No hay como la desgracia ajena. Sinónimo de risas y burlas, he decidido que mis desgracias pueden ser útiles. Son varias, muchas. De hecho, podríamos hacer capítulos de esta serie llamada "Consejos para vivir solo y no morir en el intento", que en realidad se debería llamar "Carla Pía y sus desgracias" o "Fracasos en 100 palabras". Y no, no van a ser 100 palabras porque si vamos a fracasar, fracasamos en todo.
Dedicado a mi mamá.
Que nunca me enseñó a ocupar ningún electrodoméstico.
Capítulo 1: Mi lucha (con la línea blanca), primera parte
Tengo 28 años, he crecido. Pero siempre odié cocinar. Principalmente porque cuando era muy chica se me ocurrió una idea fantástica. Siempre miré con curiosidad la cocina, tanto aparato, tanta cosa. Tanto peligro. En aquel entonces yo, una pequeña Carla Pía de 2 años, miraba con tentación el horno. Hasta que un día me pregunté: "¿Qué pasará si me meto adentro del horno?".
Y me metí.
Ese día se selló mi destino. Yo y los electrodomésticos no íbamos a poder convivir en un mismo espacio. Mi mamá me prohibió la entrada a la cocina. Era eso o iba a terminar quemando la casa.
Hasta que me vine a Santiago, a la universidad. Dejé atrás el campo y una vida llena de comodidades, para vivir sola. Ahí estábamos nuevamente: yo y la cocina.
No recuerdo en qué época pasamos de la tetera al hervidor eléctrico. Obvio que al campo esa tecnología llegó atrasada, pero llegó. Mi papá compró uno, dijo que era increíble, rápido, la solución a todos los problemas. Tecnología de punta. Y sí, era súper rápido. Mi familia se adaptó perfecto al aparato del demonio ese, excepto por un detalle. Mi abuela nunca le ha dicho "hervidor" al "hervidor". Le dice "lechero".
Ella es la culpable, ella. Aquí empieza la historia.
Fue un 15 de mayo, año 2014. Era jueves, hacía frío. ¿Y qué hace uno cuando tiene frío? Toma té, obvio. Pero yo quería prepararme un té bacán, un tecito con leche. En el campo yo usualmente calentaba la leche en un jarrito. La leche en el jarrito, el agua en la tetera. Pero en Santiago no tenía el famoso jarrito. Mentira número uno: siempre tuve el jarrito, pero qué lata tener que buscarlo. Entonces tuve una idea increíble.
Se suponía que el hervidor era un artefacto fantástico. Y yo pensé, como cualquier persona normal pensaría: "Si calienta agua, obvio que también puede calentar leche". ¿Qué diferencia hay entre calentar agua y leche? Ninguna. ¿Por qué no iba a poder hacer, de una sola vez, mi té con leche? ¿Qué podía salir mal?
Todo. Todo salió mal. Hasta que me muera voy a defender que hervir agua es lo mismo que hervir leche. Usar el hervidor era lógico. Mi mamá tampoco me había advertido nada, consejo mínimo de una madre. Mis amigos tampoco lo hicieron. Nadie me dijo. Así que yo tomé una caja de leche y miré el hervidor. Abrí la tapa y le eché la leche. La cuestión era tener luego mi té con leche, para qué perder más tiempo. Metí una bolsa de té en el hervidor. Lo cerré. Lo puse en su base. Miré el hervidor, orgullosa. Yo realmente pensaba: "Soy bacán. ¿Cómo a nadie se le había ocurrido esto?". Apreté el botón de encendido.
El hervidor explotó.
Salió un olor a quemado terrible. Chao tecito con leche, chao hervidor, estaba todo negro por dentro. ¿Para qué inventan las cosas a medias? ¿Por qué para hervir solo agua? Invento estúpido. Cero multipropósito, cero ayuda a la multimujer.
Carla Pía 0 - Electrodomésticos 1.
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Ilustración: César Mejías.[/caption]
Sobre al autora:
Periodista de La Tercera.