Este sábado 5 de marzo se celebra el Día Mundial de la Eficiencia Energética, efeméride con la que se busca concientizar e incentivar a la ciudadanía en torno al tema y, en el caso particular de Chile, hacer frente a la crisis de recursos naturales, como ocurre actualmente con el agua.
Se celebra entre comillas, pensará alguien suspicaz. Bueno, quitemos la idea de la celebración, porque el tema es más trágico, sobre todo si se considera que muchos efectos del calentamiento global ya son irreversibles. Posiblemente seremos testigos del aumento del nivel del mar y todo lo que eso acarree, y aunque ya es un hecho el aumento de la temperatura planetaria, la ONU —en un informe publicado el año pasado— señala que aún es posible estabilizar su variación.
Convengamos también que no se trata de salvar al planeta, que tiene más de 4.500 millones de años de existencia sino que de evitar la extinción del ser humano, como dice Christiana Figueres, considerada la máxima responsable de la lucha contra el cambio climático por parte de las Naciones Unidas. Se le olvidó un detalle: de llevarnos a ese destino, no nos iríamos solos de este mundo sino que de pasadita aniquilaríamos a unas cuantas especies más. “Si caigo yo, caemos todos”, parece ser el verdadero mensaje.
En fin. Los países firmantes del Acuerdo de París, se han puesto la meta de hacer frente a la amenaza climática, haciendo diversos esfuerzos de cara al 2030, en una primera etapa, y al 2050, en la segunda y final. Entre otros objetivos está el de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. En esa línea, Chile aprobó el año pasado la primera Ley de Eficiencia Energética, que involucra el desarrollo y puesta en marcha de un plan nacional que se actualizará cada cinco años. En el inicial se contempla la reducción de la intensidad energética en al menos un 10% para el 2030.
Actualmente, las casas y departamentos pueden ser evaluados voluntariamente y recibir una calificación de eficiencia energética, siendo “A+” el mejor resultado y “G” el peor. Para ello, existe un instrumento denominado Calificación Energética de Viviendas (CEV), diseñado por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo en conjunto con su par de Energía. “Este instrumento es de uso voluntario y busca entregar información estandarizada a las familias sobre la eficiencia tanto térmica como energética de las viviendas”, explica Víctor Muñoz, ingeniero civil industrial, constructor civil y académico del DUOC UC.
Según el último informe entregado por los ministerios, en 2015 más de 30 mil casas solicitaron su calificación. La cifra aumentará exponencialmente este año, cuando entre en vigencia el Plan Nacional de Eficiencia Energética, pues la evaluación será obligatoria para las casas y edificaciones nuevas. Con eso se busca que las nuevas viviendas logren un ahorro promedio de 30% en su demanda de energía térmica al año 2026 y un 50% para 2050.
Cómo estamos
En los últimos 20 años, el gasto energético del país ha aumentado cerca de un 30%, según Carlos Torres, académico de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Talca. ¿Por qué esto creció si al mismo tiempo surgían con fuerza el activismo y las políticas públicas para mejorar la eficiencia?. “Suele haber una relación entre el PIB y el consumo energético”, explica Torres. Y el mayor poder adquisitivo que hay respecto a otros tiempos ha dado pie a un mayor gasto.
Víctor Muñoz sostiene que el gasto energético, al menos en calefacción o refrigeración, ha disminuido debido a las mejoras de acondicionamiento térmico implementadas en las viviendas a partir del 2001. Estas tienen que ver con la aislación de techos, muros, pisos y ventanas, que son zonas de gran intercambio térmico.
Sin embargo, dice, “en la actualidad tenemos un aumento del gasto eléctrico por el uso de televisores, computadores y electrodomésticos”. Y cita un informe del Ministerio de Energía del 2018, donde se indica que la electricidad es “el única fuente que ha incrementado su consumo energético, pasando de 1.692 kWh por vivienda al año a 2.074 kWh/, desde el 2009 al 2019″.
En todo caso, y de acuerdo al Anuario Estadístico de Energía 2020, el sector residencial (que también incluye al comercial y a los edificios públicos) no es el que más consume energía en el país. De hecho, es el tercero de mayor gasto, con un 22% del consumo total, lejos del que consume más, las industrias y la minería, con 38%, seguido del transporte, que llega al 37%.
Aún así, hay bastante por hacer a nivel residencial, al menos para reducir los costos, que debido a la inflación han ido al alza últimamente. La académica y directora del Centro Tecnológico Kipus, María Luisa del Campo, dice que un hogar promedio, de unos 85 metros cuadrados, en el que residen tres o cuatro personas, consume 8 mil kWh al año. “Si llevamos esto a un gasto anual de energía, equivale a unos 650-700 mil pesos”, estima.
Siguiendo el cálculo, esto significa que una vivienda en promedio consume alrededor de 95 kWh por metro cuadrado al año. “Según la calificación de eficiencia energética, esto es bastante. Significa una deficiencia entre D y E, lo que evidencia que la mayoría de las viviendas tiene ineficiencias que deben ser subsanadas”.
Cambios en la construcción
En los últimos años, el concepto de eficiencia energética se ha complementado con los de sustentabilidad y economía circular. Cualquier medida que se tome hoy sobre la materia, “tiene que considerar que efectivamente sea sustentable, es decir, que otras variables no se vean afectadas o disminuidas por esta medida, y que el residuo o los efectos nocivos que se generen sean reutilizables, reubicables y readaptables en otro producto o servicio que se vaya a generar”, explica María Luisa del Campo.
El sector de la construcción ha debido adaptarse a los tiempos y modificar sus procesos de edificación, adoptando nuevas tecnologías para mejorar la eficiencia térmica de las viviendas. Según la directora del Kipus, cada vez son más las inmobiliarias y las personas que piden asesoría para incorporar en sus proyectos elementos de eficiencia energética. “Creo que hay una mayor conciencia y el tema ha permeado en la sociedad, además de que las personas quieren de todas maneras tener un gasto mensual más bajo”.
Una de las claves estaría en el “diseño eficiente”, que considere desde un comienzo la optimización del consumo energético, de manera que se aprovechen al máximo las “ganancias solares” en el invierno. Eso permite ahorrar en calefacción y evitar el sobrecalentamiento en verano, disminuyendo el gasto en refrigeración. “También se deben incorporar colectores solares para el agua caliente sanitaria, y fotovoltaicos para el consumo eléctrico, además de una buena aislación térmica en toda la casa”, dice del Campo. Para ella, la meta es reducir en un 80% el consumo del hogar promedio —algo que no es alocado tomando estas medidas—, lo que significaría pasar de los 600-700 mil pesos al mes en energía a los 140 mil.
Autoevaluación y consejos
Disminuir el consumo energético del hogar es posible por medio de buenas prácticas, pero también verificando que la vivienda no sufra pérdidas producto de filtraciones o un mal estado de los materiales y aparatos electrónicos.
Dentro del primer grupo, el más fácil y directo de aplicar, está preocuparse de apagar las luces cuando no sean necesarias; ocupar ampolletas de eficiencia energética clase A; desenchufar los aparatos electrónicos que no se están utilizando —como los cargadores de celular, que continúan consumiendo energía si se mantienen conectados a la corriente—; almacenar agua hervida en termos para evitar el uso excesivo del hervidor; preocuparse de cerrar bien las puertas del refrigerador y el microondas; o preferir aparatos electrónicos clase A, entre otras prácticas conscientes.
María Luisa del Campo dice que una buena forma de comenzar es justamente implementando medidas que no necesariamente signifiquen una inversión o un gasto mensual. “Por ejemplo, mientras dure el verano, generando ventilación cruzada en las noches para enfriar las casas y así durante el día no necesitar tan rápido el aire acondicionado. O controlar el calor solar con elementos exteriores frente a las ventanas que reciben directamente el sol”. Esos elementos pueden ser celosías, persianas, cortinas, árboles o incluso mallas de kiwi.
Víctor Muñoz recomienda también revisar el estado de las viviendas, “particularmente si esta fue construida antes del año 2001, fecha de entrada en vigencia de la nueva reglamentación sobre aislación térmica”. Del Campo dice que aislar muros y entretecho permite tener mejor control de la temperatura interior. Para ello se puede utilizar lana mineral, lana de vidrio o poliestireno expandido, entre otros materiales aislantes.
Tanto del Campo como Muñoz coinciden en la ventaja de contar con ventanas de termopanel. “El recambio tiene un impacto significativo”, dice la directora del Kipus, que recomienda preferir ventanas con aperturas de tipo batiente o oscilobatiente por sobre una de corredera. “La hermeticidad de las primeras es muy superior y evita las pérdidas por infiltraciones de aire”. El académico del DUOC UC sugiere verificar si la vivienda puede calificar a un subsidio para la compra e instalación de estos productos.
Por su parte, Carlos Torres destaca que sobre un 40% del consumo de energía en el hogar se da en el uso eléctrico. Por ello, recomienda invertir en la incorporación de sistemas fotovoltaicos que aporten energía eléctrica a la vivienda y que permitan disminuir el gasto energético.
“Si bien no es una medida de eficiencia energética, es de alto impacto en el gasto mensual de una familia. El costo de esta inversión y el retorno que se tendrá dependerá del requerimiento eléctrico de cada vivienda, pero en promedio el retorno de la inversión, con un sistema ON-Grid, se da en torno a los 6 u 8 años”, dice el académico de la Universidad de Talca.
Del Campo suma a lo anterior el uso de sistemas de colectores solares, que ayudan a calentar el agua sanitaria. “Hoy se encuentran masivamente en el mercado, tienen precios bien competitivos y el ahorro en energía que generan es muy significativo, sobre todo en la zona norte y central del país. Y la recuperación de la inversión se consigue en un corto plazo”, asegura.
La tecnología inteligente poco a poco se ha posicionado como un asistente de eficiencia energética. “Sirve para monitorear en tiempo real el uso de los distintos elementos del hogar y nos puede indicar cuales son los más usados para moderar su uso”, explica Muñoz. Es el caso de las ampolletas inteligentes, que permiten configurar su encendido y apagado en ciertos horarios y/o utilizando sensores de movimiento.
También existen las persianas exteriores inteligentes, “que se pueden automatizar para controlar los horarios, la temperatura y los niveles de radiación solar”, agrega Del Campo. “De esa forma se optimizaría mucho la eficiencia energética de los hogares”. La especialista sugiere, también, el uso de fotoceldas, las que entre otras cosas permiten automatizar la iluminación exterior.
“De esa manera se evita que el usuario tenga que estar pendiente y se den los típicos olvidos, tanto al encendarlas como al apagarlas. Esto especialmente en los edificios sería una importante medida de ahorro energético”, asegura.
Finalmente, conviene revisar el estado de la instalación eléctrica, para asegurarse de que no haya pérdidas y realizar la mantención periódica de equipos como el calefont o el refrigerador, que pueden ayudar no sólo al medioambiente, sino que también al golpeado bolsillo.