Bacterias, infecciones y contaminación cruzada: qué pasa si no cuidas tu cepillo dientes

Cepillo de dientes

¿Has pensado en qué tan limpio está el objeto que te lava tu boca cada día? Entre microorganismos y aerosoles que llegan desde el water, tu escobilla está más expuesta de lo que crees. Así lo explican tres expertos en salud dental, que además enseñan cómo cuidarlo.




Si el cepillo de dientes pudiera hablar. Solo así sabrías la cantidad de barbaridades, abusos y malos tratos por los que debe pasar. Pero no: ahí permanece, en un rincón del baño, en estoico silencio, cada vez más despeinado y deteriorado, aguardando la hora de su venganza. La que llega cada mañana al despertar y cada noche antes de dormir.

Ocurre que un cepillo de dientes que no cuenta con cobertura alguna durante su almacenamiento contiene en promedio unas 10 millones de bacterias, entre las que se cuentan algunas de tipo coliforme, como la Escherichia coli y los estreptococos.

¿De dónde provienen estos microorganismos y tantos otros —la mayoría inofensivos— que colonizan tu cepillo de dientes? Principalmente de dos fuentes. Una de ellas corresponde a tu boca, puente del placer gustativo y de la saciedad, acceso directo hacia tu organismo, y que pretendes limpiar con el cepillo de dientes, es la primera causa de su contaminación. Y lo es porque es la parte del cuerpo que más bacterias alberga.

Del tipo aerobias y anaerobias, grampositivas y gramnegativas, del género Lactobacillus, Actinobacillus, Staphylococcus o Streptococcus; todas forman parte de la microbiota oral. Un ecosistema que se mantiene en un delicado equilibrio para garantizar una correcta función fisiológica —como garantizar la deglución de los alimentos— y para evitar el desarrollo de enfermedades.

Pero puede pasar que, en ciertas ocasiones, se generen alteraciones dentro de ella. “Por ejemplo, cuando hay bacterias que secretan ácidos y generan caries, u otras de tipo anaeróbicas capaces de vivir en las encías y generar enfermedades bastante graves, como la periodontitis”, expone Carolina Serrano, profesora asociada de Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad de Chile.

Y la periodontitis no es algo inusual en la población chilena. Según el Ministerio de Salud, esta infección a las encías está presente en más del 90% de los adultos del país con distintos grados de severidad.

La escena del crimen: el baño

La segunda fuente contaminante del cepillo de dientes es su lugar de almacenamiento: el baño. Esto no debería ser sorpresa, pues diversos estudios indican que se trata del sector del hogar que acumula la mayor cantidad de bacterias.

Cada vez que se defeca y se tira la cadena sin antes bajar la tapa del water, por ejemplo, “se generan aerosoles que contienen micropartículas de las deposiciones que llevan bacterias entéricas, como la Escherichia coli o los estreptococos”, afirma Serrano. Estas partículas pueden alcanzar distintos rincones, desde el suelo, el lavamanos, la tina, la cortina de baño, la toalla con que te secas y, también, tu querido cepillo de dientes.

Por eso es tan importante bajar la tapa del inodoro cada vez que hagas la descarga del agua y también lavarse las manos una vez hechas las labores. Más aún si luego vas a lavarte los dientes. “Jamás debes tomar el cepillo de dientes después de hacer deposiciones sin antes lavarte las manos. De lo contrario, te estarás traspasando las bacterias entéricas que te pueden provocar, por ejemplo, un cuadro de gastroenteritis”, advierte Serrano.

Para tu tranquilidad, la probabilidad de que esto ocurra y te termines enfermando por una infección a causa de cualquiera de las bacterias que residen en tu cepillo de dientes es bastante baja. Habría que tener demasiada mala suerte, o estar con las defensas muy bajas, o bien ser una persona inmunodeprimida.

“Una periodontitis en una persona inmunodepresiva puede ser bastante grave”, sostiene Serrano. Se han dado casos de caries que llegan a la raíz del diente y que luego puede bajan por el organismo y afectan al corazón con una endocarditis.

La propia docente pudo atestiguar un caso similar en su familia. “Mi papá es diabético, y a pesar de haber ido al dentista varias veces, una carie se le infectó muy mal. La bacteria le llegó al pulmón, donde formó un absceso junto a otras bacterias, lo que derivó en un empiema pulmonar gravísimo por el que lo tuvieron que operar”.

En definitiva, como dice Paula Espinoza, cirujano dentista de la Red Salud UC Christus, si no cuidamos y limpiamos bien el cepillo de dientes, “miles de bacterias persistirán en él, haciendo que reintroducir este en la boca sea incorporar nuevamente bacterias al medio oral”.

Lavarse los dientes

El cepillo y otros cómplices

Aunque se deben dar ciertas condiciones ambientales para que proliferen y sobrevivan los microorganismos. Factores como la humedad y el calor, dicen los expertos, son idóneos. Entre las llaves de agua, el vapor de las duchas y la cerámica que cubre los muros, difícilmente se consiga un baño seco. Es el crimen perfecto.

Pero también los materiales con los cuales está fabricado cada cepillo pueden influir en la cantidad de polizones microscópicos que alberga. “A pesar de ser más ecológicos, los dentistas no recomendamos los cepillos de dientes de madera. Al ser un material poroso, retiene fácilmente la humedad y es más fácil que proliferen bacterias y otros microorganismos. Lo mejor es que sean de plástico”.

Aunque en menor grado, los cepillos que están fabricados con distintos materiales también presentan más riesgos que uno íntegramente de plástico. “Los que tienen plástico y goma —como aquellos con mangos anatómicos— pueden acumular bacterias en las zonas en que se unen estos materiales. Idealmente deben ser de un solo material”, recomienda la dentista.

De todas maneras, la zona donde más se concentran los microorganismos es en la cabeza del cepillo, entre las cerdas o filamentos, justamente la parte que introducimos en la boca para lavarnos los dientes. Y la dureza y longitud de las cerdas también influyen en el nivel de riesgo, según Paul Schoihet, cirujano dentista y cofundador de la Clínica Integral Eudent.

Un cepillo duro tiene “penachos más numerosos y con menor espacio entre las cerdas”, por lo que retiene más fácilmente a las bacterias. Un cepillo más suave, en cambio, “es más flexible y permite la expulsión más eficiente de microorganismos”.

Malas costumbres: el descuido de la víctima

Infectarse con el cepillo de dientes no es tan sencillo, pero ciertas —malas— costumbres solo sirven para tentar a la suerte. ¿Eres de las personas que coloca su cepillo en un vaso o de las que lo deja sobre cualquier superficie donde hay un espacio?

“Si el cepillo se deja botado sobre el lavamanos, por ejemplo, podría haber otro tipo de contaminación”, dice Paula Espinoza. ¿Cómo conviene guardar el cepillo?

  1. Verticalmente, con la cabeza hacia arriba
  2. Seco e idealmente cubierto, ojalá con su propia tapa.

Así, se tendrá más precaución ante la proliferación de bacterias como también de la contaminación provocada por los aerosoles del inodoro.

Ahora, si eres de las personas que deja su cepillo en un vaso o portacepillos, no cometas el error de pensar que estás libre de pecado. ¿Será que tu cepillo es el único o comparte el espacio con otros? Si la respuesta es la segunda, entonces estamos mal.

Compartir el vaso para dejar los cepillos es una mala idea ya que “no todos tenemos el mismo grupo de bacterias ni la misma cantidad, y estas podrían traspasarse”, explica Paul Schoihet.

Si una persona tiene caries o gingivitis, otro tipo de infecciones como herpes o quizá un virus como el covid-19 o la influenza, y su cepillo está tocando el de otra persona, este fácilmente se infectará y contagiará a su dueño. “Es importante que exista un cuidado en el almacenamiento”, dice Espinoza.

En el vaso, además, se acumula el agua que escurre de los cepillos una vez que fueron utilizados, por lo que en su fondo se va juntando un pantano de microorganismos y bacterias. Y el agua “da vida”, como dice Schoihet: se forma un caldo de cultivo que contamina cepillos y otros artículos de higiene que pudieran haber en el interior, como un limpiador lingual.

Carolina Serrano es tajante respecto a esto: los cepillos de dientes de distintas personas no se pueden tocar. De lo contrario, “es como si todos ocuparan el mismo cepillo”. Su recomendación es que cada integrante tenga su propio vaso. “Si son cuatro personas en una familia, entonces cuatro vasos, aunque ocupen mucho espacio. Así cada persona tiene contacto con su portacepillo, su cepillo y su microbiota”.

Si un vaso por integrante es mucho pedir, entonces hay que preocuparse de que los cepillos queden con cierta separación, nunca tocando sus cabezas. ¿Cómo lograrlo? Existen ciertos vasos que cuentan con divisiones que facilitan este objetivo.

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El vaso, además, hay que lavarlo con cierta frecuencia, sobre todo si en su fondo se ven signos de contaminación, como un colorido extraño o partículas flotando. Se puede ocupar un detergente antibacteriano o un chorro de cloro.

Deténlo a tiempo

En promedio, la vida útil de un cepillo es de dos meses, como máximo tres. Ese es el límite. Seguir utilizándolo una vez pasado ese tiempo es aumentar los riesgos de una posible contaminación. Pero aparte del tiempo, hay otras señales que determinan el momento de que pase a mejor vida.

Si se observan depósitos duros entre sus cerdas, si expele mal olor, si sus filamentos están decolorados o con un tono distinto al original, o simplemente están “chascones”, lo que corresponde es su reemplazo. Los filamentos son la clave: sin estos, el cepillo “ya no mantiene la integridad adecuada y no podrán ejecutar la higiene probada por el fabricante”, dice Schoihet.

Para chequear que sus cerdas estén en buenas condiciones, Espinoza sugiere mirar del cepillo por el revés. “Si las cerdas sobresalen del margen de la cabeza” quizá sea hora de cambiarlo. También se recomienda reemplazarlo si tocó superficies sucias, como el suelo, el basurero o el water. Lo mismo si estuviste enferma o enfermo: una vez recuperados es mejor comenzar con un nuevo cepillo para evitar una eventual recaída.

Por otro lado, lavarse los dientes de forma demasiado efusiva tampoco ayuda. Ni a la higiene bucal ni a la durabilidad del cepillo. “Lo importante es el número de pasadas y la técnica, no la fuerza con que lo hacemos”, dice Schoihet.

¿Cuál es la forma adecuada? Diez barridas desde la encía a la punta de los dientes —sin hacerlo en la dirección opuesta—, tanto por la cara exterior como la interior de la dentadura, con el cepillo en un ángulo de 45º del cepillo. Luego se debe barrer la superficie oclusal —la parte con la que masticamos— de adentro hacia afuera. ¿Es así como lo haces? ¿O lo haces como en las películas?

Lo que ayuda a mantener en buenas condiciones al cepillo es lavarlo adecuadamente después de cada uso. Para esto basta usar agua —si está caliente, mejor— y preocuparse de retirar todo el exceso de pasta dental y restos de alimentos de entre sus cerdas.

Hay quienes, como Carolina Serrano, recomiendan sumergir el cepillo en enjuague bucal antibacteriano con cierta periodicidad, como una vez a la semana. Lo importante es secarlo bien después, idealmente con papel absorbente y no con papel higiénico, ya que con este último posiblemente queden restos adheridos. Tampoco con la toalla de manos, dice Espinoza, ya que también retienen microorganismos y bacterias después de cierto tiempo de uso.

Una vez secado, el cepillo se debe dejar en un vaso limpio de forma vertical, con la cabeza hacia arriba para que los restos de agua escurran hacia abajo. Ojalá con una tapa que lo proteja del ambiente, sugiere Espinoza.

Pero cuidado: la tapa no se debe colocar si el cepillo se mantiene húmedo, porque acelerará la proliferación de los invitados de piedra. A menos que, como sugiere Marlon Brando en Apocalipsis Ahora, quieras hacerte amiga o amigo del horror.


*Los precios de los productos en este artículo están actualizados al 28 de septiembre de 2022. Los valores y su disponibilidad pueden cambiar.

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