Dos aviones de guerra cruzan el cielo a toda velocidad, ante los gritos alarmados de dos tripulantes de una embarcación española. Quien graba es uno de ellos. La razón del ánimo alterado se descubre unos segundos después, cuando la cámara se posa sobre estribor: unos metros más allá, un objeto volador no identificado (OVNI) se suspende a baja altura. Los gritos crecen en intensidad y pánico. De súbito, el platillo volador se va en picada para desaparecer en el mar. La grabación termina cuando un helicóptero pasa junto a la embarcación haciendo un llamado a despejar la zona lo más rápido posible.

A comienzos de este mes, ese video de 43 segundos se viralizó rápidamente por las redes sociales, y los comentarios incluían conceptos como “invasión alienígena”. La prensa mundial entró al baile e hizo eco de la supuesta noticia, pero la verdad no tardó tanto en asomarse: lo que se ve en el registro corresponde, en realidad, a una producción española realizada en 2009, a modo de homenaje a Orson Welles, cerebro detrás del pánico que sembró la dramatización radial de La Guerra de los Mundos.

Tal como Welles en 1938, la producción española logró que algunas personas se creyeran el cuento de la invasión alienígena. No era más que una noticia falsa.

Nada novedoso, pero siguen siendo noticia

Las fake news están lejos de ser una novedad. Probablemente existen desde que el humano pisó la tierra y abrió la boca para comunicar algo. Entonces, se expandía por el boca a boca. Luego vino la prensa: hasta hace dos décadas atrás, se solía catalogar de “amarilla” a aquella que recurría a titulares llamativos, con información exagerada, sensacionalista, o descontextualizada, y sin pruebas de su veracidad para mejorar sus ventas. En 1835, por ejemplo, el diario neoyorkino The Sun informó acerca de una supuesta civilización que habitaba la luna.

Pese al largo historial, hoy las fake news se instalan con una fuerza inédita que, según vaticinan algunos entendidos, amenaza a las democracias en el mundo. Y si existe esta inquietud se debe a factores tecnológicos, sociopolíticos, económicos y culturales, como la irrupción de la era digital, la masividad de las redes sociales y las conductas que éstas promueven.

"Tristemente hemos visto videos que se han documentado como falsos, enseñando destrucción o misiles que no se correspondían con la realidad sino a otro momento histórico", cuenta Charo Sádaba a propósito del conflicto Rusia-Ucrania.

Entre las conductas que ofrecen un terreno fértil a las fake news están el “consumo indiscriminado de información y la tiranía del like, que lleva a este deseo potente de querer ser el primero en contar una información”, dice Alberto López Hermida, director de la Escuela de Periodismo Universidad Finis Terrae y doctor en Comunicación Pública. Eso es algo que “se ve en los chats de amigos y familiares, pero también en periodistas”.

Investigadoras y académicas en comunicaciones, como Charo Sádaba y Teresa Correa, afirman que la creciente polarización del ambiente sociopolítico y la profunda desconfianza que existe desde la ciudadanía hacia las instituciones —desde el Estado hasta los medios de comunicación— han generado un “caldo de cultivo” para que se multiplique el número, el alcance y capacidad de daño de las fake news.

Democracia en riesgo

No deja de ser irónico que el propio concepto fake news genere desinformación. La directora del Centro de Investigación en Comunicación (CICLOS) de la UDP, Teresa Correa, explica que el error reside en que éste plantea una realidad binaria: que existen noticias verdaderas y otras falsas.

“No existe tal cosa como una noticia falsa. Lo que hay es desinformación, medias verdades, exageraciones, descontextualizaciones, etc”. Es esa zona gris lo que las vuelve tan complejas. “Es lo más difícil de combatir, porque no se puede trazar su origen”, afirma la investigadora de los núcleos milenio en Desigualdades y Oportunidades Digitales (NUDOS) y Futuros de la Inteligencia Artificial (FAIR).

¿Es posible estimar el daño que hacen la desinformación a la democracia? Según Correa, el mayor daño está en la confianza de la ciudadanía. Sin embargo, hasta ahora no es posible identificar efectos de corto plazo. “Pero la exposición es tan amplia que se pueden acumular pequeños efectos que terminen por generar uno mayor en el comportamiento de las personas”.

Fuentes, agencias, bots y “mercenarios”

Durante la semana pasada, hizo noticia la investigación que la ONG Forbidden Stories llevó adelante en conjunto con una veintena de medios internacionales —como El País de España, The Washington Post de Estados Unidos, el inglés The Guardian y Le Monde de Francia—, revelando los trabajos que ha hecho la agencia catalana Eliminalia para limpiar la reputación en internet de cientos de condenados e investigados en 54 países por corrupción, blanqueo, abusos sexuales y narcotráfico.

Para conseguir su objetivo, Eliminalia —que en los últimos diez años ha recaudado millones de euros— recurre al uso de noticias falsas, webs clonadas y bots para engañar a buscadores como Google.

Así como en España, en Estados Unidos también se pueden encontrar agencias que ofrecen servicios con fines inescrupulosos. “Eso no existe en Chile, o si existe, es muy incipiente”, dice Correa. ¿Quiénes son, entonces, los generadores de fake news en el país?

“El origen tiene que ver más con los partidos políticos, algunas ONGs y movimientos ideologizados. A veces los mismos políticos son muchas veces los viralizadores de desinformación al exacerbar la interpretación de algo o extremar los argumentos. Y eso hace que sea más complejo de identificar que una noticia que es completamente inventada”, responde Correa.

Charo Sádaba agrega que, en muchas ocasiones, quienes se dedican a desinformar son “personas que sólo buscan desestabilizar, una especie de mercenarios que no defienden sus propios intereses, sino que se benefician del ruido y la desconfianza”.

Recientemente, políticos nacionales compartieron información falsa en sus redes sociales en relación a lo que está ocurriendo con el combate contra los incendios forestales que sacuden al sur del país.

El combate contra la desinformación

En Inglaterra, la Universidad de Oxford inició hace tres años un programa para dimensionar el impacto que tiene la desinformación en la innovación científica, el desarrollo de la política y la vida pública. Desde 2020 se han dedicado a medir el alcance del contenido falso en las redes sociales y la efectividad de la comunicación de salud pública en tiempo real. Toda la información recabada se utiliza para asesorar al gobierno y al Servicio Nacional de Salud (NHS) en el uso de las redes sociales, y así desinflar la información errónea contra las vacunas y promover la comprensión pública de las pautas de vacunación y de salud.

En Chile aún no existe una iniciativa a nivel de Estado, aunque se cuenta con otras de carácter privado, como las agencias de fact checking, dedicadas a revisar la veracidad de las noticias que se esparcen por la red. Si bien éstas han “demostrado funcionar”, según Correa, su elevado costo impide que trabajen a “un alto nivel”. López Hermida observa que, dentro de este tipo de iniciativas, hay algunas que se dedican a “hacerle el juego” a la desinformación. “Si alguien quiere promover una fake news, la mejor forma de hacerlo es creando una agencia de fact checking que la dé por verídica”.

De ahí que la alfabetización digital de la ciudadanía sea tan relevante. “Es fundamental que en los currículos escolares y universitarios se incluyan asignaturas que apunten a ello. El gran desafío está en la educación”, expone el director de la U. Finis Terrae.

En Finlandia, por ejemplo, la alfabetización digital está incorporada en el currículo escolar desde 2014. Niñas y niños deben realizar tareas de búsqueda de información en internet, para luego reflexionar y discernir, entre otras cosas, su finalidad, a quién podría beneficiar o cuándo se escribió.

En contraste, López Hermida dice que en Chile hay colegios que optan por prohibir el uso de smartphones y otros dispositivos móviles. “Por supuesto que no es bueno que estén pegados todo el día al celular, pero sacar lo digital de las clases es tremendamente dañino, porque se está creando a analfabetos digitales. La obligación de los profesores es enseñar a utilizar de buena manera estas herramientas”.

El combate contra la desinformación posiblemente sea de nunca acabar y cada vez se torne más complejo. Sin ir más lejos, las nuevas herramientas de inteligencia artificial suponen un desafío enorme en la materia, considerando las enormes posibilidades que ofrece a los generadores de fake news, que ya están utilizando para crear deep fake, que es como se conoce a los videos de celebridades haciendo o diciendo cosas que nunca han realizado. “La gran tarea que tenemos es formar a ciudadanos capaces de distinguir el polvo de la paja”, coincide Teresa Correa.

Consejos

¿Qué queda por hacer, mientras se espera para que algún día se cuente con suficientes recursos —culturales y políticos— para hacer frente a la desinformación? Por ahora, aplicar algunas buenas prácticas que permitan reducir las posibilidades de caer en la trampa.

1. Duda

“Si te llega una información que parece inverosímil, exagerada, o con una interpretación extrema de algo, lo primero que se debe hacer es dudar, por que probablemente sea desinformación”, dice Correa.

2. Haz doble chequeo

Cada vez que llegue una nueva información —en especial si parece muy novedosa o toca temas “peliagudos”—, revisa si ésta se encuentra en más de un medio de comunicación y si es posible ubicar a la fuente original. Por ejemplo, si se habla de alguna noticia referida a la pandemia, se puede chequear en el sitio de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Si la noticia aparece solo en un medio, y uno que no tiene mucho prestigio o es derechamente desconocido, es mejor desecharla.

3. Opta por medios conocidos o que te den confianza

Como dice Charo Sádaba, un medio de comunicación puede equivocarse en alguna ocasión, “pero al menos nos aseguramos que esa noticia ha pasado una serie de filtros para garantizar unos mínimos de calidad”.

4. Chequea el contexto en el que aparece la noticia

Muchas veces la desinformación llega por Whatsapp, ya sea por un texto, un audio, un video o incluso un meme. Es fundamental, en estos casos, poner ojo en el contexto: ¿aparece alguna fecha de publicación o grabación de este material? “Muchas veces se utilizan imágenes antiguas para graficar falsos eventos actuales”, dice Correa.

También conviene mirar si el mensaje ha sido “reenviado muchas veces”, información que proporciona WhatsApp cuando un contenido fue mandado en cadena a cinco chats o más. Eso significa que la información es viral y permite dudar de su veracidad.

Asimismo, es un error no fijarse en el emisor de la noticia. A veces, agrega López Hermida, la evidencia está en la URL del sitio. Por ejemplo, si no te fijas en el detalle, podrías dar por verídico el sitio “www.latecera.com”, cuando en realidad a la dirección le falta una R.

5. No compartir información a tontas y a locas

Ser el primero en compartir una información puede ser sumamente tentador para algunas personas, pero lo mejor, dice Charo Sádaba, es “abstenerse de compartir una noticia que nos llama la atención por resultarnos extraña o un tanto rara, a no ser que podamos certificar su veracidad”. Es usual que las personas piensen que no pasará nada por difundir una información sospechosa, pero “cada vez que reenvíamos un bulo o fake news se incrementa la posibilidad de que alguien se lo crea”.

6. No dar por verídica toda la información que llega desde el entorno cercano

Duda, doble chequea. Siempre. En especial, si es una información que te genera placer o rabia.

7. Manténte informada e informado

“La ciudadanía tiene que entender el valor de informarse, de tener una opinión crítica, y del daño que puede generar una fake news a cualquier nivel”, dice López Hermida. Mantenerse bien informados puede ayudar a contrastar datos, encontrar inconsistencias, brechas, o descontextualizaciones.