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Películas, 1977.[/caption]
La Máquina de Hacer Pájaros: Películas
Año: 1977
Duración: 38.41
Discográfica: Microfón SUP-853.
Canciones: Cara A: «Obertura 7.7.7.», «Marilyn, la cenicienta y las mujeres», «No te dejes desanimar», «¿Qué se puede hacer salvo ver películas?»; Cara B: «Hipercandombe», «El vendedor de las chicas de plástico», «Ruta perdedora» y «En las calles de Costa Rica».
Recomienda: Roque Di Pietro, escritor e investigador, autor de Esta noche toca Charly y director de la editorial Vademécum.
Charly García es esa clase de artista que puede hacer un disco entero junto a un baterista y un ingeniero de grabación (Yendo de la cama al living, Parte de la religión, Random) o junto a un bajista, una caja de ritmos y un ingeniero-productor (Clics modernos). Pero también puede hacer una obra maestra integrado a, digamos, un grupo humano, sus compañeros de banda. Tal es el caso de Películas, el segundo LP de La Máquina de Hacer Pájaros publicado en agosto o septiembre de 1977, obra cumbre dentro de toda la discografía de García y, extrañamente, uno de sus trabajos más comunitarios.
Quienes consuman esta música únicamente por Spotify nunca lo sabrán, pero varias de las canciones que integran este disco no le pertenecen por completo a García (como venía ocurriendo con los tres LPs de Sui Generis, el primero de La Máquina y como ocurrirá en gran parte con los cuatro álbumes de estudio de Serú Girán). A saber: "No te dejes desanimar" y "Qué se puede hacer salvo ver películas" son co-autorías con Carlos Cutaia (responsable también del decisivo y atarantelleado arreglo de cuerdas del primero); el guitarrista Gustavo Bazterrica firmó en soledad el instrumental "En las calles de Costa Rica" y junto a Charly registró "El vendedor de las muñecas de plástico"; y el bajista José Luis Fernández metió la cuchara en la música de "Ruta perdedora". A Charly exclusivamente le debemos "Marilyn" e "Hipercandombe". El inicio del álbum, "Obertura 777", también instrumental, es una composición de García, Fernández y —me pongo de pie— el baterista Oscar Moro, es decir, el trío que fue el germen inicial del conjunto, los músicos con que Charly enfrentó el bajón post-Sui Generis que derivaría en el proyecto de La Máquina de Hacer Pájaros.
Películas es un disco inagotable. Su polisémica tapa —en la que vemos a los integrantes del grupo salir del cine Metro de Buenos Aires (frente al Obelisco) donde proyectan el último film de Hitchcock (Family Plot, o Trama macabra) mientras en la vereda del cine un enigmático individuo lleva un lienzo donde vemos a los integrantes del grupo salir del cine Metro de Buenos Aires (frente al Obelisco) donde proyectan el último film de Hitchcock (Family Plot, o Trama macabra)… así hasta el infinito—, el extraordinario audio logrado con los 8 canales del estudio ION, la excelencia de la performance y la cantidad de registros estilísticos que aborda la música (el jazz-rock, el progresivo tardío pero controlado, una idea de tango eléctrico apiazzollado a la que ni el propio Piazzolla nunca arribó con semejante contundencia, la fascinación por Steely Dan, el —híper— candombe) hacen que estos 8 tracks se mantengan inalterables a pesar de los cuarenta años que le pasaron por encima. Las canciones de Películas no hubiesen podido ser compuestas ni grabadas en ningún otro momento, pero tienen la extraña virtud de la contemporaneidad permanente, en música y letra (aquí sí, todas firmadas por García). Es coyuntural y atemporal, al mismo tiempo.
Si Instituciones —el tercer y último longplay de Sui Generis— puede ser leído y escuchado como la banda sonora de una sociedad sumergida en la pesadilla de la Triple A (la organización represiva parapolicial que funcionó en la órbita del tercer gobierno peronista), Películas es el manual de supervivencia para la vida en Argentina en el momento más denso de la dictadura militar que asoló a este país desde marzo del 76.
Para los puristas, un dato: la única versión de este disco que trae estrictamente aquello que se grabó y que los músicos autorizaron publicar es la primera edición, naturalmente, en vinilo. Luego de ese primer prensaje, todas las versiones posteriores (y en cualquier formato) no respetaron el fade-out de "El vendedor de las muñecas de plástico" y lo reemplazaron por un corte abrupto. Desde entonces, nos privan de tres o cuatro segundos más de La Máquina.
En noviembre de 2018 Herbie Hancock tocó en el Luna Park de Buenos Aires. Charly García, un ídolo de enormes dimensiones que aún sigue teniendo sus propios ídolos, llegó hasta el backstage del Luna con un ejemplar de Películas bajo el brazo para ofrendárselo a Hancock. La leyenda cuenta que cuando García se reunió con Oscar Moro a fines de 1975 o principios de 1976 para ofrecerle el puesto de baterista en La Máquina de Hacer Pájaros, a modo de referencia o norte estético le hizo escuchar el disco Head Hunters, especialmente el primer surco, "Chamaleon" (seguramente también escucharon el siguiente, "Watermelon Man"). Un emocionante acto de rendición, reconocimiento, cholulismo, antropofagia o como cada uno quiera llamarlo. "Mirá lo que hice con tu influencia, Herbie", algo así. Alguien sacó una foto del momento en que Hancock recibe Películas y yo pensé que esa imagen extraordinaria sería portada de los diarios argentinos en los próximos días. Dos héroes de la cultura popular del último medio siglo se reúnen alrededor de un disco, esa antigüedad. Qué cosa más hermosa. Pero no pasó nada. Así nos va. De eso, pienso, (nos) habla Películas. De que nunca tendremos país. Sin embargo, no todo está perdido, ni te dejes desanimar: todavía podemos vivir en esa patria que son los discos de Charly García.
https://open.spotify.com/album/6hlwylwLskentQQsbTKpcj?si=pspWpFcjR6OawNbmLhStiQ
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Divididos por la felicidad, 1985.[/caption]
Sumo: Divididos por la felicidad
Año: 1985
Duración: 38.26
Discográfica: CBS Records.
Canciones: «La rubia tarada», «Mula plateada», «No acabes», «Regtest», «Reggae de paz y amor», «Debede», «Mejor no hablar de ciertas cosas», «Divididos por la felicidad», «No duermas más» y «Kaya».
Recomienda: Oscar Jalil, periodista y crítico musical con pasos en Los Inrockuptibles, La Mano y Zona de Obras, en los diarios Clarín y Página/12 y Rolling Stone. Autor de Luca Prodan. La biografía.
A destiempo y gracias a algunos signos providenciales, el rock argentino pudo recuperar de golpe casi ocho años de historia y completar la asignatura pendiente que dejó el punk-rock como bomba de cambio: Divididos por la felicidad, el álbum debut de Sumo, apareció como un manual de supervivencia para la generación post-Malvinas justo cuando empezaba el fin de la primavera democrática. El impacto fue tremendo y aún hoy sigue sorprendiendo la irreverente mirada de Luca Prodan para sacudir una escena musical tan alejada de sus años formativos en la lejana Inglaterra. De allí proviene el reggae blanco con mueca prepotente, las derivaciones del punk como materia evolutiva en la búsqueda de climas oscuros y actitud combativa, y los primeros experimentos entre rock crudo y música electrónica. Pero lo más interesante aparece en la extraña integración entre la idiosincrasia de un italiano fugitivo y sus secuaces argentinos. Cinco tipos en estado de shock permanente frente al tornado que dirigía una orquesta desquiciada, cantaba raro y revelaba los síntomas de la enfermedad cada vez que subía a un escenario. Luca sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida y decidió jugar esas últimas cartas en un proyecto imposible. Invirtió ahorros en equipos e instrumentos, siguió cantando en inglés en una época difícil para la lengua de Byron, Sumo nació casi al mismo tiempo en que Argentina ingresaba un conflicto bélico con Gran Bretaña, durante algunos meses de 1982 la radios argentinas no reproducían música cantada en inglés y, en parte, explica porque el sexteto tardó tanto tiempo en registrar su disco debut.
Sumo comenzó a grabar en octubre de 1984 su arrollador disco debut. Sin experiencia previa, salvo una producción independiente registrada en casete bajo el título de Corpiños en la madrugada (1983), el grupo trasladó al estudio la anarquía que dominaba a sus shows. Todos los integrantes tuvieron su cuota de opinión en cómo debía sonar el disco y de esa bendita autenticidad surgió un ruido tan real como imperfecto, pero la conjunción de esos elementos fue una explosión de novedades. El eje maestro que formaban Ricardo Mollo (guitarra) y Diego Arnedo (bajo) dejaba lugar para el expresionismo ruidoso de Germán Daffunchio (guitarra) o los raptos esquizoides de Roberto Pettinato (saxo), por detrás y como un auténtico guardián del tempo Superman Troglio (batería) acomodaba todos los desniveles de la muralla Sumo. Arriba, en lo más alto, el bravo clamor de Luca llamaba a tomar las armas aunque la cadencia de un reggae sugería lo contrario.
Plagado de enigmas para la época, Divididos… invitaba a descubrir y perderse en su simbología oscura. La tapa mostraba una imagen tomada de la tv en donde dos ballenas yacían en una playa. Según Luca, la imagen representa los cuatro elementos: el sol (fuego), el cielo (aire), el mar (agua) y la playa (tierra). El título impone más señales: como una cita explícita a Joy Division, la banda inglesa que marcó el camino a las tendencias conocidas como after-punk y dark-rock, la traducción imperfecta tenía algo de apropiación criolla y homenaje velado. El tema que la da título al disco guarda sospechosos rasgos de similitud con "I.C.B.", una canción incluida en Movement (1981), el disco debut de New Order, el grupo que nació como consecuencia del final de Joy Division. El comienzo de la batería electrónica y las guitarra brumosas son idénticas, aunque en la versión de Sumo el ritmo es mucho más acelerado. Y ahí no terminan las extrañas conexiones, la letra de "Mejor no hablar de ciertas cosas" pertenece al Indio Solari y fue cedida por el líder de Los Redondos luego de comprobar que Luca se había adueñado de la canción cuando lo reemplazó en una de las pocas ocasiones que la banda platense tocó en vivo sin su voz original.
La primera aproximación al sonido Sumo atrapa desde el cuchicheo de las chicas bacanas que planean estrategias de seducción antes que arranque el estallido disco-funk de "La rubia tarada", una danza mala onda con crítica incluida y pasajes de comedia a cargo de Geniol, el clown que solía acompañar a Sumo en sus presentaciones en vivo. En cada escala reggae del disco sobresale la técnica marciana de Supermán Troglio, considerado por Prodan como "el mejor batero blanco de reggae del mundo", desde los ritmos roots hasta las primeras implicancias del dub están presentes en esas intervenciones, por momentos Sumo parece The Clash y con el tiempo The Clash se parece a Sumo. En "Mula plateada", un ska con rítmica tribal, surge otro de los destellos vanguardistas y "Debede" suena más actual que LCD Soudsystem con su desarrollo electro-disco-punk. El disco debut de Sumo resume el ideario del sello Factory en mezclar reggae blanco, funk y hasta kraut-rock. Experimental y popular, precario en su factura y sempiterno en cuanto a resultados, Divididos por la felicidad captura un momento único de una banda tan ensayada en vivo como revelada en la tensión de dos guitarristas opuestos en sus modos de trascender. Luca comprendió mejor que nadie que esta pelea eléctrica enriquecía al núcleo y era el abrigo ideal para sus ataques de cantor criado en la línea Jim Morrison. En la variedad atemporal descansa el legado de muchas canciones nacidas en las sierras cordobesas y mejoradas de manera colectiva.
https://open.spotify.com/album/0iMPnRq7PL82Zrah0gTQBR?si=OAu7I6dLSdeGwn7ATeiIdw
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Aquelarre, 1972.[/caption]
Aquelarre: Aquelarre
Año: 1972
Duración: 38.31
Discográfica: Trova.
Canciones: Cara A: «Canto, desde el fondo de las ruinas», «Yo seré el animal, vos serás mi dueño» , «Aventura en el árbol»; Cara B: «Jugador, campos para luchar», «Cantemos tu nombre», «Movimiento».
Recomienda: Diego Giordano, periodista y autor de los libros Inédito y Uniendo fisuras. Signos y la consagración continental de Soda Stereo.
De la separación de Almendra surgieron tres grupos fundamentales en la historia del rock argentino: Pescado Rabioso, Color Humano y Aquelarre. Entre 1972 y 1976, este último editó cuatro discos (Aquelarre, de 1972; Candiles, de 1973; Brumas, de 1974; y Siesta, de 1975) a través de Trova, el legendario sello discográfico de Alfredo Radoszynski.
La heterogeneidad de su formación fue una de las claves de Aquelarre: Emilio del Guercio (bajo y voz) y Rodolfo García (batería y voz) llegaban del Almendra más experimental y psicodélico, Héctor Starc (guitarra y voz) aportaba un componente de ortodoxia rockera, y Hugo González Neira (teclados y voz) fusionaba en su estilo las estructuras del blues con la improvisación del jazz. El grupo presentaba un sólido trabajo vocal, una instrumentación excepcional y canciones dotadas de una alta complejidad estructural.
La negativa de Luis Alberto Spinetta a abordar una temática política en las canciones de Almendra fue uno de los motivos que sellaron la separación del cuarteto. Emilio del Guercio, por el contrario, creía que el arte debía reflejar la violencia política que convulsionaba al país a comienzos de los años 70. Y la violencia era una sombra omnipresente en la vida cotidiana: el primer álbum de Aquelarre salió a la venta poco antes de los fusilamientos de Trelew y la masacre de Ezeiza, episodios que anticiparon el huracán de muerte que llegaría en 1976.
Compromiso político y sofisticación musical sintetizan el concepto de Aquelarre, y la toma de posición ideológica —evidente en canciones como "Yo seré el animal, tú serás mi dueño"— se plasmó en intrincados pasajes instrumentales y un fino trabajo melódico.
Elegir solo un álbum del cuarteto es una tarea ardua porque cada uno se erige como una obra integral y orgánica. Pero es en su álbum debut donde están trazadas las líneas que definen su discografía.
https://open.spotify.com/album/21k9Lf53dN3pCJ8JZsk81p?si=aoPgHmdtRM2qAVltGGv8ZA
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Honestidad brutal, 1999.[/caption]
Andrés Calamaro: Honestidad brutal
Año: 1999
Duración: 141.32
Discográfica: Warner Music.
Canciones: CD 1: «El día de la mujer mundial», «Te quiero igual», «La parte de adelante», «Clonazepán y circo», «Los aviones», «Más duele», «Cuando te conocí», «Prefiero dormir», «Jugar con fuego», «Maradona», «Una bomba», «Socio de la sociedad», «Son las nueve», «Las dos cosas», «Veneno», «Ansia en Plaza Francia», «Paloma», «Con Abuelo»; CD 2: «No tan Buenos Aires», «El tren que pasa», «Victoria y Soledad», «Mi propia trampa», «Negrita», «Voy a dormir», «Eclipsado», «Mi quebranto», «Me pierdo», «Hacer el tonto», «Naranjo en flor», «Aquellos besos», «No son horas», «Las heridas», «Hay», «El ritmo del lunes», «Para qué», «No va más» y «La parte de atrás».
Recomienda: Walter Lezcano, profesor de literatura, periodista freelance y escritor. Autor de varios libros de poesía y de Días distintos. La fabulosa trilogía de fin de siglo de Andrés Calamaro.
Mi elección es un disco imprescindible de Calamaro, que para mí es Honestidad brutal, el disco aparecido en 1999, disco doble, que reúne la belleza, maestría y elegancia de Alta suciedad y, por otro lado, abre el camino hacia el descontrol, la desmesura y lo monumental que fue El salmón, ¿no?
En ese sentido, aúna y reúne algo conflictivo en Calamaro, que era venir del mayor éxito de su carrera solista, e ir y viajar hacia la mayor ambición que tuvo, que fue hacer un disco quíntuple. 103 canciones. Entonces, creo que ahí hay algo increíble, no solamente en la carrera en la Andrés, sino también para el rock nacional: demostrar cuál es la altura de un artista y que tiene que ver con tratar de fundar un territorio, pero también tratar de abrirse hacia la exploración, el riesgo y la belleza.
https://open.spotify.com/album/4OZincs6XqlfEuKEFtpq1Y?si=z-L1j7XyRT6Aml5TBWJ4Rg
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Los chicos quieren rock, 1988.[/caption]
Los Ratones Paranoicos: Los chicos quieren rock
Año: 1988
Duración: 34.10
Discográfica: BMG.
Canciones: «Carolina», «Sucio gas», «El hada violada», «Gran desorden», «Ceremonia en el hall», «Lluvia de héroes», «Ella está de mi lado», «Enlace», «Una noche no hace mal», «Líder algo especial» y «Rainbow».
Recomienda: Martín Graziano, periodista y escritor. Autor de Estación imposible: Expreso Imaginario y el periodismo contracultural argentino y Tigres en la lluvia. La Aventura de Invisible por el Jardín de los Presentes.
Digamos que es un disco que me parece interesante subrayar, porque a la luz de lo que sucedió más tarde con los propios Ratones Paranoicos —que nunca fue una banda "incomprendida", lo cual favorece el culto; no murió ninguno de sus integrantes; no tuvo una historia trágica ni mucho menos, cerrando el paréntesis—, de lo que pasó con la escena, que creció como apéndice de una parte de su expresión: lo que llamaríamos la patria rolinga argentina... Digamos, Los Ratones Paranoicos nacen en la primavera alfonsinista, y a diferencia de buena parte de esas bandas, de esa primavera, no tienen un corte multicolor: no son Virus, no son Soda Stereo, no son Los Abuelos de la Nada. Yo los ubicaría más en el contexto de lo que llamaríamos el corte post-punk, de Don Cornelio y la Zona, incluso si querés, la movida del paracultural, Todos tus muertos. Tenían un filo punky muy claro y, además, fíjate desde la propia portada del disco: uno los relaciona al menos con los Rolling Stones, con la Velvet Underground, todos vampiros, de negro, de gafas. Las fotos de la época, pelos cortos así, una actitud hierática. Y un repertorio imbatible: ese disco es como un grandes éxitos en directo, en tiempo real, es "Carol", "Sucio gas", "El hada violada", "Ceremonia", "Una noche no hace mal"..., "Rainbow" es impresionante, toda una andanada.
Buena parte del repertorio que hacen Los Ratones Paranoicos en vivo hoy, cuando todavía tocan, es eso. Y Juanse, como compositor, al margen del swing de la banda, que es asesino, logra una cosa muy difícil: dotar al rock and roll de cierto enigma, no sólo como expresión de la cultura de la calle, que en Los Ratones está claro eso, pero además, digamos, hay una entidad metafísica alrededor de ellos. Intelectual, también: Juanse viene de un hogar de intelectuales, del mundo vinculado al Teatro General San Martín, gente de la inteligencia. Juanse conoció de muy chico a Aaron Copland, leía poetas argentinos como Ignacio Viola, poetas muy minoritarios. Sin embargo, eso no está en la superficie de las canciones: a diferencia de Los Redondos u otras bandas que son intelectuales per se, Los Ratones no. Todo lo contrario: es como si ocultaran eso. Ponele "Ceremonia en el hall" utiliza una figura poética que es la de la sinestesia, esto de "Los sonidos no me dejan respirar", lo cual genera una situación de asfixia alucinante, vinculada con la propia música, descompuesto de terror.
También de los estados alterados, de la droga paradigmática de los ochenta, que es la cocaína. Y después la cita que está ahí, medio escondida, a Dylan Thomas, de los Ivory Stages, él dice: "Máquinas, escenarios de marfil" en "El hada violada", que es otro de los grandes momentos del disco. Nada. Celebro a Los Ratones Paranoicos, al legado. Yo creo que si la banda se hubiera separado, si Juanse se hubiera muerto, se hubieran separado en ese momento, después de editar ese disco, hoy serían nuestros Joy Division, todo el mundo estaría hablando de ellos, no habría dudas. Pero por fortuna siguieron haciendo grandes discos como solistas y, como banda, siguieron en la lucha. El seguir, continuar estando en la discusión les genera los flancos débiles, las vulnerabilidades, las envidias. Pero yo celebro Los chicos quieren rock: me parece un disco inolvidable.
https://open.spotify.com/album/142zw0mtdYv5FtVTIoNsvT?si=2O59YARtQ8y7YBMOD9U12A
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Luzbelito, 1996.[/caption]
Patricio Rey y sus redonditos de ricota: Luzbelito
Año: 1996
Duración: 56.27
Discográfica: Del Cielito Records.
Canciones: «Luzbelito y las sirenas», «Cruz diablo!», «Ella baila con todos», «Fanfarria del cabrío», «Nuotatori Professionisti», «Blues de la libertad», «La dicha no es una cosa alegre», «Me matan limón!», «Rock yugular», «Mariposa Pontiac - Rock del país» y «Juguetes perdidos».
Recomienda: Facundo Arroyo, periodista y crítico musical en Billboard y otras revistas argentinas.
Siempre el rock argentino elige como manifestación más significativa en términos de política ricotera —y también en los ránkings— a Oktubre como el mejor disco de Los Redondos. Yo no estoy de acuerdo. Si bien engloba un montón de lo que significaron ellos a nivel concepto de cultura rock, me parece que, en la última etapa, sobre todo pensando en la lectura ensayística de cada uno de sus discos, un período más de programaciones, con mucho más teclado, con muchas más capas sonoras electrónicas, son los discos a rescatar. Me voy a quedar con Luzbelito (1996), séptimo disco de Los Redondos, que salió en el '96, y encara varias cuestiones que van a terminar siendo como su última cara. En torno al sonido, ya empiezan a ser como una banda más grande, de más integrantes, más responsabilidad a nivel sonoro. Es la primera vez que Los Redondos se corren de la cajita del cd y ya Rocambole se empieza a zarpar con las propuestas artísticas.
Y hablando de Rocambole: si bien venía desarrollando un contexto artístico bastante particular para la banda, en este punto esencialmente aparece el diablo, esa especie de diablo que entona Patricio Rey en esta obra. Ese Luzbelito con las velas derretidas en las cabezas que, después, va a ser, más allá de Oktubre, como el gesto artístico que se quede en el imaginario de la popular ricotera. Siempre que hay alguna muestra u objetos de Los Redondos aparece algún Luzbelito.
Por otro lado, Luzbelito es el disco censurado en el caso de la presentación de Olavarría, todo lo que ya sabemos. Eso también marca lo que significaba la banda en ese momento, y lo que iba a significar el rock argentino en su masividad. Yo no estoy de acuerdo tanto con la cultura del aguante ni el desarrollo que le han dado algunos críticos de rock, pero marca nuevas problemáticas sociales ese hecho de Olavarría, que después se van a empezar a diversificar y a complejizar a la hora de laburarlas en tanto sociedad. Algo que termina como llegando al punto cúlmine, que es Cromañón. El Luzbelito no tiene grandes canciones, quizás sea el disco más flojo en tanto canciones, pero por ejemplo tiene "Juguetes perdidos", que termina siendo un himno que trasciende la cultura ricotera y que se lo terminan apropiando distintas personalidades o entidades políticas partidarias en los años 2000.
Y Luzbelito, según el libro Redondos, A quién le importa. Biografía política de Patricio Rey, anticipa la crisis institucional y social del 2001. Si uno se pone a pensar en las letras, se va a dar cuenta de eso. Es el inicio de lo que yo veo como una trilogía final de Los Redondos, que se completa con Último bondi a Finisterre y Momo Sampler. De los tres, a mí el que más me gusta es Momo Sampler, me parece un discazo, y me parece que es el disco menos escuchado por la crítica. Pero no tiene nada de envidiarle a Oktubre. Terminé eligiendo Luzbelito, porque es un punto de quiebre en un mundo de cuestiones.
https://open.spotify.com/album/6pd1SqXVhDwFIq6R7HL1rW?si=KN8KZmbOTreGtHL-50uomA
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Autopistas y túneles, 1998.[/caption]
Super Ratones: Autopistas y túneles
Año: 1998
Discográfica: EMI.
Canciones: «Juntando las piezas», «Aguafuertes», «Mientras los días pasan», «Granja media Argentina», «Paula», «Pasajeros», «Invisible», «Solo (El gran derroche)», «De pie», «Mar de las pampas», «La otra cara», «Van a cambiar», «La verdad» y «Un paseo por el parque».
Recomienda: Martín Zariello, o El corvino como lo conocen en el medio, es periodista y escritor. Autor de Sobre el rock, La luna y la muralla china y No bombardeen Barrio Norte, entre otros.
Los Super Ratones comenzaron su carrera a mediados de los años 80 en la ciudad de Mar del Plata como una banda de rockabilly, y se hicieron conocidos en todo el país a principios de la década del 90 emulando a los Beach Boys. Pero después del éxito sobrevino la dificultad: su música no era tomada en serio y las discográficas no querían firmarles un contrato. Tras un par de discos que pasaron desapercibidos, en 1998 apareció una obra maestra llamada Autopistas y túneles. La crítica, antes renuente, tuvo que reconocerlos. En pleno auge del rock barrial (que tendía a la réplica de Los Rolling Stones), Los Super Ratones grabaron un disco de pura esencia beatle, aunque también se notaban las influencias del britpop más reciente (Oasis, Blur) y otras inesperadas, como el tango. Admirados por otros artistas por la calidad de sus arreglos vocales, la banda alcanzó nuevamente un éxito fulminante con el hit "Cómo estamos hoy", de su siguiente disco, Mancha registrada (2000). Después sobrellevarían la ida de uno de sus miembros fundamentales, Fernando Blanco y, más tarde, la muerte de Person, baterista, cantante y líder carismático, cuyo repertorio y sorprendente evolución como compositor todavía son tesoros a ser descubiertos. Autopistas y túneles encuentra a la banda, y a la dupla Person/Blanco, en su mejor versión, es una colección de canciones atemporales y conmovedoras, un gesto de voluntad y arrojo en un medio adverso.
https://open.spotify.com/album/3VUwSFRFusaEDqmsoOZUIB?si=Axlyk7yLQTOJDS1sty8l-w
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Artaud, 1973.[/caption]
Pescado Rabioso: Artaud
Año: 1973
Duración: 36.56
Discográfica: Talent/Microfón.
Canciones: «Todas las hojas son del viento», «Cementerio club», «Por», «Superchería», «La sed verdadera», «Cantata de puentes amarillos», «Bajan», «A Starosta, el idiota» y «Las habladurías del mundo».
Recomienda: Roque Casciero, periodista y subeditor de C&E de Página 12. Autor de Arrogante rock. Conversaciones con Babasónicos.
Vamos a ir con Artaud de Spinetta, porque creo que es el disco del rock argentino. Y porque también es el disco del artista del rock argentino, del gran artista del rock argentino: Luis Alberto Spinetta. Es el tipo que hizo la diferencia y el tipo que si hubiera nacido en cualquier otro lado también hubiera sido el mejor artista de ese país, ¿no? Me parece que es un tipo que está en la liga de Lennon, de Lou Reed, de Leonard Cohen, de los más grandes. De Bowie. De los más grandes de la historia del rock, solo que nació en la Argentina.
En específico, sobre Artaud, por un lado está el tema de las canciones brillantes que tiene, pero además es como el eslabón perdido —o no— entre las dos mejores bandas que tuvo Spinetta que son Pescado Rabioso e Invisible. Luis ya se había alejado de ese sonido medio Zeppelin, un poco más psicodélico de Pescado; de hecho, el disco salió como Pescado Rabioso por una cuestión contractual, pero era un disco solista de él, y ya estaba en busca de otro sonido que quizá después iba a lograr con Invisible, que también es, para mí, la mejor banda que hubo en la historia del rock argentino. Pescado Rabioso no es la mejor banda de la historia del rock argentino sólo porque después vino Invisible.
Y, bueno, en el medio de eso, surge Artaud como una especie de perla increíble, que es algo parecido a lo que luego iba a pasar con el disco Kamikaze, un acústico que está como en el medio de Spinetta Jade y otros proyectos de Luis, esas perlas que sacó en momentos en los que aparentemente estaba en otra cosa.
Artaud, sí, me parece absolutamente brillante, "Bajan" —que después hizo Cerati—, "Cantata de puentes amarillos", "Superchería", son obras que trascienden incluso al rock argentino. Que deberían ser patrimonio de la humanidad.
https://open.spotify.com/album/5MJR9j21vjEi4ODxzhvoTA?si=ayrYZRXZSlm0kmwaDBiIuQ
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Miguel Abuelo et Nada, 1975.[/caption]
Miguel Abuelo: Miguel Abuelo et Nada
Año: 1975
Duración: 40.50
Discográfica: Moshe-Naïm.
Canciones: Lado A: «Tirando piedras al río», «El largo día de vivir», «Estoy aquí parado, sentado y acostado»; Lado B: «El muelle», «Señor carnicero», «Recala sabido forastero» y «Octavo sendero».
Recomienda: CARCA, reconocido músico argentino con siete discos en su haber. Hoy, también, multriinstrumentista en Babasónicos.
Te recomiendo Miguel Abuelo et nada, que es un disco que se grabó en 1973, por ahí. Miguel Abuelo et nada, como "ET", porque es un disco que se editó en Francia y porque… a ver. Mejor escuchalo y después me contás. Es una de las piezas más favorecidas a nivel audio de la época, porque se grabó afuera. Quizás que se haya grabado afuera no tiene nada que ver, porque es rock argentino, una banda de rock que tuvo la suerte de grabar en Francia y porque se fueron todos para allá, pero es buenísima.
En la banda estaba Daniel Sbarra, que es tecladista y guitarrista de Virus en los últimos tres discos de la etapa con Federico. Sbarra fue guitarrista de esa banda, Miguel Abuelo en voz, había un chico de Chile, eso es interesante, un baterista. Pero, en serio, buscá ese disco y escuchalo, y después me contás. Fue muy favorecido porque acá los discos tenían mucho viaje..., el rock que me gusta a mí es el de los 70 y el de los 80.
https://open.spotify.com/album/3OY0spb0khgc1eXfeMJYcP?si=LmjhV_4zS5yrZqUolxY3Sw
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El jardín de los presentes, 1976.[/caption]
Invisible: El jardín de los presentes
Año: 1976
Duración: 37.42
Discográfica: CBS.
Canciones: Lado A: «El anillo del Capitán Beto», «Los libros de la buena memoria», «Alarma entre los ángeles», «Que ves el cielo»; Lado B: «Ruido de magia», «Doscientos años», «Perdonado (niño condenado)» y «Las golondrinas de la Plaza de Mayo».
Recomienda: Jorge Kasparián, autor de Luisito. 30 entrevistas al universo spinetteano.
Es complicadísimo para mí, todos los discos de Spinetta son impresionantes. Pero si tengo que elegir uno entre los diez es El jardín de los presentes, el tercer disco de Invisible. Una joya preciada, un disco que no puedo dejar de escucharlo de punta a punta, que no puedo escuchar canciones sueltas. Es el tercer disco de la banda; ahí se convierten en cuarteto independiente que en la tapa figuren como Spinetta, Pomo y Machi. Aparece una segunda guitarra de una persona que en ese momento era muy joven que es Tommy Gubitsch, con 18 años. El resto de los músicos tenía promedio de 33, 35 años. Este disco se graba en el año 76, en la Argentina todavía estaba la dictadura, fue la época del plomo, una situación compleja. Tiene ocho canciones, curiosamente tiene uno de los dos acústicos que tiene Invisible en toda su carrera. Invisible son tres discos, tres LP y tres discos simples, Invisible son 25 canciones en el estudio solamente, y tiene dos acústicos, el segundo es éste, "Alarma entre ángeles", un tema que dura poco más de seis minutos.
Es un disco referencial, porque empieza con "El anillo del Capitán Beto", que es la historia del colectivero que se transforma en astronauta y extraña los mates de la vieja y tiene colgado el banderín de River. No encontraban nombre para la canción y Beto terminó siendo el apodo de un vecino de Machi, que tal vez no tenía la menor idea de lo que era Invisible. También encontrás "Los libros de la buena memoria", un clásico de clásico de clásicos de Spinetta. Está "Ruido de magia", "Qué ves el cielo", está "Doscientos años", están "Las golondrinas de Plaza de Mayo". La gente creía que el "Flaco" le hizo un homenaje a las Madres de Plaza de Mayo, pero el disco sale un tiempo antes que las madres empezaran con sus rondas, que llevan pila de años ya. El tema que fue dedicado a las Madres de Plaza de Mayo fue "Maribel se durmió", que está en otro disco de Spinetta, nada que ver con Invisible. Hay una perla increíble que es "Niño condenado", un tema muy largo que dura más de siete minutos, que da cuenta de la historia de un niño que en esta vida se convierte en un perro y está condenado a ser un perro.
En este disco aparecen grandes de la música argentina y los Invisible se animan a meter bandoneones. Está Rodolfo Mederos, Juan José Mosalini, hay sintetizadores de Gustavo Moretto. El arte es de un grande de la gráfica del rock argentino, como Juan Oreste Gatti; la foto de portada es de un histórico amigo de Luis, de Eduardo Martí, el "Turco", que también hizo la tapa de Durazno sangrando, entre otras. El hombre triste que aparece en la tapa es Jorge Gubitsch, hermano de Tommy.
Invisible fue una banda muy particular que en sus comienzos, a finales del 73, los tres músicos alquilaron una quinta en General Rodríguez y estuvieron conviviendo muchísimo tiempo los tres juntos y ensayando no menos de doce horas por día. En definitiva, Invisible, más allá del talento de cada, sonó lo que sonó por eso, ¿no? Para mí es muy importante ese disco, porque le da el puntapié a la parte más jazzera del "Flaco", que se da en la época de A 18' del sol, con la aparición de Diego Rapoport, y es como el inicio de Jade, que es algo así como Invisible metido en un laboratorio y con teclados.
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Alma de diamante, 1980. [/caption]
Spinetta Jade: Alma de diamante
Año: 1980
Discográfica: Ratón finta.
Canciones: «Amenábar», «Alma de diamante», «Dale gracias», «Con la sombra de tu aliado (el aliado)», «La diosa salvaje», «Digital Ayatollah», y «Sombras en los álamos».
Recomienda: Héctor "Pomo" Lorenzo, histórico baterista, uno de los fundadores del rock argentino. Integró bandas como Los Abuelos de la Nada, Pappo's Blues, Invisible y Spinetta Jade. También acompañó a Pedro Aznar, Fito Páez y David Lebón, entre otros.
Yo recomiendo Alma de diamante, me resulta imposible elegir otro porque para mí es un disco bisagra y a la vez una continuidad de El Jardín de los Presentes con algunos notables mojones en el medio, como los primeros acercamientos al jazz rock en mi caso con Sr. Zutano y, en el caso de Luis, con A 18 del sol y Only love; entonces es un disco que se nutre de toda esa evolución pero que sigue describiendo a Buenos Aires continuando con esa polifonía que atraviesa El Jardín.
En general es una etapa que nos encuentra más adultos, más versátiles y a Luis mucho más aplomado y consolidado en su condición de artista y eso es algo que para mi caracteriza todo Jade y que es como el pulido de las herramientas y la definición de su estilo que en este disco adquiere un peso temático nunca antes visto pero que ya se anticipaba en El Jardín.
En Alma hay una apertura que afianza el jazz rock como el género adyacente de las súper bandas de ese entonces sumado a lo que yo considero los inicios de la producción independiente.
Temas como "Sombras en los Álamos" tienen una conjunción de música y poesía que a mi me resulta inigualable y ¡éramos solamente tres! Creo que es esa madurez compositiva la que produce un resultado grupal muy contundente en una formación que se caracterizó exactamente por lo contrario porque era una banda muy participativa y en la que por primera vez Luis ponía su nombre.
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Superficies de placer, 1987.[/caption]
Virus: Superficies de placer
Año: 1987
Duración: 45.01
Discográfica: RCA Ariola.
Canciones: «Mirada diagonal (Speed)», «Danza narcótica», «Ausencia», «Rumbos secretos», «Epocalipsis», «Polvos de una relación», «Encuentro en el río», «Amores perpetuos», «Superficies de placer», «Transeúnte sin identidad» e «Impulsos aleatorios».
Recomienda: Juan Bautista Duizeide, periodista. Autor de novelas como Kanaka, Lejos del mar, La canción del naufragio y de los ensayos Luis Alberto Spinetta. El lector kamikaze y Federico Moura. Ironía y romanticismo.
La banda platense Virus nacida hacia el final de la dictadura en Argentina, que combina dosis exactas y nuevas para lo que era nuestro rock, de new wave, de post punk, de glam, de new romantic, rankea para mí en un sitio que sólo ocupan Charly García, con sus sucesivas bandas y con sus discos solistas, y Spinetta. Con una diferencia hecha de años y de cantidad de canciones y de presentaciones; me refiero al Virus con Federico Moura como cantante y como frontman: en el caso de Federico me parece que la palabra frontman adquiere un significado más complejo y más interesante; no sólo es el que está al frente del grupo, sino casi como un guerrero que hace ir al frente a la banda y a su público, llevándola más allá, incomodándola siempre un poco más, no dándole lo que quiere en un juego que tironea entre la seducción y el correr los límites.
A diferencia de Charly García y Spinetta en sus distintas encarnaciones, bandas y sus discos solistas, es un poco más fácil en el caso de Virus —por ser una obra si bien muy intensa y compleja más breve— quedarme con un disco. No lo podría hacer con Spinetta y no podría con Charly, sentiría que siempre algo queda afuera. En el caso de Virus me parece que hay dos grandes núcleos, dos grandes polos: uno es su segundo disco, Recrudece, donde al estilo guitarrero con el que habían empezado, con canciones muy rápidas, muy bien ensambladas que venían a romper con la tradición que había en Argentina muy cercana al jazz rock y al rock sinfónico, a lo sumo al folk, tocan pocas notas, pero muy bien, las tocan con gran expresividad y con gran ajuste. Pero en este segundo disco se ponen un poco más furiosos y es un disco que parece mentira que haya podido pasar la censura dictatorial, porque era un disco que atacaba todas sus instituciones.
El otro polo de Virus me parece que es el disco final con Federico Moura como cantante al frente, que es Superficies de placer, del cual ya han pasado más de treinta años. Y me quedo con Superficies de placer, ¿por qué? Porque siento que nunca hubo tanta inteligencia, tanta complejidad y, a la vez, tanta seducción en las letras pergeñadas entre Federico Moura y Roberto Jacoby, que era prácticamente un integrante más en esa época de la banda, y porque nunca sonó tan bien la voz de Federico, que se está despidiendo ya enfermo de Sida en una época en la que esto era una sentencia de muerte. Y jamás sonó así Virus, con un trabajo de teclados que es lo que caracteriza su segunda etapa, pero donde hay muchísima sabiduría. Uno puede pensar en teclados de algún rock inglés, combinado con alguna guitarra a lo Johnny Marr, con ritmos latinos, a diferencia de otros discos no hay canciones demasiado rápidas en general. Es un disco de amor, de placer y, a la vez, un disco de tristeza. Y claramente un disco de despedida, la despedida de Federico y de una banda, porque si bien Virus siguió, me parece que es comprensible pensar que es otra banda. Hay una calidad como cantante, en las letras, en la intervención conceptual de toda la banda que hace que esta despedida sea algo potentísimo, que me parece que aún nos sigue interpelando pasados treinta años.
https://open.spotify.com/album/3U7AIHXCUhuOOkNeFhKoOM?si=cq6vaI2bS4WY3YVw-VHGLA
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Piano bar, 1984.[/caption]
Charly García: Piano bar
Año: 1984
Duración: 35.02
Discográfica: SG Discos.
Canciones: «Demoliendo hoteles», «Promesas sobre el bidet», «Raros peinados nuevos», «Piano bar», «No te animás a despegar», «No se va a llamar mi amor», «Tuve tu amor», «Rap del exilio», «Cerca de la revolución» y «Total interferencia».
Recomienda: Luciano Lahiteau, periodista con pasos en La Agenda BA, Billboard Argentina, Playboy Argentina, Brando Revista, Junín Digital, Eterna Cadencia Blog, entre otros.
Fito Páez dijo que era como estar en el taller de Picasso, pero debe haber sido mejor. Las sesiones de este álbum en ION -indelebles por el registro fílmico de Daniel García- son un relámpago de genialidad en el agitado siglo XX argentino. La proverbial antena que sirve a García para conducir los miedos, frustraciones y deseos que atormentan a sus coterráneos conseguía fidelidad incluso en tiempos de congestión como los '80.
Montado en su propio trueno, García produjo y reelaboró sobre la marcha en el invierno del '84, como acuciado por la información acumulada. El resultado es un decálogo que fijó con imprenta de tipos las nuevas formas de la eterna insatisfacción argentina. El karma de vivir al sur.
A diferencia de la redondez vanguardista y cosmopolita de Clics modernos (1983, grabado en Nueva York) y la melancolía claustrofóbica de Pubis Angelical/Yendo de la cama al living (1982, con derivas de Serú Girán y grabado casi íntegramente por García), Piano bar es un golpe de realismo en toma caliente. El eslabón más encrespado e inestable de la trilogía transmite la estática de una democracia acechada por el vaho de la represión, y rastrilla en el inconsciente colectivo las lesiones a largo plazo de la dictadura.
Desde el inicio sucio y desprolijo de "Demoliendo hoteles" -ese redoblante que va a contramano de la cuenta de García- se modula la tensión de un disco donde todo está mal, pero… ok. "Yo que crecí con Videla": la desesperación y la euforia, nunca el equilibrio, de "Demoliendo..." la convierten en la sumatoria de "Working Class Hero" y "Subterranean Homesick Blues", pero pasada por la experiencia traumática de un país donde es recurrente sentir que "Todos crecimos sin entender/ Y todavía me siento un anormal".
La falsa autoindulgencia de "Promesas sobre el bidet" (misterio donde no se entiende nada pero a la vez está todo muy claro, como dijo Pablo Dacal), el romanticismo escondido en la irónica "Raros peinados nuevos": el álbum va macerando la ansiedad social (no por casualidad es el disco argentino que más titulares de diario inspiró) con la introspección descarnada, un efecto de cámara oscura que encierra a la nueva Buenos Aires que "reloca titila luz" y a sus habitantes, que bailan pero no pueden despegar (la metáfora de la vía muerta "donde todos han descarrilado" es otra de las imágenes de García que cobra verdad con demasiada frecuencia).
Incluso yendo contra sí mismo, García siempre incitó la relectura. Con 33 años y 4 estandartes, alcanzaba un nuevo grado de conciencia (¿cinismo?) que le permitía cantar, después de sobrevolar el maoísmo en la época de Instituciones (1974), "Yo tenía tres libros/ Y una foto del Che/ Ahora tengo mil años/ Y muy poco que hacer". O a decir, a meses de los primeros comicios nacionales en una década, que "no es solo una cuestión de elecciones".
Piano bar está hecho de las neurosis de una ciudad acorralada por sus fantasmas, y por la pulsión de los que no encuentran otra forma de vivir que violando lo que aman.
https://open.spotify.com/album/17utekM9a95MchXbkbh47k?si=hb02h7hdS_ulcodAPCeRig
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Don Cornelio y La Zona, 1987.[/caption]
Don Cornelio y La Zona: Don Cornelio y La Zona
Año: 1987
Discográfica: Berlín Records.
Canciones: Lado A: «Ella vendrá», «Imagen proyectada», «La primera línea», «Una señal en el agua», «Cenizas y diamantes»; Lado B: «El rosario en el muro», «La luz de la cara roja», «Conversación triple», «Tazas de té chino» y «Molestando a la oscuridad».
Recomienda: Santiago Segura, periodista y escritor. Actualmente trabaja en un libro sobre Don Cornelio para la Colección Vademécum.
Editado a mediados de 1987, el debut de Don Cornelio y La Zona -luego Don Cornelio a secas- quedó en la historia como, tal vez, el Santo Grial de esa corriente que se llamó dark y que dominó la escena underground en el segundo lustro de los 80. La historia del grupo atraviesa como pocas la situación del país y del rock nacional por entonces: formado durante la euforia por el retorno a la democracia, que tuvo al rock como banda sonora de la juventud, consigue su contrato discográfico tiempo después, mientras el gobierno de Raúl Alfonsín comenzaba a danzar por las sombras. Otra era: los discos se vendían, la radio y la televisión eran espacios de difusión primordiales, y un grupo novel como este sexteto porteño podía fichar de un día para el otro en un sello también nuevo -Berlín Records, subsidiario de EMI- y con el amparo de un músico casi tan joven como ellos, aunque ya vuelto una pequeña estrella en el firmamento de la canción argentina: Andrés Calamaro.
Don Cornelio y La Zona fue gloria para el público y la crítica y confusión en el seno interno. El grupo ingresó en los legendarios Estudios Panda -en palabras de ellos, algo así como entrar "a una nave espacial"- sin demasiada experiencia profesional y registró diez canciones poéticas, sombrías y notables. Líneas que cruzan pechos -la época se cuela por todos lados y las narices no son la excepción-, señales en el agua, un puñado de neologismos (el mejor: pozoguerrilleroirascible). Ahí están las primeras inflexiones vocales y líricas de un poeta en ciernes, Palo Pandolfo. Pero también se expresan el vigor y la sutileza de una banda que ofrece una ejecución final soberbia (el bajista Federico Ghazarossian, un guerrero aún activo, y el infravalorado guitarrista Alejandro Varela se destacan como dos instrumentistas de elite).
La historia dice que la producción a cargo de Andrés Calamaro no conformó al grupo. Y aunque haya algo de verdad en tal afirmación -el éxito les resultó incómodo, Calamaro era un creador de éxitos: completen el silogismo-, en aquella inocencia perdida entre el microsuceso -Don Cornelio no fue Soda Stereo- y la cocaína hay diez canciones que conservan su voracidad sensible. "Ella vendrá" fue el hit -que incluso los llevó a tocar en Chile-, "Tazas de té chino" se le arrimó. El resto, además de expresar el sonido de una época, se revela todavía como una síntesis fantástica de todas las formas de hacer rock en la Argentina: aquella más áspera -"El rosario en el muro"; esa otra más ligera -"Cenizas y diamantes"-; la que flota sobre la levedad acústica -"Imagen proyectada"-; o la no tan desarrollada psicodelia romántica (así se presentaban en sus flyers, así suena "La luz de la cara roja", una interpretación única). Lo anterior, llámese Manal, Almendra, Sui Generis, convive; lo contemporáneo, llámese Sumo, Los Redondos, Soda, resuena. El efecto posterior aún se extiende en el tiempo y se completa con el segundo álbum de Cornelio, Patria o muerte, donde se desprenden de cualquier delicadeza para desplegar su lado salvaje. Una influencia fantasmal pero ineludible.
https://open.spotify.com/album/0mgoxCZiBu6HPvv9Dk4wNz?si=u2zT6D93TOa5CVcwizOsYA
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Muerte en la Catedral, 1973.[/caption]
Litto Nebbia: Muerte en la catedral
Año: 1973
Duración: 46.38
Discográfica: RCA Vik.
Canciones: «Vals de mi hogar», «El revolver es un hombre legal», «Señora muerte», «Mendigo de la luna», «El otro cambio, los que se fueron», «La operación es simple», «Dios en más», «Muerte en la catedral», «Despedida del trabajo no.2» y «Señora vida».
Recomienda: Sergio Pujol, historiador, docente y ensayista especializado en música popular. Enseña Historia del Siglo XX en la Facultad de Periodismo de la UNLP e integra la carrera de Investigador Científico del CONICET. Autor de numerosos libros; el último: El año de Artaud. Rock y política en 1973.
Entre mayo y junio de 1973, Litto Nebbia grabó uno de sus mejores discos, Muerte en la catedral (RCA). Se trató del debut del trío que acababa de integrar con los experimentados Jorge González (contrabajo) y Néstor Astarita (batería). La formación, icónica del jazz (Nebbia cantaba y se acompañaba con piano y guitarra alternadamente), indicaba la nueva orientación que el pionero del rock argentino le estaba imprimiendo a su música. Si bien ya había ampliado su enfoque compositivo en discos anteriores -especialmente, en Despertemos en América-, con Muerte en la catedral Nebbia ahondó el diálogo con otras tradiciones de música popular. Con cambios rítmicos, variedad de planos sonoros y una instrumentación en la que destacaban los saxos, la trompeta y el trombón, la canción que daba título al disco era una extensa pieza vocal/instrumental (8:15) que abrevaba en el jazz-rock y el rock progresivo, mientras su letra interpelaba los dilemas éticos que generaba la violencia política en la Argentina de los años 70. Nebbia logró así aventurarse más allá de lo que público, crítica y mercado esperaban de un músico de rock. Al desmarcarse de las etiquetas que pesaban sobre la "música joven", protagonizó un giro cultural de gran originalidad.
El disco contaba con una producción artística notable. Rodolfo Alchourrón (cuerdas) y Gustavo Moretto (vientos) participaban como arregladores. Roque Narvaja (guitarra), Oscar Moro (batería), Bernardo Baraj (saxos y flauta) y Ciro Fogliatta (piano y órgano) figuraban como músicos invitados, ampliando así la base instrumental original. La ilustración de portada fue encargada al artista plástico Perez Célis y varias de las letras de las canciones fueron escritas por Mirta Defilpo, a la sazón pareja de Nebbia. En su vastedad de referencias estéticas, Muerte en la catedral incluyó algunas de las mejores canciones de la música popular argentina de la segunda mitad del siglo XX: "Vals de mi hogar", "Mendigo de la luna", "El revolver es un hombre legal" y especialmente "El otro cambio los que se fueron", una balada de aires tangueros que introducía de modo convincente la veta nostálgica en una cultura musical, la del rock, que miraba hacia el futuro con expectación.
https://open.spotify.com/album/3SAEiIys0XHcFW6DFww30S?si=Mz8MCPOuSZum81UDZdEm_w
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Ilustración: Milo Hachim.[/caption]
Sobre el autor:
Periodista de Reportajes de La Tercera.