Cómo saber (y qué hacer) si mi hijo o hija es adicta a las redes sociales
Su uso compulsivo en menores de edad es un problema de salud pública, según la OMS. ¿Cómo prevenir sin desconectarlos del mundo digital? Responden una psicóloga y dos educadoras.
Tres de cada cuatro niñas y niños británicos menores de 12 años odian su cuerpo y se avergüenzan de su apariencia. Así lo establece un reciente estudio de Stem4, organización benéfica con base en Londres, y que trabaja por el bienestar mental en la población infantil y juvenil.
Las cifras son aún más inquietantes en el segmento de jóvenes de entre 18 y 21 años: ocho de cada diez tendría una percepción negativa de sí mismos. ¿Los principales responsables de este desastre de autosestima? De acuerdo al estudio, las redes sociales como TikTok e Instagram.
Los cuestionamientos acerca del efecto que generan las redes sociales en la salud mental de niñas, niños, adolescentes y jóvenes no son nuevos. Sin embargo, en el último año la evidencia ha aumentado, así como también las acciones contra las empresas tecnológicas que las diseñan.
En octubre pasado, más de cuarenta estados de Estados Unidos demandaron a Meta, la compañía dueña de Instagram y Facebook. ¿La razón? Los supuestos daños que causa el contenido negativo que se expone en estas redes sociales en la salud mental de sus adolescentes. Consecuencias que, además, la empresa de Mark Zuckerberg habría conocido.
Algunos de los argumentos que sustentan las demandas sostienen que Meta implementa funciones adictivas para “enganchar” a los usuarios, así como también oculta los “peligros sustanciales” de sus plataformas.
Si bien la Organización Mundial de la Salud (OMS) no ha reconocido oficialmente la adicción a las redes sociales como una patología —como ya lo hizo con los videojuegos—, admite que su uso excesivo se está transformando en un problema de sanidad pública. Y Chile no es ajeno a esto.
Como el azúcar y la cocaína
Caterina Pesce, psiquiatra infanto-juvenil de la Red de Salud UC Christus, no duda: “Las redes sociales están pensadas para ser adictivas, para que las personas se enganchen y luego sea muy difícil salir de ellas”. Durante el uso de plataformas como Instagram, Facebook y TikTok, explica, “se activan circuitos neuronales que tienen que ver con la gratificación inmediata y la liberación de dopamina”.
El efecto se produce especialmente cuando hay likes en juego. Cada “me gusta” recibido desata un breve pero potente peak de dopamina —conocida como “la hormona del placer”. Luego deviene un bajón, un vacío que se llena de ansiedad por volver a sentir esa descarga exacerbada. De ahí la necesidad de repetir la experiencia.
Cuando la gratificación no se consigue, aparece la angustia, dando paso a la irritabilidad y los problemas de conducta. “Algo similar a lo que ocurre con otras sustancias adictivas, como los azúcares, la cocaína y el alcohol”, agrega Pesce.
También los riesgos de esta adicción son similares a los de otras dependencias tóxicas, como el desarrollo de trastornos de conducta, aislamiento social, aumento en los niveles de estrés, ansiedad e incluso depresión.
“Es bien dramático ver cómo los niños con adicción a las redes sociales se van aislando del mundo real, lo solos que se van quedando. Cómo se va empobreciendo la rutina y la vida social. Dejan de hacer deporte, aparecen consecuencias como el sobrepeso y la falta de vitamina D, además de otras muy serias, como la depresión e incluso perder el sentido de la vida”, profundiza Pesce.
Las potenciales repercusiones en el entorno familiar son preocupantes. El aislamiento puede conducir a una desconexión con padres, madres y cuidadores. Los riesgos aumentan cuando niñas, niños y adolescentes se ven expuestos a contenido no apto para ellos sin la “mediación” o guía de un adulto.
“A veces los niños reciben contenidos difíciles, pero si son acompañados por un adulto y tienen la posibilidad de conversar sobre eso, puede incluso llegar a ser una experiencia de crecimiento. Pero no es así con las redes sociales, porque los niños están expuestos totalmente solos a cosas que muchas veces son inadecuadas”, dice Pesce.
La exposición a contenido no apto para menores de edad es un aspecto particularmente complejo en las redes sociales, debido a que los algoritmos sobre los cuales basan su funcionamiento se encargan permanentemente de recomendar otros contenidos similares, generando una burbuja que crece como bola de nieve.
Educar desde el ejemplo
Soledad Garcés, directora de la Fundación para la Convivencia Digital, es especialista en cómo afecta la tecnología a la educación y la crianza. De acuerdo a ella, existen tres tipos de usuarios de redes sociales: los que las usan, los que abusan de ellas y los que manifiestan un uso compulsivo con potenciales trastornos de conducta.
“En el patrón de uso abusivo se observa dificultad para regular el tiempo de conexión, niveles variables de ansiedad asociada al uso de redes sociales, dificultad para justificar su uso excesivo y niveles altos de ansiedad cuando llega la hora de desconectar”, explica Garcés.
En tanto, niñas, niños y adolescentes que tienen un uso compulsivo de redes sociales suelen evidenciar alteraciones en sus horas de sueño, alimentación y en la forma de relacionarse con su familia y entorno más cercano.
“Se dan conductas muy extremas, como pasar la noche conectados, evitar salir para no perderse comentarios, estados muy elevados de ansiedad y mucha dificultad para regular emociones al querer desconectarse un rato. Sufren cuando están desconectados, y mientras están conectados, se observan altos niveles de euforia o placer”.
En Chile las cifras son preocupantes. De acuerdo a diversos estudios de la fundación, más del 90% de niñas y niños de 4º básico tiene acceso a un smartphone y, en promedio, pasan 4,4 horas diarias frente a las pantallas. “Una cifra que es muy alta”, apunta Garcés.
Garcés sostiene que a temprana edad el cerebro está programado “para aprender de las conductas que observan”, algo que no cambia hasta bien desarrollada la adolescencia. De ahí que el rol de padres y madres sea crucial a la hora de educar a sus hijos e hijas en el uso de pantallas. Sin embargo, el estudio Radiografía Digital 2023, de la misma fundación, revela que sólo el 8% de estos se considera un “buen ejemplo” en el uso de smartphones.
El smartphone no es una herramienta educativa
Como es de esperar, los efectos del uso compulsivo de redes sociales en niñas, niños y adolescentes no sólo se perciben en casa. En el plano educativo, las repercusiones también se repiten: bajos niveles de atención y aprendizaje son parte de una problemática en la que autoridades y establecimientos educacionales tienen gran responsabilidad.
“Países líderes en educación, como Suecia, creyeron que la tecnología iba a hacer que los niños aprendieran más y mejor, pero ya se están dando cuenta de que el cerebro humano aprende de otra forma y están dando vuelta atrás: ahora fomentan la escritura en los cuadernos, hacer experimentos, a poner las manos en la masa y disfrutar de la lectura de libros en papel”, expone Carolina Pérez Stephens, educadora de párvulos de la Pontificia Universidad Católica, máster en Educación en Harvard y autora del libro Secuestrados por las pantallas, una adicción en niños, niñas y adolescentes (Editorial Zig-Zag, 2022).
Pérez cuestiona que en Chile aún “se crea que la brecha educativa se va a achicar si le damos pantallas a los niños, ojalá desde el jardín infantil”. El smartphone, dice, “no es una herramienta educativa”. De argumento le sirven los desastrosos resultados de las últimas pruebas PISA.
Según la educadora, el mismo informe —a cargo de la OCDE— fue el indicador que llevó a países como Suecia e Inglaterra a retroceder en sus intentos de aumentar la incorporación de tecnología en la educación primaria y secundaria.
“Según la OCDE, Chile, Argentina y Uruguay son los países donde los adolescentes de 15 años más se desconcentran producto de sus smartphones. ¿Qué más evidencia quieren en el Ministerio de Educación y en los colegios para decir que los smartphones no tienen nada que hacer en las salas?”, profundiza Pérez.
La educadora dice que el uso indiscriminado de redes sociales y pantallas ha mermado las habilidades sociales de niñas, niños y adolescentes, y les ha llevado a “sufrir mucho”. Los profesores tampoco se salvan, “porque no saben cómo abordar este nivel de desmotivación, desregulación y anhedonia”.
Por eso, llama a seguir el ejemplo de Inglaterra, donde se estudia legislar para restringir el uso de las redes sociales en menores de 16 años. “A partir de esa edad, el cerebro tiene mayor madurez para lidiar con el oráculo que es un smartphone”, explica Pérez.
¿Cómo prevenir el uso abusivo y compulsivo de redes sociales?
Una cosa es educar en el uso de tecnologías —incluyendo las redes sociales— y otra es restringirla en su totalidad. Esto último, dicen las entrevistadas, es un error, considerando la relevancia que éstas tienen no sólo en el ámbito social y cultural, sino que también en el laboral.
Por esto, dice Caterina Pesce, es relevante reflexionar como padres y madres sobre “qué es lo que se quiere de los niños” y “cómo funcionará el tema de las redes sociales en casa”. Estos, dice la psiquiatra, “son temas que suelen pillar sobre la marcha”.
Respecto a las decisiones que se tomen a partir de esa reflexión, será importante considerar algunos aspectos:
- Educar desde el ejemplo: niñas, niños y adolescentes aprenden desde la observación. Si el uso de pantallas y redes sociales será limitado en casa, la norma debe regir para toda la familia. “Por ejemplo, si se decide que no habrá teléfonos durante la comida, que rija para todos, incluidos papá y mamá”, dice Pesce.
- Redes sociales a partir de los 13 años: “Las mismas redes sociales dicen que son para mayores de 13 años, pero en Chile, la mayoría de los niños entre 8 y 12 años ya es dueño de un smartphone con redes sociales. Obviamente eso causa daño en el cerebro”, apunta Soledad Garcés.
- Supervisar y acompañar: “Los adolescentes deben tener la posibilidad de conectarse con los amigos por redes sociales, porque es útil”, dice Pesce. “Pero hay que darle una vuelta al acompañamiento de eso, saber con quién hablan, de qué manera hablan y dedicar harto tiempo a la educación del uso de las redes sociales”.
- No malentender el “espacio privado”: Respecto al punto anterior, la psiquiatra sostiene que se comete un error al creer que supervisar el uso de redes sociales implica una violación a la privacidad de hijos e hijas. “Es un tema difícil, pero si uno no supervisa está pecando más bien de negligencia”.
- Horas libres de redes sociales: Tiempo antes de dormir, durante las comidas y mientras se hace las tareas. “Es una medida por la que uno puede partir”, asegura Pesce. Y agrega: “la sugerencia es que el teléfono quede fuera de la pieza de los niños. Eso permite cierto control”.
- Promover otros intereses offline: Esto es fundamental, dicen las entrevistadas. Deporte, música, lectura, artes, excursiones, entre tantas otras, son alternativas que pueden proporcionar entretención, aprendizaje y relación con los pares desde la presencialidad.
- Vivir el ocio: “Que los niños tengan la posibilidad de aburrirse” y experimenten el ocio. “Porque cuando están conectados no es ocio, y así puedan explorar otras cosas que no sean mediadas por el teléfono”, dice Pesce. El ocio fomenta la imaginación, creatividad y la innovación. Quien sabe si así, en el futuro, son creadores de tecnología, y no simplemente consumidores de ella, como apunta Carolina Pérez Stephens.
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