Si pinchaste este enlace, es bastante probable que estés leyendo con una mano en el celu y con la otra en la boca, masticándote una uña. Pero calma: no estamos aquí para juzgarte. Todo lo contrario.
Según explica Camila Rojas, fundadora del salón Nails Up!, la onicofagia (así se llama científicamente el acto compulsivo de morderse las uñas) comúnmente se atribuye a una forma de manejar la ansiedad y el estrés.
“Al morderse las uñas, las personas pueden liberar la tensión y experimentar una sensación de alivio temporal. Además, algunas incluso pueden sentir que morderse las uñas les ayuda a concentrarse mejor en tareas específicas, como estudiar o trabajar”, explica.
“Por lo general, la onicofagia está asociada a problemáticas que van más allá de un mal hábito”, agrega la psicóloga Yasna Amaro. Este gesto inconsciente, difícil de controlar y reprimir, suele ser una respuesta para disminuir la tensión emocional. “Es decir, es un mecanismo que busca disminuir la ansiedad, entregando un efecto calmante. Es importante aclarar que este comportamiento es involuntario, no es premeditado”.
Casi todas las personas, por supuesto, buscan dejar de hacerlo: aparte de hacerles daño en los dedos, no es un gesto muy sutil ni decoroso, como tampoco muy higiénico. Lamentablemente, no es llegar y tomar esa decisión. “Como es un reflejo para disminuir síntomas ansiosos, de angustia o estrés, y funciona como una forma de escape a situaciones difíciles”, dice Amaro, en realidad es la punta del iceberg y no el problema en sí mismo.
Las consecuencias de morderse las uñas
Para Héctor Fuenzalida, dermatólogo de Integramédica, la onicofagia es un mal hábito, “que en ocasiones se puede asociar a la falta de elementos como el fierro, pero que en general responde a un estado ansioso no controlado”.
Entre los riesgos que tiene a corto plazo, Fuenzalida enumera las heridas en la zona distal de los dedos —principalmente en el eponiquio, lo que popularmente se conoce como cutícula, y en los paroniquios, que es la piel de los costados de la uña— y también la pérdida de una parte del tejido.
Es muy frecuente además la aparición de padrastros o pellejos, los que a su vez generan dolorosas heridas. “Y al estar humedeciendo constantemente la punta de los dedos, se pueden producir infecciones bacterianas y hongos”, advierte el dermatólogo.
La onicofagia es más común de lo que parece. Aunque no hay datos precisos en Chile, estudios realizados en Asia dicen que el 30% de los niños y niñas entre 7 y 10 años tienen este hábito, cifra que aumenta al 45% en la adolescencia. Con la adultez, eso sí, la prevalencia disminuye fuertemente: en España, por ejemplo, solo el 10% de los mayores de 35 años se muerde las uñas.
Quienes mantienen esta tendencia durante buena parte de su vida, arriesgan problemáticas de largo plazo: Fuenzalida dice que incluso se puede generar una alteración de la raíz de la uña, zona que está debajo de la cutícula, problema capaz de deformar esta parte de los dedos de manera permanente. Esto se denomina onicodistrofia o distrofia ungueal.
El daño en las uñas variará según la intensidad con que la persona se las muerda, pero si es una conducta frecuente, Camila Rojas dice que de seguro las debilitará, haciéndolas más susceptibles a quiebres y retrasando su crecimiento. “A nivel emocional, además, puede ser motivo de vergüenza o incomodidad en situaciones sociales, debido a que el hábito afecta notoriamente la apariencia física de las manos”.
Manos a la obra (y fuera de la boca)
La pregunta del millón ya se sabe: ¿existe un remedio o solución para dejar de comerse las uñas? Las respuestas son variadas.
“Una de las formas prácticas para inhibir la onicofagia es cubrir la uña con otros materiales; por ejemplo, cualquier sistema de extensión de uña, ya sea acrílico, polygel o gel”, recomienda Consuelo Rodríguez, manicurista y podóloga de Babic Estética Integral.
Eso hará que en vez de mordernos la uña, mastiquemos un material más duro y sintético, lo que con el tiempo puede desincentivar la onicofagia. ¿El problema? Los dientes pueden salir muy perjudicados.
“Otra de las formas es usar esmalte permanente, que al tener mayor durabilidad, de 14 a 21 días aproximadamente, puede desvíar la atención y el deseo masticar las uñas”, añade Rodríguez. “Estas funcionan en muchos casos, porque son elementos ajenos a la uña natural, que interfieren con el alcance rápido a ésta. Por otro lado, la modificación estética distrae de llevarlas a la boca”, asegura.
En una columna para el diario inglés The Guardian, la psicóloga Elena Touroni dice que este tipo de medidas ayuda a “darle consecuencias adversas a este hábito”, aunque para conseguir un cambio sostenible en el tiempo, la clave está en ser “proactivos”. “Identifica para qué estás usando el hábito —para calmar la ansiedad, el estrés o la angustia— y luego encuentra otras actividades que puedan reemplazarlo”, dice, como bordar, usar elementos de relajación o incluso llenar un puzzle.
Héctor Fuenzalida también coincide en que este tipo de productos no son el remedio, “al menos desde el ámbito dermatológico”. En algún momento, cuenta, existieron productos que se aplicaban en las uñas con un sabor amargo o picante: al llevarse las manos a la boca, la persona sentía un rechazo y evitaba hacerlo. “Sin embargo, estos se han eliminado por el nivel de toxicidad que podían producir al ser ingeridos. En este sentido, la recomendación siempre estará enfocada en buscar ayuda psicológica que permita hacer un cambio conductual”, recomienda.
Camila Rojas sugiere lo mismo: “la onicofagia se puede manejar con terapia, con técnicas de relajación y otros métodos para reducir la ansiedad. Si el hábito es compulsivo, o interfiere en la vida diaria, es importante buscar ayuda profesional de un médico o terapeuta”.
Como especialista en la materia, adelantó algunas pautas conductuales a seguir. Lo primero, como siempre, es reconocer el problema y estar motivado para cambiarlo. “Es importante identificar los desencadenantes de la onicofagia y luego encontrar estrategias efectivas, como hacer ejercicio físico regularmente o seguir ciertas pautas de relajación”.
Si bien existen muchas técnicas para aprender a dejar de lado este comportamiento, la psicóloga Yasna Amaro agrega que hay un pero que se debe tener en cuenta. “La onicofagia siempre tiene un motivo detrás”, dice. “Si no se ataca el origen, el síntoma de raíz, solo aprenderemos a evitar un mal hábito y quizá lo sustituiremos por otro”. La onicofagia, como decíamos, suele ser el síntoma de un problema subyacente”.
La recomendación, cuando el hábito resulta muy intenso y dañino, es consultar con un profesional de la salud mental que ayude a identificar qué situaciones provocan estos conflictos y cómo puedo enfrentarlos de una manera menos perjudicial para nuestro cuerpo.
“Gestionar de manera eficiente las emociones es el primer paso para dejar atrás cualquier tipo de comportamiento desadaptativo”, dice Amaro.
Por mientras, un consejo de Camila Rojas es mantener las manos ocupadas. “La persona puede utilizar algún objeto entre sus dedos, como un bolígrafo o una pelota antiestrés, y tenerlo entre los dedos. Aplicar un esmalte amargo en las uñas, aunque no es una solución definitiva, puede ayudar a disuadir a la persona de morderlas”.
“Superar este hábito puede llevar tiempo y esfuerzo, pero con perseverancia y las estrategias adecuadas, es posible lograrlo”, asegura. “Hay que tener constancia y paciencia para atacar la onicofagia de forma efectiva”, añade Consuelo Rodriguez. “Luego del primer mes de tratamiento, la persona verá cambios significativos en sus uñas”.