Los beneficios de practicar con regularidad un deporte o una rutina de ejercicios son tantos y de un espectro tan variado —desde una mejora de la salud física hasta la mental, desde lo espiritual a lo superficial—, que muy poco se habla de lo que pasa cuando se nos va la mano con el gimnasio o el running.
La frase de que todo en exceso puede puede hacer mal corre también para lo que a priori nos hace bien. Incluso si de tomar agua se trata, el acto más puro y sano que existe, cuando se la ingiere más de la cuenta es capaz de afectarnos el corazón y la sangre.
¿Cómo funciona esto en el deporte? El caso extremo y más conocido es el de la vigorexia, un trastorno mental que puede afectar a quienes practican culturismo y levantamiento de pesas. Ahí el crecimiento muscular se vuelve una obsesión tan grande como los mismísimos bíceps de Schwarzenegger. Las personas que sufren de esto empiezan a levantar pesas y consumir proteínas y carbohidratos de manera compulsiva, llegando incluso a la inyección de anabólicos y esteroides, los que son muy perjudiciales para la salud.
Pero ese extremo no es el único extremo. El territorio que cruza la frontera de los límites es amplio, donde siempre hay espacio y una más que cordial bienvenida para los nuevos excesos.
Al menos así me pasó a mí. Decidí salir de un largo y corrosivo período de malos hábitos para regresar hacia los buenos. Comencé a practicar deporte habitual y consistentemente y todo salió como suele suceder: el cuerpo empieza a operar de una manera más funcional y ágil, con mayor flexibilidad y fuerza. La cabeza, por otro lado, pareciera agradecer esta desintoxicación, y un ánimo más vigoroso comienza a germinar como bellas pero frágiles florecitas dentro de un maloliente pantano.
Pero acá empezó el problema. Esas endorfinas, que entran como un torbellino de energía cada vez que salgo a correr, empiezan a gustar cada vez más, al punto de que las necesitas diariamente con urgencia. En cosa de meses me vi impunemente vistiendo bandana y buzo todos los días.
En retrospectiva, quizá ese fue el primer síntoma de mi adicción: la bandana.
Luego viene la ansiedad, un viejo sentimiento, muy conocido, pero con una nueva forma. Porque una cosa es la constancia y la disciplina y otra es la compulsión y la obsesión. Son muy distintas pero se pueden confundir con mucha facilidad.
Todo se mezcla como un batido de proteínas y el saludable deseo de hacer ejercicio se convierte en ansiedad y ese motivante dolor en los músculos que empiezan a tomar forma se vuelve fatiga por sobre exigencia. Y las ganas y la motivación se transforman en nerviosa necesidad.
Seguí el consejo de consultar con una especialista para saber cuándo mucho ejercicio es demasiado y cuáles pueden ser sus causas y consecuencias, como también para saber de qué forma mantener el hábito en el terreno de los buenos hábitos.
¿Adicción al deporte?
¿Puede alguien volverse dependiente del ejercicio a niveles nocivos? Renata Almada, psicóloga deportiva y panelista de TNT Sports, piensa un rato antes de elaborar su respuesta.
La espera se vuelve angustiante. Me dan ganas de correr. Su respuesta me inquieta: “Sí, se puede ser adicto al ejercicio físico”, dice.
Pero luego pone algo de contexto y explica que la práctica deportiva y la actividad física son factores que generan bienestar y fortalecen la salud. “Pero su exceso puede ser perjudicial”, advierte.
Muchas personas realizan ejercicio justamente por esa activación bioquímica que ocurre dentro de sus cuerpos. “Se produce una segregación de hormonas y neurotransmisores como la serotonina, que se relaciona con la felicidad; la endorfina, que motiva y regula la ansiedad; y la dopamina, que se relaciona con el placer”, enumera.
Acá, eso sí, el camino se bifurca y las personas se suelen separar en dos grupos, dice Almada. En el primero están las psicológicamente sanas, a las que por supuesto les gusta obtener estas sensaciones del deporte, pero que también son capaces de conseguirlas en otros ámbitos de su vida.
Y está el otro grupo. Uno que, explica “presenta carencias de trasfondo y una merma del cuadro psicológico por factores hereditarios o situacionales. Ese individuo puede generar un cuadro de dependencia, porque encuentra en el deporte el único refugio para mejorar sus estados anímicos”.
Abstinencia de endorfina
Desde el punto de vista físico, el exceso de ejercicio está bastante estudiado. En la literatura especializada angloparlante se le conoce como overtraining syndrome y dentro de sus efectos se han encontrado dolores musculares más intensos y prolongados de lo habitual, desórdenes en los ciclos de sueño y también alteraciones en el apetito.
Renata Almada suma unos cuantos efectos físicos más. “Pueden ocurrir lesiones por estrés, como la tendinitis, o mermas en el sistema inmunitario. En las mujeres puede haber amenorrea —ausencia de períodos menstruales— y otro tipo de consecuencias a nivel hormonal, además de osteoporosis y trastornos alimentarios. En los hombres se puede notar incluso una disminución de la líbido”.
Es imposible no notar cuándo uno está haciendo más ejercicio de la cuenta. Física y mentalmente se siente la sobreexigencia y esa ansiosa búsqueda de ese subidón anímico por medio de la transpiración profusa, la elevación del ritmo cardíaco y la exigencia muscular. Pero por alguna razón, a pesar del dolor o la extenuación, se continúa igual.
Quizá porque uno dice: “¿cómo me va a hacer mal algo que hace tan bien? Ok, la próxima semana voy a tomarlo con un poco más de calma”. Son cosas que, al igual que un déjà vu, suenan demasiado familiares.
¿Cómo darse cuenta que uno puede estar sufriendo de una adicción al ejercicio? La psicóloga deportiva dice que es una triada factorial, con consecuencias sociales, psicológicas y físicas.
Primero, uno lo puede notar cuando la frecuencia del entrenamiento interfiere con actividades importantes o se busca hacerlo en horas y lugares poco habituales. Segundo, cuando la ausencia de ejercicio genera tristeza, ansiedad, depresión, ira o problemas de sueño. Y tercero, cuando uno se ejercita a pesar de estar lesionado, extenuado o incluso enfermo.
Almada advierte que las consecuencias a nivel psicológico de esto pueden llegar a ser “devastadoras”, pudiendo llevar a la persona a marginarse de su entorno, o que cuando está con gente “lo invada una culpa e incluso un estado depresivo por no cumplir con el volumen diario de ejercicio”. Ahí se produce un problema de jerarquía, donde la identidad atlética se sobrepone a la identidad personal.
Hay personas incluso que sufren síndromes de abstinencia cuando no realizan ejercicio. “Esto les afecta de manera física y psicosocialmente”, dice la especialista, “con sensaciones de ansiedad y pensamiento obsesivo. Se produce también una actividad más alta en el hipocampo, la misma que se genera cuando las personas adictas al alcohol o la cocaína pasan un tiempo sin consumir”.
Dos series de diez repeticiones de autoconocimiento
El problema, o al menos parte de él, está en una creencia muy tatuada: “Seguro has escuchado o dicho que el deporte es mi terapia”, dice Almada. Pues claro que sí, pienso. “Ahí hay un problema de semántica. Claro, el deporte genera bienestar, contribuye al correcto funcionamiento de los neurotransmisores, impacta en el estado anímico, incluso en la memoria y el aprendizaje, hasta puede regular estados ansiosos o depresivos, pero…”
(¿Porque siempre tiene que haber un pero?, pienso mientras la escucho).
“...pero la práctica deportiva nunca va sustituir un tratamiento psicológico o psiquiátrico. Hay un riesgo, porque se puede enmascarar un cuadro depresivo o ansiogénico a través del running o las pesas. Es una solución paliativa, en el momento se percibe una mejora, pero luego se pierde y se busca nuevamente. Ahí se produce un círculo vicioso”, dice. Para que no se malentienda, Almada enfatiza en que el deporte es sin duda “un potente aliado” de la salud mental, pero en ningún caso un sustituto de la terapia o la ayuda profesional.
Aunque parezca irónico, una solución es sumar a la rutina de ejercicio otro más. Pero éste no será aeróbico ni anaeróbico. “Toda práctica deportiva necesita también de un ejercicio diario de autoconocimiento”, establece la psicóloga.
Aconseja hacer un planteamiento de objetivos reales y accesibles y conocer los límites propios según nuestras circunstancias —estilo de vida, edad, estado físico, condiciones de salud, etc—. “En ese ejercicio de autoconocimiento está la llave para tener objetivos posibles que ayuden a mantener la motivación; lo contrario lleva a la frustración, al riesgo y al abandono”, asegura.
Además sugiere enfocar el cumplimiento del objetivo en torno al proceso y no tanto a los resultados. Estar demasiado pendiente de ellos lleva a la culpa y eso, advierte, “pasa factura, porque provoca agotamiento mental”. Para evitarlo, aconseja “entender el rol crucial del descanso para lograr los objetivos”.
Finalmente hay una calistenia emocional muy importante. “Hay que reconocer la adicción, entender las razones detrás de una conducta compulsiva y a nombre de qué carencia trabaja. Esa manifestación puede ser síntoma de un trastorno base que debe ser investigado con un tratamiento idóneo”, recomienda enfáticamente. Para comenzar, partiré sacándome la bandana.