“Me levanté esta mañana. No reconocí al hombre en el espejo. Luego reí y me dije: ‘tonto, eres sólo tú'”. Así canta, una y otra vez, Kurt Vile, presente y futuro del folk independiente de Estados Unidos, en “Pretty Pimpin”. Si bien aún le restan un par de décadas, a sus 43 años la vejez ya no es ese paraje remoto que se observa de lejos en la juventud. De hecho, una vez pasada la barrera de los 30, las huellas del tiempo comienzan a manifestarse sobre todo en la piel.

El paso de los años puede ser difícil, y la piel es, quizá, uno de los mayores reflejos de ello. Las arrugas, las manchas, las ojeras que se expanden y la elasticidad que comienza a ceder, pueden ser materia de análisis por minutos, días, semanas o años frente al espejo. ¿Qué fue de ese rostro juvenil, lleno de energía, del cuerpo tonificado, de la piel tersa?

Pero ser consciente de ello no significa, necesariamente, que dé lo mismo y uno se entregue a lo que depare el destino celular. No, al menos, si se quiere tener una buena calidad de vida durante la vejez. La piel, al fin y al cabo, es parte del organismo y no una mera carcasa de la conciencia. De hecho, la piel es el órgano más grande de nuestro sistema y su labor es proteger al resto del cuerpo de factores externos como bacterias, sustancias químicas y la temperatura. Y por esa misma razón, ¿no debiéramos cuidar de ella para garantizar una mayor protección durante los años en que, se supone, estaremos más vulnerables?

¿Qué es lo que ocurre exactamente con la piel durante la vejez?

Nada bueno, la verdad. “En los adultos mayores, la piel se adelgaza y va perdiendo su capacidad de lubricación natural, ya que las glándulas sebáceas comienzan a atrofiarse. Esto hace que se vuelva mucho más reseca y frágil, tanto a nivel superficial como profundo”, responde Héctor Fuenzalida, dermatólogo de IntegraMédica.

Katherine Barría, dermatoestética de la Clínica Alemana, dice que, a medida que envejecemos, la piel “pierde grosor en todas las capas —la epidermis y la dermis—, y también se empieza a perder la grasa en ciertas zonas, como en los brazos, las pantorrillas y en el dorso de las manos”.

Asimismo, la piel pierde fuerza, tensión, turgencia, elasticidad y, también, su capacidad de retener el agua. Por esa razón es que se deshidrata y reseca con mayor facilidad. Constanza Ullrich, dermatóloga de Clínica RedSalud, explica que se pierde el volumen del centro de la cara, “generando flacidez y con mofletes más marcados”.

¿Algo más que agregar a esa lista de desgracias? En el caso de las mujeres, se agrega otro factor a todo esto: tras la menopausia, la producción de estrógenos disminuye notablemente, lo que merma la producción del colágeno, que de por sí vuelve la piel “mucho más blanda y débil”, dice Barría.

El rol del colágeno

El colágeno es una proteína esencial para nuestra salud en general, y para la piel en particular. En palabras simples, es el componente que brinda su elasticidad y firmeza, como también lo hace en músculos, ligamentos, tendones y articulaciones.

La producción de colágeno, a su vez, depende de los fibroblastos, un tipo de células que en su conjunto forma una red fibrosa que soporta y conecta otros tejidos u órganos del cuerpo. Esto es lo que se conoce como tejido conectivo. La baja producción de colágeno implica que esta red se deteriora y debilita, de manera que la sustitución y restauración de células muertas en la piel, producto de una herida o un golpe —lo que llamamos cicatrización— se vuelva más compleja y tarde más tiempo en producirse.

Los riesgos de esto, dice Fuenzalida, son que las personas queden “más vulnerables a traumatismos, como moretones, irritaciones y heridas, las que pueden derivar en infecciones”.

Piel seca, moretones, arrugas

A medida que envejecemos, entonces, la tendencia es que la piel pierda lubricación y se reseque. Es habitual que personas mayores sufran con estos efectos, sobre todo en la parte inferior de las piernas, en los codos y en la parte inferior de los brazos, zonas que más comúnmente se vuelven ásperas e, incluso, escamosas.

Sin embargo, una cosa es la tendencia natural y la otra el grado de afectación que ello implica. En ese sentido, nuestras prácticas y estilo de vida, incluso desde la juventud —pero sobre todo cuando ya nos adentramos en la adultez—, son un factor relevante sobre el cual podemos tener algo de control.

“Si un paciente no se cuida, toma mucho sol, fuma y tiene un mal estilo de vida, el proceso se acelera. Esto es lo que llamamos envejecimiento extrínseco, que se suma al envejecimiento intrínseco o cronológico, producido solo por el hecho de vivir varios años”, expone Constanza Ullrich.

Las posibles consecuencias de esto son un mayor adelgazamiento de la piel, la aparición de arrugas y manchas, también la propensión a desarrollar dermatitis o efectos de mayor gravedad, como el cáncer de piel.

El Instituto Nacional del Envejecimiento de Estados Unidos (NIH, en su sigla en inglés), establece algunas razones posibles para que la piel se reseque con mayor facilidad durante la vejez:

  • No tomar suficientes líquidos
  • Pasar mucho tiempo exponiéndose al sol o bronceándose
  • Vivir en lugares con aire muy seco
  • Fumar
  • El estrés
  • Perder las glándulas de sudor y aceite, lo cual es común con la edad

Por supuesto, existen otros problemas vinculados a la salud que pueden afectar, en especial patologías crónicas como la diabetes o la insuficiencia renal. El uso de ciertos medicamentos, además, puede generar molestias superficiales, como una comezón. Eso no es menor, dado que el mencionado adelgazamiento de la piel hace que esta sea más susceptible a la generación de heridas por cualquier roce. La fricción de un rasquido puede ser lo suficientemente dañina como para exponer a la persona a una potencial infección.

De acuerdo a David Sinclair, el envejecimiento es algo que sí se puede ralentizar. Foto: Getty Images.

La aparición de moretones también se vuelve más frecuente. Basta un leve golpe —a veces apenas un contacto— como para encontrarse luego con una marca en la piel. Medicamentos y enfermedades pueden ser también causantes de esto. La recomendación, en estos casos, es consultar a un médico especialista.

Las arrugas, como las famosas o infames patas de gallo o las “líneas de la vejez”, son parte de esta manifestación del tiempo sobre la piel. Y no solo del tiempo vivido, también del que se ha tenido bajo exposición solar y sin protección: la famosa luz ultravioleta suele volver la piel menos elástica. La gravedad también hace lo suyo, aflojando y arrugándola con progresiva intensidad.

La cara, el cuello, las manos y los antebrazos son zonas propicias para la aparición de estos pliegues y líneas en la piel, que muchas veces pueden tornarse más profundas y secas, formando verdaderos surcos, sobre todo alrededor de la boca y los ojos. Gustitos como el cigarro pueden ser un factor en la formación de estas marcas.

Y si bien en el mercado parece haber de todo para “combatir” las arrugas y los efectos de los años sobre la piel —los llamados productos anti-envejecimiento—, lo más recomendable es acudir a un o una especialista que pueda realizar un diagnóstico personalizado y, en caso de ser necesario, entregar un tratamiento adecuado a las características individuales.

Consejos para un mejor cuidado

Ciertas prácticas comunes tienen, también, efectos y consecuencias comunes. En esa línea, los especialistas aportan algunas recomendaciones para que, desde la acción, se puedan evitar daños sobre la piel que expongan a las personas a otras circunstancias que afecten su bienestar.

  • Tomar baños cortos (máximo 5 minutos): “Cuando estos son largos, y con agua muy caliente y mucho jabón o champú, la piel pierde su manto protector”, dice Héctor Fuenzalida. Eso lleva a que se reseque y pique. Como ya vimos, rascarse puede provocar heridas y riesgo de infecciones.
  • Con agua tibia, nunca caliente: las duchas o baños con agua muy caliente disuelven la grasa superficial de la piel que funciona como manto protector.
  • No refregar la piel con paños o esponjas: al ser ásperos, este tipo de implementos de baño generan que la piel vaya perdiendo su continuidad, produciendo incluso fisuras o erosiones que puede producir ardor o picor.
  • Cuidado con el uso de jabones: Katherine Barría explica que los jabones que tienen detergentes disuelven la grasa, por lo que terminarán destruyendo el manto de grasa lipídica. “La recomendación es evitar usar este tipo de productos en aquellas zonas donde más transpiramos o en los pliegues, como el cuello, tras la oreja, bajo el pecho o en la ingle”.
  • Evitar los perfumes, colonias y talcos directamente sobre la piel: los perfumes y talcos habitualmente son en base a alcohol, por lo que sensibilizan la piel y pueden producir algunas alergias, como dermatitis de contacto irritativas o alérgicas, particularmente con los productos que tengan fragancias o perfumes.
  • Hidratar la piel tras la ducha o baño: lo ideal es utilizar una crema hidratante sin fragancia, por lo mencionado en el punto anterior.
  • Abrigarse, pero nunca tanto: Fuenzalida aconseja evitar el uso de muchas capas de ropa, porque esto puede generar transpiración y, por consecuencia, hongos. En esa misma línea, Barría apunta a que la transpiración provoca la pérdida de la barrera cutánea, “generando incluso una destrucción de las células de la superficie, lo que provocará irritación de la piel, así como la invasión de bacterias en la superficie cutánea”. Una buena idea, en días fríos, es utilizar una primera capa con tela traspirable.

El cuidado a lo largo de la vida

Preocuparse de la piel solo cuando se llega a la vejez puede ser demasiado tarde. Lo ideal es hacerlo a lo largo de la vida, ya que mucho de lo que aparezca en la tercera edad —como las arrugas y manchas— serán consecuencia de lo que se hizo y no se hizo en la juventud y la adultez.

Constanza Ullrich dice que con medidas “básicas”, como protegerse del sol desde la primera infancia, podemos disminuir los riesgos asociados a la exposición solar y la aceleración del envejecimiento. “Esa es la primera medida que debemos tener en consideración”.

¿La segunda? Siempre hidratar la piel. “Que sea un hábito desde temprana edad”, motiva la dermatóloga. Al fin y al cabo, es más fácil aprenderlo entonces que en la vejez.