurada a esta clase de contenidos, advierte María José Gré Altermatt, psicóloga clínica de Psyalive, “puede aumentar los niveles de ansiedad. Dependiendo de la situación, incluso, es capaz de generar una pérdida de conexión con la realidad”.
Pablo Toro, psiquiatra de la Red de Salud UC Christus, analiza: “El concepto mismo de realidad se manipula de un lado para otro en la propaganda. En el caso de las fake news, estas no informan de una realidad pero buscan percibirse como tales y así generar confusión y escenarios de miedo”.
Plebiscitos familiares
¿Existirá alguien en este país que no haya entrado en alguna clase de controversia con un ser querido, familiar o amigo, intentando convencerlo de sumarse a su opción o defendiéndose por pensar distinto?
Es una especie de partida de ajedrez permanente que se amplifica con el uso de Whatsapp y redes sociales. Nos mantiene en una alerta constante, buscando el argumento definitivo, un meme, un tuit, una noticia o un youtubazo para ganar una discusión imposible.
Esas dolorosas discusiones, que generan grietas entre familiares y amigos, “son otra fuente de ansiedad”, dice Gré Altermatt. “Porque el intento de control de la opinión o visión de otros es inefectivo, produce frustración y malestar psicológico. Intentar cambiar o manejar la forma en que otros piensan significa una gran pérdida de energía”.
“Hay que saber discutir con argumentos y no en un plano personal, porque se corre el riesgo de generar heridas”, sostiene Pérez. “Esas luchas es mejor no llevarlas al hogar, que debe ser un espacio de tranquilidad, relajo y paz. El día a día ya es bastante complejo como para estar lesionando estos lugares; al contrario, hay que blindar los lazos de amistad y cariño”.
Aunque cueste, no caer en el ánimo de tratar de convencer a los demás puede ser un acto de autocuidado, agrega Gré, ya que si el ambiente en el que se expresa la opinión resulta hostil, ignorando o invalidando la propia posición, nuestra autoestima puede salir lesionada.
Toro opina que ambos bandos han decidido poner énfasis en la parte emotiva y entonces las discusiones tienen mucha carga sentimental. Es un campo minado donde cualquier conversación tiene el potencial de despertar miedos, poner en riesgo esperanzas o hasta insultar la inteligencia.
“Hemos estado viendo que la salud mental de la ciudadanía ha recibido impactos desde varios frentes durante los últimos tres años, y este es uno más”, advierte el psiquiatra de la Red de Salud UC Christus. “Lamentablemente, se produce una sumatoria que eleva los niveles de estrés y hace que se manifiestan trastornos mentales”.
“La recomendación es comunicar optimismo”, dice. “Tratar de ser lo más optimista que se puede”. Como por ejemplo, pensar que, gane la opción que gane, “hay que saber construir lo que viene en conjunto”.
“A la gente que está sintiendo ansiedad no les digo que dejen de informarse, pero sí que no lo hagan todo el rato”, propone Pérez. “También es importante seleccionar las fuentes de información, saber filtrar, regular cuánto y cómo consumimos información, ya que todo lo que vemos últimamente produce una respuesta emotiva”.
“Si bien no podemos controlar el proceso de votación y sus resultados, hay otros elementos que sí. Por ejemplo, la cantidad de tiempo y exposición que le damos a las noticias y la discusión electoral”, añade Gré. Saber desconectarse de las redes, compartir cara a cara y hablar en persona son buenas maneras de aquilatar la realidad y quitarle ansiedad al momento.
“Esto se va resolver, para un lado o para el otro”, plantea la académica de la U. de Playa Ancha. “Pero si te enojas con un compañero o un familiar, ¿cómo lo solucionas? Yo recomiendo no llevar lo externo a nuestros mundos internos. Que alguien piense distinto no lo hace mi enemigo, solo lo hace lo que es: alguien diferente a mi”.