En agosto pasado, la consultora internacional Ipsos, publicó un estudio —patrocinado por Fundación Vegetarianos Hoy—, que establece que el 62% de la gente cree que los animales deben ser incorporados como seres sintientes en la Constitución y el 82% está de acuerdo con prohibir prácticas crueles y generar normas sobre altos estándares de bienestar animal.
La discusión es reflejo del cambio de perspectiva que se ha generado en las últimas décadas en torno a los animales, en especial, frente a los de compañía, comúnmente denominadas mascotas. Bajo la nueva mirada, las personas tienden a ser más consideradas y empáticas con el sentir de los animales y sus necesidades, pero también a atribuir a estos características y cualidades humanas que, de paso, les añade necesidades que no les son propias o que, peor, van en contra de su propia naturaleza. Es la antropomorfización, o dicho de forma más coloquial, la humanización de animales.
Lo vemos en la proliferación de tiendas de mascotas, donde es común encontrar chaquetas, polerones, calcetines para animales; en conceptos como las perruquerías, verdaderos salones de bellezas caninos; o en los hoteles y guarderías especializados en gatos y perros. Incluso hay un mercado de lujo, con bolsos Louis Vuitton y collares de diamantes Tiffany & Co, entre otras reliquias pensadas para las mascotas.
¿Cuántas veces hemos escuchado decir “mi perro no se lleva bien con los otros perros, así que no lo acerco”, o “no le gusta salir a caminar, así que no lo saco a pasear mucho”? ¿A cuántos hemos visto con moños que quitan la chasquilla de sus ojos o a mascotas con el cabello teñido, ocupando sombreros, pinches o pijamas? Seguro son muestras de genuino afecto y cariño, ¿pero es bueno para el animal ser tratado como un humano?
Uno más de la familia
Parece un transporte escolar como cualquier otro: es un furgón espacioso, de color amarillo, con un letrero en el techo que lo identifica como tal. Pero si uno se detiene a su lado, en vez de niños lo que verá en su interior son perros de diferentes tamaños y razas. “El tío del transporte” los recoge cada mañana en la puerta de sus hogares para trasladarlos a Colina, donde pasarán el día en una guardería de mascotas. Algunas llegan con sus mochilas infantiles, en las que llevan su comida, plato, juguetes y otras pertenencias. Su costo va entre los 12 y los 15 mil pesos diarios, aproximadamente.
Las mascotas parecen ser los nuevos niños y niñas. No sería arriesgado teorizar que ellas llenan el espacio que deja el sostenido descenso de la tasa de natalidad en el país. ¿Es razonable que una familia vea a los animales de compañía como un hijo o un nieto? Para Rodrigo Morales, médico veterinario, diplomado en Ética, Legislación y Protección Animal de la Universidad de Chile, sí lo es. “Es un hecho que más del 90% de los hogares con mascotas en Chile consideran a estas como parte de su familia, incluyéndolos en sus hábitos y rutinas, llegando incluso a modificar sus itinerarios y viviendas por el bienestar de ellas”.
Morales, integrante del Centro de Gestión Ambiental y Biodiversidad de la misma universidad, dice que esta tendencia ha llevado a que en países desarrollados hoy se hable de “familias multiespecie”, constituidas por personas y animales, predominantemente gatos y perros.
Para Christian Ovalle, psicólogo clínico y miembro de la Sociedad Chilena de Psicoanálisis, es importante no confundir y marcar la diferencia entre una mascota y un niño, así como de un familiar no humano y otro humano.
“Hay una necesidad de darle a las mascotas un lugar importante, más del que podrían llegar a tener. Pero no se pueden destinar en un animal las expectativas que se podrían tener hacia un hijo, porque no las va a cumplir y está bien que así sea. Hay que entender eso para no caer en un exceso”.
“Antes la mascota era sólo eso: la mascota. Hoy muchas son el compañero de vida, el que contiene emocionalmente, el ser con que la persona conversa y con quien duerme”, dice Gonzalo Chávez, subdirector de la Comisión de Tenencia Responsable de Mascotas del Colegio Médico Veterinario (Colmevet).
¿Y eso qué tiene de malo? Algunas cosas, como que una de las principales razones de abandono o desapego de mascotas —de acuerdo a los resultados preliminares de un estudio de la U. Santo Tomás, donde Chávez es coordinador del Observatorio de Tenencia Responsable y Vínculo Humano Animal— sea el no cumplimiento de estas humanizantes expectativas.
Para evitar estas consecuencias, estos cambios culturales deben darse dentro de ciertos límites. Una forma de traspasarlos es “cuando dejo de considerar en mis acciones las necesidades conductuales naturales del animal”, explica Chávez. “Por ejemplo: una mascota que está siempre muy perfumada, muy limpia y es muy educada, no hace destrozos, pero sin embargo ninguna de esas características satisface sus necesidades conductuales naturales, como correr o jugar”.
Es ahí, dice el etólogo, cuando la relación se desequilibra, porque quien saca mayor provecho de ella es la persona: “el perro es el que acompaña a la persona a todos lados y en toda circunstancia: cuando está triste, cuando está contenta, etcétera”. Pero no al revés.
Cambia la mirada
Pero la humanización de las mascotas no es algo nuevo. En Fausto, la obra maestra de Goethe publicada a comienzos del siglo XIX, se hace referencia a cómo es que los estudiantes alemanes, que en aquel entonces eran muy aficionados a los perros, los premiaban enseñándoles todo tipo de trucos y picardías. Lo que sí es actual es el cambio de mirada respecto a su humanización.
Hasta los años noventa, el concepto de antropomorfización tenía una connotación exclusivamente negativa. “Se asumía que humanizar a un animal siempre era malo, porque al asignarle solo emociones humanas y no respetarlo como individuo, perdía su esencia: era un objeto que únicamente debía satisfacer las necesidades de las personas con las que convivía”, explica Chávez.
Con los años, el concepto fue adquiriendo otra connotación. “En el mundo científico se llegó a cierto consenso de que humanizar a los animales también tiene cosas muy buenas, ya que se reconoce al animal como un ser sintiente, que entiende lo que siente”.
Efectos negativos
Cuando a un animal de compañía se le exigen cosas que no son parte de su naturaleza, o peor aún están contra ella, las consecuencias pueden ir desde el desarrollo de problemas de comportamiento a patologías más graves. Un ejemplo lamentablemente común es que ciertos tutores no permiten a sus perros interactuar con otros pares.
“Las personas asumen que no les gusta interactuar, lo aíslan de sus congéneres y lo que se genera es una deprivación sensorial: el perro deja de saber cómo interactuar con otros perros. Es un proceso súper dañino”, explica Gonzalo Chávez. Algo similar ocurre cuando al animal se le aísla para evitar que se ensucien o que contraiga pulgas o enfermedades. Es contraproducente pues “así pierden sus habilidades sociales”, afirma el especialista en etología.
“Generar expectativas de comportamientos humanos en los animales ha generado mitos nefastos, como pensar que las mascotas hembras deben ser madres una vez para poder desarrollarse, una creencia que solo perpetúa el abandono de muchos animales”, agrega Rodrigo Morales. Otro error habitual ocurre cuando las personas, “preocupadas por la salud de su animal, les dan medicamentos humanos, como paracetamol, produciéndole severas intoxicaciones”.
Intentar que la mascota parezca lo que no es puede afectar fuertemente su salud mental, además de acarrear otros problemas. “Coartar la posibilidad de que el perro se comporte como perro afecta su naturaleza. Si siempre se le tiene muy vestido, con cortes de pelo que no le corresponden a su tipo, muy perfumados, puede impedir que se comunique normalmente con otros perros”, describe Chávez. No se trata de que no haya una preocupación por la higiene y apariencia del animal, pero no se puede “exagerar” ni “perder foco” con el sentido. Cortarles el pelo del canal auditivo, así como los bigotes, es un error que se cruza con el maltrato animal. Lo mismo acomodarles la chasquilla con moños o pinches: como ese pelaje ofrece una protección a sus ojos, hacerlo puede provocarles un daño.
Entre las patologías más frecuentes por efecto de la humanización están los trastornos de origen ansioso. “Surgen en gran medida por la imposibilidad de adaptarse al entorno. O no tiene las herramientas para hacerlo, o bien el entorno no le ofrece la posibilidad. Si a eso le sumamos que no se le permite interactuar naturalmente con sus congéneres, entonces ahí tenemos una receta que es bien dañina para su salud mental”, dice el investigador de la U. Santo Tomás.
El trastorno del apego, cuando hay una dependencia excesiva por parte del animal a su tutor —y la mayoría de las veces también de éste al animal—, es otra patología común y que puede estar ligada a otra más complicada, como la impronta heteroespecífica, que se da cuando la mascota se crío aislada de sus pares y muy apegadas al humano. “El perro se cree humano”, sintetiza Chávez.
Estos trastornos suelen afectar el funcionamiento familiar y es ahí cuando se comienza a dañar el vínculo entre los animales y sus tutores, lo que en muchos casos deriva en el abandono o reubicación de la mascota.
Efectos positivos
Pero como hemos mencionado, la humanización tiene cosas buenas. Una de ellas es la mayor conciencia respecto al sentir de los animales, y con ello una mayor preocupación respecto a su bienestar. “Los distintos beneficios de una sana interacción humano-animal son múltiples y pueden ser físicos, psicológicos, sociales o terapéuticos, entre otros”, afirma Rodrigo Morales.
Que las personas dediquen parte de su dinero a satisfacer las necesidades de sus mascotas, incluso contratando servicios como las guarderías, es otra humanización positiva que rescatan los profesionales.
“Estos servicios ofrecen una oportunidad a las personas que no tienen siempre el tiempo ni la energía para poder satisfacer estas necesidades, las que generalmente tienen que ver con actividades y socialización, justo las principales áreas que se tienen al debe”, asegura Chávez.
Una relación sana entre tutor-mascota, tiene también beneficios para el humano. “Desde la parte biológica, esta interacción reduce los niveles de cortisol, las hormonas relacionadas al estrés. Algunos estudios han descubierto que hay animales que reducen la soledad, aumentan los sentimientos de apoyo social e incluso mejoran los estados de ánimo”, explica Christian Ovalle.
Para una relación sana
Cuando la humanización es excesiva, puede generar una serie de complicaciones en las que el principal afectado será el animal. El primer paso para prevenirla se debe dar antes de adoptar o comprar un animal de compañía. “Esa no debiese ser una decisión impulsiva, como ocurre la mayoría de las veces. Tiene que ser bien reflexionada, informada y bien discutida junto a la red de apoyo, que será la que colaborará contigo cuando no puedas hacerte cargo de tu mascota”, dice Chávez.
Luego de eso, viene el análisis de aspectos más prácticos, como el espacio del que se dispone y el presupuesto que se puede destinar a la mantención de la mascota. Todos estos criterios ayudarán a resolver si están las condiciones para hacerse responsable de un animal, así como saber qué tipo de mascota es la que se quiere y se puede tener.
“Cada mascota tiene necesidades particulares de acuerdo a la especie, edad y características individuales. Si no se satisfacen estas necesidades, los animales se estresan, se enferman o generan problemas de comportamiento, lo que puede terminar en maltratos o incluso en abandono”, advierte Rodrigo Morales.
Investigar respecto al comportamiento de las mascotas es una muy buena forma de prevenir la humanización negativa. “Como mencionan algunos etólogos, cada animal tiene su ‘perronalidad’ o ‘gatonalidad’, por lo que debemos darnos el tiempo de conocerla, generar confianza y fomentar un buen vínculo mediante la tenencia responsable”, agrega el médico veterinario.
Por último, Christian Ovalle remarca la importancia de diferenciar que las mascotas son un miembro no humano de la familia. “Uno debería preguntarse: ¿por qué estoy tratando a la mascota como a un hijo? Las necesidades que estoy cubriendo, ¿son del animal o de la persona? Ahí cabría buscar de dónde viene esa necesidad, de qué carencia. Pero, lamentablemente, las personas no se suelen hacer esas preguntas”.
Quizá el exceso de humanización sea un paso más en la milenaria relación entre el ser humano y los perros y gatos, uno que vaya hacia una interacción más equilibrada donde ambas partes se beneficien por igual. Así lo esperamos: por el bien de los animales… y también de nuestra especie.