Cuenta la leyenda que John F. Kennedy, el histórico y malogrado presidente de Estados Unidos, era un lector veloz. Leía cerca de 1.200 palabras por minuto, algo así como seis veces más que el promedio humano, que suele estar entre las 200 y 300 cada 60 segundos. Según esta historia, JFK vio en la lectura veloz una potencial ventaja competitiva para su administración, por lo que alentó a todo su gobierno a aprender a hacerlo.
Sesenta años después, la lectura veloz sigue siendo una técnica poco popular, casi extravagante, pero que tiene cierta lógica en tiempos donde la urgencia es como el aire que se respira. Entre hacer el aseo, cuidar a los hijos, encargarse del almuerzo, sacar a pasear al perro, y tener que responder al trabajo —que viene con ese motivante pedido de “todo para ayer”—, leer sin producir se parece bastante a estar perdiendo el tiempo. Loco, ¿no?
“Las personas quieren aprender a leer rápido para aprovechar mejor su tiempo y ahorrarse esfuerzo de trabajo o estudio para dedicarlo a otras actividades, como descansar, dormir, salir. Igual que los niños, que quieren terminar las tareas rápido para ir a jugar”, dice Conzuelo Garín, gerenta distrital de Avanc, una institución que imparte un programa de lectura rápida y comprensión total, con presencia desde hace 18 años México y Colombia y que hace cuatro años llegó a Chile.
Ellos prometen aumentar diez veces la velocidad comprensiva y eliminar todos los malos hábitos de lectura. Tras los nueve meses que dura el curso, el objetivo es que la persona pueda leer al menos 2.000 palabras por minuto (ppm) “con comprensión total y retención”.
Eso significa poder leer La Guerra y La Paz, Moby Dick, o En busca del tiempo perdido —todas novelas que superan las 700 páginas— en cuestión de horas.
Leer bien… Qu’est-ce que c’est?
En 2018, la OCDE publicó el estudio Education at a Glance 2018, en el que se estableció que sólo el 5% de los profesionales en Chile presenta un alto nivel de comprensión lectora. Una cifra que dista bastante del 21% que promedian los países desarrollados.
Las causas detrás de índices tan paupérrimos serían el nivel educacional de las familias de origen pero también la calidad de la educación escolar que se recibe y los hábitos de lectura que se desarrollan en edades más avanzadas.
“Existen muchos factores que influyen en el problema”, explica Alicia Cifuentes, coordinadora del área de Lenguaje de Educrea. Entre ellos están los métodos inadecuados para enseñar a leer, la poca rigurosidad en los años iniciales, la falta de ejercitación durante el proceso de consolidación y dejar a los niños y niñas solos en el proceso de adquisición y consolidación de la lectura.
Según los expertos, una mala comprensión lectora perjudica la integración de las personas a la sociedad. “Hay un sinfín de situaciones que no se resuelven, que cuando llegan a edad adulta las personas no le dan mayor importancia, hasta que les acarrea algún problema en el trabajo, en los estudios, en las redes sociales o en temas legales”, sostiene Cifuentes.
Uno de los elementos que incide en este problema es “la idea que tiene cada persona de lo que significa ‘leer bien’ o ‘comprender lo que se lee’”. Una cosa es pasar la vista y entender la idea general, y otra formularse preguntas, identificar errores o lagunas de información, detectar vicios del lenguaje, diferenciar los tonos, reconocer con qué propósito fue escrito el texto y detectar palabras claves que lo demuestran. “Ahí, la idea de lo que es leer bien se vuelve más compleja”, dice Cifuentes.
Considerando lo anterior, ¿se puede leer rápido y comprender en profundidad?
Cosa de costumbre
Entre los especialistas, existe cierto consenso de que leer en velocidad compromete la capacidad de comprensión. “La lectura veloz es una herramienta muy útil”, estima Alicia Cifuentes. “Pero utilizarla sola no asegura para alcanzar un nivel excelente de comprensión”.
Por su parte, Conzuelo Garín asegura que todo depende de la metodología que se emplee. “Hay que ocupar la lógica: si te ofrecen una píldora que de un momento a otro te va a permitir leer rápido y comprenderlo todo, por supuesto que no va a ser así”.
En el caso de Avanc, cuentan con profesionales vinculados a la pedagogía, pero también a otras áreas como la fonoaudiología y la psicología cognitiva, para darle acompañamiento a sus alumnos. “Hay que ir descubriendo dónde está la piedra de tope que impide seguir avanzando en el proceso”, dice Garín.
Según ella, primero hay que entender cómo funciona la mente al momento de leer. “Para hablar de la efectividad de lectura y comprensión hago la analogía con un auto. En cuanto a bencina, un auto rinde mejor cuando va a mayor velocidad y por eso en carretera es más eficiente. Digo esto porque nuestra mente sí está preparada para leer rápido. El tema es que acostumbramos a leer de izquierda a derecha, de forma sacádica, una herencia de la estrategia silábica, que es leer por salto”.
El ejemplo clásico es el mi ma-má me mi-ma. A ello, se suma la costumbre de vocalizar mentalmente o, incluso, murmurar lo que se va leyendo. “Eso implica pérdida de concentración, esfuerzos, recursos y tiempo”, dice Garín.
Además del cerebro, el ojo tiene un rol fundamental. En particular, la fóvea, que es la parte de la retina responsable de la visión central detallada y aguda, y que nos permite identificar con nitidez los colores y las formas. Dentro del mundo de la lectura avanzada, apunta Garín, “aparte de aprender técnicas que te ayudan a anticipar, predecir o dar saltos en los textos, también hay un trabajo importante a nivel ocular. Lo que se busca es ampliar el campo visual de lectura: el de un lector no avanzado es de, aproximadamente, 3 centímetros. Uno avanzado, en cambio, logra leer de 10 a 12 centímetros, es decir, con golpes de vista”.
En definitiva, se trata de desaprender viejos hábitos y aprender nuevos. Eso ocurrió en el caso de Maximilano Barahona, un abogado que realizó el programa de Avanc y superó con creces el objetivo de leer 2 mil palabras por minuto, alcanzando las 9.800. Su caso es emblemático para el establecimiento, a tal punto que buscan transformarlo en récord Guiness.
Cuándo sí, cuándo no
No vamos a poner de ejemplo al Ulises de Joyce, que es un desafío incluso para intelectuales. Pero una novela tan larga, como En busca del tiempo perdido de Proust, o un paper académico, un contrato o, por qué no, un programa de gobierno, ¿es recomendable leerlos en velocidad?
“La lectura avanzada sirve para cualquier escenario”, asegura Conzuelo Garín. Alicia Cifuentes no está tan de acuerdo, porque “un buen nivel de lectura requiere que yo pase por varias fases, realice diversas relaciones y relecturas, las que toman tiempo. En algunos casos, incluso debo buscar otras fuentes para comprender bien lo que se quiso decir en el texto”.
La lectura veloz resulta útil cuando se necesita “captar información general en poco tiempo, recordar puntos claves de algo que ya leí anteriormente o buscar información precisa en un documento (fecha, nombre, definición, cifras, etc.)”, dice Cifuentes. Por lo tanto, continúa, “más que recomendarla para un tipo de texto en particular, lo haría para un propósito de lectura específico: revisar un proyecto de ley buscando identificar lo central. Porque para hacer un análisis profundo y crítico del mismo proyecto de ley, indudablemente se requerirá de otras estrategias de lectura”.
En el caso de un libro, si la idea es disfrutar del contenido, la forma y experiencia de lectura, probablemente sea más conveniente una lectura más pausada. Sino, es difícil “imaginar a los personajes, sus casas, las calles, releer y marcar algunos pasajes”, considera Cifuentes.
Cuando hay un contrato de por medio, la lectura avanzada puede servir para chequear si están abordados los puntos importantes. Pero luego, dice ella, conviene leer nuevamente el documento, con calma, “y analizarlo con detalle para ver que no exista letra chica”. En este caso, la lectura profesional puede ser muy útil si se complementa con otros métodos, como la lectura comprensiva.
“Si lo que está en juego con el texto en cuestión es importante, como firmar un contrato, estudiar para un examen final, emitir un juicio que podría perjudicar profundamente a otros, yo la utilizaría como un método complementario, pero no como el único recurso”.
En Educrea enseñan a profundizar la lectura comprensiva, esa que permite captar las ideas generales de lo que dice un texto con sólo pasar la vista sobre la superficie escrita.
Complementar métodos y otros consejos
La clave pareciera estar en dominar diferentes métodos y combinarlos dependiendo del objetivo que haya detrás de la lectura. Para ello, es fundamental también cambiar algunos hábitos que atentan contra la capacidad lectora y de comprensión.
“La lectura veloz o avanzada requiere entrenamiento profesional, que se inicia eliminando los malos hábitos de lectura”, dice Conzuelo Garín. La postura que tenemos al momento de leer es importante. Si se está acostado, es probable que de la lectura se pase a las ensoñaciones y en un dos por tres, a la inconsciencia total. La vocalización es otro mal hábito: “En el colegio nos enseñaron a leer en voz alta con una hermosa entonación, pero después, aunque lo hiciéramos muy bien, no teníamos idea de qué habíamos leído”, ejemplifica la encargada distrital de Avanc. Otra recomendación es, previo a la lectura, deshacerse de los distractores, sobre todo de aquellos que suelen tener una alta efectividad en captar nuestra atención, como el celular.
Antes de iniciar una lectura, dice Alicia Cifuentes, es recomendable “definir previamente para qué se quiere leer y pensar en si ese propósito requiere o no de condiciones especiales”. Asimismo, “pensar en un par de preguntas que necesito responder una vez que haya finalizado la lectura. Esto ayudará a focalizar la atención y me dará parámetros para saber si el texto o mi lectura fueron las adecuadas”.
¿Qué cosas se pueden hacer para mejorar la comprensión lectora? Cifuentes sugiere:
- Identificar ideas centrales: puede ser subrayando, escribiendo palabras claves a un costado del texto, escribiendo en un cuaderno o haciendo dibujos.
- Identificar la información nueva o aquella que responde a las preguntas hechas antes de leer.
- Formular nuevas preguntas que surjan durante la lectura. Se puede colocar un mínimo de preguntas. Por ejemplo, escribir al menos una pregunta al finalizar cada página.
- Releer lo que no ha sido comprendido adecuadamente.
Y, ¿después de leer?
- Pulir el resumen o el diagrama que sintetiza las ideas centrales.
- Escribir adecuadamente las preguntas-respuestas que surgieron en el proceso.
- Evaluar los pasos seguidos: ¿Qué me tomó más tiempo? ¿Qué resultó fácil o difícil? ¿Por qué? ¿Necesito nuevas estrategias para enfrentar este tipo de lectura? ¿Fue de mi gusto el tema abordado?