A pesar de las recientes lluvias en la zona centro-sur —y también de las que al parecer se avecinan—, que hicieron desbordar ríos hasta hace poco bastante secos, no caben dobles lecturas respecto a la situación hídrica del país: la megasequía sigue vigente.
“Si bien el fenómeno de El Niño ha traído más sistemas frontales que en los últimos años, estas lluvias no han cumplido con las características necesarias para atenuar los efectos de la megasequía estructural”, sostiene Claudia Santibáñez, directora de la Escuela de Ingeniería en Medio Ambiente y Sustentabilidad de la Universidad Mayor.
Este déficit de lluvias generalizado es uno de los factores que ha tensionado el acceso al agua en diversas localidades del país. De acuerdo a Gladys Vidal, directora del Centro de Recursos Hídricos para la Agricultura y Minería (CRHIAM), la escasez hídrica en Chile está presente desde el 2012, afectando a “muchos hogares de zonas rurales —desde el norte hasta Chiloé—, donde muchos de ellos sólo pueden abastecerse a través de camiones aljibes”.
Vidal dice que el problema está enraizado en “la forma en que está distribuida el agua en el país”. Sin embargo, los factores determinantes de esta crisis son varios y, como dice Claudia Santibáñez, se entremezclan elementos naturales y humanos o antropogénicos, como los llaman los científicos.
Entre los primeros destaca, como ya es evidente en todo el mundo, el cambio climático. Si bien fue provocado por nuestra especie, difícilmente seremos capaces de volver a modificarlo. En tanto, los factores antropogénicos corresponden al uso, maluso y abuso del agua. Y si bien lo que ocurre en los hogares está lejos de compararse al perjuicio que se genera a nivel industrial, sería un error subestimar el impacto. Un sólo dato para graficar esto: de acuerdo a la Superintendencia de Servicios Sanitarios (SISS), si el consumo diario de agua por parte de la población nacional fuera depositado en botellas de 1,5 litros, éstas cubrirían 76.744 kilómetros de altura. De repetir durante cinco días el ejercicio, esta columna de envases llegaría a la luna.
La crisis hídrica en Uruguay
En julio pasado, el gobierno uruguayo confirmó lo que se temía hace meses, años y décadas: Montevideo, capital y residencia del 60% de la población de ese país, se quedó sin agua dulce, afectando casi terminalmente el suministro de agua potable. Lo que hoy sale de una cañería ya no es potable sino que agua cargada de sodio y cloruro, al punto de que la recomendación gubernamental es evitarla a toda costa.
“Quienes pudimos pagar por agua embotellada la usamos para todo. Cocemos la pasta, lavamos lechugas y preparamos café, por lo que compramos cada vez más envases de plástico que acabarán en la basura. Cuando nos duchamos, lo hacíamos rápido y con las ventanas abiertas, porque los compuestos de trihalometano del vapor pueden ser cancerígenos (...) Lavarse los dientes era como beber un trago de agua de piscina”, relata el periodista Guillermo Garat en un ensayo que firma para el New York Times.
¿Pueden Chile y Santiago llegar a este límite?
La situación de Montevideo, dicen los expertos, se ocasionó por la falta de lluvias pero también de políticas públicas que hubieran prevenido la crisis, como la construcción de reservas de agua. Algo que, según Gladys Vidal, “perfectamente podría pasar en nuestro país”. Por ello “es fundamental mejorar la gestión del agua, entendiendo las particularidades de cada zona”.
Respecto a Santiago, Wilson Alavia, académico de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Alberto Hurtado, dice que la seguridad hídrica y los caudales ecológicos están en riesgo, “debido a la estrecha brecha entre los suministros disponibles y el uso actual”. Sin embargo, asegura que las posibilidades de que la capital se encuentre en una situación similar a la de Montevideo son bajas.
“Se han realizado estrategias de abastecimiento y resiliencia hídrica, también inversiones en adaptación, construcción de megaestanques, entre otras acciones para asegurar la disponibilidad de agua”, dice el académico. Estas acciones, continúa, “explican que Santiago tenga una capacidad de abastecimiento de 37 horas cuando hay que parar las plantas potabilizadoras, a diferencia de la mayoría de las ciudades, que tienen capacidad solo para 8 o 9 horas”.
Cristián Araya-Cornejo, académico de Geografía en la misma UAH, explica que Santiago posee un régimen “hidrológico nivo-pluvial”, es decir, que depende no solo de las lluvias sino que también del agua que viene de los deshielos, “sirviendo la nieve como reserva anual”. Por ahora, el hecho de que “no hayan disminuido suficientemente las precipitaciones este año”, alejan a la capital del panorama de desabastecimiento que vive Uruguay.
Pero eso no quiere decir que no exista el riesgo. Araya-Cornejo, de hecho, advierte que de continuar disminuyendo las precipitaciones y aumentando la temperatura promedio, el abastecimiento de agua se va a ver afectado y en unos diez años podríamos vernos en “una crisis similar” a la que atraviesan los uruguayos. “Debemos comenzar a generar planes para adaptarnos a la nueva realidad y cambiar el modelo de abastecimiento de agua potable de Santiago. Mientras antes empecemos, mejor”.
Cifras para repensar
En el país, el consumo de agua potable en los hogares promedia cerca de un 10% del uso, un porcentaje muy por debajo del 60% que alcanza el sector agrícola —el que más consume en el país— pero mayor al de la minería, que consume el 5%,. Al observar lo que ocurre en la Región Metropolitana las cifras de consumo por parte del sector residencial aumenta a más del doble, llegando al 22% del total.
Qué usos se le da al agua es parte de lo que se busca responder a través de la huella hídrica, un concepto sobre el cual trabaja el CRHIAM. “En palabras simples, se entiende como la cantidad de agua que gastamos en la producción directa o indirecta de bienes y servicios (por ejemplo, elaborar ropa, alimentos, artículos tecnológicos, entre otros)”, explica Gladys Vidal.
Para generar un kilo de carne de vacuno, por ejemplo, se utilizan 15 mil litros de agua. ¿Y a nivel doméstico? Se estima que el consumo diario del recurso por persona es cercano a los 170 litros. Sin embargo, esta cifra dista mucho del consumo diario de una persona del sector oriente de Santiago, la que promedia los 617 litros. Esto es 6,5 veces mayor al consumo promedio que registra una persona en Coyhaique, según la SISS.
De ahí el llamado de Wilson Alavia al uso responsable del agua por parte de las personas. “Eso puede contribuir a asegurar la disponibilidad de agua y al manejo de la situación hídrica de Santiago”. Como ejemplo, el académico explica que disminuir el consumo diario a 160 litros por persona permitiría un ahorro de más de 3000 litros por segundo para el sector residencial de la RM.
Y eso que el ejemplo de Alavia aún está lejos de lo que plantea la Organización Mundial de la Salud, que recomienda que el consumo diario sea de 50 a 100 litros de agua por persona.
Pero, ¿en qué gastamos tanta agua?
“Las prácticas que generan mayor consumo de agua son el uso del baño, cocina, lavado de ropa, riego de jardín, lavado de auto y consumo personal”, responde Alavia.
En efecto, una ducha consume entre 80 y 120 litros al día, lavarse las manos, hasta 12 litros, y los dientes unos 18 litros. Pero si dejamos correr el agua mientras nos enjabonamos las manos, cepillamos los dientes o afeitamos la cara, se desperdician 10 litros de agua por minuto. Llenar una tina implica unos 200 a 300 litros de agua potable, una mina de oro para los uruguayos.
La cosa empeora si existen filtraciones en el inodoro, por ejemplo, lo que podría significar el desperdicio de 200 mil litros en un año. Y solo dejar goteando la llave puede significar el gasto de entre 30 a 700 litros por día.
En la cocina se consumen de 15 a 30 litros en un solo lavado de platos, ya sea manual o en lavavajillas. Para cocinar y beber, otros 10 litros diarios. Sumemos la lavadora (60 a 90 litros), lavar el auto (unos 400), y regar el jardín (cerca de mil litros). Y la lista sigue y sigue.
Consejos para un uso sostenible del agua
La necesidad de un cambio cultural que apele a la sostenibilidad en el uso del agua es fundamental. Parte de ese cambio puede empezar en casa. “Eso no solo contribuirá a conservar este recurso, sino que también a ahorrar bastante dinero en las cuentas de agua”, dice Claudia Santibáñez. Estas medidas prácticas pueden ayudarte a tomar ese camino:
- Instala dispositivos ahorradores de agua, como reguladores de flujo en las llaves y cabezales de ducha para reducir el caudal de agua sin comprometer la funcionalidad.
- Detecta y repara cualquier fuga en llaves o tuberías.
- Utiliza lavadoras solo con cargas completas y ajusta los ciclos para usar la menor cantidad de agua necesaria.
- Date duchas más cortas y considera cortar el agua mientras te enjabonas.
- Mientras esperas que el agua de la ducha se caliente, recolecta la fría para utilizarla en el regado de plantas.
- Opta por plantas de bajo requerimiento hídrico y más resistentes a la sequía.
- Prefiere baldes de agua en lugar de mangueras para lavar tu vehículo, “o bien utilizar una boquilla de cierre manual para la manguera”, dice Santibáñez.
- “Usa un vaso para el uso de agua”, aconseja Alavia, tanto para el lavado de dientes durante el lavado de dientes como al momento de afeitarte. “No afeitarse mientras se ducha”, agrega.
- Es mejor sacar los alimentos del congelador la noche anterior en lugar de descongelarlos sumergiéndolos en agua.
- Si tienes un lavavajillas, “utilícelo sólo cuando haya suficientes platos para llenarlo hasta el tope”, dice Alavia.
- Prefiere la instalación de inodoros de bajo consumo de agua.
- Opta por el uso de lavadoras ecológicas. “Utilizan la cantidad mínima de agua y energía, podría ahorrar hasta 12.000 litros al año”, asegura Alavia.
- Al momento de comprar productos, considera su huella hídrica y prefiere aquellos con menor impacto.
- “Aprovecha el agua con el que lavas las verduras y frutas para posteriormente regar plantas ornamentales”, aconseja Gladys Vidal.
- “Se debería potenciar la incorporación de tecnologías en los hogares que permitan el reuso de las aguas grises o captación de aguas lluvias, para actividades que no incluyan el consumo humano, a fin de no poner en riesgo la salud de las personas”, cierra Vidal.