Tanto en adultos como en niñas y niños, las alteraciones y trastornos del sueño van en aumento en Chile. Así lo aseguran diversos especialistas locales, que apuntan como principal causa a la pandemia del covid-19 y los estragos que generó en nuestros hábitos.
“Tenemos una altísima tasa de trastornos del sueño”, dice Pablo Brockmann, pediatra del Centro del Sueño de la Red de Salud UC Christus. La situación es particularmente compleja en el caso de los lactantes: de acuerdo al especialista, al menos dos tercios de este segmento de la población —que va entre el primer mes y el año y medio de vida— está “durmiendo mal”.
En el caso de niñas, niños y adolescentes, “se estima que aproximadamente entre un 25 y un 30% sufren alteraciones del sueño de diverso orden”, complementa Rosario Fernández, psicóloga clínica especialista en sueño infantil de Clínica Somno.
El buen dormir es fundamental en cualquier etapa de la vida, pero lo es aún más durante la infancia. Allí el sueño cumple un rol vital en el desarrollo físico y neuropsicológico: fortalece el sistema inmunológico, consolida la memoria y mejora la capacidad de aprendizaje. También ayuda a mantener un equilibrio hormonal, restaura la energía para cada día, mejora las conexiones neuronales, regula el estado de ánimo, el comportamiento y las emociones.
Luis Pino, director de Psicología en la Universidad de las Américas (UDLA), dice que hasta los dos años de vida el sueño tiene “efectos directos” en la anatomía encefálica, es decir en la formación del cerebro, “ya que en el acto del dormir se consolidan y reparan tejidos”.
Las consecuencias de un sueño inadecuado, por calidad y cantidad, se pueden observar en el día a día. “Generalmente causa irritabilidad en los niños más pequeños y somnolencia excesiva, dolor de cabeza, dificultades en la atención, mal rendimiento escolar y efectos conductuales —como mal comportamiento, depresión o ansiedad—, afectando significativamente su calidad de vida”, agrega Katalina Bertrán, jefa de la Unidad Pediátrica de Sueño de la Clínica Alemana de Santiago.
También suelen aparecer conflictos a la hora de acostarse. “Esto ocurre no porque no desee dormir, sino más bien porque dormir le trae una serie de problemáticas”, dice Pino. Por eso se producen episodios de llanto, violencia, agresividad y ronquidos.
Esta bola de nieve puede crecer hasta la adultez, perpetuando el conflicto con el sueño e interviniendo directamente en el funcionamiento vital: está demostrado que si se duerme poco y mal se favorecerán conductas como la impulsividad, enfermedades como la hipertensión, y se acortarán las expectativas de vida.
Trastornos habituales
De acuerdo a Rosario Fernández, los problemas y trastornos del sueño durante la niñez pueden clasificarse en tres categorías:
- El niño al que le cuesta trabajo dormirse: en este grupo aparecen trastornos como el insomnio —que puede aparecer a partir de los 6 meses de vida—, el síndrome de piernas inquietas —llamado así por la necesidad de mover las extremidades mientras se duerme—, y el síndrome de retraso de fase.
Brockmann sostiene que el desfase del sueño es muy habitual en la preadolescencia y en adolescentes. “Se duermen y despiertan muy tarde”. Algunos pacientes, dice, tardan hasta tres horas en conciliar el sueño.
Por su parte, Pino afirma que un 30% de niñas y niños experimentarán insomnio, al menos basalmente, lo que requerirá de “elementos de intervención médica”.
- El niño que presenta eventos anormales durante el sueño: en esta categoría se incluyen parasomnias como el sonambulismo, muchas veces asociado a terrores nocturnos y pesadillas. “El sonambulismo puede afectar otras áreas conductuales de la vida de la persona”, sostiene Pino. Algunos pacientes suelen hablar mientras duermen, un fenómeno que afecta los ritmos circadianos —el desarrollo biológico natural físico, mental y conductual en un ciclo de 24 horas—, así como interrumpir e impedir la evolución de las etapas del sueño: el paso de REM a no REM y viceversa a lo largo de la noche.
También en este segmento se encuentra la apnea obstructiva del sueño, una alteración que implica el bloqueo de las vías respiratorias superiores, reduciendo o deteniendo el flujo de aire. Brockmann asegura que ésta es otra de las alteraciones que ha aumentado su incidencia pospandemia.
- El niño que se duerme durante el día: aquí, el principal trastorno detectado es la narcolepsia. Consiste, según Pino, en “un excesivo estado de sueño, en el que niños y niñas incluso se pueden quedar dormidos repentinamente en situaciones cotidianas, incluso en la sala de clases”. Se trata de una enfermedad crónica, que puede afectar gravemente la calidad de vida, pero que tiene tratamiento.
Más extraño es observar casos de hipersomnias, un trastorno que causa mucha somnolencia durante el día, aun cuando las personas hayan dormido bien durante la noche anterior. Suele, además, generar serias dificultades para despertar. Su causa continúa siendo un misterio para la medicina.
¿Cuáles son las razones tras estas patologías y alteraciones?
Brockmann afirma que no son del todo conocidas. Sin embargo, son multifactoriales y, entre ellas, se encuentra la flexibilización de los horarios y los cambios de hábito pospandemia.
“En pediatría, el factor principal de estos problemas es lo que llamamos una mala higiene del sueño: no tener horarios constantes y organizados, el exceso de tiempo en pantallas —smartphones, tablets, televisión, videojuegos—, utilizar el dormitorio para estudiar y tener un ambiente inadecuado para dormir”, complementa Katalina Bertrán.
El uso de pantallas asoma como una de las mayores complejidades. El exceso de estos dispositivos “no nos hace bien”, dice el pediatra de la Red UC Christus. “Últimamente se han descrito algunos problemas directos asociados al neurodesarrollo en menores de cinco años por el uso de pantallas”, complementa Luis Pino.
Lo ideal es evitar estos aparatos la mayor parte del día, sobre todo en las horas previas a dormir.
Cortar el círculo vicioso
Cuando una niña o niño tiene problemas frecuentes para dormir, no sólo es ella o él quien lo padece. Padres, madres y cuidadores entran en una dinámica compleja que puede afectar incluso su salud mental.
“Si un niño no duerme, va a cooperar menos al otro día en las instrucciones propias del desarrollo y la crianza. Por ende, los padres se van a encontrar con oposición, con irritabilidad, con baja concentración y con dificultades de comprensión”, explica Luis Pino. Esto suele llevar a los padres y madres a una “gran frustración”, llena de ansiedad y de decisión emocionales, generando el efecto contrario: más estrés y conflictos a la hora de dormir.
En muchos casos, “se genera un círculo vicioso al aumentar la ansiedad dentro de la familia y potenciar los trastornos del sueño del niño o niña, empeorando sus hábitos o alterando los horarios”, agrega Pablo Brockmann
“Es muy difícil transitar los problemas de sueño de los hijos, porque tiene un impacto importante en la calidad de vida de los padres”, agrega Rosario Fernández. La psicóloga clínica comenta que, muchas veces, el mal dormir de los hijos e hijas “se vive como si fuese a durar para siempre”. Y esto trae consigo “una desesperanza aprendida”.
Al mismo tiempo, Fernández pone paños fríos: “Prácticamente, todo tiene solución”. Y llama a consultar a tiempo con especialistas en la materia. “Es fundamental para cortar esta cadena de mal dormir”, asegura.
No automedicarse y regular las expectativas
Entre el estrés, el poco sueño y la desesperación, comienzan a aparecer errores habituales en la búsqueda de soluciones. Uno de ellos es saturarse de información, mucha de ésta de fuentes poco confiables y/o que no son pertinentes al contexto particular de cada familia.
“Hoy está lleno de coaches del sueño en redes sociales, libros e información en internet que, en vez de tener un resultado positivo, perjudican a los padres: les crean una ansiedad y expectativa muy desmedida sobre el sueño de sus hijos”, apunta Brockmann. “Cada niño es diferente y está en franco proceso de neurodesarrollo. Muchos trastornos pueden evolucionar benignamente”, agrega.
Rosario Fernández sostiene que “conocer el sueño de un bebé y un niño entrega herramientas para bajar las expectativas e intentar lograr un buen sueño familiar”, que tenga en consideración “el proceso madurativo del sueño del hijo o hija”.
Por ejemplo, hasta hace no tantos años se creía que un lactante debía dormir largo y tendido durante la noche. Y que si no era así, se estaba frente a un trastorno. “Los padres pensaban que había un problema cuando veían que su bebé tenía varios despertares nocturnos. Hoy se sabe que eso no es así en la mayor cantidad de casos: los bebés tienen despertares fisiológicos que no necesariamente son patológicos”, explica Fernández.
Si bien mantener horarios más menos estables es necesario para una buena higiene del sueño, últimamente la ciencia ha flexibilizado el canon de horas de un sueño adecuado, entendiendo que existen variables significativas entre culturas y familias particulares.
Según la Sociedad Mundial del Dormir, el rango recomendado de sueño diario según estrato etario es el siguiente:
- 3-12 meses: 14 a 15 horas
- 1-3 años: 12 a 14 horas
- 3-5 años: 11 a 13 horas
- 6-12 años: 10 a 11 horas
- 12-18 años: 8,5 a 9,5 horas
Por otro lado, Pablo Brockmann llama a “nunca automedicarse ni usar melatonina de manera indiscriminada”. Asimismo, aconseja evitar caer en el estrés y en la “imposición de normas y creencias externas a la familia, en vez de entender los procesos como algo fisiológico”.
Recomendaciones para desarrollar una buena higiene en la niñez
La Academia Americana de Pediatría entrega los siguientes consejos:
- Mantener una temperatura de dormitorio agradable: ojalá cercana a los 20°C.
- Tener un horario y rutina para acostarse: leer cuentos, dar compañía o un baño con agua tibia, al mismo tiempo que se evitan las pantallas y los juegos que activen.
- Mantener horarios de sueño similares durante el fin de semana
- Acostumbrar desde pequeños a conciliar el sueño en su propia cuna o cama: entre más grandes sean, más complejo será acostumbrarles a dormir solos en su habitación.
- Evitar que el niño se duerma en brazos: también en el coche u otra cama.
- Evitar el uso de mamadera para dormirse
- Si funciona para tranquilizarse, usar el chupete
- Permitir el uso de objetos transicionales: por ejemplo, un oso de peluche.
- Asegurarse de que los niños estén cómodos y seguros: usar colchón firme y evitar almohadas u objetos que puedan significar un riesgo de sofocación.
- Por muy difícil que sea resistirse, no regresar a la habitación de su hija o hijo cada vez que lo llamen: a menos de que se trate de un caso de enfermedad o dolor, conviene promover la independencia y la autonomía al dormir.