El filósofo Byung-Chul Han tiene la película bastante clara cuando se trata de stresslaxing. Aunque no lo ha usado literalmente, ha diseccionado el concepto de otras maneras, partiendo por postular que el gran drama patológico de nuestro siglo no es ni bacterial ni viral, sino neuronal.
En su libro La sociedad del cansancio plantea que el sistema socioeconómico ha conseguido que el ser humano sea su propio explotador, un fenómeno que en vez de conducir a la rabia —sentimiento que podría despertar una rebelión— lleva por el contrario al agotamiento, la frustración y, lo más autoflagelante de todo, a la culpa.
“Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En la autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esto no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo”, escribe en Psicopolítica, otro de sus libros.
Es una sensación inquietante. A muchas personas les puede identificar la escena de terminar la jornada laboral (¿esta termina realmente?) y experimentar ansiedad por no estar haciendo algo positivo o productivo, incluso para el propio descanso.
Allí es donde se cuela la autoexplotación, que se puede manifestar de diferentes maneras: por ejemplo, intentando avanzar en una siguiente tarea, haciendo deporte de manera compulsiva o consumiendo contenidos sobre cómo ser más eficiente para vencer la procrastinación, un fenómeno que se ha denominado coquetamente porno de productividad.
De ahí que aparezca este concepto, llamado stresslaxing en Estados Unidos, que se podría traducir como la ansiedad que genera el descanso. ¿De dónde viene? ¿Y cómo llegamos a este punto en que incluso el relajo nos estresa?
El estrés al relajarse
“Entiendo que se trata de un fenómeno bastante antiguo, pero con definiciones nuevas”, dice Ignacio Verdugo, terapeuta bioenergético de Team Building Partners y monitor de mindfulness. Sospecha que el stresslaxing, o la incapacidad de relajación y desconexión laboral en el tiempo libre, data incluso desde la revolución industrial, aunque en las últimas décadas “se ha hecho aún más agudo y grave con la revolución tecnológica”.
Acá se mezclan varias cosas. Lo primero es que la real sensación de descanso aparece solamente después de haber terminado los pendientes del día, o lo que se tenía pensado hacer. Porque la verdad es que sacar la vuelta, o procrastinar —para usar el término académico—, estresa mucho más de lo que crees.
“Internet y las redes sociales provocan que las personas revisen inconscientemente el estado de sus pendientes, como sus correos, mensajes o el calendario del día siguiente”, complementa Daniela Quintanilla, psicóloga laboral de grupo Tawa.
Muchas personas, al terminar su horario de trabajo, en vez de desconectarse se vuelven a pegar al celular. Aunque algunas se distraen con memes, videos o noticias, otras se quedan en las redes sociales. “El voyerismo y el exhibicionismo, la facilidad para ver en lo que están los demás casi sin ningún esfuerzo, es capaz de procovar una envidia muy soterrada”, añade Verdugo. “‘¿Por qué él o ella lo pasa tan bien y yo no? ¿Por qué esa persona es exitosa, viaja o sale a comer, y yo estoy aquí metido en un trabajo de mierda?’”.
Para Isaías Sharon, psicólogo, creador del modelo de Coaching Integrativo y podcaster, “un estilo de vida hiperconectado, con múltiples insumos que generan estrés —como las noticias o las redes sociales—, y una permanente sensación de potencial peligro, también contribuyen a que el descanso sea un gran desafío”.
Ignacio Verdugo toma la posta y complementa que no hay nada que canse más que pensar. “Agota mucho más que una maratón”, asegura. Por eso plantea que como forma de descanso realicemos actividades de atención plena.
“Cuando estamos en modo presente, aunque sea por pequeños instantes, la mente descansa. Por ejemplo, cuando haces algo en lo que no puedes distraerte, como andar en moto, bajar un cerro en bicicleta, escalar un muro o cualquier cosa que genere adrenalina o que requiera atención plena. Ahí te das cuenta de que no puedes pensar en otra cosa, por lo tanto al terminar te sentirás cansado físicamente pero lleno de energía, porque tu mente descansó. Lo mismo ocurre en la meditación o mindfulness”.
Los peligros de la renuncia silenciosa
Casi como respuesta a esta sensación de hiperconectividad y autoexplotación, que también ayudan a provocar el stresslaxing, han surgido otros términos e ideas, como la “renuncia silenciosa”: una especie de inconsciente “ley del mínimo esfuerzo” que se usa como lánguida protesta ante las exigencias de la sociedad actual. Para algunos es una forma de autocuidado, para otros resulta simplemente un reflejo, pero hay quienes lo ven como un peligro para el bienestar individual y colectivo.
“Es un término que cada vez se está repitiendo más”, asegura Quintanilla. “A la vista del trabajador, las exigencias laborales no siempre parecen ser reconocidas correctamente: ya sea por el salario, por el horario o la carga que se tiene. Por lo tanto, se desaniman y pierden motivación”, explica.
Pero no es llegar y dejar un empleo. Menos en estos tiempos inciertos, cuando se anuncia una recesión y la inflación complica el ahorro. Por eso ocurre esta “renuncia silenciosa”, donde las personas van disminuyendo lentamente su rendimiento y compromiso.
Quintanilla advierte que esto “puede tener consecuencias severas, no solo para la productividad de la empresa, sino también para la autoestima del trabajador”. En buena parte, es responsabilidad del empleador “establecer una comunicación abierta, promover una cultura de colaboración y reconocer las necesidades y el trabajo de sus empleados y colaboradores”.
Sharon es muy crítico al respecto. “El principal factor que oprime a una persona son sus propias expectativas, el exitismo y los hábitos personales, que le dificultan cuidarse adecuadamente y les impiden tener momentos de ocio y relaciones interpersonales saludables y significativas”.
Verdugo recuerda que ni la explotación ni las altas exigencias ni las malas condiciones laborales ni los bajos sueldos son algo novedoso o propio de estos tiempos. “Sin embargo, hoy día aspiramos a más”, dice. “No solo queremos más tiempo libre, sino que un trabajo que nos haga sentido, donde sintamos conexión con un propósito personal y ser un aporte. Donde nos sintamos vistos, reconocidos y con un sentido de pertenencia”.
El coach desgrana las soluciones de manera multifactorial. Comparte que el trabajo de liderazgo personal consiste en conectar con un propósito personal. Pero luego está el liderazgo estratégico, que consiste en movilizar a otros. “¿Cómo hago que las personas de mi equipo sientan que son dignas, que aportan, que su presencia es importante, que sus preguntas y reclamos son legítimos, y que ayudan a mejorar a la organización?”, expone.
Para él, la “renuncia silenciosa” está lejos de ser una forma de autocuidado. Es más bien lo contrario, puesto que degrada progresivamente la calidad de vida del individuo y además el ambiente laboral. “El autocuidado tiene que ver con poner límites, con escucharse y hacer aquello que nos da energía y no solo aquello que nos desgasta”, explica.
Cómo evitar el stresslaxing
Los tres pasos para ese autocuidado, enumera Verdugo, son:
- Pedir ayuda para aprender sobre autoconocimiento y gestión emocional.
- Darle un sentido al trabajo o al empleo que se tiene, “ya sea por lo que haces, lo que aportas o lo que ganas en él”, dice.
- Reconocer la importancia del descanso.
Este último es muy importante y quizá por el que uno podría comenzar. “Si me quedo pensando en los problemas de la jornada laboral durante mi tiempo libre, es posible que ni siquiera pueda ver otras soluciones a eso que debo resolver”, dice. “Para eso, la pausa y la conexión son indispensables”.
Sharon, por su lado, cree que el desafío de la vida equilibrada es de alta complejidad y no tiene una receta única. “Pero si uno busca construir un camino, lo interesante sería pensar en un trabajo que tenga sentido y propósito personal, con espacios de ocio que ayuden no solo al descanso, sino que también a la conexión con nuestras emociones y pensamientos”.
Estos últimos, cree, deben ser tiempos en los que podamos cultivar nuestras relaciones familiares y sociales, “para que se transformen en vínculos de calidad y profundidad”.
Para el otro paso, referido a tener un empleo u oficio con propósito y que nos ayude en la realización personal, dice que todavía nos queda un largo camino de transformación cultural.
“El trabajo debe dejar de ser visto como una carga y pasar a convertirse en una oportunidad de aprendizaje, desarrollo y de contribución al entorno. La salud mental no es estar siempre relajados y sin problema alguno, sino que tener el nivel de consciencia y herramientas suficientes para hacer frente a los vaivenes, que son parte de la vida”, aconseja.